La herida de lo ambiguo

 

Javier Bello*
Universidad de Chile
jbello@gmail.com

 

 

Se ha afirmado el carácter sobrecargado u oscuro de la escritura de Javier Bello y ha sido éste, inmediatamente, el primero en decir que tal oscuridad no tiene su origen (ni termina) en lo barroco, sino que impone relaciones y relecturas desde el romanticismo, el modernismo, el surrealismo, hasta la poesía actual. Ante el espectáculo y despliegue de tal escritura alusiva, confusa, sobreabundante, cierta crítica la consideró hermética, formalista, conservadora, etc., olvidando o soslayando que, ya para Sarduy, el barroco en cuanto exceso implicaba un arte revolucionario, frente al pensamiento económico (o el orden del discurso) burgués, o que para Perlongher lo neobarroco era un ejercicio de identidad y contracultura, que hacía de la escritura una piel tajeada, resistente en su tensión. A propósito de la sobreabundancia y de lo que no teme llamar "enunciación disidente" en la poesía de Javier Bello, el poeta Pedro Montealegre afirma: "El silencio, de acuerdo a esto, sería una potente forma de abundancia, lo mismo que el blanco: un referente político que define desde antes lo literario, aunque lo literario en sí evite su mención. No hay nada que se llene para que desborde, sino que esa aparente abundancia, ese instalarse en lo (des)conocido, trasunta el pulso vindicativo de lo negado; lo abundante, entonces, sería lo no dicho, lo acallado, lo molesto, lo abyecto, que es lo mismo que decir lo asesinado, lo que no se puede nombrar, lo que no puede representarse en el escenario. Hablamos de una escritura que se instala sobre lo ya abundante, como la sombra del blanco. La escritura de Bello deviene la sombra del blanco". Evitar la vía de cierta poesía "contenidista", sin dejar de ser una poesía situada al decir de Lihn, donde el horror y el cuestionamiento de una escritura frente al aparato represivo se expresa mediante un lenguaje oscuro y difícil, constituyéndose, anfibológicamente, en un texto de goce en términos barthesianos y en una ambigua erótica de la herida y de la sombra.

 

LA HERIDA DE LO AMBIGUO

 

EL CASO DEL REFLEJO

Los días entrecruzados sobre ropajes que mienten,
de cuento las garras del asno, las pezuñas del alfil,
acusan a veces un brillo, babean las más de las veces
la retórica fría del acantilado, su adherida destreza
a tu signo, Lysi, que gira como una rueda quebrantando
dentro de otra el oro de mis tormentos, los dientes
de la turba enhiesta, la fábula negra de las tablas
escritas por ambos lados, como melenas llorosas, como madera
o un alma que en el agua se triza, sí, aunque no lo creas
las voces, los buenos días, los días perdidos,
los labios abandonados, las cartas que doy vuelta,
se revuelcan al calor de los disfraces, en sentido contrario
los labios, las lavanderas, la lengua entre las uñas, la lengüeta
restriegan mi amor, lo enjuagan, lo abanderan, le dicen
cuidado con la cabeza, la lluvia siempre fracasa, la lluvia
no es ninguna, no te creas, sobre un campo de cielos consternados
lame la grasa de los prematuros, las bocas del desdentado, la lluvia
toma conocimiento del caso del reflejo, la cuerda deja temblando
lo que deja, sopla sobre la ceja con ganas de prolongar los silbidos
entre los aparejos, la monja impropia moja los cuadernos, firma el hueso
como si fuera su hijo, ¿qué otra cosa podría suceder?
¿están todos los melancólicos en casa?

 

ZOZOBRA DEL ABANDERADO

Cuando el ojo se desenfunda y somete las barbas de kril, yo recuerdo
a mi madre aunque esté contigo, en medio de las cosas, en la oreja
no siento otro soplo que el miedo, otra luz que la tierra mojada,
los surcos de pan tragándose el cangrejo, mis pies enlazados y torcidos,
la raíz de la joya, el beso sin verdad, esta trenza en la trampa
del vidrio que camina sobre sus cuatro patas,
guarecido ya de espejos, de roperos, ya de festejos con lanzas
el abanderado se aleja en el sillón, el énfasis lo mima detrás del oleaje,
recién olvidado le pregunta qué sonido hay en su carne, qué preguntas en su olor
de grandes de Castilla, la ceniza más fina se convierte en flor de herrajes
y arroja por la espalda la pocilga. Cuando el ojo cansado de oropel
pregunta por mis huellas y se calla, cuando se acerca indecorosa
al cerebro intemperante la madeja, este hato de las jotas quiebra el hacha.

