doi 10.4067/S0718-83582010000100004
From Stigmatization to Neighborhood Pride: Spatial appropriation and social integration of mixteca people in a Mexico City settlement
Nicolás Gissi B.1, Paula Soto V.2
1 Doctor en Antropología por la Universidad Nacional Autónoma
de México (UNAM). Profesor del Depto. de Sociología y Antropología,
Universidad de Concepción, Chile.
1PhD in Anthropology, Universidad Nacional Autónoma de México. Professor at Departament of Sociology and Anthropology, Universidad de Concepción, Chile.
2
Doctora en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autó-
noma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, México. ProfesoraInvestigadora
Titular del Depto. de Sociología de la Universidad
Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa
2 PhD in Anthropological Sciences, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, Mexico. Researcher and Professor at Department of Sociology, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, Mexico.
Resumen: El presente artículo tiene como objetivo mostrar el proceso de integración a la Ciudad de México de un territorio periférico habitado y construido por población migrante de los estados del sur de México, y especialmente por mixtecos provenientes desde el estado de Oaxaca. Se da cuenta del paso desde una primera estigmatización del espacio de la colonia hasta el actual orgullo de sus colonos por el equipamiento logrado a través de la organización comunitaria centrada en la Unión de Colonos.
PALABRAS CLAVES: TERRITORIO; SEGREGACIÓN; INTEGRACIÓN SOCIAL; INDÍGENAS; CIUDAD DE MÉXICO.
Abstract: The purpose of this article is to represent the integration process of a peripheral territory inhabited and built by immigrants from southern Mexico, mainly Mixteca people from Oaxaca, into Mexico City. It analyzes the transition of this area from a stigmatized zone to the pride of its inhabitants for the urban amenities achieved through community organization centered on the Union de Colonos.
KEYWORDS: TERRITORY; SEGREGATION; SOCIAL INTEGRATION; NATIVE PEOPLE; MEXICO CITY.
Introducción
Una de las principales temáticas urbanas contemporáneas es la expansión de las grandes metrópolis y la consiguiente transformación de las relaciones socio-espaciales, las que se reflejan en la generación de amplios espacios periféricos, la fragmentación física y el incremento de las desigualdades sociales, entre otras características. Las tendencias a la urbanización total y a la denominada ciudad difusa y/o dispersa –por mencionar algunos de los neologismos utilizados en las ciencias sociales–, dan cuenta de estos fenómenos. Se hacen evidentes así nuevas problemáticas para la vida citadina, y por lo mismo, nuevos desafíos para los estudios urbanos, requiriéndose abordar los procesos de segregación y sus repercusiones en el territorio de las grandes metrópolis o megalópolis. Estas indagaciones deben desarrollarse hoy día no sólo en términos de su número de habitantes y respecto a las lógicas económicas y mecanismos que desde las esferas políticas se llevan a cabo en torno a la expansión de la ciudad, sino y de manera significativa, respecto de los modos en que la población se apropia de estos espacios.
Si bien se han realizado en los estudios urbanos numerosas aproximaciones investigativas sobre marginalidad, exclusión, segregación, etc., los indicadores que se han utilizado provienen de información socio-económica referente a empleo, ingreso, calidad y ubicación de la vivienda, ocupación del suelo, transporte público y dotación de servicios, infraestructura y equipamiento urbano. Y aunque se muestran en ellos muchos matices, persisten todavía aspectos insuficientemente analizados. Nos referimos a las dimensiones más subjetivas, profundizando en la importancia de la experiencia humana y los procesos de significación, otorgando centralidad al sujeto habitante que construye y reconstruye cotidianamente la ciudad[1]. Para esto es necesario aplicar un enfoque “microscópico” –en el sentido de Geertz[2]– a unidades residenciales dentro del espacio urbano, considerando al mismo tiempo el contexto nacional y global, e interpretar los datos desde el foco hermenéutico. Si bien éstas son perspectivas aún incipientes, parecen generar un interés cada vez mayor en el intento de interpretar y abrir la ciudad y la vida urbana desde renovadas miradas.
