"LA ÉPOCA DE ORO"

Entre 1930 y 1950 se produce una expansión editorial que ha sido considerada -teniendo en cuenta la atrofia posterior- como "la época de oro de la industria editorial y del libro en Chile"1. Los catálogos editoriales, las memorias y artículos de prensa -a falta de estadísticas- son reveladores de esta expansión. Indican, en primer lugar, que la actividad editorial ya se ha constituido plenamente en su sentido moderno. Las antiguas imprentas Barcelona, Cervantes y Universo -que más bien eran empresas manufactureras y prestadoras de servicios- han cedido el paso a grandes editoriales (con más de 50 empleados u obreros) como Zig-Zag y Ercilla, editoriales con proyección en el mercado hispanoamericano; a otras medianas, de carácter familiar, como Nascimento y Letras, que también tienen presencia en América Latina, e incluso a algunas más pequeñas y de corta vida, como Cruz del Sur y la Editorial Walton, del poeta Julio Walton, editoriales que no por ser pequeñas dejaron de tener significación cultural. Los catálogos indican, además, que la producción de libros tiene en el momento que sigue a la crisis de 1929 y hasta mas o menos 1950, una notoria expansión. Dando cuenta de este fenómeno, Tomás Lago, escribía en 1934: "Se ha puesto en evidencia que hay un público bastante numeroso que lee... los editores han comprendido que la impresión de libros no es una locura comercial... han surgido numerosas editoriales, sobre todo a partir de 1931, fecha en que cesaron las importaciones de libros. Todos sabemos como empezó esta industria chilena: pequeños capitales invertidos en imprentas y librerías empezaron a producir obras traducidas de todos los idiomas.. . La facilidad para editar obras, tomándolas libremente de los pocos ejemplares que llegaban al país, sin autorización especial alguna de los autores, permitió producir un libro barato, variado y profuso que satisfizo con largueza al público. Las novedades más recientes de la literatura mundial se encontraban en los puestos de diarios... El comercio editorial se ha desarrollado profusamente al margen de la ley. Como no llegan libros de afuera o llegan sumamente recargados de precio por las dificultades de importación, cualquier obra que se publique es recibida con avidez por el público y se agota rápidamente. Se publica todo y se vende todo... Al abaratarse, la literatura ha salido de la librería para llegar hasta la calle a competir con el periódico"2.

En 1941, examinando el "escaparate editorial" de ese año, el crítico Hernán del Solar, decía "Ercilla, Zig-Zag, Nascimento y Cultura: estos cuatro nombres definen nuestra actividad productora de libros... son las que imprimen su sello en cuanto volumen de algún valor anda con un hecho en Chile por las ciudades americanas. Para que se advierta el esfuerzo de estas casas editoras, basta coger el catálogo de cualquiera de ellas. Obras de todos los géneros, de todas las tendencias, de todos los tiempos3. Pasa luego revista a una larga lista de títulos, entre los que destaca, de Ercilla: El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría; Chile o una loca geografía, de Benjamín Subercaseaux; El destino de América Latina, de S. Guy Inman; A través del desastre y Humanismo integral, de Jacques Maritain; On Panta, de Mariano Latorre; Una novela que comienza, de Macedonio Fernández y La salvación de los judíos, de León Bloy. De Zig-Zag: Bolívar, de Marshall y Crane; Hitler, de L. Bertrand; Cumbres borrascosas, de Emily Bronte; Huellas en la tierra, de Osear Castro y Antología poética, de Juana de Ibarbouru. De Nascimento: La amortajada y La última niebla, de María Luis Bombal. También Otoño en las dunas, de Pedro Prado y Oro de Indias, de José Santos Chocano. De Cultura, señala Nuevos cuentistas chilenos, de Nicomedes Guzmán.

En esta expansión incidieron tanto factores económicos, como políticos y sociales. Entre los primeros está el propio crack capitalista de 1929, que hizo difícil obtener las divisas necesarias para importar libros desde el mercado externo y que estimuló por ende la producción nacional. También tuvo incidencia la situación europea, que en medio de fascismos, turbulencias políticas y de la segunda guerra mundial, se tradujo en un campo de negocios editoriales ostensiblemente alterado en términos de comunicación, contratos, envío de libros y derechos de autor. De allí que algunas editoriales chilenas imprimieran (sobre todo entre 1937 y 1947) sin cancelar esos derechos, y teniendo equipos propios de traductores. Tal como señala un catálogo de la Editorial Splendor de comienzos de la década del cuarenta "la guerra civil española, primero, y la actual guerra mundial después, han cerrado, se puede decir, las fuentes de producción del libro, de donde se surtían los libreros americanos, y esto ha dado lugar a la formación de editoriales nativas, que cada día aumentan su producción y mejoran su calidad, supliendo en gran parte la escasez de libros que se sufrió durante un tiempo". Contexto éste que -sumado al hecho de que la industria argentina y mexicana solo despegan hacia el mercado hispano parlante después de 1950- favorecía ampliamente las posibilidades de la industria editorial y del libro chileno.