 

LA PUERTA DE LA ESCAMA

¿Qué quiere decir con eso de las jotas que se afilan en el lecho?
Eso quiere decir, ¿no estás de acuerdo? Un límite parece traer a la memoria
el peso de los sacos, acompasadamente lejos. Te hablo de la piedra que nunca estuvo sola,
te escucho en la ceniza volcada. Los sacos traen seda, traen nada,
traen lo que dejan, lo que arrastran, al borde de la aguja y del agua
abandonan su vestido de llagas, dibujan en mi mano el rostro enmohecido,
lo adivinan, lo auscultan como a negras señales. Recibo sus guarismos, los exhibo,
las costuras se enfilan igual que sentimientos encontrados, los engendros
se llaman, se encuentran, date cuenta, en la caja hay más preguntas que animales,
doblan el paso sobre cuellos marchitos, los silbidos insisten como vena cortada,
como cepos calientes en las canchas, chorros ecuménicos, estrábicos,
el índice del fuego apuntando a las vestales con toda su madeja invertebrada,
el adulterio de la rueda, el trance líquido, la flema de los sacos, las punzadas. Ay dime
sin abrir los ojos cuántas veces llamaste a la puerta de la escama.
¿Qué quiere decir con eso del retrato? Lo mismo que padece, muchas gracias.

 

HIJA DE LO INFORME

Se había exhibido con destreza a un mismo tormento del alma
lo entredicho. Que el alma cuando se opone roza los emblemas, hincha el vacío
olvidado en el cuerpo para ser lo entredicho. Ser a este lado del no ser
la sustancia que cuando cae a la loza se impregna, al paso sorprendido salmodia y lo convence
de tenerlo vivo frente a sí, sin decir nada más y sin oírlo. Así sabe que Castilla
se encuentra apercibida por visiones que permiten los visillos
moriscos entre las casas altas. Y las cofradías andan con antorchas por el poco orden
de las alumbradas, que son deformes igual frente a una cruz de palo como bajo el paño
de los devotos que casan a su hija con la Ley, la resucitan aún después del miedo y sus colgajos
siempre a puertas cerradas. De la hoguera no se vuelve, hermana, andan buscando
frailecillos tiznados entre los guijarros y mujeres. Sobre todo en el vientre
dicen que hay ramas nuevas, efigies en la entraña, que las cuerdas desfiguran
como si fueran lanza o leño con gusanos. No seas arrogante, pero sé
valiente, no quieras dar razón al engranaje, trágate la llave antes que caiga
en las manos solteras de la nieve. Se había exhibido sin querer una gran madre
levitando dormida contra las ventanas, el ojo en lo entredicho la objetaba, el tiempo
la miraba sudando entre alacenas un orden que lo impío contorneaba
como si fuera hija de lo informe. Que no puedan morir, que estén holgados
al lado del susurro que los tienta y en la carne convence con soltura
que este lienzo es mortaja del que muda, que esta llama cortante silba a solas
su heredad extendida frente al fuego. Dime, Teresa, ¿qué goteras te alzan?

 

PIEDRA DE BABEL

…había que recorrer una gran desolación antes de llegar a algunas claridades
José Lezama Lima

