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July 2019 in Ultima década
Estrategias de inserción laboral y capital social. Un estudio sobre jóvenes de clases populares en Córdoba, Argentina
Resumen
Este artículo analiza la configuración del capital social en las estrategias laborales de jóvenes de clases populares, tomando como base dos estudios realizados en Córdoba, Argentina, y combinando abordajes cuantitativos y cualitativos. Explicitamos primero nuestra manera de considerar el «capital social» y su funcionamiento en el mundo popular, luego caracterizamos las «clases populares» en el espacio social cordobés, para explicitar diferentes formas de capital social vinculados a las estrategias laborales: endógeno, en redes entre pares y hacia el interior de un barrio; exógeno, en redes construidas con agentes de otras posiciones de clase y hacia afuera del barrio; y capital social negativo, asociado a la inclusión en ciertos círculos de sociabilidad.
1. Introducción
Este artículo analiza la configuración del capital social en las estrategias laborales de jóvenes de clases populares, poniendo en cuestión el abordaje dominante en la temática, históricamente enfocado en el capital cultural como componente fundamental para el «éxito» en las inserciones laborales. En efecto, desde perspectivas muy diversas, el acento en el diagnóstico sobre las problemáticas de empleo juvenil ha sido puesto en la dimensión de los «saberes»: si los análisis más críticos han señalado el carácter depreciado del capital cultural de los jóvenes de clases populares (Martín Criado, 1998; Aimetta y Santa María, 2007), las perspectivas más afines a los organismos internacionales han hecho hincapié en las carencias en términos de capital humano, capacitación técnica, titulaciones o certificaciones escolares, habilidades socioemocionales y hábitos para el trabajo (Jacinto, 2008; Salvia, 2013). Con este artículo, buscamos desplazarnos de esa mirada para mostrar el aporte de las redes de sociabilidad transformadas en recursos de poder en el devenir de las trayectorias laborales de estos jóvenes.
Partimos de dos supuestos: el primero consiste en que el capital social funciona como el capital dominante en la definición de las estrategias laborales de los jóvenes de clases populares, en una dinámica dialéctica de arreglo objetivo entre unas apuestas de búsqueda, resultado de la disponibilidad de capitales y de las disposiciones prácticas de los agentes, por un lado, y los mecanismos de selección laboral que definen el acceso a distintos y desiguales segmentos del mercado de trabajo -en tanto instrumento de reproducción social-, por otro1. El segundo supuesto estriba en que, sin detrimento de la regularidad sociológica que permite afirmar el primero, encontramos hacia adentro del mundo popular una heterogeneidad constitutiva que permite hablar de diferentes configuraciones del capital social en relación con el patrimonio global de las familias de los jóvenes y con el espectro estratégico que ofrece a la inserción y la construcción de su estima simbólica en referencia al trabajo.
Los análisis de este texto se fundan, en términos más generales, en un conjunto de investigaciones en las que hemos puesto en juego la relación entre las formas del capital social y las situaciones de pobreza, que mencionaremos en el próximo apartado. En términos más específicos, nos basamos en dos estudios articulados, que fueron realizados en la ciudad de Córdoba, Argentina, entre 2012 y 2015. El primero, «Estrategias de reproducción social en familias cordobesas y sus dinámicas recientes», de carácter colectivo, combinó una dimensión cuantitativa (a través de un procesamiento estadístico de la Encuesta Permanente de Hogares -EPH- para el Gran Córdoba, utilizando simultáneamente análisis de correspondencias múltiples -ACM- y de clasificación jerárquica ascendente -CJA-, complementado con fuentes secundarias) y una cualitativa (43 entrevistas en profundidad a referentes familiares representativos del perfil estadístico de cada clase y fracción de clase, observaciones e historias de vida), y proveyó información detallada sobre la configuración de la desigualdad social entre familias que ocupan distintas posiciones en el espacio social. El segundo, inserto en el marco de este estudio colectivo, se titula «La “cultura del trabajo”: sentidos, clasificaciones y distinciones en torno al trabajo entre jóvenes de clases populares en Córdoba» y es resultado de la investigación para una tesis del Doctorado en Ciencias Antropológicas. Se realizó un extenso trabajo de campo que involucró 82 entrevistas en profundidad a jóvenes beneficiarios del «Programa Jóvenes con Más y Mejor Trabajo» (PJMYMT, un programa de empleo del Estado nacional argentino) y a diversos agentes en el círculo relacional de esta política (docentes, capacitadores, agentes de recursos humanos y operadores de la implementación del programa), junto a registros etnográficos y análisis documental, en un barrio popular del sur de esa ciudad. Todas las entrevistas fueron procesadas con asistencia de ATLAS.ti, con el objetivo de reconstruir trayectorias y estrategias laborales.
A partir del conjunto de estos materiales, hemos accedido a una perspectiva global de las estrategias de reproducción social en el espacio de las clases sociales de Córdoba, a la vez que a trayectorias, estrategias y momentos de interacción en relación con la vida laboral de los jóvenes del mundo popular. En esta diversidad de materiales reside la perspectiva sociológica total que asumimos para este estudio (Beaud y Pialoux, 2015).
El texto se organiza en cinco apartados. En el primero explicitamos nuestra manera de considerar el «capital social» y el modo en el que este concepto funciona en la movilización de estrategias laborales en el mundo popular. En el segundo proveemos elementos de caracterización relacional de lo que llamamos «clases populares» en el espacio social cordobés, en orden a ubicar la problemática del artículo en la estructura social que analizamos. En el tercero caracterizamos la manera en la que aparecen las redes construidas entre pares y hacia adentro de un barrio popular en las estrategias de estos jóvenes. En el cuarto describimos el formato que asumen las redes construidas con agentes de otras posiciones de clase y hacia afuera del barrio. En el quinto proponemos un análisis sobre el carácter valorativamente negativo que conlleva la inclusión en ciertos círculos de sociabilidad en el barrio, y su impacto en inserciones laborales truncas para, finalmente, proponer nuestras conclusiones2.
