in Revista Chilena de Literatura
París, Latinoamérica y el mundo: una aproximación a la producción tardía de Alberto Blest Gana
Resumen:
En este artículo propongo leer las novelas escritas y publicadas por Alberto Blest Gana en París, poniendo en perspectiva la ampliación del universo humano y geográfico representado. Me interesa, además, reflexionar sobre los imaginarios geopolíticos elaborados por el novelista en torno a la dimensión de lo global, destacando el nuevo contexto como un elemento promotor de las transformaciones evidenciadas en el corpus. Asimismo, la aproximación busca poner de manifiesto el surgimiento de una concepción del mundo mucho más compleja que la anterior y caracterizada por la problematización de las relaciones jerárquicas que se dieron entre Europa y Latinoamérica en este escenario.
[INTRODUCCIÓN]
* Este artículo es parte de mi tesis doctoral titulada “Escribir desde el centro, representar la periferia: la producción tardía de Alberto Blest Gana (1897-1912)”. Trabajo desarrollado como becaria CONICYT, (folio 21161038).
Hablar de la obra de Alberto Blest Gana ha sido por largo tiempo el equivalente a hablar de chilenidad: ¿quién podría discutir la pertinencia su trabajo ante la posibilidad de pensar históricamente el país? El autor ha sido destacado por sus pares y por la crítica como una de figuras centrales del proceso de construcción de la nación a medidados del siglo XIX. Sin ir más lejos, uno de sus primeros éxitos literarios lo cosechó de la mano de La aritmética en el amor (1860), novela premiada en un concurso cuyos jueces fueron, nada más y nada menos, que José Victorino Lastarria y Miguel Luis Amunátegui. En esa ocasión, dicha comisión subrayó lo siguiente:
El gran mérito de esta composición es el ser completamente chilena. Los diversos lances de la fábula son sucesos que pasan efecticamente entre nosotros. Hemos presenciado, o hemos oído cosas análogas. Los personajes son chilenos, y se parecen mucho a las personas a quienes conocemos, a quienes estrechamos la mano, con quienes conversamos (cit. en Silva Castro 189).
Hasta aquí el asunto parece casi una obviedad; sin embargo, la percepción cambiaría de forma radical si la pregunta apuntase a una unidad territorial mayor, como Latinoamérica. ¿Podría el viejo Blest Gana, tan apegado a sus cuadros de costumbres locales, ser una fuente confiable o siquiera apta para problematizar la región? Aunque parezca sorpresivo para los lectores que conocen su producción literaria más tradicional, la respuesta es afirmativa. Las novelas tardías 1 , es decir, los cuatro textos escritos y publicados en París 2 , se distancian de sus antecesoras escritas y publicadas en Chile, entre otros motivos, por que en ellas da visibilidad al subconteninente sudamericano y a la conexión que existe entre este y el mundo.
Dos de estas cuatro obras, Los trasplantados (1904) y Gladys Fairfield (1912), incorporan un nuevo sujeto al universo de representaciones del escritor, a saber, el sujeto hispanoamericano. Todas ellas, las recién nombradas más Durante la Reconquista (1897) y El loco Estero (1908), comparten además, como tomo telón de fondo, conflictos políticos que de una u otra manera conectan la patria con la región y, en consecuencia, con el mundo.
A partir de esto, propongo leer el corpus tardío de Blest Gana poniendo en perspectiva la ampliación del universo humano y geográfico representado con el objetivo de conocer los alcances de esta innovación en su novelística. Me interesa, principalmente, reflexionar sobre los imaginarios geopolíticos elaborados por el escritor en torno a lo global, destacando el nuevo escenario de enunciación parisino como un elemento catalizador de las transformaciones que se manifiestan en las piezas seleccionadas. Asimismo, mi aproximación busca poner en evidencia el surgimiento de una nueva concepción del mundo –entendido como aquel espacio imaginario en el que conviven diversos discursos cosmopolitas (Siskind 19)–, mucho más compleja que la anterior y caracterizada por la problematización de las relaciones jerarquizadas que se dieron entre Europa y Latinoamérica en el orden global moderno. Se trata, por sobre todo, del abandono de una imagen exánime del mundo para dar paso a una caracterizada por el dinamismo y el conflicto.
Debo advertir dos cosas antes de dar paso al análisis. La primera es que, si bien el trabajo tiene como foco el estudio de las cuatro novelas escritas y publicadas en París, estaré citando frecuentemente otras piezas de la trayectoria del autor para poder marcar los contrastes más relevantes del corpus; y la segunda es que esta será una lectura exploratoria, por lo tanto es probable que de aquí se desprendan muchas más preguntas que certezas. No obstante, en tanto primera exploración de un problema ciertamente vasto, creo que aportará al menos una base para la discusión a futuro.
NUEVAS LECTURAS DEL MUNDO EN EL CORPUS TARDÍO
El 2 de enero de 1905, Alberto Blest Gana enviaba una carta a un destinatario hoy desconocido en la que, a propósito de su obra Los trasplantados, hablaba sobre el lugar que ocupaban los europeos en su recién publicada novela. El texto expone en uno de sus párrafos la intencionalidad que habría guiado la construcción de la trama de la única de sus novelas que tuvo a París como escenario inmediato:
Como escribo principalmente para los de nuestra raza, los personajes europeos que figuran en la obra son fuera de dos o tres elementos secundarios en la acción, accesorios del cuadro principal en que se mueven los protagonistas. No ha sido mi propósito hacer un análisis del carácter francés ni escribir una narración que tenga el sabor de esta nacionalidad. Para esto está la riquísima literatura de este país que tanto se conoce en Hispanoamérica (Epistolario, tomo II, 949).