Goteras, silbidos, tetillas del Mar Muerto, gestos en la vía dolorosa
cuando los olfatos quedan clausurados, se vienen abajo, enmudecen
los conductos, los esfínteres, narices contrastivas, vacías como estopa
en los predios marítimos, entre cuerpo y Dios ojos cerrados.
Puede desembocar en la mano una represa, la impaciencia
de los canales desnudos ante el apuro de las corrientes desvestidas.
Me veo en esos labios perdidos, en esas densas melenas que suspiran
el nombre ardiente que en su decir olvida y en su silencio se alza.
Allí la lengua araña madreselvas, los insectos se nublan ante el torniquete,
los deseos no escatiman la distancia viva. Allí, entre nubes y estertores,
la cánula de los caminos tiene una cita con la tibieza.
Pongo los labios en el filoso apego que roe la coma del contacto
y la cortina que se borra poco a poco para dejar aparecer el rostro
que viene a hablarme como si fuera mío, en la hora final criado de la luna,
agua fugaz donde el cristal restriega su paraíso de insensato sueño,
los labios de la caja en que el esposo escupe despojado
un crepúsculo cayendo sobe la rodilla nueva de su pensamiento.
Miro la pared, la mancha de aceite, las resinas, me veo en esa hoja
que ahoga la sangre en su color de cosa mezclada. Los olfatos se encapuchan,
se aleja el desolado, el aduanero se cubre de aristas como un perro viejo,
se cubre de huellas como un viejo camastro de ruedas y caballos.
Piedra de Babel, sabe lo que escribe, y lo que no le salta al paso,
le cierra el libro, le nubla las gafas, eclipsa la fisura en que la novia
describe su cara al espejismo, en la boca de Lysi cortapisas
mascándose a sí mismas, mordisqueando los labios timadores del trueque.
Mal día para enterrar anzuelos, tengo que arder en un país de sombras
dice Zenea cuando se queda solo y pule su casa entre dos arenales.
Mal día para ser invitado, los olfatos se quiebran, los gestos repiten la nariz bajo el agua,
el poeta camina al paredón, los lagartos se arrastran por el alfabeto sin sacar ni siquiera la lengua,
la novia se tuerce atada al ouroboros, labios adoptivos del último muro del Templo.

 

PLACENTA DEL RETRATO

y quedemos atados
como la heredera en el vientre de su madre

W. H. Auden

Las cosas son una en la confesión de mi madre y solamente en ella
encuentran un rumor que las toma del pelo y las aclara, pero aún ante su brillo puede desdecirse
para llover sobre los toldos de la fascinante mascarada, de paso convencerme
que lo que queda del vacío es una muesca, caer en su interior igual que un grito
que se desfleca poco a poco y se dilata, examinarla desde todos los balcones
como se hace con un exceso o con un auto de fe en Valencia, contemplar cada ojo apercibido
desde el otro corral obliga la intervención de fuerzas invisibles, la placenta del pensamiento
se enrosca sobre las trenzas de algo donde me voy hundiendo, a solas, Lysi, entre tus huesos
transparentado al fin como el amor del mástil imprevisto, el súbito tormento del barco que se aleja
desde ambos costados a la vez y es dulce en el regusto, tan adentro, al encender las velas
del último sábado que pende del canal y no guarece, desvestirme allí en la hondura
de pensamiento y objeción, de obra y lozanía, abandonar esas palabras en el buche
donde el retrato se enternece, se amilana, como las alas enclaustradas tras el lecho
de piedra o la oreja en las zarzas o la rubia pezuña del cerdo, un aerolito de estupor
depositado contra el friso, contra el fuego, que se asemeja a lo que fue pero lo hace
como carne sin fin, como delito levitando en las alcobas del reverso.
Las cosas se penetran, Lysi, hasta tu entraña, igual que el rey que viene a conocerlas,
y al mirarse caer no se lamentan, triscan entre sus dedos, quedan resucitadas
como venado al sol de los reflejos, como el pie que en mi madre justo antes
de todo amanecer en sangre se despeña, en vilo se despeña, en vilo, en sangre.
Mira a la muerte me dijiste, ¡mírala bien!, está tan sola, tengo que ir a acompañarla.

 