A partir de 1930 se consolidó una importante comunidad de lectores interesados por lo que ocurría en el mundo socialista, un público lector motivado por los distintos idearios y teorías de transformación de la sociedad capitalista. Fueron años en que el imaginario de la revolución se infiltró incluso en los programas de algunos partidos tradicionalmente de centro, como el partido radical. Los devaneos antisistemas que antes estaban presentes solo a nivel del discurso, dejaron de ser tales para convertirse en propuestas partidistas (de los Partidos Radical, Socialista y Comunista en la década del 30), y más tarde, en programas de gobierno (1964 y 1970).

En 1937, en un contexto internacional antifascista, se produce una unidad entre radicales, comunistas y socialistas, a los que se suma la Confederación de Trabajadores. A imagen de los Frentes Populares europeos se consolida el Frente Popular, que alcanza el gobierno con Pedro Aguirre Cerda en 1938, político radical que había sido Ministro del Interior en el primer gobierno de Arturo Alessandri Palma (1920-1925). El clima intelectual y cultural en la década del treinta, particularmente en los últimos cinco años, fue extraordinariamente sensible a la solidaridad con la lucha antifascista europea, sobre todo con la república española. Entre escritores, estudiantes y profesionales de sectores medios se creó la Alianza de Intelectuales para la defensa de la Cultura (1937-1940), imitando el Congreso de Intelectuales de Valencia, alianza antifascista en la que jugaron un rol destacado, entre otros, Pablo Neruda, Alberto Romero (que la presidía), Rosamel del Valle, Volodia Teitelboim y Benjamín Subercaseaux. El Frente Popular y sus sucesivos gobiernos -Pedro Aguirre Cerda (1938-1941), Juan Antonio Ríos (1941 -1946) con el interregno antidemocrático de Gabriel González Videla (1948-1950)- contribuyeron a este clima y a una izquierdización del espectro político e incluso del Estado. En efecto, del Estado provino la ayuda oficial al viaje del Winnipeg, viejo barco de carga que en agosto de 1939 zarpó de un puerto francés a Valparaíso, trayendo aproximadamente 2200 refugiados españoles, entre los que venían cientos de intelectuales, profesionales y artistas.

Los catálogos editoriales de la época, reflejan bien, como decíamos, este clima de izquierdización y de interés por la literatura de ideas en la intelectualidad local. En 1934, la editorial y librería Walton, la misma empresa que ese año publicó una novela de anticipación de Vicente Huidobro, titulada La próxima, ofrecía en su catálogo una serie de Cuadernos de Educación Proletaria, además de obras que examinaban con mirada favorable el avance del socialismo en el mundo y particularmente los casos de Rusia y China. Se traducían y editaban en Chile con extraordinaria rapidez "obras de circunstancia" en apoyo a la lucha de los republicanos españoles. Por ejemplo, en 1937, la empresa Letras, de propiedad de la educadora feminista Amanda Labarca (1886-1975) y de su marido, el político radical Guillermo Labarca (1878-1954), publicó en su colección "Studium", con traducción del propio Labarca, Detrás de las barricadas, una crónica del frente republicano realizada por el periodista inglés John Langdon-Davies, que había sido editada en inglés apenas un año antes en Europa. En la misma colección figuraban Manual de la nueva Rusia, de Anatole de Monzie; El cristianismo y la lucha de clases, de Nicolás Berdaieff; Regreso de la URSS, de André Gide e Historia de la Rusia Comunista, de G. Walter. Letras, no obstante ser una empresa pequeña y familiar, tenía representantes en Valparaíso y Santiago, en México y Uruguay. Son indicios claros de la presencia en la década del treinta de una comunidad de lectores políticamente motivados e interesados en el pensamiento socialista y en las transformaciones anticapitalistas que estaban ocurriendo en el mundo.

En el período que estamos recorriendo emerge también un pensamiento conservador con un proyecto autoritario de raigambre católica, que discute las ideas y los valores democrático-liberales y el ideario socialista. El mismo tiene, sin embargo, poca relevancia en el mundo editorial4.