2. El concepto de capital social y su funcionamiento en el mundo popular y las estrategias laborales de los jóvenes
Son numerosos los trabajos que reconstruyen los diferentes aspectos implicados en la noción de capital social, su historia y los debates que se han generado desde distintas perspectivas analíticas (Woolcock y Narayan, 2000; Arriagada, 2003; Dávila León y Honores, 2003; Millán y Gordon, 2004; Hintze, 2004; Martín Criado, 2012; Huerta Wong, 2017). Asumiendo la distinción de Hintze (2004) entre autores que sostienen una perspectiva «estructural» del capital social, como Coleman y Bourdieu, frente a los que asumen una mirada «disposicional o cultural», como Putman o Fukuyama» (Hintze, 2004: 150), señalemos, sin embargo, que las propuestas de los dos primeros autores son muy diferentes, en la medida en que remiten a dos teorías de la acción contrapuestas: el individualismo metodológico en el caso de Coleman, el estructuralismo constructivista en el de Bourdieu.
En efecto, tanto Coleman (1990) como Bourdieu (1980) asocian las nociones de red y de capital social, y, con ello, quedan ligadas más bien a la «estructura» que a la «subjetividad». Ahora bien, mientras Coleman sostiene un enfoque interaccionista (las redes se explican a través de las interacciones concretas y reales entre individuos), sustancialista (el capital, en definitiva es una cosa) e independiente de toda idea de poder y dominación, Bourdieu, sin descuidar el nivel de las prácticas concretas y de las interacciones, privilegia el análisis de las estructuras que les dan fundamento, asume un enfoque relacional (como en Marx, el capital, antes que una cosa, es una relación social) y considera a las distintas especies de capital como diferentes formas de poder que se distribuyen desigualmente en los distintos campos, generando con ello estructuras de posiciones de dominación-dependencia (Baranger, 2000; Gutiérrez, 2008). Ahora bien, precisamente por estar asociado a la noción de red, el capital social de Bourdieu es relacional también en otro aspecto: se refiere a relaciones sociales entre agentes que interactúan. Esta cualidad del concepto y el enfoque estructuralista en el que se inserta es lo que le permite sostener a Baranger que el capital social viene, así, a ser relacional por partida doble (Baranger, 2000)3.
De inspiración bourdieusiana, y definido como el conjunto de recursos actuales o potenciales, ligado a una red de relaciones duraderas y que pueden ser movilizados por agentes individuales o colectivos, el «capital social» que proponemos aquí se opone también a la visión normativa y voluntarista que lo conceptualiza como modelo ideal de organización social en la cual sus miembros actúan solidariamente, «con el fin de aumentar su resiliencia y su capacidad colectiva de emprender proyectos» (Durston, 2002: 44). Sostenemos que, como cualquier otra especie de capital, el capital social genera interés por su acumulación, exige inversiones permanentes, puede reconvertirse en otras especies y se distribuye desigualmente, en el marco de relaciones de poder y de conflicto. En ese sentido, se opone a todas aquellas miradas, que, con matices, analizan la vida social en términos consensuales, centrando la atención en la sinergia que se desarrolla entre la institucionalidad del capital social y el Estado (Evans, 1997; Putnam, 2000), en los compromisos personales de los funcionarios con la comunidad local (Tendler, 1997), en la confianza de los miembros de una sociedad (Fukuyama, 2000; Dávila León y Honores, 2003), en la confianza, la reciprocidad y la cooperación como elementos constitutivos del capital social (Putnam, 2000), o, más recientemente, en la confianza y su papel en la pertenencia a asociaciones, la participación y el sentido de la eficacia social (Huerta Wong, 2017).
El capital social, tal como lo proponemos, constituye una herramienta analítica fundamental para dar cuenta de la reproducción social del mundo popular. En primer lugar, es uno de los principales tipos de recursos que utilizan las familias de las clases populares en sus estrategias de reproducción social. En efecto, desde los clásicos trabajos de Larissa Lomnitz en una barriada mexicana, se ha destacado la importancia de los recursos sociales y la conformación de diferentes tipos de redes que se construyen como mecanismos alternativos y complementarios para hacer frente a los desafíos de la vida cotidiana de esos sectores (Lomnitz, 1978 y 1979; Kessler, 1998; Auyero 2001 y 2004; ; Gutiérrez, 2004, 2005, 2008 y 2013).
En segundo lugar, al ser una de las especies de capital, constituye una de las propiedades que posicionan a las familias en el espacio social global, cuya totalidad conforma lo que Bourdieu llama «volumen y estructura del capital», principio de definición de posiciones en ese espacio y, con ello, de construcción de las clases sociales (Bourdieu, 1990). Nos encontramos así con un instrumento analítico que, por un lado, permite definir márgenes de acción para agentes individuales o colectivos (familias, organizaciones) que viven en diferentes condiciones objetivas y que, por otro, nos recuerda la dinámica de la reproducción de las clases en su conjunto: reproducción simultánea pues, de la pobreza y de la no-pobreza (y de la riqueza), de las clases populares y de las dominantes.
Por último, constituye una herramienta fundamental para reconstruir distintos tipos de redes sociales que conforman estos grupos familiares al desplegar sus estrategias de reproducción. Así, en el mundo popular, consideramos tanto a aquellas redes que enlazan a las familias entre sí, cuanto a las que las vinculan con agentes e instituciones que ocupan posiciones diferentes en el espacio social, como hemos mostrado detalladamente en otro lugar (Gutiérrez, 2004).
