Número 7, octubre 2016, 105-130
Claudia Cabello Hutt
University of North Carolina at Greensboro, Estados Unidos c_cabell@uncg.edu
Resumen: Gabriela Mistral y Alfonsina Storni tuvieron clara conciencia de estar viviendo en un tiempo de transición, marcado por grandes transformaciones sociales, políticas y económicas. Los ensayos y las crónicas que publican en diarios y revistas entre fines de 1910 y 1930 dan testimonio de su particular visión de estos procesos de modernización así como de sus intentos por intervenir y desestabilizar los discursos hegemónicos en torno a ellos. El propósito de este ensayo es reflexionar acerca de la relación de Mistral y Storni con ciertos aspectos de los procesos de modernización a partir de sus ensayos periodísticos.
¿Qué significa para ellas, en tanto mujeres, escritoras y trabajadoras, vivir en una época de transición? ¿Cuál es su particular visión acerca de un período de radical transformación para la mujer y otros sujetos desempoderados?
Palabras clave: Storni, Mistral, modernidad, prensa, estudios de género.
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Ill-Placed Women: Interventions in Modernity in the Prose of
Alfonsina Storni and Gabriela Mistral
Abstract: Gabriela Mistral and Alfonsina Storni were fully aware that they were living in a time of transition, marked by great economic, political and social transformations. The essays and chronicles they publish in newspapers and magazines between the end of 1910 and 1930 give testimony to their particular point of view about these processes of modernization as well as to their attempts to intervene and destabilize the hegemonic discourses about them. The purpose of this paper is to reflect upon the relationship between Mistral and Storni with certain aspects of modernization, based on their journalistic prose. What does it mean for them, as women, writers and workers, to live in a time of transition? What is their particular vision of a period of radical transformation for women and other disempowered people?
Keywords: Storni, Mistral, modernity, press, gender studies.
Nos toca vivir un accidentado momento de transformación social y estamos observando, distraídamente acaso,
cómo se apagan una a una, las luces de una larga civilización:
la más larga de que los hombres tienen conocimiento.
Alfonsina Storni, “El movimiento hacia la emancipación de la mujer en la República Argentina”
No es buena cosa venir al mundo en época de transición.
Gabriela Mistral, “Hija del cruce”
La conciencia de estar viviendo en el borde entre un tiempo pasado y uno por venir, la sensación de estar dando un salto hacia un nuevo territorio, la promesa pero a su vez la desesperación de dar vuelta la cara y ver masas de sujetos marginales que van quedando atrás, que no pueden dar el salto, que están siendo borrados por la velocidad de la modernización, es una de las imágenes que aparece de modo más vivo en la lectura de la prosa periodística de Gabriela Mistral y Alfonsina Storni. Ambas escritoras lograron hacerse un lugar en el espacio intelectual de las primeras décadas del siglo XX
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y lo utilizaron, entre otras cosas, para transmitir su propia visión de las transformaciones de esta época, fijando la mirada en los sujetos excluidos del discurso hegemónico para revelar una cara distinta de la modernidad latinoamericana. Reconocieron en su tribuna pública un espacio de poder y buscaron a través de ella intervenir activamente en los debates sociales y políticos de la época, conquistando sin duda batallas claves en lo que Jean Franco denomina la lucha por el poder interpretativo (xi). Si bien en aquellos años la mujer ya era parte de la fuerza laboral –principalmente en servicios y educación–, aún no entraba significativamente en el campo de la producción cultural. Storni y Mistral, sujetos que son a su vez productos de la modernidad, aprovechan la expansión de los límites de ingreso al ámbito cultural para conquistar un espacio simbólico que abrirá paso a una legión de futuras escritoras e intelectuales.
Reconocidas principalmente por su poesía, su prosa periodística revela sus ideas y miradas ante la sociedad de principios de siglo y permite identificar los lugares, condiciones materiales y referentes ideológicos desde donde las enuncian así como sus estrategias de inserción en el campo intelectual1. Esta ha sido una de las principales labores de la crítica reciente en torno a estas y otras escritoras de la primera mitad del siglo XX, que desde una óptica de género ha abierto el debate acerca de la producción ensayística y epistolar de mujeres para cuestionar su estatus secundario ante su obra literaria. El caso de la poeta chilena es emblemático, ya que la figura que trasciende y predomina en el imaginario colectivo es la de la maestra, sencilla y apasionada, que escribe poemas de amor y rondas infantiles para los niños de Latinoamérica2. No es sino recientemente que se han difundido de manera
1 Como señala Alicia Salomone con respecto al pensamiento de mujeres como Mistral y Ocampo, “la reflexión que en estos mismos años producen a este respecto las mujeres intelectuales, en gran medida, queda al margen de la mirada crítica contemporánea. Desde la perspectiva androcéntrica que prevalece en el campo intelectual latinoamericano de la primera mitad del siglo XX, la escritura de mujeres parece reducirse a una literatura femenina en la que sólo se percibe la dimensión discursiva de lo íntimo y sentimental” (“Subjetividades” 38).
2 Uno de los innumerables ejemplos de la predominancia de esta imagen se encuentra en las palabras que pronuncia Hjalmar Gullberg, miembro de la academia sueca, al momento de otorgarle el Premio Nobel a Mistral en 1945: “Gabriela Mistral proyectó su amor maternal sobre los niños a los cuales instruía. Para ellos había escrito sus sencillas canciones y esas rondas reunidas en Madrid en 1924 bajo el título de Ternura. Contrastando con la patética emoción de Desolación, Tala expresa la calma cósmica que envuelve a la tierra sudamericana, cuyo aroma llega hasta nosotros. Henos aquí
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amplia otras esferas de su obra, reconociéndose su pensamiento político y social. Gabriela Mistral escribió cientos de ensayos y crónicas en decenas de periódicos y revistas a lo largo del continente americano y Europa. De Alfonsina Storni aparecen, en el segundo tomo de sus Obras (2002), ciento ocho textos publicados originalmente en periódicos y revistas. Las crónicas y ensayos de Mistral y Storni cumplen diversas funciones, entre ellas, sirven como medio de profesionalización, de intervención política, como espacios de comunicación con un público masivo e internacional y también como un medio de creatividad y experimentación estilística.
Mistral y Storni, nacidas en 1889 y 1892 respectivamente, son testigos y partícipes de los procesos de transformación social, económica, tecnológica y cultural que marcan la modernidad latinoamericana. Observan también sus zonas opacas y sus contradicciones, su desarrollo desigual y heterogéneo3.
¿Qué significa para ellas, en tanto mujeres, escritoras y trabajadoras, vivir en una época de transición? ¿Cuál es su particular visión acerca de un período de radical transformación para la mujer? ¿Cómo intervienen el discurso hegemónico de la modernidad? Mistral y Storni desarrollan en su prosa una visión de la modernidad como un período de transición y crisis en que el lugar de la mujer, los trabajadores y los sujetos marginales es central. Ambas articulan un discurso acerca de la modernidad anclado en una conciencia de clase y de género desde la cual interpelan el proyecto modernizador que el Estado y las élites económicas y políticas intentan implementar en las primeras década del siglo XX.