Dentro de este clima de solidaridad con el progresismo europeo y latinoamericano, se produjo entre 1930 y 1950 una fuerte presencia en Chile de exiliados españoles y latinoamericanos. Republicanos españoles desde distintos ángulos contribuyeron a reanimar la industria del libro local. Intelectuales como Eleazar Huerta, Leopoldo Castedo y José Ricardo Morales se instalaron en el país. Lo mismo libreros y editores como Joaquín Almendros (creador de la librería y editorial Orbe), el librero Carmona y el editor y librero barcelonés de obras teosóficas Ramón Maynade, también el diseñador anarquista Mauricio Amster (que hizo escuela en el diseño de libros y revistas) y los hermanos Arturo y Carmelo Soria, animadores de la pequeña pero importante editorial Cruz del Sur. Esta editorial publicó la primera edición de bolsillo deAltazor, de Vicente Huidobro, también a Américo Castro, José Santos González Vera y Marta Brunet, todos en una serie de bien cuidados minilibros.

Además de los refugiados españoles, intelectuales de distintos países latinoamericanos acudían al "Santiago agitado y cosmopolita del Frente Popular", iban a Chile como quien va a la Francia de Sudamérica5. En la editorial Ercilla, por ejemplo, tuvieron una participación destacada los peruanos Luis Alberto Sánchez, Ciro Alegría, Juan José Lora, Manuel Seoane, Luis López Aliaga, Bernardo García Oquendo y Pedro Muñiz, todos ellos vinculados al APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) y perseguidos por los regímenes de Augusto Leguía (1919-1930), de Luis Miguel Sánchez Cerro (1930-1933), del General Osear Benavides (1933-1939) y del General Odría (1948-1956). Hubo también un grupo de venezolanos que se avecindaron en el país, expatriados por la dictadura de Juan Vicente Gómez (1922-1935), ese "duro y tosco pastor favorecido por el petróleo"6. Fueron años en que vivieron o estuvieron temporalmente en el país, según palabras de Luis Alberto Sánchez, una verdadera cofradía de intelectuales y políticos latinoamericanos, algunos por períodos muy cortos y otros por años y años. Entre ellos el venezolano Rómulo Betancourt, el colombiano Alfonso López Michelson, el ecuatoriano Alfredo Pareja Diez-Canseco; los argentinos Natalio Botano y Alberto Ghiraldo, y los bolivianos Hernán Siles Suazo y Víctor Paz Estenssoro. En la Universidad de Chile, durante el rectorado de Juvenal Hernández (1933-1953), se realizaban cada año Escuelas de Verano en que figuraban como profesores destacados intelectuales: Pedro Henríquez Ureña, Amado Alonso, Carlos Sabat Ercasty, Raimundo Lida y María Rosa Oliver.

Mariano Picón Salas (1901-1965), que vivió y estudió en Chile entre 1923 y 1936, rememora así el clima de aquellos años: "la palabra Revolución -recuerda- tuvo vibrante vigencia explosiva en los años que precedieron a la segunda guerra mundial. Y tanto las gentes de izquierda como de derecha (invocaban) míticamente ese vocablo que les permitiría forjar de nuevo el mundo a su imagen y semejanza... quisiera seguir discutiendo con los estudiantes de la Universidad de Chile cuando teníamos la obstinada fe de que de nuestras creencias y nuestras decisiones dependía el destino del Continente... ¿Qué íbamos a hacer los intelectuales ante la explotación y despojo que padecían nuestros pueblos?... Cualquier argumento en contra lo recibían como escrúpulo de intelectual pusilánime, de hombre que todavía no se templaba en el yunque ardoroso de la Revolución"7.

Las grandes editoriales como Zig-Zag y Ercilla (y en menor medida Osiris) no estuvieron ajenas a este clima. Por una parte, fueron empresas comerciales que diseñaron una morfología segmentada y diversa, destinada a atender y promover la demanda de distintos tipos de lectores en una perspectiva de masificación del libro. Abarcaron a través de diversas colecciones y series, desde la literatura americana hasta la europea y la norteamericana, desde novelas hasta biografías y poesía, desde literatura para niños y adolescentes hasta novelas policiales y de aventuras, desde series de economía, política y derecho hasta otras de consejos prácticos y manuales caseros. Ercilla tuvo incluso una colección especial titulada Biblioteca Femenina "un esfuerzo editorial -decía la propaganda- al servicio de ella". Contó también con un equipo propio de traductores.