De esta manera, en el marco de las estrategias laborales de jóvenes de clases populares, hemos observado cómo las trayectorias comienzan con frecuencia con decisiones paternales (son «mandados» a trabajar) y con la movilización de vínculos familiares y vecinales: cuando no son empleados directamente por adultos de sus propios núcleos familiares, lo son por amigos de los padres o tíos, por contactos o conocidos del barrio (Gutiérrez y Assusa, 2015; Assusa, 2017). Fundamentalmente al inicio de estas trayectorias, las redes personalizadas tienden a primar (Martín Criado, 1998; Pérez Islas y Urteaga, 2001).
El patrimonio de las familias de clases populares está caracterizado por una desposesión global de capital económico (ingresos monetarios escasos, mayormente inestables y fluctuantes) y de capital cultural institucionalizado (carencia de credenciales escolares)4. En este marco, el capital social funciona como un recurso de rendimiento diferencial de esos otros capitales, aunque no por ello suple en términos absolutos su carencia ni constituye en todos los casos una garantía de «éxito» en las inserciones laborales (Gutiérrez, 2004). En este sentido, en el ámbito de la industria automotriz -también en otras ramas industriales y empresas estatales-, los mecanismos de ingreso por vía de recomendación familiar son moneda corriente, pero -como hemos registrado en nuestro trabajo de campo- la falta de un título escolar de nivel medio puede anular la posibilidad de inserción que habilitaba el contacto familiar (Perelman y Vargas, 2013).
En estas circunstancias, entendemos que el capital social, su movilización y actualización resultan determinantes para la obtención de empleos (Gutiérrez, 2004; Roberti, 2016) y exigen plantear un abordaje articulado y global, que tenga en cuenta la totalidad de los recursos familiares disponibles y las disposiciones prácticas incorporadas. La configuración que este capital social va tomando en cada uno de los sistemas de estrategias familiares (Gutiérrez, 2004; Eguía y Ortale, 2007) habilita campos de acción e inserción diferenciales, como así también articulaciones y alcances desiguales para las estrategias laborales de los jóvenes (Aimetta y Santa María, 2007).
3. Coordenadas estructurales del mundo popular
En el marco de la investigación colectiva mencionada más arriba, reconstruimos el espacio social cordobés, proceso que permite caracterizar las propiedades objetivas del mundo popular y su relación con la estructura global. Para ello, consideramos el espacio social en el sentido de Bourdieu (1990), como una construcción teórica («en el papel»), una herramienta analítica que, tomando en cuenta simultáneamente un conjunto de variables relativas a recursos económicos y culturales y apelando a métodos específicos, nos permitió caracterizar las diferentes posiciones (y sus relaciones) de nuestras unidades de análisis (familias), e identificar en él clases y fracciones de clase. Procediendo de este modo, no tratamos de dar cuenta de clases sociales predefinidas, sino que intentamos reconstruir el sistema de relaciones que conforman para identificar en él a conjuntos de agentes que ocupan posiciones semejantes, con condiciones de existencia homogéneas.
Asociando un análisis de correspondencias múltiples (ACM)5 con el método de clasificación jerárquica ascendente (CJA), construimos el espacio social cordobés e identificamos cuatro grandes clases con sus respectivas fracciones (Gutiérrez y Mansilla, 2015). Teniendo en cuenta la estructura correspondiente al tercer trimestre de 2011, seleccionamos jóvenes pertenecientes al mundo popular, es decir, posicionados en la región dominada del espacio social (clase 1/4 y clase 2/4). Pertenecen a grupos familiares que constituyen alrededor del 55% de las familias cordobesas6 y presentan condiciones de existencia que se caracterizan por su bajo volumen global de capital, con una estructura patrimonial asociada a bajos ingresos, aunque con ciertas diferencias. Las posiciones más bajas (clase 1/4) se caracterizan por presentar ingreso per cápita familiar (IPCF), ingreso total del referente de hogar (RH), ingreso por ocupación principal del RH e ingreso total familiar ubicados en el 1° decil. En lo que respecta a la ocupación de su RH, se asocian a la ausencia de calificación laboral, a servicio doméstico, a actividades por cuenta propia y ligadas a la construcción, con cierta precariedad en el empleo: escasa antigüedad laboral, trabajo desarrollado en pequeños establecimientos, del ámbito privado o como trabajador autónomo y sin cobertura médica. El capital escolar del RH va de nivel primario incompleto al primario completo. Respecto a las características de hogares y viviendas de esta clase, observamos una asociación a RH femeninos, de edad mayor, con problemas de hacinamiento y condición de «ocupante» de la vivienda como régimen de tenencia. Por último, podemos señalar que esta clase de familias se asocia a la recepción de subsidios y ayuda material.
Conformando un 35% de casos, las familias pertenecientes a la clase 2/4 poseen una estructura patrimonial asociada principalmente a un IPCF que va del 3° al 5° decil. Aunque los ingresos del RH, tanto por su ocupación principal como por sus ingresos totales, se ubican en deciles más altos, el elevado número de miembros del hogar tiende a disminuir su IPCF. Estos grupos familiares presentan RH asociados principalmente a calificaciones laborales operativas, a la industria, y con niveles de instrucción ubicados en los estudios secundarios incompletos. A estas características se suman otras con un menor grado de asociación, que vinculan a estos referentes con el cuentapropismo y la construcción.
En definitiva, si bien están todas marcadas por un volumen de capital cultural y económico relativamente bajo (IPCF entre los primeros deciles y un RH que no supera el nivel medio incompleto de educación formal), las familias que pertenecen al mundo popular presentan una serie de heterogeneidades en su interior, por los diferentes volúmenes de patrimonio que poseen, por el género de su RH y por el tamaño y la composición del hogar. Con esta reconstrucción del espacio social como marco, emprendimos la etapa de investigación de corte cualitativo, que asumió las características que detallamos en la introducción de este artículo.