De esta forma, el estudio de la segregación urbana plantea en nuestra perspectiva tres desafíos iniciales para el análisis. En primer lugar, el concepto de segregación ha sido utilizado de manera imprecisa en las ciencias sociales, en algunas ocasiones con una ocurrencia simultánea al de pobreza y/o desigualdad y muchas veces como exclusión social. En segundo lugar, si bien el concepto de segregación hace referencia a las relaciones entre estructura social y estructura espacial[3], muchos de los estudios invisibilizan el papel del territorio en la generación de formas de exclusión/integración, privilegiando el análisis de la estructura social, y quedando el territorio como una simple localización o incluso sólo como un escenario de los procesos de segregación. En tercer lugar, el tema de la segregación espacial es incompleto si no pensamos en las dimensiones culturales que conlleva, es decir, respecto a la heterogeneidad de sujetos sociales y la diversidad de modos de vida de quienes habitan la ciudad.
El ordenamiento espacial como fenómeno social, entonces, no puede ser explicado solamente desde una perspectiva objetiva o como una abstracción meramente geométrica. Esto, pues la conformación de los lugares es para los grupos humanos una de las prácticas simbólicas más significativas en tanto permiten otorgar sentido al territorio en el que habitan. En otras palabras, en una primera aproximación es una cuestión eminentemente cultural debido a que el espacio se define en torno a seres humanos y en un segundo momento porque las representaciones que se hacen respecto de él construyen imaginarios en relación al entorno social. Desde esta perspectiva el espacio lo concebimos como percibido, representado, vivido y/o experimentado; es decir, no sólo se reduce a la materialidad, sino que incorpora la experiencia (subjetiva) de los sujetos, como han planteado diversos autores[4].
Indagar las dimensiones étnicas[5] de las dinámicas de segregación e integración urbana en México, a partir del análisis de un contexto territorial particular es el objetivo de este trabajo. En efecto, la atención está puesta particularmente en una neo-comunidad de mixtecos residentes en la colonia (ver figura 1) San Miguel Teotongo (inmigrantes y nacidos en la ciudad), en tanto población indígena y habitantes urbanos de un sector altamente estigmatizado de la Zona Metropolitana de Ciudad de México (ZMCM). Esto nos ha desafiado a privilegiar dos aspectos del problema. Por un lado las formas simbólicas que se producen de la segregación y estigmatización, y en segundo lugar los modos de apropiación del espacio e integración social de la población mixteca en la colonia[6] San Miguel Teotongo, participando en la Unión de Colonos local.
En la primera parte del texto introducimos algunas ideas acerca de la segregación espacial y sus relaciones con la diferenciación socio-territorial como categorías para pensar las metrópolis y presentamos algunos aspectos de la segregación espacial en México, que constituye el contexto más general donde se desenvuelve la colonia estudiada. La segunda parte está dirigida a abordar las dimensiones simbólicas que ha adquirido –especialmente durante sus primeros años– la segregación y estigmatización de la colonia. En la tercera parte analizamos las formas de construcción, apropiación del espacio e integración social de los colonos, a partir del análisis de datos obtenidos mediante observación fenomenológica y entrevistas en profundidad (metodología cualitativa) a los habitantes mixtecos de esta colonia de Ciudad de México[7]. Finalmente, en las conclusiones planteamos brevemente las particularidades que estos procesos han tenido en el territorio estudiado.
Diferenciación socio territorial, exclusión y segregación urbana: Categorías para pensar las metrópolis
El concepto de segregación puede entenderse como la separación espacial de los diferentes grupos sociales en una ciudad o en un área geográfica de acuerdo a diferencias étnicas, religiosas, de ingresos, etc., como ha planteado Roitman[8], entre otros autores. En términos de Sabatini, la segregación espacial se refiere a “la aglomeración geográfica de familias de igual condición social (étnica, de edad o de clase)”[9]. Uno de los hitos fundadores de la segregación desde las ciencias sociales es el interés que desarrollaron los teóricos de la escuela de Chicago, y particularmente de lo que se denominó “ecología urbana”. Esta escuela de pensamiento sociológico se preocupó fundamentalmente por analizar el papel que juega el contexto socio-cultural en la formación de la vida urbana, y asoció en términos generales el concepto de segregación a aquellos ciudadanos que se comportaban de una forma “desviada” de la conducta social considerada como normal en una sociedad concreta. De hecho, el “hombre marginal” –en el sentido de Park[10]– hacía referencia a los inmigrantes que se encontraban en el cruce de dos culturas, en la frontera de ambas sin pertenecer a ninguna, teniendo que adaptarse a su nuevo contexto.