Alfonsina Storni y Gabriela Mistral comparten muchos rasgos: una infancia sin privilegios, marcada por la incertidumbre económica, una temprana necesidad de trabajar y una carrera docente que se combina con la escritura, así como una fuerte participación en revistas y periódicos. En cuanto a su formación, estas escritoras pertenecen a lo que Ángel Rama denomina “la cultura democratizada”, que se caracteriza por “la floración de autodidactas y la reticencia respecto de la vida universitaria, que había sido la norma intelectual del XIX” (40). Storni no cursó los últimos cuatro
de nuevo en el huerto de la infancia, de nuevo los íntimos diálogos con la naturaleza y las cosas… Señora Gabriela Mistral: habéis hecho un viaje demasiado largo para un discurso tan corto (…). Para rendir homenaje a la rica literatura iberoamericana es que hoy nos dirigimos muy especialmente a su reina, la poetisa de Desolación, que se ha convertido en la grande cantadora de la misericordia y la maternidad”.
3 Véase Julio Ramos, Beatriz Sarlo, Néstor García Canclini.
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años de primaria y enfrentó dificultades para ingresar a la recién creada escuela Normal de Coronda (Galán 49). Por su parte, Mistral comienza a trabajar como profesora antes de terminar la escuela y, finalmente, luego de superar varios obstáculos, consigue su título de maestra primaria tras rendir exámenes en Santiago. Sin embargo, el conocimiento de la realidad cultural y social, sumado al dominio de la letra, les permiten contribuir en periódicos y revistas, actividad que desarrollan paralelamente a su creación poética. Mistral publica sus primeros artículos en 1904 en El Coquimbo: Periódico Radical cuando tenía quince años y continúa publicando en diarios y revistas a lo largo de su vida. Mientras Storni a los diecinueve años, en
1911, realiza sus primeras colaboraciones en medios de prensa regionales y más adelante publica en una variedad de periódicos argentinos, entre ellos La Nación, donde colaborará de manera estable hasta su muerte en 1938. Estos espacios de expresión se abren gracias a que “el brusco avance de la prensa absorbió prácticamente a todos los escritores existentes” (Rama 35). Así lo confirma Mistral, quien justifica en tono de modestia afectada la precocidad de su carrera en la prensa: “Yo sabía muy poca cosa de la redacción oficial y tal vez de redacción tout court aunque ya escribiese en los periódicos. Los humildes diarios de provincia reciben y publican casi todo” (“Autobiografía”
232). Es fácil comprender la necesidad de los periódicos por contenidos, lo que sorprende es el acto de una joven de quince años, quien decide mandar colaboraciones porque desea ser publicada. Como dice Storni en una de sus crónicas, todas las jovencitas escriben versos en su adolescencia, sin embargo, se puede agregar que son muy pocas las que los publican.
Tanto en los textos de Mistral como en los de Storni emerge de forma sistemática la conciencia de vivir y escribir en momentos de transición, un período que Mary Louise Pratt define en los siguientes términos:
En contraste con el siglo XIX, las primeras décadas del siglo XX suelen verse como el momento de consolidación de la modernidad en América Latina. La participación política se democratiza, emergen clases medias urbanas y mercados masivos de consumo, industrialización, transformación tecnológica de la vida cotidiana, movimientos disidentes modernos: sindicalismo, feminismo, marxismo, anarquismo. Las ciudades crecen y adquieren peso. En las artes llega la radio, la fotografía, el cine, las vanguardias (16).
Transición que provoca ansiedad por su efecto desestabilizador pero que encierra la promesa de ampliar los derechos de sujetos hasta entonces
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desempoderados, como las mujeres, los campesinos y los obreros. Mistral comprende los desafíos de la modernidad como amenaza y oportunidad no solo para ella y sus ambiciones personales, sino para las comunidades por las que ella aboga. En ciertos momentos se hace parte del proyecto nacionalista y modernizador del Estado, primero desde su papel de maestra hasta 1922 y más tarde de embajadora cultural; sin embargo, sus ensayos son espacios de negociación social y política, desde donde lanza las campañas que buscan beneficiar generalmente a las mujeres, los niños y los campesinos al incorporarlos como prerrequisito del proyecto modernizador. Un argumento que reitera en innumerables textos es que no puede haber progreso si no se solucionan las necesidades sociales de estos grupos. En 1919, al hablar del tipo de patriotismo que exige el presente, la chilena argumenta que ya no pueden hacerse las cosas como se hacían antes, el progreso depende de mayor justicia social y participación: “Es una hora para los hombres justos y los pensadores. (…) Ahora todas las voces son demandadas y tienen igual acceso la cátedra y la fábrica en la discusión del bien común” (Recopilación 349). En este ensayo, no solo pide más educación y derechos para los trabajadores sino que establece el derecho que tienen nuevos sujetos sociales a pensar e intervenir en los debates acerca de la nación y su rumbo. Storni, por otra parte, desarrolla una posición crítica más frontal, dedicándose a apuntar las contradicciones de la modernidad, sin necesariamente una intención de negociar sus términos. Alicia Salomone, en su libro Alfonsina Storni: mujeres, modernidad y literatura, explica claramente esta tensión:
La escritura de Storni escenifica así, por una parte, la fascinación con la vida urbana y la cultura moderna, que parece prometer un sinnúmero de posibilidades vitales y creativas para los/las sujetos. Pero, al mismo tiempo, no deja de traslucir una percepción crítica y hasta desesperanzada frente a los pliegues oscuros implícitos en el proyecto moderno; una visión que no le impide, sin embargo, buscar incesantemente los modos de expandir sus fronteras (274).
Storni identifica este período de transición como una evolución marcada por el cambio de estatus de la mujer y antecedida por el desarrollo industrial y la consolidación política de la nación (Obras 793), idea que elabora en su ensayo acerca de la emancipación de la mujer, cuya aparición en la revista Mundo data de agosto de 1919. Aquí la escritora argentina argumenta que la entrada de las mujeres a la fuerza laboral, el aumento de su educación tanto escolar como universitaria, ha iniciado una revolución feminista
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que es inevitable y que debe reconocerse. Aunque celebra estos logros e identifica la ampliación de los derechos de las mujeres como su consecuencia lógica, en otras crónicas predomina un tono irónico y frustrado cuando denuncia la explotación laboral de la mujer y la resistencia de las élites conservadoras a reconocer los derechos y la libertad de las mujeres. Storni ataca a los sectores de la sociedad y el Estado que evaden las demandas de las mujeres y que piensan que los proyectos modernizadores pueden avanzar sin cambiar el estatus de la mujer: “Pero mientras todo se mueve y modifica infinidad de leyes y costumbres que correspondían a etapas pasadas del pensamiento humano, quedan en pie y contra ellas se rasgan las carnes una porción de mujeres que no tienen ni la protección del estado, ni la protección masculina” (Obras 817). En sus crónicas, que hablan sobre la moda y las aspiraciones de las mujeres trabajadoras pone en cuestión el nuevo sistema económico y la sociedad de consumo que busca incorporar a la mujer, por un lado, como consumidora y, por otro, como obrera y prestadora de servicios, sin por eso liberarla política ni socialmente. Esta prosa periodística formaría parte de un grupo de textos escritos por mujeres en la década de 1920 en Argentina, que según Francine Masiello, pueden leerse “como transgresiones de un proyecto nacional, como una manera de producir un contradiscurso con respecto al Estado y explorar el mito de un sujeto femenino fijo” (258). Estos textos visibilizan a los sujetos marginados de los discursos hegemónicos del Estado y las élites, discursos que enfatizan la institucionalidad y el orden social4.