Pero, además de esta orientación comercial, estas editoriales incursionaron en la literatura de ideas, la editorial Zig-Zag, por ejemplo, ligada por sus propietarios (los dueños de El Mercurio) a la derecha, editó en un mismo año, en 1938, A la sombra de las muchachas en flor de Proust y El materialismo histórico de Nicolás Bujarin. Editorial Ercilla, que a fines de 1936 tenía un catálogo de 800 títulos y durante algunos años llegó a publicar un título distinto cada día, tenía entremezclada en su catálogo una línea de publicaciones americanistas (alimentada ideológicamente por el APRA). En 1934 publicó Bolivarismo y monrovismo, de José Vasconcelos (de quien Víctor Raúl Haya de la Torre fue en su exilio mexicano una especie de secretario). Sobre el líder del APRA, Ercilla editó en 1934 la biografía de Luis Alberto Sánchez Haya de la Torre o el político (cuando el líder peruano tenía apenas 39 años). Más tarde, de la autoría del propio Haya de la Torre, la editorial publicó ¿A dónde va indo América? (1935); El antiimperialismo y el APRA (1935) y Ex combatientes y desocupados (1936). Y en 1937 publicó la novela Tierra de pan llevar, del escritor y político hondureno Rafael Heliodoro Valle, desconocido en Chile, pero amigo de Haya de la Torre en su exilio mexicano8.

Desde una perspectiva social, el período 1930-1950 se caracterizó por una fuerte incidencia de los sectores medios en la vida política, educacional y artística del país. Son años en que -especialmente a partir de 1938- se cimenta una organización de la cultura vinculada a un tipo de Estado que amplía sus bases de reclutamiento, y que afianza su legitimidad dando cabida a nuevos actores sociales que se expresan políticamente en el Frente Popular. Se trata de una organización de la cultura en que las demandas artístico-comunicativas tienden a canalizarse hacia el Estado, o hacia instituciones paraestatales de corte extensionista (como la Universidad de Chile); una organización de la cultura que se propone una redistribución de los bienes culturales hacia capas cada vez más amplias de la población9. Las capas medias, especialmente los sectores estudiantiles y profesionales, asumen y perfilan por una parte una identidad-móvil ascendente y por otra, una que busca consolidar una visión nacional-popular de la cultura, tanto en el plano interno como con respecto a América Latina. Se perfila así una tonalidad mesocrática, un nacionalismo continental, un estilo intelectual frentepopulista con algo de bohemia, de servicio público y de preocupación por las ideas, la literatura y la política; todo lo cual repercute en un clima de amistad y buena disposición hacia los intelectuales exiliados y sus causas.

Este clima refuerza el imaginario iluminista sobre el libro, que es, junto con el liceo y la Universidad, un espacio emblemático de los sectores medios, un espacio que en la época goza de gran legitimidad social. Se intensifica así la valoración del libro como instrumento del saber, como vehículo de cultura y también de movilidad y ascenso social; énfasis que implica, como contraparte, cierta reticencia frente al "libro-esparcimiento", al "libro-objeto" o al "libro como mera entretención". Los valores, la expectativa y la fisonomía social que acarrean los sectores medios inciden desde varios ángulos en la industria editorial de la época. De partida, el hecho de que el libro sea un símbolo de estatus y de identidad social incide en una expansión del hábito de lectura y del mercado editorial. Perspectiva que permea también el tipo de publicaciones y hasta la fisonomía de algunas editoriales. Se privilegia la función de los libros en desmedro de su materialidad. Los factores visuales y gráficos, la tapa, el tamaño, el lomo son solo funcionales y casi intencionalmente feos. Editores y público valoran el libro como un bien social, como un medio y no como un objeto. "Se publica mucho aunque mal"10. Los libros de la época no están diseñados para exhibirse en vitrinas y ello es particularmente así en aquellas editoriales vinculadas más estrechamente a los sectores medios, como Ercilla y Nascimento. En la desatención a los aspectos materiales del libro incidía también el problema del papel. La Compañía de Papeles y Cartones, empresa por entonces monopólica, no fabricaba papeles de calidad competitivos; a su vez, los papeles importados tenían -por sus aranceles- precios excesivamente altos.

Respecto a los contenidos, en los años 1930-1950, el catálogo de Nascimento incluía como autores clave, entre otros, a Carlos Carióla, Luis Durand, Eugenio González, Rafael Maluenda, Lautaro Yankas y Mariano Latorre. La visión del mundo, los datos biográficos y los valores sociales que promueven la mayoría de estos autores, permite considerarlos como escritores vinculados a las capas medias. Puede percibirse esto claramente en el caso del criollismo, sensibilidad literaria predominante en el período, que conlleva un rescate del mundo rural no desde la óptica del campesino, ni desde la nostalgia aristocrática por los bienes perdidos, sino desde la búsqueda de un afincamiento identitario en lo nacional popular por parte de las capas medias. Ercilla también prestaba atención a lo nacional popular, asumiéndolo en una perspectiva no confrontacional, amplia e integradora (afín, por lo tanto, a la visión de los sectores medios). Así se desprende de los títulos incluidos en la serie Biblioteca Patria (1936-1938), que incluía desde Las aventuras del roto Juan García de Antonio Acevedo Hernández (cantadas en versos criollos), hasta La fronda aristocrática en Chile de Alberto Edwards Vives. Puede afirmarse, entonces que Nascimento y Ercilla, considerando la presentación física de los libros, los destinatarios o lectores implícitos y la mayoría de los agentes culturales que las alimentan, están impregnadas en su fisonomía editorial por el aporte de las capas medias a la producción y reproducción de sentido social. La diferencia fue, en el caso de Ercilla, que esta editorial operaba co-mercialmente con una perspectiva más latinoamericana e internacional, gracias, en parte, a la numerosa presencia de extranjeros en ella.