El novelista construye de forma consciente un relato en el que familias de la élite hispanoamericana en París se transforman en protagonistas de los conflictos que ponen en movimiento las tramas de sus novelas. Se trata de recrear la cotidianeidad –o al menos una versión de ella– de estos sujetos fuera de sus patrias, y de proyectarla hacia lectores con una experiencia de clase común. Al mismo tiempo, el autor se rehúsa a convertir a los franceses en el principal objeto de su representación, argumentando que sus pares locales han desarrollado larga y notablemente una literatura que cubre dicho campo. Aunque en apariencia sus palabras denotan una lógica irrefutable, hay cuestiones que por factores temporales, espaciales e históricos parecen escapar al horizonte que el escritor construye en la carta y que, en cualquier caso, emergen con mayor claridad a la distancia. Uno de ellos se relaciona directamente con la construcción de los sujetos europeos en el texto, y es que, si bien la presencia de estos personajes es secundaria en términos de lo que podría denominarse figuración individual en la trama –su participación está siempre subordinada a los conflictos que experimentan los personajes hispanoamericanos–, no lo es en lo que respecta a su presencia en tanto sujeto colectivo. Me explico: Los trasplantados es protagonizada por los Canalejas, una rica familia hispanoamericana que lucha por ser parte de la alta sociedad parisina. Efectivamente, las intrigas y problemas que guían la trama de la novela giran en torno a ellos; no obstante, gran parte de su actuar se explica justamente por ese deseo inextinguible de encajar en aquel grupo exclusivo conformado por los europeos. Un ejemplo extraído del texto graficará con exactitud lo que aquí planteo:
El conde Guy hizo señalas llamando a Verielle-Landry [el acompañante de la duquesa]. El hombre que respondió a ese llamado parecía tener de treinta y ocho a cuarenta años. Flaco y de aristocrática figura, sonrió apenas al saludar a Milagritos y a Dolorcitas… En pocas palabras, en un ligero aparte, el conde había explicado a Varielle-Landry el deseo de las dos mujercitas hispanoamericanas.
Entre sus palabras resonó discretamente la insinuación de que las dos pequeñas “rastá” eran riquísimas.
–Y para dar en las ventas de caridad, ¿sabes tú?, bolsa abierta, querido. Son capaces de cometer bajezas porque la duquesa las convide a sus bailes (17-18).
El contexto es el siguiente: Dolores y Mercedes, las hijas mayores de la familia protagonista, desean ser presentadas a la duquesa Vielle-Roche, a quien por casualidad ven pasear en la ciudad. Sus amigos europeos intentarán conseguir dicha presentación utilizando sus influencias con el objetivo de obtener más tarde algún favor amoroso de las bellas jóvenes hispanoamericanas. La curiosa forma de referirse a sus amigas que exhibe el conde Guy de Morins describe perfectamente la tónica habitual de las relaciones entre europeos y latinoamericanos en el contexto trabajado en la novela. La doble intención es elemento que se encuentra en la base de cualquier vínculo que pueda forjarse entre los primeros y los segundos. Así, la presencia de los locales se hace sentir transversalmente en el texto como una fuerza colectiva que regula, juzga y traza las reglas de ese universo anhelado por los protagonistas. En tal sentido, y contrario a lo que expresa el escritor, su novela sí revela una lectura del carácter francés o, dicho de manera precisa, da cuenta del carácter asociado a una clase de franceses que es aquella que busca perpetuar los modos de la nobleza.
Por otra parte, lo que sucede con Gladys Fairfield se encuentra en una sintonía directa con estas consideraciones sobre Los trasplantados. En ella no figuran personajes europeos sino de manera fugaz, pero la innovación aparecerá representada de la mano de los estadounidenses, quienes se sitúan, junto a los hispanoamericanos, en el centro de las intrigas que se desarrollan en el texto. Para el novelista, Gladys Fairfield “es una historia sencilla y sin pretensiones que presenta un tipo de mujer interesante que sabe resistir una pasión” (Blest Gana, Epistolario, Tomo II, 969), es decir, el foco está puesto, a su juicio, de forma exclusiva en el derrotero amoroso de la protagonista. Y aunque en términos concretos esto podría considerarse correcto, la descripción que hace de su última novela a María de la Luz Blest Gana, su hermana, queda corta respecto de lo que subyace a ese romance inconcluso. Un breve diálogo extraído de la novela, en el que un personaje hispanoamericano residente en Estados Unidos, Katy Vickery, describe a la élite de su tierra a propósito del terrible comportamiento de los hijos de una de las parejas protagonistas, los Almafuente, pondrá de manifiesto lo que intento decir:
–Y, ¿qué hacen esos niños, después, cuando son hombres grandes?
–Pasean mucho, gastan sin contar, viajan dispensiosamente (sic) y se arruinan temprano la salud con la buena mesa, el champaña más caro y el coñac a cien francos la botella.
–¿Y no trabajan? ¿Y los padres les permiten esa existencia de seres inútiles? –Al contrario, la fomentan; les parece que esa es la gran elegancia (Gladys 34).
La conversación que versa sobre los traviesos hijos de la familia Almafuente, aunque atingente al interés amoroso que Gladys manifiesta por su galán, el padre de esos niños, se transforma dentro del diálogo en una excusa para exhibir la crítica postura que la joven Vickery tiene de sus coterráneos. A sus ojos, la clase alta hispanoamericana se encuentra, desde la niñez, sumida en una profunda frivolidad que ha terminado por degradarla. Además del romance, entonces, Gladys Fairfield ofrece a sus lectores una sugerente imagen del carácter norteamericano, así como también de las diferencias entre este y el de los hispanoamericanos de similar clase.
Ahora bien, junto con hacer notar que el carácter secundario de algunos sujetos europeos –y, según lo visto, también norteamericanos– no determina, como el propio autor cree, su relevancia en los textos, quisiera concentrarme en lo que más arriba he establecido como eje de esta discusión, es decir, en la noción de mundo y su evidente reformulación en el corpus. Concretamente, me refiero a que esta categoría incorpora de manera efectiva la dimensión de lo global como característica inherente, adquiriendo con ello una forma mucho más definida y, por lo tanto, alterando el horizonte literario propio del pasado chileno. Pese a que más adelante retomaré el tema, es preciso señalar que lo global como categoría que acompañó la idea de mundo surge y se alimenta de los imperialismos que atravesaron el siglo. Como bien hace notar Edward Said (2016), el establecimiento de “colonias, protectorados, dependencias, dominios y «commonwealths»” (Cultura 41) promovió una interacción entre países nunca antes vista en la historia de la humanidad:
En Europa misma, a finales del siglo XIX, casi ningún aspecto de la vida quedó fuera de la influencia de las actuaciones imperiales. Las economías estaban hambrientas de los mercados ultramarinos, las materias primas, la mano de obra barata, y las tierras productivas, de modo que la defensa y consolidación de las políticas exteriores se comprometieron cada vez más en el mantenimiento de vastas extensiones de territorios y de gran cantidad de pueblos sometidos (Cultura 41-42).
Sostener estas formas de dominación tuvo como correlato tangible el despliegue de innovaciones y mejoras constantes en las comunicaciones y transportes, estableciendo así una red amplia y compleja que permitió un contacto cada vez menos engorroso entre numerosas y distantes latitudes. Lo global 3 , entendido en su dimensión más esencial como “lo referente al planeta o globo” (Real Academia s/p), comienza a tomar forma concreta para los sujetos.