El progreso de los países, sus estatus de nación moderna y civilizada dependen en el discurso mistraliano de la ampliación de los derechos del pueblo, aunque en términos que muchas veces no coinciden con las demandas de las feministas en las décadas de 1920 y 1930. La modernidad, como sugiere Martín Hopenhayn al revisar la relación de los intelectuales
4 Los discursos oficiales, tanto en Chile como en Argentina, durante las celebraciones del centenario, expresan un sentido de orgullo por el progreso económico, los avances tecnológicos, el cumplimiento de las leyes y el funcionamiento de las instituciones y, en ambos casos, pero particularmente en Argentina, se ve como una amenaza para este orden a grupos anarquistas, comunistas y feministas. El gobierno de Figueroa Alcorta en Argentina declaró estado de sitio y el Congreso aprobó la ley 7.026 de defensa social que incluía pena de muerte para los activistas sindicales, prohibía la propaganda anarquista e impedía la entrada al país de personas con antecedentes de delitos comunes o acusado de actividades anarquistas. Véase Mirta Z. Lobato y Juan Suriano, Luis Emilio Recabarren, Soledad Reyes.
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y las ideologías de progreso desde el siglo XIX hasta hoy, podía significar muchas cosas: “Para unos podía significar occidente, para otros el norte; para otros la industria, para otros la libertad de espíritu o justicia social” (13). Mistral, a partir de sus propias ideas acerca de conceptos tales como civilización y modernidad, negocia con las élites, los gobiernos y la opinión pública un proyecto de desarrollo y justicia social que dé amplio acceso a los beneficios de una economía de mercado y de una nación que desea ser reconocida como democrática y moderna ante otros pueblos. La reforma agraria, por ejemplo, es presentada en términos de civilización versus barbarie: “Tenemos una vanidosa cultura urbana, es decir, hemos civilizado a una quinta parte de nuestra población. (…) El suelo abandonado es una expresión de barbarie; el campo verde revela mejor que una literatura a los pueblos” (Gabriela y México 165). La barbarie, ya no en los términos de Sarmiento, se manifiesta para Mistral en el dominio de la tierra por parte de las oligarquías. Y a diferencia de Sarmiento también, la civilización no se alcanza simplemente con la “vanidosa cultura urbana”, sino con justicia social y más oportunidades económicas. La ambivalencia de Mistral en relación con el Estado ha sido discutida ampliamente por varios estudios recientes. Licia Fiol-Matta parte de la premisa de que Mistral no estaba por fuera del poder del Estado (83) y que, particularmente durante su estadía en México: “She helped consolidate and uplift the rethoric of democratic nationalism that was central to the constitution of the Latin American state in the twentieth century” (66). Fiol-Matta examina la complejidad de la construcción de ciudadanía y maternidad de Mistral, por ejemplo, en su el prefacio de Lecturas para mujeres (1922) y afirma que en último término promueven “a new social conservatism that Minister Vasconcelos very much desired to see and, in effect, created gender divisions in Mexico’s educational system that had not necessarily existed before” (69). Sin negar lo anterior ni la profunda ambivalencia por parte de Mistral con respecto a la libertad de la mujer a desafiar el modelo de maternidad republicana, es posible analizar su particular visión de la modernidad y su experiencia con lo que ella identifica como un período de transición y cambio que su discurso busca intervenir.
Josefina Ludmer se refiere al fin de siglo como “un cruce plural de fronteras temporales y espaciales. Esta posición de desplazamiento, que implica un proceso y también un ‘entre’ específico, genera relatos e historias” (7). Esta imagen de trance colectivo forjador de relatos es un lugar a partir del cual se puede leer la prosa de Mistral y Storni en tanto testimonio de
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la multiplicidad de desplazamientos y traslados físicos e intelectuales que ambas escritoras viven. El acceso a la educación es una primera marca que les permite dar el salto que las llevará más tarde a identificarse como sujetos modernos, en tanto mujeres letradas, cosmopolitas e independientes económicamente. Mistral accede a una educación pública muy precaria, llegada hacía poco a los interiores de las provincias, pero que, sin embargo, le abre la perspectiva de una profesión. En “Hija del cruce” de 1942, reflexiona acerca del cambio de siglo y comenta: “Me hice escuelera porque no existía otro trabajo digno y limpio al cual acudiese una joven de quince años en esos umbrales del siglo veinte” (Pensando 356). El desempeño de esta profesión la lleva a La Serena y, finalmente, a Santiago, aunque cabe notar que llega a la capital después de vivir los primeros treinta y dos años de su vida en pueblos y ciudades de provincia. Este traslado desde la provincia a la ciudad, que también Storni realiza aunque mucho más joven, no solo es clave para su carrera de escritora y maestra, sino que le permite dimensionar la profundidad de la brecha que la modernidad ha establecido con respecto a los márgenes. Mistral, en este ensayo, pinta una imagen que revela la ironía de una modernidad que se exhibe ante gente que no sabe ni puede participar de ella:
Los embelecos del siglo veinte no calaron en el tuétano de nuestra vida montañesa. Mi madre y mi hermana continuaron sin diarios porque ninguna de las noticias –las llamadas “noticias”– les atañían o involucraban. ¿Qué más daba que se instalase electricidad en Vicuña, si no la teníamos en Montegrande, y de qué servía saber los precios de halagos que no podríamos comprar ni aunque los pregonasen ante nuestras puertas? (Pensando 355).
La impresión de la modernidad como un despliegue de artificios que viene a perturbar la vida de pueblo, a terminar con un ritmo de vida ancestral, es una perspectiva que Mistral identifica con la mirada de su madre y sus amigas, quienes “[v]eían que lo recoleto de su valle, comenzaba a acabárseles” (Pensando 353). Más allá de la nostalgia que se trasluce en este ensayo escrito mucho más tarde que los hechos que relata (1942), subyace la idea de la profunda división entre la población rural y la modernidad que se irradia desde las ciudades. Denuncia el desfase entre los nuevos bienes (periódicos y productos) y la pobreza inalterable de quienes aún vivían en las mismas
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condiciones que en el pasado5. Si bien Mistral idealiza el valle del Elqui y la libertad que significó para ella su premodernidad, en otros ensayos reconoce las desventajas y el deseo de participar de “la vida de una ciudad culta” (Recopilación 471)6. Confiesa haberle dicho a los niños de su pueblo natal, Montegrande, que si la pobreza rural no se soluciona “se vayan todos, camino al mar, como me fui yo y me volvería a ir cien veces” (Pensando
349). Sin embargo, ni el valle, ni los sujetos marginados de la modernidad
desaparecen, como lo observa Mistral en los textos antes mencionados, sino que se multiplican y enfrentan formas modernas de pobreza en las ciudades. Santiago en 1910 concentraba solo el diez por ciento de la población de Chile y “más allá de los afeites, aparece como una ciudad que no puede ocultar ‘sus calles mal pavimentadas y cubiertas de polvo, sus acequias pestilentes, sus horrorosos conventillos (…) sus interminables y desaseados barrios pobres’”(Venegas ctd. en Subercaseaux 31). Mistral da testimonio de los márgenes de la modernidad desde una subjetividad atravesada por múltiples marcas de marginalidad, en tanto mujer, de clase trabajadora y de origen rural. Storni, por su parte, tiene una mirada indiscutiblemente urbana, anclada en su identidad de género y de clase.