A partir de las condiciones objetivas y asumiendo sus heterogeneidades, en los próximos apartados reconstruiremos una serie de estrategias de inserción laboral de jóvenes de clases populares que se articulan en el sistema de estrategias de sus respectivas familias y que tienen en el capital social un eje de lectura fundamental.
4. Capital social endógeno: reciprocidad entre pares
Muchos jóvenes varones de clases populares comienzan con más intensidad sus trayectorias laborales a partir de un juego de reemplazos funcionales hacia adentro de sus familias: cuando los padres se ven inhabilitados o incapacitados para seguir trabajando por la sobreexposición prolongada en ocupaciones insalubres, los hijos mayores cargan con la responsabilidad de «hacerse cargo» y sostener una división sexual del trabajo (productivo y reproductivo) que muy frecuentemente defienden de modo abierto («a nosotros nos gusta que las mujeres se queden en la casa»).
En esos casos, casi siempre la primera opción de búsqueda activa redes familiares o vecinales: tíos, vecinos y amigos, muy frecuentemente vinculados a la rama de la construcción (para las mujeres al empleo doméstico), son contactados para «pedir trabajo», cuando no son ellos los que se presentan en los hogares para pedir llevarse a alguno de los hijos a trabajar con ellos.
Así, suelen sucederse períodos de ocupación inestable, desempleos de corta duración, nuevas búsquedas y nuevas activaciones de las mismas redes de contactos. Los contactos con familiares o antiguos empleadores se traman siempre con arreglos basados en la lógica del don y contradon: la consecución de nuevos puestos está asociada muchas veces a aceptar condiciones desfavorables, como renunciar «voluntariamente» para no cobrar viejas indemnizaciones, aceptar estar más tiempo «parado» hasta que surjan nuevos proyectos para el empleador, o aceptar pagos por debajo de lo acordado o directamente períodos de trabajo gratuito.
Es recurrente, por todo ello, el hallazgo de métodos de búsqueda laboral basada en la ayuda recíproca entre jóvenes. En estos lazos, el estigma de «vagancia» que pesa sobre aquellos jóvenes que escenifican con menos entusiasmo su disposición al trabajo duro parece influir en menor medida que la evaluación de conductas y estéticas de «cachivache». Entre pares que recomiendan para un empleo parece preocupar mucho más la apariencia de «buen chico» y la inspiración de confianza que la simbolización de las actitudes de compromiso con el trabajo, el ascetismo y la mentada ética laboral del protestantismo (Weber, 1969; Bauman, 1999; Sennett, 2000). El mayor de los controles y las vigilancias se ejercen sobre la conducta disciplinar propia y de amigos, a través de una serie de estrategias que buscan la evitación de ser etiquetado como «choro»7 o «peligroso». Si bien su desempeño estrictamente laboral suele medirse y criticarse, la mayor preocupación respecto de estos jóvenes está orientada a su conducta disciplinar: todo comportamiento que pueda ser asociado a la peligrosidad o al consumo de sustancias es inmediatamente rechazado, incluso dando por terminadas relaciones comerciales o laborales.
Esta preocupación aparece, por ejemplo, en los relatos de conflictos, peleas, enfrentamientos y amenazas de violencia física en los espacios de trabajo, llamativamente recurrentes en sus trayectorias. Incluso cuando se llega a enfrentamientos abiertos, emerge un fuerte cuidado de definición y clasificación de situaciones en las que se vuelve «válido» evidenciar los conflictos y ejercer violencia: afuera de la empresa y no adentro, terminado el trabajo y no durante el horario laboral, etc.
De alguna manera estas (auto)regulaciones ponen de manifiesto el valor fundamental de las potenciales recomendaciones para conseguir futuros empleos (Perelman y Vargas, 2013), y también para sostener emprendimientos por cuenta propia que requieren de una clientela que se genera fundamentalmente en redes de recomendación personalizada (distintos tipos de oficios, DJs para «fiestas», prestadores de servicios de estética, docentes de danza, etc.).
En general, el ingreso por vía de redes desactiva cualquier posibilidad de conflicto ante los frecuentes incumplimientos de parte de los patrones, contratistas, empleadores o familiares que los convocan. En este sentido, las redes de recomendación recíproca revisten un carácter dual: son a la vez fuertes habilitantes para la resolución de problemas de inserción en los segmentos más descalificados del mercado de trabajo, y fuertes limitantes en el margen de acción de los jóvenes en sus espacios de trabajo (en relación con reclamos, demandas, etc.).
Uno de los jóvenes entrevistados, por ejemplo, fue despedido de la empresa de servicios de limpieza en la que trabajaba y los patrones le quedaron adeudando la paga semanal. Como su hermana aún estaba empleada en la compañía, el joven tuvo miedo no solo de iniciar acciones legales, sino incluso de concurrir al lugar de trabajo a reclamar luego de ser despedido: el empleo de su hermana era el sostén principal de toda su familia, incluyendo al mismo joven y a su madre, que ya no podía trabajar8.
Las estrategias de inserción laboral en las que estos jóvenes movilizan capital social configuran redes de ayuda mutua basadas en relaciones de parentesco, vecindad o amistad, con expectativas de intercambios recíprocos, indisolublemente materiales y simbólicos (Bourdieu, 1980; Wolf, 1999; Lomnitz, 1978; Vargas, 2005; Perelman y Vargas, 2013). Estos vínculos son puestos en juego, reforzados y producidos por actos sociales de institución, es decir, como trabajo de instauración y mantenimiento de unas relaciones depositarias de obligaciones durables y producto de un trabajo de sociabilidad (Bourdieu, 1980).