LANA

me acusas a deudas, a más rehenes
Alfredo Gangotena

Los nuestros se escondieron, vivirán, dijiste, hija de corderos.
El rumor se trenza frente al fuego, reluce el aguacero en las cartas echadas,
la prohibición de tocar adormece el objeto a distancia, párpado desigual
abre en el muro figura enmascarada, abre el ojo clemátide,
impar testigo, imagen desbordada para el cuerpo
que pesa entre las onzas del regreso, vaga sin semilla, sin nombre entre las astas
espejos ovan bajo el doble del arnés, pregunta por ti cuanto disuena.
Dijiste temerás, altar sin criatura, volverás a la casa desollada,
al idioma del torno, al código poroso de la bienvenida. Es cierto
lo que reza en su aposento el ácaro, es cierto, párroco del plancton,
el óxido que engasta bajo el nido el nudo. Lo dice el humo, el pez,
el exceso del galgo de la fe, el síndrome disperso de la arruga. Lo repite
la piel en su tendal sobre las cosas, instrumento del cuero y de la lana,
cascabeles que al símbolo retornan, irrumpen comunales, proliferan
en el cuello falsos rojos, celestes bárbaros, territorios de implacable destreza.
Parece una quemadura que se despereza, parece un silo, un sol, así sucede
al centro del pan aparecido, el sexo del enjambre siempre al centro.
Bajarán hasta el valle, tenderán en los oídos tripa que cebaban.
¡Habeas corpus!, corte de ademanes. ¡Habeas corpus!, límite del tiempo.

 

MELAHIM

Vienen con el viento que trae arena, los llaman cabeza de arena.
Están cubiertos de pelo, saltan y se posan, no se arrastran.
No tienen sangre, rabí, consta que crujen.
Me los comería aunque se lamieran a sí mismos.
Del labio inferior, de la ubre del cielo
viene esta gramínea de los pájaros,
patas de alcohol, mensaje su carta de tres dedos.
Confesiones y tórtolas, codornices y apremios ilegítimos,
lentejas para Pesaj en las huertas de Astorga,
columnas, mercaderes, langostas del templo
suben la escalera por la pierna coja de los corderos.
Brasa de arcángel, demasiado hollín para morder
la trenza de los rebaños. Demasiado el tendón, los animales de humo
donde se sientan a hablar los parientes con mi abuelo.
Me conformo con siete velitas, lloro
contra la pared sobre mi brazo derecho.
Como rosa entre espinas va el rey a sus cámaras,
hijas de Salomón, como yo, de extranjera.

 

ENFERMEDAD A DOMICILIO

Qué predica en su lecho mientras dice
dame la aguja predicando
para salir del paso, la verdad
se tiene en pie, durísima se escurre.
Debe trepar soltera, sepan, salta, la cur
la curvatura de su oído.
Sin tregua, tiene tanto que decir,
seré escribiente a solas de su bando.
O libro alzado o prosa de la tierra,
sutura del copista, espejo laxo
la víscera en la mano, la avaricia
de unos pocos remiendos tras el trazo
traza. Alguien canta en el fuego, es el fuego
que quiere quemar todas sus cartas.
La niña de Sus ojos, la judía
y su dedo hacia Dios, es lo escrito
mi madre con su válvula en la hoguera
del quirófano, apunta a todos lados.
Se arreglaba la falda, sacudió
hija la cordillera de Los Andes.
Estaba viva, tenía corazón, de sus encantos
canta la eternidad, habla con la enfermera.

 

ALBABETO BARUJ

El santo y seña dice la voz que quiere amanecer, baruj le contesta al tendón de la noche
en puntillas quiere amanecer, el imán tonsurado se come las uñas
hace ruido con los dedos, esperando, esperando, los nudillos arrugan el último después
al paso de la suela proscrita, brasa en el cinto, las hornillas humean, el pantano
interroga al levadizo inasible, al halcón las sonrisas, el gendarme
silba prisionero, canturrea de pie en la puerta del tifón, prevalece
como trance que escarcea en sus despojos, baruj le dice, acaba
de decir y el libro nada devuelve, lo deja silbando y con su queja
deja de hablar, la orquesta desordena deslenguados papeles, los instrumentos se deslíen
tras su horizonte cabizbajo, tras la coronación sábanas altas, campanadas
en una noche negra, se puede oír la sed, la pregunta gotea en su orificio,
quiere amanecer, deja los instrumentos tras su dura pupila, baruj le contesta
al perdulario, el enjambre votivo hojea el cuero, papel biblia, reina
valera entre perlas de talco, jardines de babilonia, serafines incrustan
dientes en tobillos con escamas, después de los suplicios la lengua se debate
titubea en el pecho tricornio enjaezado, lo denuncia el santo y seña, la devoción granate
de la sangre sin bosque, el armisticio inunda tras el cristal la noria, el alfabeto escampa
apenas saboreado, quiere amanecer, baruj le dice, espinosa avemaría.