EL MUNDO: ANTES Y DESPUÉS
Dentro de la producción blestganiana tardía, la reelaboración del imaginario del mundo decantará necesariamente en la reestructuración de un universo centrado casi de forma exclusiva en el territorio nacional y sus costumbres, modificando así esquemas de larga data en el corpus. Me detendré en este punto, pues creo que vale la pena hacer algunas precisiones que pronto facilitarán la lectura de las novelas que aquí me ocupan.
En primer lugar, cuando hablo de transformación en la idea del mundo para este grupo de textos debo aclarar que no se trata de la simple incorporación de extranjeros en las tramas de los mismos, pues Blest Gana utiliza este recurso tempranamente en sus publicaciones de los cincuenta. Tal es el caso de Una escena social (1853), novela en la que es posible conocer a Martín, criado francés que acompaña al protagonista de la historia. Su participación en la obra, aunque secundaria, es sumamente relevante ya que además de ocuparse de las tareas propias de su oficio es presentado como consejero personal del protagonista, casi una voz externa de conciencia. Tan pronto se inicia el relato, el narrador-personaje le dedicará una detallada descripción que considero útil revisar:
Martín era mi criado y confidente, tenía cuarenta y cinco años y gran experiencia; era francés de nacimiento y profesaba un afectuoso cariño por mi persona; su fisonomía era grave y severa como una máxima de La Rochefoucauld; sus cabellos de dos centímetros de largo, le daban un aspecto austero de puritanismo; negras y pobladas cejas sombreaban sus ojos pequeños, azules y penetrantes… Martín era uno de esos hombres que, colocados por el destino en una esfera baja, presentan, sin embargo, un cierto interés cuando los observamos de cerca (Blest Gana, Una escena 51-52).
Aun cuando la cita es decidora en varios niveles, me interesa destacar solo aquello que interpela el tema discusión: la descripción del sujeto y su crecimiento a través de la trama exhibe un cuadro que podría definirse, a lo menos, como peculiar teniendo en cuenta el desdén con el que el autor se refiere al personal de servicio en algunos de sus textos posteriores 4 . Las palabras del narrador son, en ese sentido, rotundas: pese a pertenecer a una esfera baja presenta algo, una particularidad, que le confiere cierto interés a quienes sí concitan toda la atención en el horizonte blestgananiano. Ese algo tan ambiguo como poderoso que le permite a Martín elidir su lugar de clase y trascender como cualquier otro personaje secundario de origen burgués en el desarrollo de la acción, parece ser, nada más y nada menos, que su condición de europeo en Chile. Dotado de una sabiduría inherente a su occidentalidad hegemónica, que lo distancia de la vulgar servidumbre nacional, el sujeto consigue moverse con cierta holgura dentro de la jerarquía de clases que actúa como norma en el texto y se transforma, de ese modo, en el soporte emocional –y a veces racional– de Alfredo, su señor. Las continuas alusiones a la nacionalidad del sujeto –“mi francés” lo llama en más de una ocasión (Blest Gana, Una escena 53)– se transforman en marcas que visibilizan la importancia que tiene esta variable dentro del texto.
Sin embargo, lo cierto es que los rasgos que se le atribuyen a Martín no representan una particularidad nacional francesa sino que lo acercan bastante a los rasgos que pertenecen a los chilenos en la novela. Hay un breve extracto en el que amo y criado conversan que, creo, expone bien lo que digo:
Ah, ya estoy –repuse recordando la superstición de mi francés por el día viernes–; tienes razón –y a pesar mío sentí algo desagradable apoderarse de mí, como si estuviese próximo a recibir la visita de un acreedor. Tengo la misma superstición que Martín respecto a los días de la semana; hay para mí días fastos y nefastos (Blest Gana, Una escena 52).
Existe algo sustancial en el fragmento: ambos sujetos, separados por sus orígenes de clase y nación, tienen un temor compartido que, de cierta forma, hermana con naturalidad las perspectivas de vida de cada uno de ellos. Este rasgo, aunque en apariencia simple, saca a relucir un punto fundamental en lo que a las novelas publicadas en París respecta: los textos tardíos elaboran y exhiben la diferencia cultural de forma radical, anulando cualquier posibilidad de homogeneidad cultural y generando, en su defecto, simulacros que no hacen más que subrayar la distancia insalvable entre unos y otros.
A propósito de la relación entre sirvientes europeos y amos sudamericanos existe una escena en Los trasplantados que ilustra lo que acá intento explicar:
Los días martes, adoptados por doña Quiteria para sus recibos, los lacayos del vestíbulo eran dos. Un tercero lucía sus medias de seda y sus zapatos con hebilla sobre un descanso de la escalera. Un mayordomo grave y acompasado, antiguo sirviente de casas aristocráticas, que miraba a esa familia de advenedizos con la sorna de la superioridad, recibía a las visitas en la antesala, las precedía hacia la gran sala de recibo y lanzaba en la puerta, con voz sonora, los nombres al espacio, horrorosamente estropeados cuando eran apellidos españoles (36).
La cita, que describe una típica reunión social organizada por doña Quiteria de Canalejas, madre de una acaudalada familia de trasplantados hispanoamericanos en París, expone una de las formas que adquiere la diferencia antes mencionada. La elegante puesta en escena implementada por la mujer y su familia se vuelve ridícula, una imitación burda que los sirvientes advierten y utilizan para burlarse de los rastacueros. La matriz de sentido se ha invertido y aquellos que otrora eran despreciados hoy en día son representados despreciando. Edward Said (1994 ) describe el fenómeno en los siguientes términos:
El estatus de los pueblos colonizados ha quedado fijado en zonas de dependencia y periferia, estigmatizado en la categoría de subdesarrollados, menos desarrollados, Estados en desarrollo, gobernados por un colonizador superior, desarrollado o metropolitano quien teóricamente fue pensado con la categoría antitética. En otras palabras, el mundo está todavía dividido en mayores y menores… Por esto, ser uno de los colonizados es, potencialmente, ser algo muy diferente, pero inferior, en diferentes lugares, en diferentes tiempos (Representar 26-27).
El motivo de ese desprecio, como bien se hace notar en la cita por medio de la ridiculización de los exóticos nombres, es el origen extranjero de la familia; la hispanoamericanidad los confina, incluso frente al servicio doméstico, a un puesto inferior dentro de la rígida jerarquía de nacionalidades encabezada por los franceses. En otras palabras, la superioridad de clase que en suelo nacional tuvo relevancia pierde aquí completamente su valor. El mundo ha sido significado en otros términos y, por lo tanto, el origen de los sujetos ya no es más una variable anecdótica, sino que adquiere un sentido político, la colonialidad aparece como una huella imborrable en los sujetos pertenecientes a naciones periféricas dentro del orden global moderno.