La preocupación en aquel entonces era por una variada tipología de “extraños” en la sociedad, que pueden ir desde los “sin techo” hasta el “delincuente callejero habitual”, pasando por los integrantes de las hoy llamadas “tribus urbanas”. Características específicas de esta marginalidad citadina se dan por ejemplo en Estados Unidos con la llamada underclass, cuyos componentes tienen un importante índice de criminalidad, de consumo de drogas, de nacimientos fuera de familias formalmente constituidas y de dependencia de la asistencia del Estado. La underclass se focaliza sobre todo en los guettos de las grandes ciudades y se explica en principio por problemas de desempleo prolongado, debido a su deficiente capacitación profesional[11].
Que la conformación espacial está relacionada con la estructura de las relaciones sociales[12] es cierto en un doble sentido: por un lado hay que conocer las relaciones sociales para entender el espacio y por otro hay que observar el espacio para comprender las relaciones sociales urbanas. Tal y como lo sostiene Bourdieu: “la estructura del espacio se manifiesta, en los contextos más diversos, en la forma de oposiciones espaciales, en las que el espacio habitado (o apropiado) funciona como una especie de simbolización espontánea del espacio social. En una sociedad jerárquica, no hay espacio que no esté jerarquizado y no exprese las jerarquías y las distancias sociales, de un modo (más o menos) deformado y sobre todo enmascarado por el efecto de naturalización que entraña la inscripción duradera de las realidades sociales en el mundo natural: así, determinadas diferencias producidas por la lógica histórica pueden parecer surgidas de la naturaleza de las cosas”[13]. Pero más allá de un determinismo espacial o social sobre las prácticas, en este trabajo sostenemos que la diferenciación creada en el espacio puede ser entendida como una estrategia para afirmar la identidad grupal (de un mismo origen regional y/o étnico) y para ayudarse mutuamente.
Sin duda, una característica de la segregación espacial es la referencia a la diferenciación, jerarquización e interacción de múltiples factores que se articulan en un territorio determinado. Del mismo modo, el concepto contiene tanto una dimensión material como simbólica. La dimensión material implica las condiciones efectivas, como la ubicación espacial, la dificultad de acceder al mercado laboral debido a un bajo nivel de escolaridad o el desconocimiento de una lengua. La dimensión simbólica, por su parte, considera la representación sociocultural que los sujetos han elaborado de dichas condiciones, cómo se perciben a sí mismos y las estrategias que desarrollan para posicionarse de mejor forma. Este último punto es la dimensión subjetiva de la segregación[14], que acompaña a otras dos dimensiones más objetivas: la tendencia de los grupos sociales a concentrarse en algunas áreas de la ciudad y la conformación de áreas o barrios socialmente homogéneos.
En esta línea argumental es relevante mencionar que dentro de los aspectos simbólicos, la “estigmatización territorial” de los barrios y áreas donde se concentran los grupos sociales más pobres, las minorías étnicas y los inmigrantes, constituye una característica fundamental de las nuevas modalidades con que han surgido y se difunden formas de desigualdad y marginalidad urbanas; es a esto que Wacquant[15] ha denominado como la “nueva pobreza”, cuyo ámbito y fuente es la ciudad. La dimensión simbólica de la segregación urbana dibuja fronteras para establecer diferencias y posiciones socioculturales entre quienes habitan un barrio o colonia. En este sentido se hace referencia a un proceso de construcción social por medio del cual se atribuyen y aceptan intersubjetivamente ciertos sentidos al –y sobre el– espacio[16].