De hecho, aun cuando algunos de estos jóvenes afirmen sobre sus pares que son «vagos» -teniendo en cuenta el tremendo peso descalificativo de esta figura (Otero, 2010)-, estos no quedan plenamente excluidos de sus convocatorias para participar de «changas»9. El criterio demarcatorio reside mucho más en cuestiones de «conducta» que en actitudes de «proactividad» (aun cuando estas últimas nunca desaparezcan totalmente como factor de selección). Probablemente, los bajos niveles en las remuneraciones vuelven tolerables los bajos rendimientos de algunos de los jóvenes empleados como ayudantes en la construcción, en empresas de limpieza y otras ocupaciones informales. Sin embargo, conductas y signos que simbolicen «peligrosidad» (de tipo delictual, «revoltosa», «rebelde», etc.) son particularmente efectivos para activar sensibilidades de encargados y patrones, adeptos a códigos de interacción formateados muchas veces por las normas de etiqueta del empleo formal y el sector económico de servicios (Bourgois, 2010).
La recomendación (Perelman y Vargas, 2013), la confianza (Vargas, 2005) o el enchufe (Martín Criado, 1998 y 1999) como modalidades de inserción laboral, constituyen apuestas para todos los involucrados: vuelven al «recomendado» un objeto de evaluación y escrutinio permanentes («a prueba»), al mismo tiempo que ponen en riesgo el propio prestigio de quien recomienda hacia el interior de la empresa o con su cartera de clientes -en el caso de los trabajadores autónomos-. Para que el joven del que habláramos ingresara en la empresa de limpieza, su hermana hizo «pesar» su «amistad» con uno de los encargados, mientras que negociaba con otro de los cuadros intermedios de la empresa «haciéndose la amiga». Tal como pone de manifiesto la resolución del conflicto por el despido (junto con otras narraciones de los jóvenes), la recomendación como forma personalizada de capital social (Lomnitz, 1978; Gutiérrez, 2004; Pérez Islas y Urteaga, 2001) no solo es una práctica que viabiliza accesos e ingresos laborales -rentabilizando o reemplazando otros recursos técnicos, culturales o económicos de los jóvenes-, sino que, simultáneamente, apuesta, invierte y pone en juego el capital social individual y familiar acumulado y, en algunos casos, la fuente primordial de ingresos económicos familiares. El ingreso por recomendación implica, muchas veces, un compromiso (Perelman y Vargas, 2013) del recomendado y de quien recomienda, entre ellos y con la empresa o los clientes: vínculo basado en la deuda, en el tiempo desplazado del intercambio y en su asimetría (Mauss, 2009; Bourdieu, 2011). Como ya adelantamos, esta condición limita las posibilidades de llevar adelante reclamos e involucrarse por ello en conflictos (Vargas, 2005) por situaciones que los mismos jóvenes consideran injustas en la relación laboral o en su ruptura.
Tal como sostiene Bourdieu (1980), el volumen del capital social de los agentes está determinado tanto por la extensión de la red de «contactos» como por el volumen de capital de los involucrados en dicha red. Los intercambios sucedidos en este tipo de vínculos (entre pares, que comparten condiciones de vida semejantes) se manifiestan como estables, aunque habilitan en general, salvo por el caso de familiares con empleo en industrias, inserciones que reproducen la asociación de estos jóvenes con el segmento más precario e informal del mercado de trabajo.
5. Capital social exógeno: relaciones de reciprocidad asimétrica
Por fuera de las trayectorias más regulares en los barrios populares, orientadas a empleos profundamente precarizados y en círculos de sociabilidad restringida, encontramos un conjunto de estrategias que salen de los trayectos modales a partir de giros situacionales diversos.
En algunos casos el vínculo con grupos de militancia universitaria, en otros el acceso a consumos culturales «alternativos» y a los espacios de sociabilidad asociados, e incluso a partir de relaciones de dependencia laboral en ámbitos como la albañilería y el empleo doméstico, habilitaba a estos jóvenes a entrar en contacto con agentes posicionados en las clases medias o altas del espacio social. En casos singulares, estos contactos con personas por fuera de su ámbito de sociabilidad barrial se motorizaban en búsquedas laborales que, incluso permaneciendo en el mundo de la informalidad, posibilitaban el acceso a nuevos tipos de tareas.