El fuerte rol y la mediación política que cumplen los partidos con respecto a la sociedad civil es una constante de esos años, y se expresa también en el hecho de que las distintas corrientes políticas en boga promueven la creación de pequeñas editoriales vinculadas más o menos orgánicamente a los partidos. La editorial Difusión, relacionada al partido conservador y a tradicionalistas católicos (dirigida por Tomás Cox y Julio Philippi), ya en 1943 había publicado cerca de 200 títulos. La Editorial del Pacífico, vinculada primero a la falange y después al partido demócrata cristiano, fue creada en 1944 como una Sociedad Anónima en que los mayores accionistas son algunos de los líderes más destacados de la democracia cristiana: Eduardo Frei, Domingo Santa María, Bernardo Leighton y Radomiro Tomic. El partido comunista tuvo en la década del 30 a la editorial Antares y luego, en 1943, creó la Empresa Editora Austral y en 1953, el sello Vida Nueva (que editaba materiales vinculados a China). A comienzos de la década del 50, el partido socialista creo la Editorial Prensa Latinoamericana (PLA), por otro lado, grupos afines al trostkismo y anarquistas sostienen la revista y la editorial Babel, dirigida por el argentino Samuel Glusberg (1898-1987) y el exiliado español Mauricio Amster, que operaba como administrador y diseñador. Varias de estas editoriales publicaban no solo obras partidistas, sino también obras de interés general e incluso libros de educación.

Si agregamos a las editoriales mencionadas, las vinculadas a la Iglesia, como la editorial San Francisco (de Padre Las Casas, en Cautín) y Splendor -que operan ya en la década del 30- y las editoriales Salesiana y San Pablo (1947), tenemos en la categoría de editoriales subvencionadas por instituciones políticas o religiosas, casi un 30% del número total de las treinta editoriales existentes en la llamada época de oro del libro en Chile. Se trata, sin embargo, en su conjunto, de un campo editorial y de ideas, en que las posiciones dominantes -en el sentido de Bourdieu- están ocupadas por un perfil político de tinte mesocrático y "frente populista", situadas en un tiempo colectivo de transformación de la sociedad en Chile y en América Latina11.

FLUJOS, REDES Y ÁMBITOS DE SOCIABILIDAD

Tras la expansión editorial delineada subyacen ciertos ámbitos de sociabilidad intelectual, literaria y política que se inscriben en una larga serie de relaciones, flujos, redes, cruces y sinergias entre las elites intelectuales y culturales de América Latina. Redes que son a veces políticas, a veces disciplinarias, a veces artísticas, a veces religiosas, a veces teosóficas, a veces masónicas, a veces alimentadas por la condición misma de exiliado político, y a veces algunas o todas estas posibilidades superpuestas o cruzadas. Son espacios de sociabilidad que se vienen repitiendo en sucesivas oleadas desde los años de la independencia en el siglo xix hasta el presente, hasta un hoy, en que todo indica que las migraciones están motivadas más por razones económicas y son de sectores populares y no de las élites.

Cabe preguntarse, ¿cómo se tejían y cómo funcionaban estas redes intelectuales y de exiliados en el período que estamos considerando? Cuando en 1923 Mariano Picón Salas llegó a Chile, era solo un joven que aún no había iniciado su formación universitaria. Picón Salas recuerda que en una oportunidad visitó al escritor Eduardo Barrios (1884-1963) quien lo acogió y lo invitó a participar en las tertulias literarias que se llevaban a cabo en su propia casa12. Tertulias que le abrieron las puertas a numerosos contactos y amistades. Eduardo Barrios era ya un novelista consagrado, había sido Ministro de Educación y ejercía en ese momento el cargo de Director de Bibliotecas. ¿Qué fue lo que hizo posible que el joven venezolano fuese recibido e invitado a sumarse a esas tertulias? Eduardo Barrios tenía inclinaciones teosóficas, pero no parece haber sido ese el punto de contacto. Aunque Picón Salas no aclara los detalles de la relación, deja entrever que se acercó a Barrios así, sin más, tocando la puerta, y que éste lo acogió también así, sin más, por el solo hecho de ser un latinoamericano, alejado de su país, y porque ambos compartían intereses literarios. Se trata de actitudes y de relaciones que difícilmente se darían hoy en día, o que probablemente requerirían al menos de un conocido común o de una carta de presentación.