Por otra parte, y ya en un segundo punto, es preciso señalar que el que la élite migrante hispanoamericana se encontrase de golpe con un mundo que le enrostraba sin piedad su histórica colonialidad no significa que estando en sus patrias estos sujetos fuesen completamente ajenos a la subordinación. Probablemente la novela que mejor lo expone es Durante la Reconquista – aunque El loco Estero no es ajeno a la reflexión en torno a una cultura colonial predominante en la sociedad post independencia–; hay en sus páginas, sin embargo, un fenómeno bastante singular que puede ilustrarse con este ejemplo:
Nuestro comercio se reduce a consumir productos españoles, diez veces más caros que lo que valen, porque España, como señora nuestra, tiene el monopolio de la venta. Un gobierno nacional nos abriría el camino hacia otros países, para enviar nuestros productos, y abriría nuestros puertos a las mercaderías a todas las grandes naciones del Viejo Mundo, que vendrían a competir en nuestro mercado, y por consiguiente, a vendernos más barato (Blest Gana, Durante 270).
El párrafo da cuenta de la intervención de don Alejandro Malsira, padre de la familia protagonista de la novela, en una conversación con otros chilenos en torno al conflicto entre realistas y patriotas. Malsira, fervoroso adherente de la causa nacional, aborda la cuestión comercial y el estatus colonial del país, esgrimiendo argumentos que buscan convencer a sus interlocutores de las bondades que traería consigo el fin del monopolio español. Lo relevante, más que la postura en sí, es el envidiable optimismo que deja ver su intervención; me refiero a que la novela presenta a un patriota que hacia comienzos de siglo observa la posibilidad de expulsión de los españoles de Chile como la solución definitiva al problema de la subordinación de la nación en el escenario mundial; la alusión final a la apertura de mercados y a la competencia justa es una prueba elocuente de ello. Este escenario contrasta profundamente con la problematización que se desarrolla en aquellas novelas situadas temporalmente hacia comienzos del siglo XX, donde la cuestión parece estar zanjada y con resultados que distan mucho de las esperanzas del viejo Malsira.
Más que hacer una revisión detallada de una situación que la historiografía ya ha abordado ampliamente, me interesa destacar el tránsito histórico que se construye en los textos y que, a su vez, hace posible leerlos como un todo: la producción tardía de Blest Gana presenta los imaginarios del mundo alternando perspectivas que encarnan estructuras de sentir (Williams 154155) propias de cada momento representado. La esperanza inicial en torno a lo que significa el fin de la Colonia para los sujetos nacionales en contraste con la hostilidad con que Europa recibe a los hispanoamericanos expone la existencia de un mundo “definido en función de su radical exterioridad respecto de la particularidad cultural latinoamericana” (Siskind 19). En otras palabras, lo que hace el escritor es construir un arco histórico-literario en el que el coloniaje se erige como una presencia constante e insuperable, que va desde lo local nacional –los chilenos observando la posibilidad de ingresar al mundo de forma autónoma– hasta lo regional-continental, con el surgimiento del sujeto hispanoamericano en dos de los cuatro textos tardíos.
La situación no estaría completa si no se mencionase en la ecuación el singular escenario de enunciación que permite el desarrollo de tal perspectiva: el sujeto histórico Blest Gana, proveniente de esa misma periferia latinoamericana, elabora y problematiza su marginalidad territorial desde París, ciudad que por aquellos años se erigía como el centro mismo del mundo. Nada mal para un escritor que había abandonado las letras por décadas y que durante sus últimos años de vida vio desde un espacio persistentemente ajeno cómo decaía la popularidad que durante su juventud había cultivado con tanto esmero.
Por último, el surgimiento de una nueva idea de mundo tampoco se trata necesariamente de la mera apertura geográfica hacia la representación de escenarios no nacionales. Lo que quiero decir es que la sola ambientación del relato en otro país no es evidencia suficiente para hablar del mundo en su dimensión global y dinámica. Existen dos ejemplos, también tempranos, que ilustran muy bien el punto: Los desposados (1855) y La fascinación (1858). Aunque ambos tienen lugar en París –el primero apenas unos días luego del estallido revolucionario de 1848 y el segundo en abril de 1850–, la configuración del espacio que se observa a través de las piezas apunta en una dirección distinta de la que siguen los textos tardíos situados en Europa. Sirva ilustrar este planteamiento con un breve extracto de La fascinación. A propósito de la vida de Camilo Ventour, el protagonista de la historia central del texto, se señala lo siguiente: “Su padre era abogado y poseía un fundo cerca de Lyon. La madre de Camilo era una santa y digna mujer que murió hace dos años llorando la pobreza y el abandono de su hijo. Camilo entró en el colegio en el mismo año que yo, y desde allí contrajimos una amistad que lejos de disminuirse ha aumentado con el tiempo” (13).
Puede ser una sutileza, pero es muy relevante cuán genérica resulta la descripción que se hace del joven. La única marca textual que podría ligarlo a su ambiente es la referencia a Lyon, pero la alusión a la ciudad francesa no implica una reciprocidad entre medio y sujeto. Dicho en otras palabras, lo que ocurre tanto en este texto como en otros de los publicados durante los cincuenta es que, al estar más cerca del romance que del realismo –que es el género literario por el que la crítica reconoce 5 a Blest Gana–, no desarrolla aquello que Erich Auerbach (1996) llamó realismo ambiental (445). En palabras simples, el crítico señala que la novela realista se destacó por implementar una relación de concordancia entre persona y espacio físico y, a la vez, entre este espacio y la vida del sujeto representado, proyectando así una unidad de estilo (443) que permitó mostrar la totalidad del mundo representado. El romance, por su parte, dotado de una estructura sensacional (Frye 60), se caracteriza por la articulación de tramas en las que la acción “se desplaza de un episodio discontinuo a otro, describiendo las cosas que les ocurren a los personajes, mayormente de manera externa” (Frye 60). Ahora bien, debo señalar que este alcance no es en ningún caso rotundo.
Blest Gana, como tantos otros, se movió con frecuencia entre ambos géneros literarios, alternando la proximidad a uno y a otro según las circunstancias. Es innegable, sin embargo, que una obra como La fascinación expone una clara inclinación hacia la estructura del romance, convirtiendo en accesorias dimensiones como la nombrada previamente.