En uno de los casos de nuestro estudio, el vínculo del joven con estudiantes universitarios10 le permitió acceder, primero, a un puesto de atención al cliente en un videoclub, y luego a un empleo administrativo en una oficina de venta de insumos médicos. Esta última constituía una experiencia muy significativa para este joven:
Y… a mí la oficina de insumos médicos me gustó mucho. Me sentí muy cómodo ahí (…) era una oficina donde estaba solo, eh… Y era una oficina en donde yo lo único que hacía era ir a cobrar cheques en el banco, hacía los… la… ¿Cómo se llama esto? … no me acuerdo ahora… los presupuestos. Armaba los presupuestos a los medicamentos que pedían (…) era una oficina que trabajaba con mutuales… todas empresas grosas, así… / -Y… ¿y ese me dijiste que lo conseguiste también por un contacto de ahí del movimiento? / -No del movimiento, eh… Joaquín era un loco, yo cuando era pibe, que tenía 8 años… 8, 7 años. Yo de muy pibe iba, así, a trabajar, pero porque yo tenía ganas (…) Iba a la casa de Joaquín y yo le barría la casa de él. Le barría, le regaba las plantas, era pibito, imaginate, andaba por todos lados con la bici, barriendo casa por casa… después como mochilero también lo he hecho. (…) Cuando vivía en Santa Rosa de Calamuchita me fui de mochilero hasta Tucumán. Y fue así, nos fuimos con varios amigos y era la primera experiencia así, era como, eh… «nos hagamos los hippies y nos vayamos de mochileros». (…) Empezamos a buscar por internet cómo hacen los mochileros para viajar ¿entendés? Porque los mochileros se dedicaban a hacer cosas, así, laburos desde barrer una vereda hasta… artesanías, solamente para poder comer. Y lo hice, lo hice con unos amigos. Que tenía eh… 16 años, cuando me fui. / -Che, y… ¿por qué te fuiste de ahí de la oficina de insumos médicos? / -En realidad lo de la oficina de insumos médicos fue un laburo de un mes para cubrir unas vacaciones, para cubrir a uno de los pibes que estaba fijo, o sea, lo cubrí a él porque tenía que estudiar, tenía que rendir y no tenía a quién llamar Joaquín y en un momento se le ocurrió llamarme a mí. Y mirá que hacía un montón, yo ya tenía en ese tiempo 20 años. / -Él no vive acá en el barrio. / -No, no vive en el barrio, vive acá al frente, en Altos de Liniers. Y no y fue muy loco así porque me llama Joaquín y me dice, che, Luciano, ¿querés trabajar? Qué se yo… Y lo primero que le dije yo fue «no, yo no barro más la vereda». Y me dice no, no, no, es en una oficina de insumos médicos, ¿te pinta? No sé… y bueno, lo charlamos, arreglamos todo y me puse re contento. Así, como que contento por mí, ¿entendés? Porque yo decía qué bueno, porque me gané la confianza de Joaquín, ¿entendés? Yo, siendo un villero11, me gané la confianza de una persona que es de clase media alta, ¿entendés? Y eso era lo… lo que rescaté mucho de Joaquín y de lo que pensé de mí en ese momento, lo que pensé fue… qué bueno, eh… el movimiento, estar militando, me cambió la vida, ¿entendés? Me hizo ser quien soy ahora. Me cambió la vida en muchas cosas (…) la militancia me enseñó a defenderme, así, en un futuro…
Estas inserciones -más singulares y menos frecuentes- de jóvenes de clases populares habilitadas por contactos con personas con un volumen superior de capital global se encuentran, a la vez, asociadas y atravesadas por estrategias de distinción que se esfuerzan en construir distancia simbólica con respecto a sus pares, familiares y vecinos. En las entrevistas, por ello, encontramos referencias recurrentes respecto a la capacidad para «hablar diferente» a sus pares, a vestirse diferente y escuchar «otra música», como así también a los ámbitos de sociabilidad «diferentes» a los que concurren. En otras palabras, el recurso identitario «alternativo» se traduce tanto en un esfuerzo por tender redes hacia afuera del barrio como en una significación «alternativa» (distintiva) de las tareas a las que acceden.
Este joven, por ejemplo, describe tareas laborales indeseables («yo ya no barro la vereda») y deseables: las de tipo administrativas, en una oficina y con manejo de dinero, se diferencian simbólicamente (y en menor medida, materialmente) de las prácticas típicamente corporales de los trabajos manuales informales, con un requerimiento de esfuerzo y desgaste físico. El manejo de dinero sintetiza, además, el recurso fundamental que lo inserta en dicha red: la confianza. Esta noción condensa una forma específica de gestión del capital social de los jóvenes de clases populares, que a su vez promueve una articulación particular con la acumulación e inversión de su capital cultural y simbólico.
La capacidad de apropiación de una disposición corporal y lingüística propia de las clases medias, adquirida en la interacción constante con militantes universitarios, le otorga al joven antes citado no solo la oportunidad de acceder a puestos de trabajo «administrativos». También le posibilita volver su confiabilidad un eje central de autoadscripción y de construcción de su dignidad en torno a una lectura particular sobre su persona: «Siendo un villero, me pude ganar la confianza de una persona de clase media alta». La experiencia militante como un punto de inflexión biográfico («me cambió la vida») da cuenta de la centralidad de su red vincular para lo que él mismo define como un cambio cultural y paradigmático en su trayectoria vital.
El análisis conjunto de la confianza como recurso y los empleos administrativos o de servicios como espacio de inversión y valorización12 permite comprender la particular configuración del capital cultural (discursividad oral «correcta» como eje de presentación, exposición y resolución de conflictos) y del capital social (redes con agentes de clase media), y el modo como se articulan en estrategias laborales y se reconvierten en recursos simbólicos e identitarios.
El oficio de hacer y mantener rastas implicó, también para otra de las jóvenes, una salida espacial y social del barrio. Su asidua circulación por plazas céntricas la conectó tempranamente con grupos de artesanos que tenían puestos permanentes en la plaza San Martín. A partir del vínculo trabado con estas personas, ella aprendió el oficio y fue construyendo una cartera de clientes.
-Che, una cosa que me quedé pensando… que me decías esto de que vos hacías el mantenimiento de las rastas… los que te llaman digamos, ¿tienen tu… tu número, te llaman a tu número? / -Sí… sí, tengo chicos que yo se las hice, les hice las rastas hace 2, 3 años o… gente, tengo gente que le hice las rastas cuando tenía 17 años. Imaginate. O, por ejemplo, yo trabajaba en un puesto al lado del Cabildo, donde hay un rastudo, el Araña. Un rastudo, este… y conocí un montón de gente ahí, conocí un montón de gente que me empezó a dar clases (…) Y yo no tenía ni celular, entonces alguno me ubicaba y yo iba, ¿me entendés? / -¿Y seguís perdiendo el celular, así seguido? / -Sí… [risas] Pero siempre a los chicos que yo les hago mantenimiento saben que ando por la plaza y conocen gente que me conoce, por más que sea una loca que se quiera hacer una [sola rasta] ¡Venga para acá! Y me siento con la loca y le hago…
Los jóvenes que desarrollan este tipo de estrategias (hacia afuera) coinciden en estéticas, apreciaciones y actitudes por medio de las cuales construyen una alta valoración y estima de sí mismos respecto de lo que ellos consideran la «mayoría» de los jóvenes de su barrio (tipificados, a la vez, como pares y como inferiores), a partir de formas de hablar, de vestir, de consumos culturales, de «conocimientos», de disposiciones morales, etc.