Los diferentes contextos urbanos configuran universos de significados y favorecen ciertas prácticas que permiten visibilizar los aspectos subjetivos prioritarios para comprender la agudización del vínculo entre desigualdades sociales, segregación espacial y concentración étnica. Al mismo tiempo, también para entender sus efectos inversos, es decir, aquellos donde la etnicidad contribuye a la generación de redes de mutua ayuda[17]. Los mixtecos tenderían a orientar sus relaciones (intra-grupales e inter-grupales) dentro de márgenes de semejanza y diferencia cultural que, si bien estarían expuestos a continuas reinterpretaciones y recomposiciones estratégicas, perdurarían durante generaciones. Estos vínculos experimentarían un elevado grado de estabilidad a lo largo del proceso histórico e impondrían compromisos y restricciones a los individuos para con el orden simbólico colectivo del grupo al que pertenecen y con el que se identifican en mayor o menor grado[18]. De esta forma, planteamos como hipótesis que la concentración de los mixtecos en ciertos barrios de la colonia puede ser interpretada, precisamente, como una manera de defender su/s identidad/es social/es amenazada/s por la misma condición de minoría étnica, como también por su bajo nivel socioeconómico.
La división social del espacio en Ciudad de México sigue el patrón que caracteriza a las ciudades latinoamericanas: una alta homogeneidad de los sectores populares y relativa heterogeneidad en los sectores altos[19]. Estas características son estables independientemente de cuáles sean los indicadores que se utilicen para jerarquizarlos socio-económicamente. Una confirmación empírica en este sentido es el análisis que realiza Duhau[20] sobre la movilidad residencial intra-metropolitana de la ciudad: comprueba que los grupos de altos ingresos se concentran en un número limitado de jurisdicciones centrales, once en total, en la zona poniente y sur de la metrópoli, lejos de las grandes concentraciones industriales. Los hogares de menores ingresos, por su parte, tienden a desarrollar un patrón que los localiza en jurisdicciones periféricas. A este fenómeno urbano se les denomina ciudades dormitorios y/o ciudades perdidas. Coincidentemente con este planteamiento, una especialista[21] ha afirmado que en la Ciudad de México no hay espacio que no exprese las jerarquías y distinciones sociales de acuerdo con los valores de la sociedad dominante.
A lo anterior debemos agregar un nuevo enfoque para entender los procesos de inclusión y exclusión en la ciudad a partir del contexto de la globalización. De esta forma vemos desde principios de los años noventa el uso extensivo del concepto de ciudad global o ciudad mundial para referirse a la integración de algunas de las mega-ciudades a los mercados mundiales. En éstas convergen los nodos de las principales redes de telecomunicaciones, están las sedes de las principales instituciones financieras, y se ubican los principales centros del poder mundial, lugares en los que se genera una información privilegiada que es vital para la toma de decisiones de alto nivel[22]. La Ciudad de México participa activamente en esta red mundial de ciudades, ocupando el primer lugar en América Latina[23], siendo afectada por procesos socio-espaciales típicos de la globalización: los grandes proyectos inmobiliarios conducidos por el capital privado, la proliferación de espacios públicos restringidos (centros comerciales), la renovación de espacios para convertirlos en referentes simbólicos y turísticos (“gentrificación”), la proliferación de urbanizaciones cerradas y la privatización de espacios públicos[24].
Las ciudades han tendido a terciarizarse desde principios de la década de 1990, pero unas lo han hecho en el ámbito de los servicios avanzados (para la producción) y otras, como las latinoamericanas, se sitúan más bien en el ámbito de los servicios tradicionales (para el consumo). Esto las ha colocado de alguna manera en una nueva periferia global, al tiempo que ha ido agravando su polarización local, como ha advertido Subirats[25]. En efecto, la megapolización de la ZMCM[26] coincide por un lado con una tasa de crecimiento demográfico que es prácticamente igual a la del país, lo que produce una concentración territorial de la población, al mismo tiempo que una concentración económica. Esta megalópolis para mediados del siglo XXI probablemente alcance una población de 50 millones de habitantes, alrededor del cuarenta por ciento del total nacional[27].