 

EL PAN DE CARAVAGGIO

El fondo para la cabeza de Medusa tiene que ser verde, verde también la carne
donde el príncipe sufre y el cardenal deserta. Como cebo absorbido por la nítida niebla
lo ambiguo se descompone igual que un objeto en el paraíso de los labios trenzados
por espinas que obedecen a la mano tras los árboles. Había un ruido junto al cuerpo, un aleteo
en los pasillos sin velo. Había un gran teatro saludando sobre la colina
con el hambre de un pie que se baña. Había el breve olfato de la miel en el cuchillo
que refleja la luna. Una lente convexa enfoca la sangre casi negra
sobre el mármol triturado de los besos. Un biombo recubierto por las hojas del pubis
donde el último descendiente de Heráclito juega a las cartas y sopla
desmantelando el cielo de las estrellas fijas. El nieto de Tiziano y los cazadores de alfombras
abierto en el césped con la uña de los camaradas del Este. Como la novia en la arcilla
deletrea a los dioses mordisqueados por los pigmentos. Habrá tiempo indican los prosélitos
para mirar el orden de los planetas sepultados bajo el cuenco de plata.
Por el rabillo del ojo la muerte de un muchacho mordido por un lagarto
en las afueras de la ciudad del alma sin ombligo. El cadáver del comisario
que flota boca abajo en el Tíber y el diente de la prostituta saludan a la marea
entre los debutantes del carnaval de hilo. Seguido de lo cual en los mendrugos de pan sobre la mesa
abren sus ojos manieristas los gusanos de la primavera.

 

LADRIDO PARA GOYA

Sin naturaleza no se puede saber por qué la grande hazaña
como espejo con cadáveres ya es otra cosa alguien podría argumentar que no
cuando el garrote aprieta el niño está de chanza es parte de la risa
se reparte en los campos con los calzones abajo colgado del tarot
por leer el pliego en una reunión de hombres
la cabeza separada del cuerpo en una rama los brazos en otra el caporal
chasquea dedos muertos las mujeres dan razón los niños trabajan
en una zanja con los intestinos de las abuelas el ojo
clavado al picaporte el seso al teatrillo de la razón aquí en la plaza
hiede otra leyenda negra.

 

PASTOR DEL MAR

Estos dedos que de dedos sólo tienen algunos vestigios de lluvia
Juan Larrea

Se llama Juan, se llama Jeremías, le tiene miedo al frío de las cosas
hace el sortilegio de las aspas hasta que el viento borra lo que queda
apenas mueca de molino para el augur que escupe sobre el alba
toda su muerte, ojo de diamante, criaderos al sol recién paridos
como vides eléctricas silban su fermento intempestivo, su primera catástrofe
de este lado sin miedo de la luna, la anémona en su ley, el telón de las algas
craquelan la noche y la desnudan, dibujan al pie del precipicio
la estatua y su rigor insepulto, la pluma que pesa entre las dádivas
como un trirreme en llamas tras las bodas del cielo, el pájaro en la boca
insiste en perfumar los dioses cálidos, cocinar un cuenco lleno de suplicios
incendiar un atado con mentiras piadosas, el nacimiento de las viejas aguas
cuando el brazo quiere un poco de ternura, cuando el cachorro mama
en el flequillo la felicidad del gotario, su cielo restringido, el incestuoso pálido
hace sobre el mar el sortilegio, oye cada noche al desdichado, ningún otro barranco
teme a su nombre de la misma manera, ese juego de manos, el eclipse
dormido a sus espaldas como un fósil, ningún otro barranco, ningún otro algoritmo
cayendo en las hornallas como un fuego sin madre.