Storni cree vivir la modernidad, en tanto reconfiguración de los roles de género, antes que la gran mayoría de las mujeres. Desfasada, se sitúa en un tiempo “entre” como lo identifica Ludmer, pues vive el presente a partir de normas y parámetros futuros. Lo que posibilita este avance, según Storni, es su independencia económica, que la libera en gran parte de la moral femenina que recae sobre el resto. Así lo declara en un reportaje de Pedro Alcázar Civit que aparece en la revista El Hogar en 1931 y que se titula “Alfonsina Storni, que ha debido vivir como un varón, reclama para sí una moral de
5 En la década de 1940 Mistral escribe una serie de ensayos en los que critica la situación del campesinado chileno, por ejemplo “Campo chileno” (1940) y “Recado para el Valle del Elqui” (1950). En ellos reclama que el progreso no solo no ha llegado al campo, sino que lo ha empobrecido aún más a causa de la nueva economía de mercado que perjudica a los pobres y alejados de los centros urbanos: “En el mundo se vuelve dinero y se hace oro, según el cuento del rey Midas, cuanta cosa era ayer gratuita y pasaba de mano en mano” (Pensando 361).
6 En “Infancia rural” (1928) dice: “Si yo hubiese de volver a nacer en valles de este mundo con todas las desventajas que me ha dejado para la vida ‘entre urbanos’ mi ruralismo, yo elegiría cosa no muy diferente a la que tuve entre unas salvajes quijadas de cordillera” (Pensando 334). Mistral también resintió el haber sido “excluida de la vida de una ciudad culta, después de dieciocho años de martirio en provincia” (Recopilación 471).
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varón”7. Estas palabras provienen directamente de lo que en el reportaje se identifica como la voz de Storni; declaraciones que la instalan como un sujeto que ha transgredido los límites genérico-sexuales por “necesidad”, que se entiende como económica y, por ende, se “perdona”, pero que a partir de eso “reclama”, es decir, alza una voz pública con un objetivo político claro: conseguir derechos y libertades a la par del varón, lo que constituye la transgresión más censurable. La elección por parte del periodista de este título para el reportaje condensa la ansiedad que provoca en la sociedad de la época el intento de ciertos grupos por desafiar las oposiciones genéricas o categorías sociales, ya sea femenino y masculino, pueblo y élite, cultura alta y baja, entre otras. Movimiento que, al redefinir el campo de acción de estos grupos, amenaza las identidades fijas y la distribución del poder de los grupos hegemónicos8.
Por otra parte, y de un modo distinto Mistral, se enfrenta a la imagen y estereotipo de la mujer moderna que tanto atraía y atemorizaba en la época de entreguerras. Después de su salida de Chile escribe una carta a Rafael Heliodoro Valle, quien le había hecho una entrevista, la que, según Mistral, tenía imprecisiones necesarias de rectificar. Luego de corregir los errores considerados por ella graves, Mistral señala: “La otra rectificación es de menor cuantía: su servidora hace versos, pero no lleva melena” (ctd. en Valle 33). La melena, peinado característico de las flappers, era un símbolo de una mujer moderna que aunque desafiaba las normas de género era sexualizada a nivel visual con sus faldas cortas y maquillaje. Aunque Mistral lo plantea como
7 “[M]i literatura ha tenido que reflejar esto, que es la verdad de mi intimidad; yo he debido vivir como un varón; yo reclamo para mí una moral de varón. Lo que la experiencia me ha dado es para mí superior a cuantas cosas me ha dicho lo que me rodeaba. Por otra parte, con ello no hago más que anticipar a la mujer que vendrá, pues toda la moral femenina se basa en el régimen económico actual. Nuestra sociedad, todavía descansa en la familia; la familia en la autoridad del varón, que es quien legisla, es decir quien ordena en forma intelectual los hechos y quien provee el sustento. Pero si la mujer provee el sustento y no depende de varón alguno, y puede penetrar y superar con su inteligencia la red legal en que su sistema la aprisiona, adquirirá automáticamente, derechos de varón, que a mi modo de ver son apetecibles, por ser mayores y de más alta moral que los femeninos” (Obras 1107). Publicado originalmente en El Hogar año XXVIII, Nº1179, Buenos Aires, 30 de mayo, 1932.
8 La ansiedad por el borramiento de las fronteras de la diferencia sexual y, por consiguiente, de los estrictos roles de género, es una respuesta que se inicia en el siglo XIX junto con las luchas por los derechos de la mujer y la progresiva entrada de la mujeres al campo laboral. Véase Elaine Showalter.
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un error leve, la mención refuerza la oposición tajante que para la escritora existía entre lo que podría considerarse vanidad, seguimiento de una moda, versus el trabajo creativo de la poeta. Para ser tomada en serio en el campo de la literatura, Mistral aleja a la mujer, en tanto objeto de deseo, de la escritora9.
La tensión entre la mujer nueva, que nace a principios de siglo, y lo que en ese momento se consideraba como la mujer tradicional, modelada de acuerdo con los valores patriarcales, no es solo un tema para Storni y Mistral, sino un conflicto que se expresa a nivel formal en sus textos. Alicia Salomone afirma que las escritoras de los años veinte “[v]iven en una reflexión constante sobre cómo autodefinirse, ya que quieren ser un tipo nuevo de mujer, que explora en un campo masculino, pero a su vez no pueden eludir las responsabilidades de una sociedad fuertemente tradicional” (“Las mujeres” 2). Si bien, en estos momentos de transición, es posible identificar algunas marcas de la tensión subyacente en sus procesos de autodefinición, sin duda, en muchos casos hay un identificación estratégica con valores y formas consideradas como “femeninas” con el propósito de enmascarar el cuestionamiento que hacen de la hegemonía patriarcal o simplemente como táctica persuasiva (Mistral) frente al Estado y la autoridad masculina. En Alfonsina Storni, si bien, la tensión entre la mujer tradicional versus la mujer independiente y crítica es palpable en su poesía, se torna más evidente en las diferencias entre esta última y su prosa. Su poesía en muchos casos expresa el lamento de la mujer por el amor perdido en un estilo que Sarlo identifica como tardorromántico. En su poema “Me atreveré a besarte”, de 1919, la hablante se disminuye y subordina a los deseos del amante: “Acoge mi pedido: oye mi voz sumisa, / Vuélvete a donde quedo, postrada y sin aliento, / Celosa de tus penas, esclava de tu risa, / Sombra de tus anhelos y de tu pensamiento” (Obras 11). Su prosa, en cambio, busca afirmar la independencia de la mujer y se dirige a sus lectoras incitándolas a conquistar su independencia y a luchar activamente por los derechos de la mujer. En un artículo de 1920, Storni establece que “conquistar la personalidad, que diferencia y separa, es adueñarse de la propia alma y escucharla” (Nosotras 111). Hay muchos otros ejemplos que parecieran sugerir un desdoblamiento entre la poeta y la cronista. Delfina Muschietti explica esta oposición en el prólogo a las Obras: “[L]os poemas parecen funcionar casi a modo de ejemplo de la situación que los textos periodísticos se empeñan en denunciar y atacar con coherencia argumentativa y una postura clara de resistencia hacia el lugar de poder ocupado por el otro” (11). Sin embargo,