Durante esos años operaba un imaginario latinoamericano que hacía, sin embargo, perfectamente posible lo que ocurrió: hablamos de una suerte de nacionalismo continental, de una opción compartida entre escritores e intelectuales por transformaciones sociales o por un socialismo enraizado en nuestras realidades y en nuestro pasado histórico cultural. Figuras como Simón Bolívar, José Martí, Emiliano Zapata y Augusto César Sandino, o acontecimientos como la revolución mexicana eran emblemáticos de esa sensibilidad. La revista Repertorio Americano (1919-1959), dirigida desde Costa Rica por Joaquín García Monge, fue una importante promotora de este clima. En la revista de García Monge no solo aparecen colaboraciones de escritores, intelectuales y corresponsales de toda América Latina, sino también, en ocasiones, avisos requiriendo solidaridad en un plano que iba más allá de las letras. Se da, por ejemplo, la información de que a un determinado escritor se le incendió la casa, para el que se pide ayuda a los congéneres de todo el continente. Estaba instalada en el imaginario colectivo progresista una suerte de confraternidad americana, una red y una cofradía, un imaginario preexistente que hacía perfectamente posible y esperable, por una parte, la visita de un joven "exiliado" venezolano a un escritor consagrado, y por otra, la acogida cálida de ese escritor que ocupaba altos cargos en la administración del Estado.

Así también debe haber ocurrido con varios de los más de 300 peruanos exiliados, avecindados en Chile, la mayor parte de ellos pertenecientes al APRA13. La Alianza Popular Revolucionaria Americana condensaba en su sigla todo un pensamiento y programa muy en boga en la América Latina de entonces. Los peruanos deportados entre 1930 y 1945 celebraban el ambiente de libertad que se vivía en Chile, incluso refiriéndose al segundo gobierno de Alessandri Palma (1932-1938). Luis Alberto Sánchez, intelectual y político peruano, figura clave durante el exilio aprista, vivió y trabajó en Chile por casi 15 años. En la bitácora de su estadía relata la estrecha aunque no siempre permanente amistad que lo unió a varios escritores y críticos locales, entre otros, a Pablo Neruda, Alberto Romero, Rafael Maluenda, Raúl Silva Castro, Julio Barrenechea, José Santos González Vera, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral y Mariano Latorre. Fue fundamentalmente una sociabilidad literaria, que abarcó también a algunos escritores de otros países avecindados en Chile, como al poeta argentino Alberto Ghiraldo, a quien Luis Alberto Sánchez recuerda siempre con el epíteto de "el escritor que había sido amigo de Rubén Darío". El que destacará en sus recuerdos a Ghiraldo no por su reconocida filiación anarquista14 sino por su patrimonio literario, poniendo en evidencia que más que un espacio de confraternidad ideológico política se trataba de una confraternidad literaria, en la que coexistían distintas e incluso a veces hasta opuestas sensibilidades estéticas.

Luis Alberto Sánchez ocupó un rol destacado en la editorial Ercilla, en la que trabajó con algunas intermitencias desde 1934 hasta 1945. El presidente y financista de la editorial era Ismael Edwards Matte (1891-1954), arquitecto y político que, a pesar de su filiación liberal, ejerció como Director del Departamento de Radiodifusión en el primer gobierno del Frente Popular. Luís Alberto Sánchez lo recuerda como un financista generoso y abierto, que dejaba hacer. El gerente era Laureano Rodríguez, argentino casado con peruana, que había vivido y trabajado en Lima. Como ya señalamos, Luis López Aliaga, Manuel Seoane, Bernardo García Oquendo y el poeta Juan José Lora, todos exiliados peruanos, encontraron trabajo en editorial Ercilla. Manuel Seoane dirigía la revista de política y miscelánea Ercilla; la editorial publicó también durante un tiempo libros señalizados de interés general -por ejemplo, Las Confesiones de San Agustín- en el semanario Excelsior y con formato de periódico. No sin razón -dice el propio Sánchez- se rumoreaba que Ercilla era una editorial peruana.