 

EPIDEMIA Y TRIZADURA

Nacer como hubiera querido el cielo que naciera
por segunda, por tercera vez llegar hasta la fábula
entre las piernas la desaparición de la persona, alumbrar
la covacha secreta, la cabeza volcánica, la hija dorada del enigma
muge entre las aguas, se desviste, cuídate niño de su acero
de su carta espigada donde cena una ansiosa nación en los espejos
hervir los implementos, tremar con la tormenta que ha decapitado los enjambres
aquel día los pezones sahumados, la asfixia votiva de la estatua
las trenzas aceitadas por la ebriedad del mar, tirante cada cuerda
siete veces nacer, grano de nadie, insolado como el ojo en las aspas
hijo de las alfombras y el genio meloso del almizcle
Nacer como nacen las heridas, llenas de felicidad por la muerte
como nace el algodón suspendido entre manos que rezan
aquí donde no saben, aquí donde no tiemblan, una vez, otra vez, el sol, la trizadura
la sábana, el forado, se me echa a llorar la cosa entre los fieles
la cajita que dice guárdate amor mío de toda tibieza
obscena la hoja diminuta de los árboles se suicida como una epidemia.

 

LOS ALTARES DE LA COSTURERA

No cabe duda, no hay nada que hacer contra la muerte, los instrumentos
le roban su esquirla, la distraen, le dan de comer joyas baratas.
La invitación del amor, la miel que abre los dedos, las líquidas alfombras
que cubren el hígado por siempre, la mala ventura al infiltrarse en los besos,
el peso de la herida, la humedad de la herida, la visita amniótica del Eros,
oscuramente la delatan. Como un libro asustado, como un convidado de piedra,
como el corazón donde leuda la elipse, el hígado pasa el invierno en la bóveda del artesano,
atesora las rosas para la despedida, la imagen del tiempo que se despedaza
ante la vigilia descrita por los instrumentos. Qué más le dan de comer, por favor no me digas,
trenzas de laurel con miedo, encaje mordisqueado del otro lado del bosque,
estrellas que repujan pasos imperiales, estigmas imperfectos, raciocinio.
La muerte reticente hace su ronda, impone allí sus términos, doblando las esquinas
los muele, los mastica con cansancio mientras el hígado mancha las paredes
como un siglo abigarrado de distancias que vienen del Mesías, latitudes permanentes
que descienden tiritando de la bola de pelo. No cabe duda alguna, era Castilla, era en la fiebre
la misma corona triturada sobre el cielo de las alpujarras, interrogada sin defecto
por su propia maternidad reversible, la pobre tinaja anegándose encinta
sobre los baldíos amoratados de la paloma. Aprovechemos de lamentarnos todos juntos
ahora que estamos entre hermanos, aprovechemos de maullar la noche entera
como si hubiésemos sido invitados. Ni una palabra más, sin duda alguna
no es largo, aunque tampoco tan breve, el testimonio de los huesos quemados
que cantan su vergüenza en los altares de la costurera. La invitación del amor,
las escenas sin traje, el hígado acostado dentro de mi oreja.

 

GANCHO EN EL ESPEJO

bueno
estoy muerta
y quiero divertirme

S.T.

Esta tarde he pensado que la muerte se acerca tambaleándose
como un gran cargamento de higos, de luces y aceitunas,
ataviada con dientes e insectos que fríen agujas, fríen dedales,
una ígnea función celebran los magos del esfuerzo
para arder y calibrar la inclinación del pubis, el arnés en el frío sistema de invierno,
fantasmas aceitados entre los disfraces con que enseña su saña la mandíbula,
adornada de conchas y espejos, cloqueando en el pesebre de las tuberías,
el magma pestañea fijo en ataúd sellado.
Lana para hilar fino trae el colchón de la muerte con su fruta mordida por los intensos párrocos,
ventrílocua asusta en las esquinas del viento que despeina todo lo que dobla,
el carruaje con sus vendas sin tiempo, quién entonces sin tiempo
ayuda a pespuntear apenas las solapas, apenas las hechuras del numen,
quién el tejido que Thénon eviscera esta tarde en la vena proscrita de la bailarina,
el plancton que adora tu pelo, apenas tu manto de escamas,
apenas tu cepo sin gula. Yo escribo este poema condenado por la succión del musgo,
por la ascensión del vientre hacia la cima insurrecta.
Esta tarde he pensado que la muerte se acerca
con su largo volumen de incisivos maduros que caen de la ingle a la celda,
el cuerpo rojo, la joven quietísima será un recuerdo entre las fosas,
el rebaño que ahúma tu rito enmascarado en los espejos.
Me queda entre los dedos el vacío, cuanto he gobernado con fiebre,
en la salud la enfermedad del polen, la arruga musical resquebraja los mudos implementos,
la voz abre en la espina tu dolor tras el esófago,
un litro de dervichas masturbando el eje cuando giran en claustro.
Nupcial la muerte regurgita azumbre de señuelos lambiscones,
la multitud rendida al agasajo de no verte más que en sueños
donde muerden la alfombra, donde arañan, para alumbrar apenas contra el país secreto
el sol de los venenos, el grano de la ofrenda, la muerte apenas tambaleándose.
Susana entre espinas lo puede quizá decir de otra manera.