En otro nivel de la discusión, el que los textos de escenario europeo previos al corpus tardío se encuentren cercanos al romance tendrá implicancias directas en la construcción de los imaginarios de mundo: la representación de las latitudes extranjeras –y en algunos casos incluso de las nacionales– se muestra, en su calidad de telón de fondo sobre el que sucede lo relevante que es la historia de amor, cerrada en sí misma y prescindiendo de la vinculación entre naciones –entendida, según sea la perspectiva, de forma vertical u horizontal– que inherentemente trae consigo la idea de lo global; se prescinde del dinamismo moderno y predomina, por descarte, la visión estática del mundo. Las novelas tardías ofrecen un interesante ejemplo de cómo se trabaja la movilidad, el encuentro y desencuentro a nivel humano, como ya se ha visto, pero también elaboran de manera más sutil las redes que permiten observar la interdependencia y comunicación entre naciones. Ese es, sin duda, uno de los grandes movimientos del Blest Gana tardío en sus novelas.
He seleccionado dos fragmentos en los que veo aparecer con claridad las dimensiones de este cambio. El primero proviene de El loco Estero y el segundo, de Gladys Fairfield:
Javier y Guillén gritaron entusiasmados:
–¡Viva Chile! –alargando cuanto podían, con infantil entusiasmo, la última vocal.
–Así es, chiquillos: ¡Viva Chile! –hicieron eco los grandes.
–Y el enemigo, tío Miguel, ¿qué se hizo?
–El enemigo trató de salvarse como pudo. Santa Cruz huyó a la costa, hasta ir a asilarse en el buque inglés.
–Y la Confederación Perú-boliviana, que turbaba el equilibrio y amenazaba la autonomía de los pueblos de la América del Sur, quedó así destruida, gracias a la valentía del ejército chileno (Blest Gana, El loco 13).
Ya de entrada, el texto sitúa a sus lectores frente a un panorama renovado: Chile –o más bien la idea de Chile que tenía Blest Gana–, aquel lugar que otrora ocupó de forma casi exclusiva su imaginario novelesco, aparece representado en un escenario mayor, regional, coexistiendo y en disputa con dos de sus vecinos más próximos. La hipótesis histórica de la que da cuenta el relato del tío, aunque simplista, presenta a sus interlocutores una imagen panorámica en la que las consecuencias asociadas al conflicto entre naciones traspasan el interés particular de cada una de ellas e involucra al resto de países de América del Sur. Conforme a ello, el papel del país propio es, para don Miguel, el de garante de un bien común para los pueblos del subcontinente. La historia nacional se encuentra de esta manera con la historia continental. Más allá de lo obvio que es el posicionamiento desde el lugar del vencedor, me interesa subrayar cómo, aparte de aparecer los vínculos entre la nación y una parte del mundo, estos se complejizan, permitiendo el surgimiento de un horizonte nuevo y amplio en que los conflictos políticos particulares tienen consecuencias a gran escala. Tan relevante como ello es que esta perspectiva se convertirá en un elemento transversal que va desde la primera hasta la última novela publicada por Garnier 6 : Durante la Reconquista cierra con el arribo del ejército proveniente de Mendoza y la derrota definitiva de los españoles en suelo nacional (920), de modo que se construye un lazo de hermandad entre los países; en Los trasplantados está de fondo la guerra de los bóeres, que enfrentó en Sudáfrica a británicos y colonos neerlandeses; es allí hacia donde se dirige Patricio en el final de la novela, desolado tras la muerte de Mercedes (664). Gladys Fairfield, por último, arranca justo tras la guerra entre España y Estados Unidos, conflicto del que es parte, en calidad de Mayor por el ejército vencedor del Norte, Néstor Fairfield, el esposo de Gladys (7). Se trata de un mundo en el que naturalmente predomina el conflicto –naciones pequeñas se alían frente a un enemigo común y países poderosos pugnan por expandir sus esferas de influencia y explotación–; lo significativo, sin embargo, es que ese conflicto consiga convocar a sujetos completamente ajenos a los intereses particulares allí enfrentados ¿no es acaso curioso que dos migrantes latinoamericanos decidan unirse a guerra entre británicos y neerlandeses que tiene lugar en Sudáfrica?
Además de la variable política, el nuevo imaginario del mundo adquiere forma material:
A las diez de la siguiente mañana Katy Vickery subía con su marido a un automóvil en la puerta del Montreux Palace Hotel. El ingeniero había dado la dirección al mecánico: Villa Lemán. El estrambótico carruaje, conquistador del mundo moderno, sin respeto por la estética elegancia de los coches tirados por fogosos caballos, empezó a rodar con su ruido de monstruo amenazador, al que todo lo que existe en los caminos debe ceder humildemente el paso (Blest Gana, Gladys 142).
El fragmento me resulta interesante por dos cosas. La primera dice relación con la holgura con la que la élite extranjera se aventuraba por Europa hacia comienzos del siglo XX, casi mimetizándose con los locales. Queda expuesto el fenómeno de cosmopolitización que fue eje del rito mundano (Barros y Vergara 52) propio de las oligarquías americanas en la época: el viajero cosmopolita se mueve como si fuese ciudadano del mundo (Siskind 307). La segunda se conecta con la importancia que le da el narrador a la producción material moderna: el automóvil simboliza la capacidad de tomar el control sobre el tiempo personal de los sujetos –para horror del burgués tradicional, dedicado al ocio– y también la ampliación de su horizonte de movilidad y acceso. La intercomunicación –aquí en forma de carreteras y automóviles, pero en otras partes del corpus en forma de periódicos, por ejemplo– significa la conquista del mundo moderno. El desarrollo material, aunque antiestético y monstruoso para un escritor nacido a comienzos del XIX en el colonial Chile, se convierte, nada más y nada menos, en aquella fuerza capaz de poner en marcha lo global.
Quisiera cerrar este apartado en el que he expuesto los contrastes entre la producción tardía y la trayectoria previa de Blest Gana refiriéndome específicamente a cómo los sujetos que delinea el autor en esta sección de su obra, en especial el hispanoamericano, inciden en el mundo. Para ello acudiré a la experiencia de Agustín Encina, el cómico primogénito (Faúndez 141) de la familia Encina en Martín Rivas. El inconmensurable anhelo de París y la disconformidad crónica con la vida santiaguina –que en este caso tiene la misma valencia que pueblerina– que le caracteriza luego de haber habitado la capital de sus sueños, expone un diálogo unívoco entre el migrante chileno de mediados del XIX y la principal ciudad del mundo en esos años. Agustín se afrancesa 7 y consume todo aquello que pueda otorgarle refinamiento parisino, sin embargo, y dado que la novela tiene lugar en Santiago, se hace imposible ver lo que Encina entrega a cambio de ello. La situación tiene sentido dentro la construcción del proyecto literario nacional de Blest Gana: se problematiza la figura del retornado y se hace risible la impostación de la cultura francesa como contracara de los valores asociados a la chilenidad. Más tarde, lejos del país y distante de ese objetivo, el escritor podrá abordar precisamente la dimensión excluida en Martín Rivas mediante la figura de Juan Gregorio Canalejas en Los trasplantados. El joven, en apariencia tan frívolo como Agustín, habla sobre el lugar que les queda a los migrantes sudamericanos en la sociedad europea:
–¡Se te reprochan tres cosas, querido, como en el juego de prendas de la berlina! ¿Por qué está Patricio en la berlina? Por “rastá”, por pobre y por plebeyo.