9 Véase Cabello Hutt.
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el contraponer su poesía a su prosa como manifestaciones de dos aspectos disociados de su personalidad, no le hace justicia ni a la complejidad ni a pluralidad temática y formal de ambos géneros en Storni. Beatriz Sarlo, en Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930, afirma que, más allá del sentimentalismo tardoromántico de Storni (que le gana el desprecio de las vanguardias), “[e]n su poesía se invierten los roles sexuales tradicionales y se rompe con un registro de imágenes atribuidas a la mujer (...). Su poesía será no solo sentimental sino erótica; su relación con la figura masculina será no solo de sumisión o de queja, sino de reivindicación de la diferencia” (79). Su poesía, al igual que su prosa, está continuamente desbordando los límites y las categorías impuestas. Storni hace un uso magistral de lo que Ludmer define como las tretas del débil, ya que a partir de lugares asignados o aceptados, como por ejemplo una columna en la sección femenina de La Nota en que comenta un baile familiar, desarrolla un análisis crítico sobre la estética y la moral de la burguesía emergente. La propia Storni, en un artículo de 1921 titulado “El varón”, nos da una clave para entender esta aparente discordancia. A partir de la palabra “varón” construye una masculinidad ideal ante la cual la mujer “entregaba lo más valioso e íntimo de su ser, la personalidad” (991). La adoración de la mujer es hacia el varón, no es hacia el hombre simplemente, versión moderna y degradada del primero. La desaparición del varón justifica el cambio y la evolución de la mujer quien, por ejemplo, sale a trabajar para “que los hombres de la casa parecieran varones” (Obras 991). El hombre moderno no merece la entrega absoluta de la mujer, pero sin embargo, la mujer sueña con ese ideal: “El corazón femenino, aun el más modernizado, lo buscó siempre [al varón] y lo continúa buscando, dispuesto a entregarlo todo: pensamiento, voluntad, personalidad” (Obras Obras 992). La entrega y sumisión del sujeto femenino, que Storni desarrolla en un nivel poético, respondería a ese sueño, a un ideal condenado al fracaso. En su prosa, en cambio, es posible advertir que ese sueño se racionaliza y deconstruye para revelar los juegos de poder que encierra. La melancolía con que se expresa ese ideal de “varón”, junto con la predominancia del tema en sus poemas, sugiere un conflicto frente a ese vacío y los desafíos que la mujer nueva debe enfrentar. La lucha por romper con modelos heredados para dar espacio a la mujer moderna se desarrolla tanto dentro de ella misma como en la sociedad.
No obstante, Storni logra vivir de acuerdo con lo que cree como condiciones para ser una mujer intelectual. Adelantándose en muchas ideas a lo que plantea Virginia Woolf en su famoso ensayo A Room of One’s Own (1928), Storni en “La mujer como novelista” (1920) discute la reciente proliferación de escritoras.
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La causa no sería un súbito despertar de la inteligencia femenina, sino más bien el abandono, aunque sea parcial, de las tareas del hogar. Para la poeta argentina una mujer que vive en un ambiente familiar y doméstico, limitada por fórmulas dadas e ideas corrientes, no puede producir una gran novela: “[P]ara escribir con alguna propiedad, hacía falta a la mujer abandonar, siquiera en parte, las tareas del hogar y asomarse a observar la vida” (Obras II 982)10. Algo muy difícil para la mujer, reconoce Storni: “Si posee fortuna, y para lograr aquello rompe con todo, quizás le fuera posible lograrlo; si carece de ella y debe vivir de lo que gane, la vida económica se le hará difícil y oscura” (Obras 983). Mistral, aunque no desarrolla tanto como Storni sus ideas acerca de la mujer escritora y la crítica se ha enfocado más en estudiar sus ideas sobre la relación de la mujer con la maternidad, también entiende el conflicto que plantea el destino impuesto a la mujer: el amor y el matrimonio. En su artículo acerca de la escritora italiana Ada Negri (1926) dice: “[N]o soy de los que creen que el único acontecimiento magno de la vida sea el amor; creo que lo es tanto como ese el despertar de la conciencia al mundo de lo sobrenatural y también el de los problemas sociales y me parece la consumación de una obra de arte, suceso solemne” (Colombia II 120). A pesar de que Mistral rechaza abiertamente la influencia de la vida moderna sobre la mujer que es madre, ella misma se negó a aprender tareas domésticas para que se le considerara no apta para llevar un hogar11.
Storni declara que el escritor necesita vivir una vida extraordinaria para escribir, pero advierte que una vida así “destruye en la mujer lo que la hace más preciada: su feminidad” (Obras 983). La mujer que aspira a ser escritora, entonces, no solo necesita independencia económica, renunciar a las
10 Su artículo “La mujer como novelista” se publica en marzo de 1921 en La Nación.
Trata sobre el espacio físico y psicológico que necesita la mujer para ver más allá de la realidad doméstica y así escribir acerca de lo más profundo del alma humana. Alude también a la presión moral y la dependencia económica que impiden a la mujer gozar de las condiciones necesarias para escribir. La conferencia de Virginia Woolf, “A Room of One’s Own” fue leída en octubre de 1928. En un artículo de 1919, “La poetisas americanas”, Storni se adelanta a la idea de Woolf de lo difícil que es para las mujeres escribir novelas por la dedicación de tiempo que exige, casi imposible para una madre y esposa.
11 Un ejemplo de su rechazo a lo que ella percibía como un abandono de las funciones maternales de la mujer moderna está en su ensayo “Infancia rural” (1928): “Dicen que la mujer primitiva se diferencia de la civilizada en que aquella era dos tercios del hijo y uno del padre, y que ésta es dos tercios del padre y uno (…) de la ciudad que la viste bien en sus almacenes ilustres” (Pensando 336).
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tareas domésticas, salir a ver el mundo, sino “sacrificar” –según Storni– “su inevitable adorno para el amor” (983). La modernidad ofrecía una progresiva democratización de la cultura y la posibilidad para la mujer de transformarse en una escritora e intelectual, sin embargo, mujeres como Storni hacen visible que estos procesos son aún incompletos y que en el caso de la mujer no están todavía acompañados del cambio social que evitaría este dilema. Dilema que Storni plantea de manera hipotética, pero que aparece de manera concreta en la reflexión de Victoria Ocampo, en 1908, en una carta a su amiga Delfina Bunge al momento de considerar la posibilidad del matrimonio y el costo que tendría esto para sus ambiciones intelectuales: “¿Me imaginas llevando esa clase aburrida de vida? Sería un verdadero suicidio del intelecto, del
‘yo’”(ctd. en Vázquez 45).