La valoración de estos recursos simbólicos se basa, en buena medida, en la capacidad de estos jóvenes para encarnar símbolos inequívocos de civilización (Elías, 1989): disciplina, obediencia, pero sobre todo autorrepresión y autocontrol. Por ello, estas estrategias no se restringen exclusivamente a sostener ámbitos de sociabilidad «ampliada», sino que también -y al mismo tiempo- dedican grandes esfuerzos a evitar espacios significados como «peligrosos» o «problemáticos» para el capital social acumulado: es decir, aquellos espacios que ponen en entredicho el sostenimiento de su imagen y valor social como «buenos» (estudiantes, hijos, hijas, madres, padres, trabajadores y trabajadoras).
Caminando hacia su parada de colectivo, esta joven me comentó que trataba de no trabajar más en la plaza. En cambio, prefería ir exclusivamente a dejar sus artesanías o a buscar mensajes de clientes, pero sin permanecer demasiado tiempo ni asiduamente en el lugar: «En la plaza [San Martín] pinta mucho el vicio… cuando estaba mucho ahí fumaba porro todo el día, me ponía pearcings en todos lados… salvo un tatuaje, que no me animé, hice de todo».
El esfuerzo invertido en rescatarse, y la eficacia simbólica que en algunos espacios conlleva esta figura, se reafirma en estas prácticas de evitación y restricción en los ámbitos de sociabilidad, en el cuidado de los vínculos sostenidos y en las vivencias que experimentan los jóvenes y -en muchas ocasiones, y fundamentalmente para las jóvenes mujeres- sus hijos. Se invierte una importante energía familiar -sin que ello implique la imputación de conciencia intencional alguna- en mantener a los hijos y los hermanos menores alejados de la «mala junta», de la violencia, las drogas, los ambientes «viciados», la «calle», la «esquina» y la «plaza», en pos de formar disposiciones actitudinales e interaccionales valoradas en la escena laboral y en cuidar su reputación.
6. La «mala reputación»: el capital social negativo
Como sostuvimos, la preocupación y el esfuerzo de estos jóvenes por cuidar la reputación escapando de espacios -lugares caracterizados por contribuir a tendencias de «desviación» entre los jóvenes (la «calle», la «esquina», la «plaza»)- y «juntas» particularmente signados por significaciones morales negativas, pueden leerse en clave de prácticas de resistencia a ser clasificados bajo etiquetas estigmatizantes (Becker, 2009).
Por otra parte, esto se vuelve más relevante desde la perspectiva de la teoría de la práctica: como planteamos en la introducción del artículo, el recurso al capital social como patrimonio estructurante de las estrategias de inserción laboral de estos jóvenes hace base en su desposesión de otro tipo de capitales, fundamentalmente capital escolar y capital económico (individualmente tanto como a nivel familiar). Entre los más jóvenes de las familias de clases populares, esta falta de credenciales se suma a la portación de una serie de signos, marcas físicas y estéticas que son decodificados por los agentes de clases medias y dominantes como indicadores de una reputación negativa o de falta de valores y hábitos para el mundo del trabajo.
Uno de los jóvenes de la investigación nos narra de este modo sus dificultades para insertarse laboralmente:
No está nada fácil conseguir un trabajo [lo dice apesadumbrado, en voz baja]. Si no tenés el secundario hecho, ya no podés conseguirlo. No, está complicado. Por otra parte, si vivís en una villa se te complica mucho más todavía. Por qué, porque «¿vos vivís en una villa?». Sí, yo vivo en 6 de Agosto, ponele. Es como «bueno, después te llamamos» y no te llaman… por qué, porque vivís en una villa y lo primero que se le pasa por la cabeza es que «este es un drogadicto, un chorro, un narcotraficante» y vos, ¿qué decis? Te da por las bolas, ¿entendés? Que la gente esté pensando eso de vos y sin conocerte bien, ¿entendés? (…) Me ha pasado un par de veces. Me pasó con el padre de un compañero de secundario. Andaba buscando gente él para trabajar… andaba buscando gente el loco porque era encargado de limpieza de una empresa de colectivos, para limpiar colectivos. Y yo cuando voy, hablo con él, qué se yo y había unos tres locos y bueno, y yo le dije, mirá, yo soy de la villa, qué se yo… eh… y bueno, no me contrató, un loco que me conocía y que sabía que yo no iba a robarle, de hecho, en la villa no todos roban. No solamente los de una villa roban. ¡Guarda! (…) De hecho, tenemos las cámaras… ¿las viste vos? En la iglesia pusieron una cámara y en la esquina de la de la calle Neuquén hay otra cámara. Y ahí la policía nos tiene constantemente vigilados, ¿entendés? Sabe lo que hacemos, sabe lo que no hacemos…
La estigmatización territorial que sufren quienes viven en el mundo popular se corresponde, por homología, con estigmas que versan sobre las fallas en su «personalidad» y sobre el carácter sospechoso de su inserción en determinados universos sociales y redes vinculares que las vuelven «poco confiables». Por esta razón, el ocultamiento del domicilio real es una práctica muy común en las estrategias de búsqueda laboral entre los jóvenes de clases populares (Kessler, 2012).
Alhambra Delgado llama «estrategias de aislamiento» a este tipo de prácticas de resistencia, como una forma específica de distinción social (de los pares, vecinos y familiares) que busca evadir el proceso que estigmatiza a los pobres definiéndolos como sujetos parasitarios, individualmente responsables y psicopatológicamente afectados (Alhambra Delgado, 2012).