–¡Pero todos ustedes son tan “rastá” como yo! ¡Tus dos cuñados son plebeyos y “archirrastás”!
–Pero tienen la nobleza del dinero, que quita el otro defecto dirimente –replicó Juan Gregorio–. Ya ves que a nosotros nos convidan a muchos salones de los más elegantes, porque papá Canalejas tiene la “galleta” (176).
Sin adornos, el joven afrancesado explica la que es una verdad sabida por todos los inmigrantes de la élite latinoamericana establecida en la ciudad de las luces, pero que se decide callar en nombre del buen tono: la aceptación por parte de la alcurnia local depende directamente del capital monetario que se exhiba en la operación de cortejo social. El dinero, en conjugación con la distancia que permite falsear públicamente algún origen noble, hace posible la concreción de alianzas matrimoniales que dinamizan los estancados fondos de los poseedores del capital social. Tal y como insinúa Juan Gregorio, olvidar el origen rastá, exotizarlo o ennoblecerlo dependerá única y exclusivamente del empeño que el interesado ponga en ello. Aun cuando desigual, el intercambio aparece en la novela de manera directa; se completa de esa forma el círculo que el autor había comenzado a trazar varios años atrás.
PARÍS, HISPANOAMÉRICA Y LO GLOBAL
Teniendo en perspectiva el análisis desarrollado en las páginas anteriores, cabe preguntar ¿cómo se explica el cambio de la imagen del mundo en la producción tardía del novelista? ¿Qué antecedentes la respaldan? Para dar respuesta a estas interrogantes hay que pensar en el nuevo escenario de enunciación de las novelas y en los posibles efectos que este pudo tener sobre ellas. El París que habita Blest Gana hacia fines de siglo no era el mismo que había conocido durante su primera visita entre los años 1847 y 1851 (Silva Castro 31-33). La capital francesa, además de haber experimentado una profunda modernización en manos de George-Eugène Haussmann en tiempos del imperio de Napoleón III (1852-1870), había sido centro de numerosos eventos políticos que alteraron profundamente no solo la percepción del espacio de los locales, sino también las formas de vida de todos quienes la habitaban. David Harvey (2008) argumenta que durante aquellos años “[n]o era necesario abandonar París para sentir la conmoción de unas relaciones espaciales transformadas. Las geografías de la mente tenían que adaptarse y aprender a apreciar el mundo de variación geográfica y de ʻalteridadʼ que constituía ahora el nuevo espacio global de la actividad política y económica” (348). En otras palabras, la conjunción de procesos históricos modernos que tuvieron lugar en la ciudad hizo posible que París fuera percibida por locales y extranjeros como la capital del mundo mismo, revistiéndola de una particularidad hegemónica (Siskind 307) que la posicionó como un universal rotundo a nivel global. Pero más que ahondar en las múltiples valoraciones que se construyen alrededor de parís en la época –para ello existen valiosas investigaciones como la del propio Mariano Siskind, a quien he citado varias veces en este trabajo–, me interesa explorar una consecuencia puntual asociada al fenómeno descrito: la significación que posee París en tanto lugar central dentro del escenario global permite al Blest Gana tardío, quien en ningún caso podía mantenerse al margen de ello, observar su propia tierra –así como el resto de los lugares excluidos de la centralidad– como lo marginal. En ese sentido, el surgimiento de Hispanoamérica y del mundo en su horizonte literario tardío puede explicarse en gran medida por la perspectiva posibilitada por el nuevo escenario de enunciación.
En consonancia con lo anterior, es sumamente útil señalar algo que tal vez pueda parecer una obviedad, pero que no debe perderse de vista: el que París haya sido significada como el universal implica que todo lo que no es París se convierte en la otredad, incluyendo dentro de ello la diversidad étnica-racial y cultural. El novelista es consciente de ello y, de hecho, de las palabras de Juan Gregorio Canalejas y de las situaciones experimentadas por su madre, doña Quiteria –citadas en páginas previas– se desprende una lectura bastante crítica en torno a cómo se dio la apreciación de dicha otredad: ridiculizada y excluida, terminó transformándose para buena parte en motivo de vergüenza y rechazo. A propósito de la generalidad del problema, David Harvey señaló que “[l]a imaginación geográfica francesa estaba desde mucho tiempo atrás cargada de grandes dosis de contextualizaciones y racismo” (348); el uso común de categorías como salvajes y bárbaros (349) para nombrar al otro lo demuestra. Si bien ambos términos sirvieron para caracterizar a grupos humanos extranjeros en general, existen otros, como rastaquouère o rastacuero que pasaron a utilizarse casi como sinónimo de Hispanoamérica en Francia.
Al considerar el contexto, se hace evidente que el surgimiento mismo de la categoría de hispanoamericano en Blest Gana no es una cuestión casual. Si bien la regionalización de los sujetos fue una situación común por aquellos años, vinculada a una versatilidad pragmática que otorgaba visibilidad a los migrantes latinoamericanos en París (Rojas 248), creo que no es descabellado pensar que, frente a la homogeneización que revela la agrupación de todas las nacionalidades americanas hispanohablantes bajo la categoría rastacuero 8 , Blest Gana decidiese representarlos –y tal vez representarse– mediante el bosquejo de la región y sus sujetos en sus propios términos aglutinantes. Se trataría de una respuesta coherente con el proceso de autodescubrimiento como otredad, pero también de una suerte de paraguas frente a la latinidad que para el escritor era sumamente conflictiva:
El sentimentalismo latino había sustituido la antigua severidad de la educación española, por un régimen de exagerada tolerancia, en el que los muchachos llegan a dominar con sus caprichos la autoridad de sus padres. Entre las familias ricas… todo desmán de los hijos es una prueba de inteligente precocidad. La orgullosa persuasión de que los hijos serán ricos dispensa a los padres de asumir con energía el deber de darles una educación útil, de formarlos para las asperezas inevitables en la vida (Blest Gana, Gladys 102-103).