 

EL MENSAJERO

No son los diminutos silabarios de fuego detrás de los que viene el heraldo, el heraldo está muerto y fracciones de invierno lo toman de la mano para bajarle la fiebre antes que desaparezca del todo, conmovido por la persistencia de la erosión y los depósitos metálicos, arrastrado hasta lo infinitesimal de la sílaba por el carruaje de la unidad prestada. La verdad es que son dos, siempre son dos, de ahí la sed irreductible. Es él y su hermano, él y su novia de vidrio. Una sola trizadura los separa en el vientre, un mismo cortinaje de reflejos en que lo uno es uno y su primera versión el azogue sin nadie. Entre esto y aquello hay algo, entre algo y la nada otra cosa. Detrás de algunos números de sombra garúan los que se echaban de menos, al final del algoritmo aparecen los desaparecidos, la secuencia de las interrogaciones se hace infinita, la plataforma de las preguntas se vuelve insoportablemente pesada. Voces en estado sólido, voces en estado larvario, gente que vagaba por ahí y tuvieron hijos y no pudieron ponerse de acuerdo. Los que miran el mar dentro de un libro, los que cambiaron sus nombres, los que dejaron de rezar al Dios de los acorralados, los que cargan flores en los brazos mientras la dentadura negra de los cadáveres cojea por el barranco. El heraldo vuela alrededor del fuego como una mariposa nocturna con grandes ojos de estuario, las alas borroneadas por las yemas de las víctimas, el tablón al que no dejan de aferrarse. Carnadas verdes, verdes espejismos, manos cortadas naufragan en el río verde. Y el heraldo, hermana de la humedad y los colores, se santigua con el cráneo abierto.

para Felipe Posada

 

EL ARTESONADO DE LA SINAGOGA

No hay nada en el baúl de los muertos que no sea sospechoso de un pasado remoto. Las piernas del jardín se entreabren de derecha a izquierda como las cartas que aluden al alfabeto rizado. En el momento de deshacerse, la garganta salvaje duda si pronunciar la sed, la sílaba madre, la hoguera del último rey de los monos. Llena de prismas, la memoria reduce las posibilidades de acertar al color de la tribu, las desviaciones de la lengua vestidas en trajes de época juegan con sus genitales a la orilla del río. Como el silbo de Dios en las piedras del acantilado, las medias rasgadas suelen revivir el pulso de las festividades ajenas. Nada yace detrás de la lluvia que pueda repetir lo que dicen las cucharas donde falta la leche y la miel del reflejo. Ah las viejas postales y los daguerrotipos y las tarjetas de presentación y los cuadernos de croquis y los diarios de vida abandonados en los orfanatos, como la carne representan un flujo continuo. Como si se tratara de la mano que escribe, los dedos fantasmas y las páginas desatendidas por los copistas se acercan sin titubear a la frente, la manchan con tinta, con mosaicos en ruina, con humo de incendio, la arañan con todo lo que no es transparente. Entonces las letras se fugan, dejan el libro en la arena, sin mirar atrás seducen a la estaca del pantano con el ojo encubierto, convencen al rostro en la almohada, pierden el rostro, lo arrastran entre cortinajes en celo, entre la ropa que ha sido declarada muerta, comprenden por fin que no hay espejismo que valga en el fuego, que no hay exterminio que no traiga consigo la reunión de la escama, la ojiva bizca y el perro de los macabeos. Abismo y celosía, el artesonado de la sinagoga, el blanco que Severo tiñe con café y Sarduy con sangre.