La traducción fue una tarea constante, el escritor recuerda haber traducido L Espoir de Andre Malraux en 21 días, "la velocidad -dice- con que tuve que revisar el manuscrito de Gone with the wind, la celebre novela de Margaret Mitchell, me significó una intervención quirúrgica oftalmológica"15. Colaboraban también como traductores varios críticos y escritores chilenos, entre ellos Hernán Díaz Arrieta (Alone), y también peruanos: Ciro Alegría, el poeta Alberto Hidalgo y el economista Carlos Manuel Cox, todos ligados al APRA. Recordemos que la editorial llegó a lanzar un título por día. En gran medida, los motores de esta actividad editorial -con Luis Alberto Sánchez a la cabeza- fueron peruanos. Tuvo sucursales en Caracas, Buenos Aires, México, Costa Rica y Montevideo, además de agentes en las principales ciudades del continente. La diaspora del APRA a distintos países de América Latina resultó instrumental para establecer esa red de agentes y contactos. Luís Alberto Sánchez y el equipo peruano fueron en cierta medida impulsores de este proceso. También trabajaron en la editorial otros exiliados, por ejemplo, el ecuatoriano Alfredo Pareja Diez-Canseco, encargado de la distribución de las publicaciones en la ciudad de Antofagasta. Maynadé, el editor barcelonés, se incorporó a Ercilla, retirándose más tarde para instalar con el suizo Hans Schwalm la imprenta Hispano-Suiza, en que se imprimían parte de los libros de la editorial.

Pero la editorial Ercilla no solo fue una oportunidad laboral o de supervivencia para algunos exiliados peruanos, fue también un espacio que les permitió incidir en las líneas editoriales y en lo que se publicaba. Ya mencionamos los libros de Haya de la Torre. Pero los hubo también sobre figuras y temas emblemáticos para el APRA, como Simón Bolívar y Augusto César Sandino, o sobre la revolución mexicana y el imperio incaico, figuras y temas vinculados a su perspectiva indoamericana, autoctonista y antiimperialista. "La unidad indoamericana de los apristas parecía estar jalonada por una no confesa imagen de la grandiosidad imperial incaica"16. De hecho, sobrepuesta a los espacios de sociabilidad literaria y de exiliados, a veces por debajo y a veces también por arriba de ella, funcionó entre los desterrados peruanos una bien articulada red política.

El Comité Aprista de Chile fue uno de los más activos del Continente, no solo se ocupó de organizar el trabajo en el país y de apoyar la instancia conspirativa que estuvo a cargo del General peruano César Pardo, avecindado en Viña del Mar, sino que también se ocupó de las discrepancias ideológicas y de los problemas que se dieron en México y en otros países del continente, sobre todo en relación con la línea anticomunista y antisoviética propulsada por Haya de la Torre a partir de 1928, línea que se oponía a los Frentes Populares en que tuviera presencia el Partido Comunista. Esta postura, que fue más o menos fielmente seguida por el Comité de Apristas Chileno -del que Luís Alberto Sánchez fue actor principal-, llevó a los peruanos a aproximarse al trotskismo y a la revista Babel, revista que se había editado antes en Buenos Aires y que en su segunda época se editó en Chile. Decimos "más o menos fielmente", porque a pesar de que Haya de la Torre se había distanciado en 1928 por discrepancias ideológicas de José Carlos Mariátegui, en 1930, Luis Alberto Sánchez, recién llegado a Santiago, hizo gestiones con el Rector de la Universidad de Chile para conseguir una invitación para Mariátegui, y apoyar la posibilidad de una operación en Buenos Aires, gestión que debido a la muerte del director de Amauta no alcanzó a concretarse17.

Haya de la Torre, desde su confinamiento o desde su exilio mexicano, les mandaba recomendaciones a los apristas desterrados: "no jaraneen -les decía- no se sensualicen, no pierdan el tiempo", trabajen por la causa (Ricardo Melgar Bao 2003), al mismo tiempo les advertía contra "el intento ruso de sovietizar y rusificar el mundo" y contra el remedo de los frentes populares europeos. Luis Alberto Sánchez, paralelamente a su red de amigos intelectuales y literarios, entabló relaciones de amistad y sociabilidad con una serie de destacados políticos chilenos, pertenecientes en su mayoría al partido socialista con los que el APRA tenía gran afinidad ideológica (en la perspectiva de un socialismo enraizado en América Latina y no importado desde la URSS). Entre ellos, con Eugenio Matte Hurtado, Marmaduque Grove, Oscar Schnake, Astolfo Tapia y Salvador Allende (todos ellos miembros de la masonería). También con algunos políticos radicales, no así con políticos comunistas. Los problemas internos del Frente Popular que gobernaba Chile no molestaban a los apristas, más bien confirmaban las advertencias de su líder.

Cabe preguntarse ¿qué relaciones se dieron entre estas distintas redes y espacios de sociabilidad?, ¿entre la cofradía literaria, la de exiliados y los flujos y redes político- ideológicas? En el caso de los desterrados peruanos apristas, a juzgar por las memorias de Luís Alberto Sánchez, lo político en su espectro más fino (y filudo) aparece como un factor determinante. En su libro Visto y vivido en Chile. (Bitácora chilena 1930-1970), queda claro que la amistad literaria del escritor peruano con Pablo Neruda (a quién está dedicado el libro), se distanciaba y enfriaba en la misma medida que Neruda asumía posturas militantes pro-soviéticas; otro tanto ocurrió con su amistad con Salvador Allende. También queda claro, que en ocasiones, como sucedió con la caída de la República en España o con el golpe militar en Chile, ese hielo tendía a desaparecer. "La derrota de los republicanos en España aceleró el proceso de aglutinamiento en Chile. En las kermesses, rifas, funciones teatrales a beneficio de los republicanos españoles, se soldaban las diferencias internas... La guerra civil derribó los tabiques que nos separaban"18.