De ahí la preferencia por el prefijo hispano y la exclusión de lo latino que transversalmente demuestra el escritor al denominar a los sujetos cuyo origen es la América del Sur 9 . En cualquier caso, la discusión en torno a la nomenclatura con la cual el novelista se refiere al subcontinente es un tema extenso que da pie a un análisis particular que me desviaría de lo que aquí quiero discutir que es el nuevo imaginario del mundo. Por ahora, sirva decir que el despliegue de la categoría en los textos es el paso inicial hacia al mundo, pues pone en evidencia una problemática que Blest Gana ha madurado extensamente durante sus años en el extranjero, que es la jerarquía inamovible entre países centrales y periféricos, con todo lo que ello implica para los sujetos en términos prácticos.
En paralelo, y casi como si fuera planeado, el fin del receso escritural que se había extendido por más de dos décadas coincidió con la “más significativa de las transformaciones históricas ocurridas en América Latina desde los tiempos de la conquista” (Rojo 44) es decir, con el proceso en el que “el modo de producción capitalista se convierte en dominante” (Rojo 45). Imposible imaginar que el ojo atento del exdiplomático no captase cómo su tierra se incorporaba ya de forma definitiva al escenario del mundo. A mi juicio, y esto es solo una presunción, la representación de un Chile mucho más abierto –ocurre que en las novelas tardías nacionales el espacio público aparece con mucha más frecuencia que en sus antecesoras– y en contacto con sus vecinos se perfila como un buen ejemplo de la lectura contextualizada en torno al devenir regional.
Se trata, en síntesis, de un cúmulo de experiencias que definieron el surgimiento de lo global como característica inherente al mundo: el traslado de Blest Gana y su periplo por los países del norte; la incorporación de Latinoamérica al sistema de producción dominante; la aceleración de los procesos modernizadores en Europa, así como también en países periféricos como los nuestros, ejemplifican muy bien la conformación de un entramado de experiencias disímiles y profundas que convergen para el autor en un momento y punto geográfico específicos. En mi opinión es esto lo que hace más llamativo el proceso escritural y su producto final: el novelista modifica su tradicional lugar de lectura y ello parece precipitar el avance del mundo hacia él. Cambia, a su vez, el escenario de enunciación, alterando con ello la cotidianeidad que había convertido en la base de sus cuadros de costumbres. Con todo, consigue adaptarse a las nuevas circunstancias y las elabora con las herramientas que tradicionalmente ha utilizado para tales efectos, intentando, tal vez ingenuamente, demostrar que su relación con el lugar que ha abandonado, Chile, se mantiene, pese a todo, intacta. Sin embargo, como podrá deducirse, no existe modo alguno de ingresar a ese presente caótico y salir incólume de él; lo inasible de esta nueva experiencia dificulta su procesamiento al tiempo que complejiza cualquier intento de búsqueda de su sentido.
Algo en lo que aún no he reparado es en la transversalidad que tiene la homologación de mundo a Occidente en la trayectoria del autor. La persistencia de esta concepción pone de manifiesto uno de los puntos ciegos de la lectura que el autor hace la globalidad. Como podrá inferirse, la cuestión es una problemática a gran escala, y a propósito de ello Mariano Siskind señala que:
La construcción discursiva del mundo como totalidad global de derechos y normas morales es una operación evidentemente ideológica, que consiste en la naturalización de la universalidad de la razón cuando, de hecho, esa universalidad es el resultado de la universalización hegemónica de la particularidad cultural de los valores e instituciones de la modernidad europea (45).
De estas palabras podría deducirse sin error que la postura adoptada por Blest Gana ya en sus primeros pasos como novelista no hace más que afianzarse durante sus años de permanencia en París. El correlato histórico del planteamiento teórico que recoge Siskind proporciona un piso concreto a esta hipótesis: más allá de la mirada exotista hacia Oriente que estuvo en boga hacia comienzos del siglo pasado, cuestión que por lo demás no es ajena a la lógica racista imperante, lo cierto es que, durante gran parte del siglo XIX un grupo importante y visible de la sociedad francesa defendió –y difundió– la idea de que su cultura nacional era, en efecto, una medida válida para juzgar el nivel de civilidad de otros pueblos. Edward Said (2016) describe este fenómeno argumentando: “Para los grupos de presión y lo que hoy llamamos publicistas –desde novelistas y agitadores nacionalistas a filósofos y mandarines intelectuales– el imperio francés aparecía conectado de modo único con la identidad nacional francesa, con su brillo, energía civilizadora y especial desarrollo geográfico, social e histórico” (Cultura 271). Esta cuestión cobra aún más sentido si se piensa en la nostalgia por los tiempos imperiales que domina a la alicaída aristocracia francesa representada en Los trasplantados. La autoimagen cultivada y proyectada es, de esta manera, un refuerzo del pensamiento que sostuvo que la cualidad de ser civilizado era un atributo que devenía directa y exclusivamente de la occidentalidad europea, aquí francesa. Esta perspectiva, a su vez, alimentó la idea de que todo lo que fuese distante y diferente de las manifestaciones propias de ese centro podía ser catalogado bajo dos etiquetas: bárbaro o exótico. La representación del rastacuero intentando tapar con grandes donaciones y llamativos atuendos sus orígenes sudamericanos es una prueba elocuente de ello.
Tras largas décadas establecido en París, es coherente pensar que algo de ese ánimo universalista francés exacerbado pudo penetrar en la producción tardía del novelista. Evidentemente, no se trata de una reproducción exacta pues, como dije, el chileno se muestra crítico de la influencia que tuvo la latinidad, entendida como expresión cultural dominante en la época, sobre los pueblos de América del Sur. Sospecho, en todo caso, que la cuestión del mundo entendido como Occidente es para Blest Gana un problema cuyo origen se encuentra sobredeterminado. Por un lado, tal y como he consignado, no puede descartarse que su lectura responda, en parte, a la ignorancia a propósito de territorios, personas y culturas distintas de las europeas o americanas; si se piensa, ese es el mismo camino que tomó al descartar al Chile que le era contemporáneo a su narrativa tardía: elude su representación pues no lo conoce y opta por el pasado, en tanto terreno asequible experiencial o biobliográficamente. Quedaría entonces la compleja tarea de dilucidar si esta ignorancia es deliberada –vale decir, concluyó que no valía la pena ocuparse de otras naciones periféricas africanas o asiáticas, por ejemplo– o casual –los poderosos imaginarios occidentales hegemonizan completamente los intereses del escritor–. Sea como sea, es probable que ambas hayan coexistido y, más aún, se hayan alimentado entre sí.