 

CUENTAGOTAS

El cuentagotas sonríe ante la forma despiadada como si fuera un golpe de muerte
sonríe del lado donde se cierra la madre que abre los ojos del revés
va y viene como la marea hasta que el imán rompe el vínculo
anuncia el eco de luces secuestradas, huestes en la crecida del río, el doble que me falta
el lazo entre los dedos anuda una tormenta de señales
asilados los párpados, las preguntas vienen sin ser invitadas, se muerden los codos
esas sangres piadosas, estos labios que cuelgan de las astas
noches amarradas al cuello escriben el sueño de los animales
las escamas, los árboles desconocidos, la tierra que se acuesta con nadie
entonces las tenazas se quedan con la piel, sonríen entonces
la regalan como un recuerdo envenenado, una muerte que abotona el traspié
el olfato me encubre, la mirada se ausenta ante el plagio de las puertas mal cerradas
cruza el puente descalza, va y viene como la marea, el paraíso resbala
sobre la estopa seca, el sábado riza las sandalias, la cicatriz se muda a los espejos
figuras enlutadas, manchas en la pared, los ojos húmedos tras la polvareda
esta tibia borrasca, esa nieve ilusoria que procrean los árboles
velado el pie, ácimos los dedos, la marea va y viene, el traje se descalza
el perro de escombros devuelve la sonrisa a su hospedaje
la casa del sol llena de fantasmas, el mensaje sedicioso de mis actos, quizá
la única salida

 

SOLFEO DEL ACEITE

clenching your fist for the ones like us
who are opressed by the figures of beauty

Leonard Cohen

Puedo rastrear la voz tras la herida del paladar ambiguo
para trasquilar el disfraz en tu partidura sin corona,
leporina a la sombra de viejas pestañas, enjaezada de rizos y espuma.
Puedo besar la red de la quijada, tu hueso de jabón, la espina
cuando el tejado llueve su porción de nombre, tu apuro en el hollejo,
la cálida aversión sometida que se deja sentir como aceite en los vasos,
como podrida azúcar en el huevo, el cascabel que lamen las cucharas, la resaca
que filtran los nudillos afligidos como un traspié del mundo y de su glosa.
Podría rebanar mi atracción pero no puedo, yo no estoy
mientras el niño retoza en la gasa de valva y de ballena,
y todo lo que huele se adultera a través del puño sin resquicio,
esa sutura atada por tu sexo que me deja mordisquear las algas tibias,
enharinado el dedo, en santidad la uña, su halo débil que tirita,
saliva en el solfeo, se estrangula con la cinta dentada.
Podría reparar el precipicio, pero el que amo en el hojaldre se despeina,
hereda y regurgita entre las armas un dorado batallón de légamo,
el manojo de huesos que nadie ha convertido en otro abismo,
el muñón de la voz donde el pulpo recala como astuto reo sin tentáculo.
Así es, eso queda, la boca marsupial y tu pregunta sobre la confección de muecas,
ese mueble indigesto con que el mundo se adorna y hace burla a todo lo acabado
en qué, de qué, para que pueda rastrear la herida de lo ambiguo.

 

NOTAS

* Javier Bello (Concepción, 1972). Licenciado en Literatura Hispánica por la Universidad de Chile y egresado del Doctorado de Literatura Española Moderna y Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid. Autor de la edición crítica de la obra de Winétt de Rokha, así como de trabajos sobre sus compañeros de generación, antologías, encuentros de poesía, talleres (entre ellos, el taller de reescrituras del Canto General, donde participó como guía, fruto del cual se publicó la antología Desencanto personal), etc. Ha publicado La noche venenosa (Concepción: Letra Nueva, 1987); La huella del olvido (Concepción: Letra Nueva, 1989); La rosa del mundo (Santiago: Lom, 1996); Las jaulas (Madrid: Visor, 1998); El fulgor del vacío (Santiago: Cuarto Propio, 2002), que compila los dos libros anteriores más Los pobladores del entresueño; letrero de albergue (Huelva: Colección de poesía Juan Ramón Jiménez-Diputación prov. de Huelva, 2006); Espejismo (Santiago: Cuadro de Tiza, 2010) y Estación noche (Santiago: Calabaza del diablo, 2012). Los siguientes poemas han sido recogidos por su autor, como muestra de una poética personal y forman parte de su próximo libro, Los grandes relatos.