Puede concluirse que los espacios de sociabilidad y las redes que se dieron entre intelectuales y políticos latinoamericanos entre 1930y 1950, estuvieron en gran medida condicionadas por caudillos y gobiernos autoritarios en Venezuela, Perú y Bolivia, y también por un Chile que recién salía del gobierno autoritario y militarista de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931). Fueron flujos y redes diversas, literarias, de exiliados o políticas, a veces provisorias y a veces permanentes, pero también en ocasiones semi ocultas, como las vinculadas a flujos teosóficos o de la masonería. Entre estas redes y espacios de sociabilidad se dio una compleja malla de interacciones, de amistades, disonancias e intercambios, en que lo político aparece, en última instancia, como un factor determinante de lo perdurable, de los quiebres y también de los momentos en que se descongelan los hielos. Algo no muy diferente ocurrirá con las amistades literarias y las redes latinoamericanas en la época del boom y de la revolución cubana.

Con respecto al período 1930-1950, y a las interacciones y redes que se dieron en él, falta, sin embargo, aún mucho por investigar. Resulta necesario, por ejemplo, llevar a cabo una investigación transfrontenza de los flujos del exilio español, como también dilucidar la real incidencia de las redes teosóficas y masónicas en América Latina. Lo que sí no cabe duda es que en la época de oro del libro en Chile los espacios de sociabilidad literaria y política que hemos descrito, contribuyeron significativamente a la expansión editorial; a su vez, lo que ocurrió en el campo del libro y las editoriales durante esos años constituye una valiosa fuente para rastrear la historia de las elites intelectuales y culturales del continente.

 

NOTAS

1 Subercaseaux, Bernardo. Historia del libro en Chile (Almay cuerpo). Santiago: Lom Editores, 2000.        

2  Lago, Tomás. "Los derechos de autor y el porvenir del libro chileno". Anales Universidad de Chile, 14. Santiago, 1934.        

3 Del Solar, Hernán. "Escaparate editorial chileno 1941". Atenea, Tomo LXIX, 205, Concepción, 1942.        

4 Véase el estudio y seguimiento de este pensamiento en Carlos Ruiz y Renato Cristi El pensamiento conservador en Chile: seis ensayos. Santiago, 1992; Isabel Jara. De Franco a Pinochet. El proyecto cultural franquista en Chile, 1936-1980. Santiago, 2007.        

5 Sánchez, Luis Alberto. Visto y vivido en Chile (Bitácora chilena 1930-1970). Lima: Ediciones Unidas, 1976.        

6 Picón Salas, Mariano. Regreso de tres mundos (Un hombre en su generación). México: Fondo de Cultura Económica, 1985.        

7 Picón Salas, Mariano, Regreso de tres mundos (Un hombre en su generación), op. cit.

8 Sánchez, Luis Alberto. Visto y vivido en Chile (Bitácora chilena 1930-1970), op. cit.

9 Brunner, José Joaquín. La cultura autoritaria en Chile. Flacso, Santiago, 1981.

10 Sánchez, Luis Alberto. Visto y vivido en Chile (Bitácora chilena 1930-1970), op. cit.

11 Subercaseaux, Bernardo. Historia de las ideas y la cultura en Chile, Tomo IV. Santiago: Editorial Universitaria, 2007.        

12 Picón Salas, Mariano. Regreso de tres mundos (Un hombre en su generación), op. cit.

13 Melgar Bao, Ricardo. Redes e imaginario del exilio en México y América Latina: 1934-1940. Buenos Aires: Libros en Red, 2003.        

14  Olalla, Marcos. "El ensayo político anarquista en Argentina. Historia, política y literatura en Los nuevos caminos, de Alberto Ghiraldo". Cuadernos del Cilha, 9, Mendoza, 2007.        

15 Sánchez, LuisAlberto. Vistoy vivido en Chile (Bitácora chilena 1930-1970), op. cit.

16 Melgar Bao, Ricardo. Redes e imaginario del exilio en México y América Latina: 1934-1940. op. cit.

17 Sánchez, Luis Alberto. Visto y vivido en Chile (Bitácora chilena 1930-1970), op. cit.

18 Sánchez, Luis Alberto, op. cit.