En su artículo “¿Por qué las maestras se casan poco?”, Storni asegura que “[s]alvo reducidos casos los hombres desean una esposa ‘lo menos intelectual posible’” (156). Si bien la educación de la mujer podía considerarse un adorno a su belleza, la expresión pública de su conocimiento generaba un rechazo no solo porque las transformaba de alguna manera en mujeres públicas, sino porque en muchos casos implicaba una independencia económica y, por lo tanto, un grado de libertad incompatible con la idea de feminidad predominante. Uno de los núcleos temáticos en la prosa periodística de Storni es la redefinición de la feminidad para hacerla compatible con el perfil de la mujer moderna que aspira proponer. En un texto de 1920 llamado “La mujer bella”, Storni desarrolla su argumento a favor de la belleza como reflejo de un espíritu “alto, limpio y refinado” (Obras 937) y, si bien reconoce la importancia de la belleza en la mujer, cambia su sentido al redefinir lo que constituye, según ella, la verdadera belleza: “[L]a belleza femenina subsiste pues, siempre, pero ha cambiado de forma” (937). El objetivo final es identificar esta feminidad “verdadera” con una liberación de la mujer: “En esta mujer, bella de alma y de gracia de la inteligencia, bella de cuerpo caben todas las libertades modernas” (936). La estrategia de tratar temas que enfrentan y cuestionan las bases de la sociedad de su época empleando un tono informal y desplegando marcas de lo femenino –el melodrama, el chisme, las conversaciones de moda, matrimonio y vida social– permiten a Storni, según Kirkpatrick, “dismantle appearances and zero in on telltale marks of social class and economic status” (137). Por ejemplo, al hablar de la tiranía de la moda y los riesgos que tiene para la salud de la mujer, analiza no solo la obsesión de la mujer por complacer al hombre, sino la ansiedad de estatus social propia de la moda. Tras este ataque contra el sistema patriarcal,
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la economía de mercado y la inequidad social, que refuerza con terminología médica y datos históricos específicos, termina la crónica con un gesto esperable de la sensibilidad femenina: las lágrimas. De esta forma, todo lo que ha dicho anteriormente queda enmarcado y “justificado” como proveniente de los sentimientos más que de la razón. Gwen Kirkpatrick explica el melodrama y el sentimentalismo que predomina en los ensayos y poemas de Storni como una estrategia al servicio de sus ideas contestatarias: “The immediacy of melodrama and sentimentalism and their acceptability as convention’s for women’s readings gave Storni the vehicle to express her ideas about a wide rage of topics” (136). Alicia Salomone, por su parte, indaga más profundamente en la función ideológica del uso de los códigos melodramáticos en Storni y establece que, a diferencia de la función hegemónica del melodrama como reproducción del orden social, la escritora frente a estos discursos propios de la cultura de masas “no se pliega a ellos de manera acrítica, sino que apelando a una serie de estrategias discursivas que son características de su escritura (ironía, parodia, humor), logra desestabilizar esas construcciones ideológicas y filtrar su mirada cuestionadora” (“Subjetividades” 64). La necesidad de “filtrar” el cuestionamiento que dirige a la sociedad es una estrategia propia de la transición que escritoras como Storni intentan navegar.
Storni tiene clara conciencia de que esta es la única forma de mantener su espacio de difusión y de sobrevivir en la sociedad de su tiempo. En un texto de 1921, en que trata el tema de la mujer moderna y Buenos Aires a través de un diálogo entre dos jóvenes elegantes y profesionales, pone en boca de una de ellas la siguiente advertencia: “No diga esas cosas [todo artista es en el fondo algo anarquista]. Se reirán de usted, la despreciarán, le negarán el derecho a vivir” (Obras 995). Las “cosas” que una mujer joven y moderna piensa no se pueden expresar abiertamente. Storni mantiene su tribuna pública gracias a un camuflaje de sus ideas y a una negociación permanente con el mercado –tiene que lograr que sus textos se lean– y los límites del espacio simbólico que se le ha asignado –las secciones femeninas de La Nación y La Nota–.
El cuerpo de la mujer moderna, los efectos de la moda, la ciudad y los trabajos, son temas recurrentes en las crónicas de Storni. Reconoce que los límites que se imponen al discurso de la mujer están en gran parte dirigidos a controlar su cuerpo. Las enormes dificultades que Storni detecta en el posicionamiento de la mujer intelectual y en la liberación de la mujer, en general, son las barreras morales, impuestas tanto por hombres como por
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mujeres defensores de un sistema conservador-patriarcal. En su artículo “Nosotras… y la piel” de 1919, revela cómo la sociedad niega el cuerpo femenino al taparlo con imperativos morales que inmovilizan a la mujer, limitando su conocimiento y libre expresión. Elabora una mirada sarcástica hacia lo superficial y peligroso de organizaciones, comunes en la época, que se dedican a vigilar y evaluar las conductas morales de las mujeres y las interpela con su agudo sarcasmo: “Gentiles señoras: yo opino que lo peligroso es el cuello, y si su piel delicada es un estorbo para la tranquilidad del mundo, hay que hacer una liga para cortar todos los cuellos hermosos” (30). A su vez, Storni hace una fuerte crítica a las mujeres frívolas y cazamaridos que en nada desarrollan su intelecto y que se dedican a atormentar con sus comentarios insidiosos a personas como ella, madre soltera y escritora. En otros artículos denuncia la tiranía de la moda como estrategias masculinas de opresión y síntoma de la sumisión de la mujer en su obsesión por complacer a otros: “Todas las cosas inútiles de que la mujer se carga al vestirse no son más que trampas, más o menos inocentes, más o menos razonadas, con que desea atraer la atención masculina” (80). Desarma el argumento que identifica al feminismo con la destrucción de la feminidad, al afirmar, por ejemplo, que la ropa de la mujer es la que destruye la feminidad, no el feminismo. Hace una genealogía de la ropa femenina y masculina y concluye que la diferencia en la comodidad y la lógica de la ropa de ambos sexos es una representación clara de la opresión y tiranía de valores heredados de los que la mujer, según Storni, no es capaz de desembarazarse. La mujer intelectual, que rechaza la tiranía de la moda, y que busca independencia económica, es amenazada con la pérdida de su “feminidad”. Sus textos, por lo tanto, son un espacio de poder desde el cual emprende la difícil tarea de redefinir lo femenino y luchar por validarse así en la sociedad a la que pertenece.
Gabriela Mistral en uno de sus primeros artículos, publicado en 1906, critica la dependencia económica de la mujer y defiende su potencial intelectual como igual al del hombre: “En todas las edades del mundo en que la mujer ha sido la bestia de los bárbaros y la esclava de los civilizados,
¡cuánta inteligencia perdida en la oscuridad de su sexo!, ¡cuántos genios no habrán vivido en la esclavitud vil, inexplotados, ignorados!” (La tierra
12). Junto con Storni, quien afirma que “el genio femenino no ha surgido”
(Nosotras 161), reconoce la ausencia de figuras femeninas intelectuales en la tradición canónica. Señala a los hombres como los responsables de la condición ignorante de la mujer y, por consecuencia, de su degradación. Para Mistral, la ignorancia de la mujer es paralela a su sometimiento y es una amenaza
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constante a su integridad moral. Con el paso del tiempo y a medida que Mistral va escalando en su carrera de educadora, su discurso con respecto a la función social de la mujer va cambiando y se concentra en su relación natural con la tierra, la lucha por los derechos básicos y el cumplimiento de su rol maternal. El desarrollo intelectual de la mujer por placer y para beneficio personal cambia en un discurso orientado más hacia la idea de servicio a la infancia y a la nación. En 1918, en una conferencia relativa a la educación popular, Mistral justifica la educación de la mujer como forma de mejorar el desempeño de su rol tradicional: “La mujer culta debe ser, tiene que ser, por lo tanto, más madre que la ignorante. A la fuerza del instinto suma la fuerza enorme del espíritu; agrandar su alma para el amor de los suyos” (La tierra
20). La educación de la mujer aparece como un medio para perfeccionar su
función maternal, para llevar el progreso a la esfera doméstica y así asegurar la formación de nuevos y mejores ciudadanos; factor indispensable en la configuración y el progreso de la nación moderna. Así se lo manifiesta a las mexicanas: “[T]u vientre sustenta la raza; las muchedumbres ciudadanas nacen de tu seno calladamente con el eterno fluir de los manantiales de la tierra” (La tierra 116). En este sentido, Mistral apoya los proyectos nacionalistas latinoamericanos y su ideal de maternidad republicana aunque, al mismo tiempo, exige educación no solo para las niñas sino también para las mujeres adultas, igualdad de salarios y, en los años treinta, apoyará públicamente el sufragio y el acceso de las mujeres a todas las profesiones.