Algunos de estos jóvenes narraron situaciones en las que, superados los obstáculos de la selección de personal para empresas comerciales cercanas a su barrio de origen, fueron reconocidos por compañeros de trabajo o clientes, y marcados y asociados a prácticas, consumos y vínculos sociales «peligrosos», perdiendo luego la posibilidad de continuar en esos puestos.
7. Conclusión
Los recursos sociales son fundamentales en el despliegue de las estrategias laborales de los jóvenes de las clases populares, más allá de la heterogeneidad relativa de sus condiciones objetivas y de las diferentes formas que cobran al ponerse en marcha y consolidarse, como hemos puesto de manifiesto en este artículo. Además, ese capital social, las modalidades que adopta y la manera en que se relaciona con el conjunto del patrimonio individual y/o familiar, exige un abordaje que asuma una mirada compleja y relacional de los fenómenos sociales.
En ese sentido, la focalización de la mayoría de las investigaciones respecto de las problemáticas de inserción laboral juvenil en cuestiones relativas a los «saberes», las «actitudes», los «hábitos», las «competencias» y las credenciales educativas, pone de manifiesto tres problemas de orden teórico, epistemológico y metodológico.
El primero refiere a la vigencia de una teoría de la acción profundamente voluntarista, liberal y subjetivista en los diagnósticos sobre este tipo de problemáticas: el acento puesto en las habilidades y los conocimientos desanclados de condiciones generadoras y condiciones de inversión y valorización priva de potencia transformadora a cualquier intervención que se sirva de estos diagnósticos.
El segundo refiere al sesgo de sustancialización que pesa en los análisis sobre el lugar del capital cultural (en sus diferentes modalidades) en los procesos de inserción laboral. Se ha formado cierta fetichización en torno a la titulación de nivel medio como una suerte de «garantía» exenta de toda erosión histórica de su valor como recurso de poder, mientras que su carácter de garante estuvo profundamente atado a un momento histórico particular de distribución desigual de este recurso, momento que tiende a desaparecer al ritmo de la relativa universalización de la terminalidad de la escuela secundaria.
El tercero refiere al dominomorfismo y dominocentrismo sociológico que impone la lógica práctica y las categorías propias de las trayectorias laborales de ciertas fracciones de clase (media y dominante) a la totalidad de los agentes en las desiguales posiciones de clase del espacio social. La lógica de planificación a largo plazo, con trayectos formativos de varios años, título habilitante, con inserción laboral mediada por instancias de selección formal institucionalizada en concursos y carreras laborales con asensos o promociones burocratizadas, no puede extrapolarse a modelos aplicables a todas las regiones del espacio social. El carácter dominante de estas trayectorias laborales en un contexto desigual no debe hacer olvidar que la segmentación del mercado de trabajo impone no solo recompensas, sino también lógicas de inversión y valorización diferenciales y, por lo tanto, centralidades y dominancias diferenciales de los capitales en las estrategias laborales.
Por ello, el aporte de nuestro trabajo parte de una perspectiva conceptual no sustancialista sino estructural, que permite poner en relación el capital social que está en juego en las estrategias laborales de estos jóvenes con el patrimonio familiar en su conjunto -con su volumen y estructura de capital-, pues ello constituye la condición de necesidad para su plena explicación y comprensión sociológica. Solo en torno a un conocimiento detallado de la configuración de los distintos tipos de capital cultural en las familias de clases populares, sus formas precarias de acumulación material y sus escasos e inestables ingresos monetarios, el capital social puede abordarse con la centralidad que le asignamos en el análisis de las estrategias de reproducción social de estas familias.
Además, por fuera de la visión normativa y voluntarista que supone al capital social como la base de una suerte de organización ideal consensual carente de conflicto y de relaciones de poder, nuestra mirada permite reconstruir tanto a las redes de reciprocidad entre pares, cuanto a aquellas que se asientan en relaciones asimétricas, con otras posiciones de clase. Unas y otras, con sus especificidades, constituyen fuentes de recursos laborales y también simbólicos e identitarios, a la vez que -como todo capital- exigen inversiones para sostener los diferentes ámbitos de sociabilidad, inversiones que suelen involucrar mecanismos de autorrepresión y autocontrol.
En efecto, los contactos acumulados e invertidos como capital social en las estrategias de inserción laboral de estos jóvenes (fundamentalmente aquellos contactos hacia dentro del barrio) funcionan eficazmente para contrabalancear las carencias en determinados tipos de recursos (como las certificaciones educativas) y para superar algunas barreras estigmatizantes que pesan sobre los jóvenes de clases populares (Kessler, 2012; Fernández Massi, 2014). Sin embargo, las redes de sociabilidad entre pares en un contexto como el descrito, de gran personalización de los lazos y de visibilidad espacial negativizada de los jóvenes (Chaves, 2005), pueden resultar también un elemento de clasificación y devaluación simbólica, lo que incide, evidentemente, en sus márgenes estratégicos.
En las interacciones que estos jóvenes traban en los procesos de selección e inserción laboral, un conjunto de agentes (en su mayoría, adultos de clases medias) construyen sobre ellos evaluaciones que referencian recurrentemente los ámbitos de sociabilidad y las redes en las que se insertan. Estas fuentes del capital de relaciones que movilizan los jóvenes en sus búsquedas laborales (Gutiérrez, 2004) habilitan y limitan sus posibilidades objetivas para la reproducción social en la diversidad de escenas sociales que habitan.
Resumen
1. Introducción
2. El concepto de capital social y su funcionamiento en el mundo popular y las estrategias laborales de los jóvenes
3. Coordenadas estructurales del mundo popular
4. Capital social endógeno: reciprocidad entre pares
5. Capital social exógeno: relaciones de reciprocidad asimétrica
6. La «mala reputación»: el capital social negativo
7. Conclusión