Por otro lado, deduzco que se relaciona con la expresión de la afinidad que siente con un legado cultural –del cual, a su juicio, los países americanos son herederos– percibido como universal y que en ese momento se encarna en el acontecer parisino. Existe una crónica de Benjamín Vicuña Subercaseaux (1905) en el que esto surge con claridad:
Hay un encanto poderoso en recorrer París al lado de don Alberto Blest. Su memoria prodigiosa conserva la visión de esa ciudad fantástica que arrasaron los comunistas en 1871. Ese París, ha sido construido, en riqueza y grandiosidad, pero sobre el mismo molde de gracia romántica que caracterizó esa hermosa época de decadencia. Así de Orleans en el Quay d’ Orsay, no es comparable al palacio de la Corte de Cuentas que ahí existía y que los comunistas incendiaron; ese palacio, entre cuyas ruinas, largo tiempo abandonada, creció ese bosque de árboles y flores, en el cual Daudet colocó una de las escenas de su “Inmortal”… Pero ese París que dejó tantos recuerdos… ya no existe (521-523).
Aun cuando el escritor no alcanzó a vivir más que unos días en el París del Segundo Imperio y sus recuerdos se remiten con certeza a la imagen de la ciudad durante la primera mitad del XIX, relata al cronista la nostalgia que le produce la destrucción de esa ciudad “arrasada por los comunistas”. Y aunque critica constantemente a los afrancesados, el párrafo transmite un sentir en el que la ruptura de esa tradición parece propia: lo que pierde París, referente universal, lo pierden también todos los herederos de esa occidentalidad ancestral que habitan la tierra 10 . Nada extraño en estas apreciaciones si se considera que el siglo XIX es, para cualquier efecto, el siglo de Occidente (Said, Cultura 41) en la historia moderna: en 1800 las potencias europeas controlaban el 35% del mundo; más tarde, hacia 1878, habían logrado apoderarse y explotar el 67% de la superficie terrestre, mientras que en 1914 Europa ya se habían hecho del 85% de la tierra en forma de colonias, dominios y otros (Cultura 41). El imperialismo, que es el fenómeno que subyace a esta ocupación de extensos territorios en el mundo, funcionó bajo la premisa del control de soberanías de otras sociedades, es cierto, pero tal y como señala Said tal vez la dimensión más persistente de esta práctica es la cultural. Su carácter ideológico es nada más y nada menos que la plataforma sobre la cual se tejió la consistencia y perdurabilidad de su poder (Cultura 43-44). Las formas que adquiere la variable cultural son múltiples y con diversos alcances, no obstante, el mensaje de base es el mismo en cada una de ellas: Europa es el universal al que se debe aspirar, por tanto, su presencia e intervención era, además de necesaria, deseable. En ese marco, la posibilidad de que Blest Gana asumiese como propio ese legado cobra bastante lógica.
BLEST GANA EN EL MUNDO Y EL MUNDO EN BLEST GANA
La exploración en torno a una nueva imagen del mundo, presente en distintos niveles de representación, pone de manifiesto una de las muchas transformaciones que tienen lugar en las novelas escritas y publicadas en París por Blest Gana. Tal y como dije en las páginas iniciales, el presente trabajo ofrece solo una primera aproximación a un tema que es atingente a los estudios literarios contemporáneos, pero más relevante aún es que hace visible un nuevo horizonte, escasamente explorado, en torno a la novelística del autor.
La lectura de las cuatro piezas seleccionadas en contraste con el corpus restante hace evidente dos imaginarios profundamente disímiles que se explican a la luz de sus respectivos contextos. Al poner ambas construcciones –la temprana y la tardía– frente a frente, no debe perderse de vista que mientras la primera revela problemas y creencias comunes, homogeneización de caracteres y espacios que se repliegan en sí mismos, la segunda expone las diferencias culturales y materiales entre europeos y sudamericanos, al tiempo que proyecta una imagen crítica sobre del escenario global desigual de su época.
Por otra parte, la alternancia entre lo nacional y lo regional que caracteriza la composición de esta etapa permite ver un arco en el que los procesos locales, regionales y mundiales se conectan en una continuidad historiográfica que exhibe, tal vez como nunca antes, la dimensión política de los textos.
Hacia el comienzo de este trabajo cité a Blest Gana señalando que su lector ideal era el público hispanoamericano (Epistolario, tomo II, 949). Hay en este comentario una coincidencia que no puedo pasar por alto. Me refiero a que conforme crece el universo representado crece también el universo de sujetos a los que puede llegar con su narrativa: de la escritura para los chilenos pasa a la escritura para los hispanoamericanos. La situación ha sido meditada por el autor y aunque la reflexión en torno a Latinoamérica y a los suyos aparece de forma explícita solo en dos de las cuatro novelas, lo cierto es que la plataforma de difusión que implica su trato con Garnier Hermanos le proporciona una vitrina de exposición distinta a la que tuvieron sus textos publicados previamente en imprentas y casas editoriales nacionales. Con esto quiero plantear que el imaginario del mundo cobra para el escritor múltiples y complejas dimensiones: ya no se trata solo de ver a su región desde la capital de la modernidad, o de la interconexión entre países, sino también de que su contacto con ese centro que es París le proporciona vínculos que se materializan y adquieren formas concretas –la difusión del objeto libro es con certeza la más relevante en su caso– mediante las cuales pudo, virtualmente, ingresar a otros mercados y darse a conocer en otras latitudes.
Ahora bien, el ingreso al mundo no debe ser interpretado como sinónimo de éxito. Luego de no registrar publicaciones por casi treinta años, y con algunos rechazos a cuesta tras haber retomado su actividad literaria, es lógico que el lugar que anteriormente había ocupado dentro del campo cultural chileno le fuese arrebatado por otros. Dicho esto, y a pesar de no contar con información específica sobre el número de copias que Garnier publicó o vendió de cada uno de los textos, la diferencia se vuelve evidente: partiendo por el valor inmediato que se da en Latinoamérica a los objetos franceses y pasando por la figuración posterior, sostenida e internacional de los textos en los catálogos de la editorial, se puede afirmar con propiedad que la nueva relación entre Blest Gana y el mundo ha mutado indefectiblemente. Solo por mencionar un ejemplo, todavía hoy la Biblioteca Nacional de Francia conserva primeras ediciones de las cuatro novelas tardías a disposición del público, y lo mismo ocurre en otros archivos franceses. En otras palabras, el novelista chileno no solo ha incorporado el mundo en su literatura, sino que, sin querer tal vez, se hizo de una vía que le permitió llevar su literatura al mundo.
Resumen:
[INTRODUCCIÓN]
NUEVAS LECTURAS DEL MUNDO EN EL CORPUS TARDÍO
EL MUNDO: ANTES Y DESPUÉS
PARÍS, HISPANOAMÉRICA Y LO GLOBAL
BLEST GANA EN EL MUNDO Y EL MUNDO EN BLEST GANA