El trabajo femenino es algo que Mistral reconoce como necesario, porque si bien sus ideas acerca de la maternidad son conservadoras, no se define de igual modo respecto del matrimonio y reconoce la realidad de las madres solteras. Sin embargo, en sus artículos y conferencias no abre la posibilidad en la mujer de un desarrollo intelectual independiente y que opte por no encarnar el rol tradicional de madre. En un artículo de 1927 acerca del feminismo, critica la nueva organización del trabajo y a las mujeres que pretenden realizar cualquier oficio. Se enfrenta al feminismo radical al defender la imposibilidad de igualdad laboral. Desde la perspectiva de Mistral, la mujer puede ser maestra, enfermera, médica, jueza de menores, escritora de literatura infantil, artesana de juguetes, todas las cuales considera ‘sus profesiones naturales’ al relacionarse directamente con la infancia. Una vez más la tensión entre la mujer moderna y la tradicional entra en escena, ya que si bien Mistral busca cambios para la mujer, mantiene como un eje central e inamovible la dedicación a la maternidad. Frente a las críticas que recibe de las feministas de la época, Mistral se defiende asegurando que “en mi proyecto yo no he
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reducido a la mujer a la maternidad: he querido circunscribirla, directa o indirectamente al niño en los trabajos y en las profesiones” (La tierra 54). Al reiterar su idea, deja claro que la maternidad no es para ella una limitación del campo femenino, sino que es lo que lo constituye. Convicción que la aleja de las feministas más emblemáticas de su tiempo, como Victoria Kent. La ambivalencia de su posición con relación a la mujer se hace patente en Lecturas para mujeres, libro escolar que prepara durante su estadía en México. Elizabeth Marchant ha hecho una excelente lectura de este texto, en la que señala que la posición de Mistral es paradójica, en tanto critica la ausencia de las mujeres en los discursos nacionales al mismo tiempo que promueve el rol conservador, tradicional de la mujer: “She envisions a world of cohesive families in which the home is sacred. The power of men, however, does not take hold in this space” (91). En la introducción, Lecturas para mujeres insiste en la necesidad de crear textos escolares diferentes para mujeres y hombres, ya que los intereses son muy distintos y, en la mayoría de los casos, se tiende a satisfacer a los varones, desmotivando así la lectura femenina. El texto incluye una sección llamada “Hogar”, que en palabras de la maestra: “[H]e espigado en unas cuantas obras todas aquellas páginas que exaltan la maternidad o el amor filial y que hacen sentir, hecho nobleza, el ambiente de la casa” (XIII). Los textos elegidos para esta sección motivan a la mujer a convertirse en el ángel del hogar, encarnando todos los valores que ayuden a mantener la paz y el equilibrio en él; alaban a la mujer, pero siempre dentro del espacio doméstico. El ideal que Mistral intenta promover, a través de un medio de difusión masivo y privilegiado como lo es un texto de estudio, entra en directa contradicción con su vida y carrera de maestra y escritora profesional. Esta discordancia, que se relaciona con la tensión entre la poesía y la prosa periodística de Storni, es reflejo también de la complejidad de un tiempo de transición, ya que como Sarlo afirma con relación a Storni: “[N]o todas las rupturas pueden ser realizadas al mismo tiempo, o mejor dicho una mujer en Buenos Aires no está en condiciones de dar batalla en todos los frentes” (80).
Alfonsina Storni no recurre a la maternidad como el eje femenino y, por el contrario, llama a la mujer a quebrar el modelo familiar imperante para resolver su situación: “Si ha llegado el momento de que las mujeres sean fuertes y resistan la vieja organización de la familia, deben serlo para serlo con provecho y originalidad del todo” (Nosotras 140). Para ella, el problema de la mujer es un problema humano que requiere de una reorganización de las estructuras sociales y económicas generales. No se identifica con los
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proyectos del Estado y constantemente usa su tribuna para atacarlos. A partir de situaciones específicas, construye un análisis que desemboca en una crítica al sistema político y social. En un artículo titulado “El derecho de engañar y el derecho de matar”, comenta una noticia policial acerca de una mujer que mata al padre de su hijo por haberse aquel negado a reconocerlo o, como señala Storni, por “defender sus más caros derechos de mujer” (Obras 1002). Aunque asegura no justificar el asesinato, Storni denuncia un sistema judicial que solo busca beneficiar al hombre y al mismo Estado, identificando a este último con el padre que no reconoce a sus hijos –los sujetos marginales y desamparados como las mujeres y los niños– llevándolos a un estado de desesperación, que, sugiere muy sutilmente, puede amenazar la estabilidad social si estos grupos decidieran tomar acción, como lo ha hecho esta mujer. A diferencia de Mistral, quien se dirige a las autoridades y al Estado para que lleven a cabo iniciativas en beneficio de los grupos marginales, Storni interpela a la mujer a asumir un rol activo para conseguir los cambios: “Amigas mías, aires nuevos pasan por el mundo (...) [,] nuestra voz debe llegar hasta el Congreso” (Obras 887). Storni cree en el poder de su discurso como un espejo en el cual las mujeres puedan ver más claramente su situación y motivarse a trabajar activamente por sus derechos.
Finalmente, resulta interesante destacar la relación de amistad que existió entre Gabriela Mistral y Alfonsina Storni. En 1918, Mistral comienza a escribirse con Storni (Horan y Meyer 318) y poco después reseña su obra en la revista Mireya en Punta Arenas. Se conocen personalmente en 1926, cuando Mistral visita Buenos Aires, y vuelven a encontrarse en Montevideo en 1938, año en que ambas, junto con Juana de Ibarbourou, participan en el curso de verano por invitación del gobierno de Uruguay. El primer encuentro es relatado por la chilena en un ensayo titulado “Alfonsina Storni”, que aparece en 1926 en Repertorio Americano. El texto se abre con una declaración que a primera vista resulta superflua, pero que al mismo tiempo engancha la curiosidad del lector: “Me habían dicho: ‘Alfonsina es fea’” (La tierra 125). Confesión a partir de la cual Mistral va recreando a Alfonsina Storni y desacreditando lo que otros dicen de ella. Mediante una descripción física en la que va fragmentando su cuerpo, se enfoca en ciertas partes como alegorías de la personalidad de Alfonsina. Comienza por su cabeza, su pelo plateado y su “rostro de 25 años”, luego “[e]l ojo fiel, la empinada nariz francesa, muy graciosa, la piel rosada, le dan alguna cosa infantil que desmiente la conversación sagaz de mujer madura” (125). A partir de la representación física de Storni, Mistral no solo revela rasgos de su carácter, sino que traza su origen racial para, finalmente, situarla en el contexto
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latinoamericano: “Es la americana nueva, es decir la sangre de Europa apacentada debajo de nuestro sol” (125). A lo largo del texto, y luego de alabar su belleza y estampa europea, se concentra en las cualidades interiores de la argentina. Alude directamente en cinco ocasiones a su inteligencia, que le parece más destacable por la sencillez que la acompaña. La inserta dentro de la tradición literaria argentina: “[A]caso sea la poeta argentina que se puede poner después de Lugones” (125), y con la comunidad poética femenina junto con Juana de Ibarbourou y Delmira Agustini. Esta táctica de difusión y valoración que cada una hace de la obra de la otra, Storni la pone en práctica a su vez en su ensayo “Las poetisas americanas”, en el cual se dirige a sus lectoras para presentarles una revisión de la situación de la poesía escrita por mujeres latinoamericanas. Esto les permite, tanto a Mistral como Storni, construir y difundir la imagen de un grupo importante de mujeres escritoras en Latinoamérica y, a la vez, posicionarse dentro de la misma comunidad que fundan.
Gracias al legado de Doris Dana, que ha aportado numerosos materiales inéditos de Mistral, ahora tenemos un texto mecanografiado junto con un borrador manuscrito de una conferencia que la chilena escribe después de la muerte de Storni. Prepara esta conferencia, de aproximadamente dos mil seiscientas palabras, con motivo de una invitación de la embajada argentina para un evento se realizaría en el Instituto de Roma en Italia y que incluía la participación de la actriz y recitadora argentina Berta Singerman. Los telegramas y las cartas entre la embajada y Mistral indican que la fecha prevista era el
30 de abril de 1952, sin embargo, no hay evidencia de que esta conferencia efectivamente se haya realizado. El ensayo de Mistral es de todas maneras un aporte valioso no solo por su reflexión acerca de Storni, sino también porque discute la condición de las escritoras en las primeras décadas del siglo XX. Después de hacer una semblanza de Storni, de tono similar a la ya muy conocida de su ensayo de 1926, Mistral busca resaltar algunas cosas que ambas comparten, como la condición de autodidacta, el oficio de maestra y haber nacido en provincia (aunque cuenta que la argentina camina a paso rápido por Buenos Aires, en cambio ella justifica su lentitud por haberse criado en la montaña). Luego elogia su poesía “rápida y leve” (5) y la destaca porque “fue tan vital como sincera y porque no se abrazó a los clanes del tiempo” (4). Me interesa detenerme brevemente en su descripción sobre la situación de ambas al comienzo de sus carreras:
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La lucha por la vida de una mujer aplicada a la literatura no era nada blanda en aquellos años. La poesía, lo mismo que el cuento o la novela salidos de nosotras, meras novatas, aunque no escandalizasen como en el siglo XVIII, eran una especie de productos alimenticios no abonados por una marca comercial conocida. Las escritoras novatas hacíamos una figura bastante peregrina, y hasta extravagante, bailando sobre el tablado editorial hasta entonces ayuno de faldas y de cabellos largos… Alfonsina conoció esta iniciación que nos daba un aire o bien de extravagantes o bien de intrusas (“Algo sobre Alfonsina Storni”).
Mistral se enfoca en las condiciones de creación y profesionalización de las escritoras de las primeras décadas del siglo XX. Aparece una vez más la idea de estar “entre” espacios y tiempos; ya no eran las escritoras de salón decimonónicas, no sostenían su inclinación literaria con el patrocinio de familia, esposos o padres. Su espacio ya no es el doméstico, sin embargo, ambas son fotografiadas en reportajes periodísticos realizando alguna tarea propia de un ama de casa. Mistral y Storni son escritoras modernas que rechazan instituciones de normalización y control como el matrimonio y buscan ganarse la vida al mismo tiempo que se desarrollan como escritoras e intelectuales profesionales. En estas palabras de Mistral, hay una clara conciencia de su rol de precursoras, de su condición de intrusas en un campo dominado por hombres. Pero también quiere resaltar que no eran figuras aisladas: “[A]unque se hable mucho y con exageración de las agriuras y acideces que contienen los gremios literarios y artísticos, la verdad es que no escasean sino que abundan los casos de cordialidad y amor entre los servidores del mismo oficio” (“Algo sobre Alfonsina Storni” 1). Ambas participaron, junto con otras escritoras y artistas de la época, de una comunidad intelectual, que a pesar de discrepancias ideológicas y lejanías geográficas, mantuvo diálogos, públicos y privados, que sirvieron para crear fuerza, visibilidad y solidaridad en una época en que las mujeres buscaban reconocimiento en el campo intelectual latinoamericano.
En un contexto en el cual publicar era muy difícil y solo se reconocía a las escritoras que escribían dentro de géneros como la poesía (como Delmira Agustini y Juana de Ibarbourou) y la narrativa (como Teresa de la Parra), la difusión de ideas y opiniones críticas a través de la prensa, además de la intervención en los debates sociales y políticos, sitúa a estas escritoras en lugares polémicos, sujetas a ataques y conflictos en una época de profundos cambios y atravesada por ansiedades de clase y género. Pero es justamente en este espacio público y masivo de los periódicos y las revistas donde se
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hace posible advertir más claramente la visión que tenían estas escritoras de la transición latinoamericana hacia la modernidad y la difícil tarea de autodefinirse en un escenario que, a su vez, tratan de cuestionar y redefinir. Storni y Mistral no solo expresan sus propias dificultades para encontrar un lugar en la incompleta y contradictoria modernidad latinoamericana, sino que asumen la tarea de visibilizar a otros sujetos que tampoco son incorporados en los términos que ellos quieren a una visión de progreso que aún se aferra a un orden social, de género y raza decimonónico. Alfonsina Storni condensa de manera brillante e irónica este sentimiento en un artículo de 1921, que pone en boca de un grupo de “damas jóvenes”, profesionales y artistas:
Debiéramos llamarnos las mal ubicadas, qué cosa lamentable es para nosotras este gran Buenos Aires, estamos como fuera de centro... No encajamos a la perfección en ningún ambiente, para algunos nos falta, para otros nos sobra. Conservamos la delicadeza interior propia de la mujer, pero hemos perdido las apariencias de esta delicadeza, sus modos, sus “trucos” (Obras 992).
Mujeres modernas que chocan con estructuras sociales en vías de transformación, incluso en una capital cosmopolita como Buenos Aires. Es el intento por descifrar y construir este nuevo lugar, por definirse, tanto a nivel personal como colectivo, lo que junto con el valor literario de estos textos abre una nueva perspectiva para comprender mejor la modernidad latinoamericana. Finalmente, y a partir de esta última cita, podría pensarse si el espacio de la escritura, para Storni y Mistral, constituye un lugar de poder y de control frente a la ansiedad que les provocaba la transición hacia la modernidad. Un espacio que, más allá de sus limitaciones, ellas explotan y acomodan y por medio del cual pueden sumarse a la pluralidad de discursos que circulan en torno al progreso: la identidad nacional, los roles de género, la raza y la clase; y así ejercer el derecho a interpretar la realidad cultural de su época y, por lo tanto, a crearla.
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Recepción: 04.04.2016 Aceptación: 31.05.2016