En relación a esto último los datos de población son significativos, pues de acuerdo con el censo de 2000 la población de la ZMCM asciende a 17.884.829 habitantes, representando el 18.3% de la población nacional[28], de los cuales 749.639 corresponden a población indígena[29]. Si bien la población indígena se distribuye residiendo en las 16 delegaciones del Distrito Federal y en los 27 municipios conurbados del Estado de México que lo integran, “su presencia se densifica en el centro de la ciudad, en la periferia noreste y en oriente de la zona metropolitana”[30]. Precisamente la colonia estudiada se encuentra en la zona oriente de la ciudad, específicamente en la Delegación[31] Iztapalapa (en una superficie de 117 km2, con un 75% dedicado a uso urbano), la que hoy en día cuenta con 241 localidades, entre pueblos originarios, colonias populares y unidades habitacionales, residiendo un total de 2.189.592 habitantes (INEGI[32], 1995) –después de haber contado con 533.569 personas en 1970[33]– que representan el 20% de la población total del Distrito Federal.
Segregación y estigmatización en Ciudad de México: La colonia San Miguel Teotongo, Iztapalapa
Iztapalapa es la delegación del Distrito Federal con una mayor presencia de población indígena en la actualidad, con 86.813 hablantes de lengua indígena, representando el 4.9% de la población total de esta delegación, ocupando el tercer lugar respecto a porcentajes de población indígena en sus respectivas delegaciones, sólo después de Milpa Alta, con un 11.5% y Xochimilco, con un 5.9% (INI[34]-CONAPO[35], 2000). Respecto a esta constitución étnica, las mayores concentraciones de población en Iztapalapa son, de mayor a menor: náhuatl, mixteco, otomí, zapoteco, mazahua, mazateco, totonaca, chinanteco, mixe y tlapaneco[36].
Parte importante de los habitantes de la colonia, como en toda Iztapalapa, son originarios de otros estados de México, fundamentalmente del sur del país y de la región mixteca en particular, producto de la migración campo-ciudad desde mediados del pasado siglo XX debido al empobrecimiento del campo. Los principales motivos de la salida de los poblados se relacionan con la escasez y degradación de las tierras, con la inestabilidad de los empleos rurales, con la búsqueda de trabajos remunerados y de servicios públicos característicos de las localidades urbanas, así como con continuar los estudios escolarizados o bien que sus hijos puedan acceder a éstos.
Cuando llegaron los primeros inmigrantes al espacio de la actual colonia San Miguel Teotongo, “era así como un pueblo dentro de la ciudad” (Claudia, 36 años). La colonia está construida sobre “las faldas” (lado norte) del volcán/cerro Tetlalmanche. La situación de la colonia hoy en día, casi 40 años después de la llegada de los primeros inmigrantes, es percibida como bastante más equipada. Muchos de sus habitantes llegaron en una primera instancia a arrendar dormitorios al vecino municipio de Nezahualcóyotl, uno de los más populosos de la ZMCM (1.5 millones de habitantes) y de México, para en un segundo momento adquirir un sitio en la naciente colonia San Miguel Teotongo en la década de los setenta. Tal como lo señala Bonfil Batalla[37], a la presencia indígena en las ciudades las élites primero la llamaron “la plebe” y hoy en día la denominan “los nacos” o la naquiza, siendo visualizados estos sectores de la ciudad como “lo externo, insólito, pintoresco pero sobre todo peligroso, amenazante, profundamente incómodo”[38]. Sin embargo, más allá de esta “visión a distancia”[39], al conocer un poco más de cerca la colonia se encuentra no sólo heterogeneidad étnica (organizados en enclaves étnicos pero con una continua interacción entre sí) sino también de estratos sociales.
También se hallan este tipo de imágenes simplificadoras desde una visión “desde dentro”. Una experiencia del trabajo de campo es ilustrativa al respecto. Un día durante el almuerzo en casa de Luis y Gregoria, un matrimonio mixteco, una de sus hijas adolescentes me preguntó[40] si había ido a una calle que estaba al llegar a la colindante colonia Miravalle, porque en esa calle había muchos oaxaqueños. Le dije que no, y que si me podía presentar a algunos de sus conocidos ahí, ante lo cual me respondió: “¡no!, ¡cómo crees!, es peligroso, ¡si con decirte que hablan en su lengua, aquí en la ciudad!”. Al ir a esa calle, resultó que es un sitio de concentración de mazatecos, quienes se dedican a limpiar automóviles en el eje 6 de Iztapalapa, y en la cual se encuentran algunas de las viviendas más hacinadas y pobres de la colonia. Este caso es también un ejemplo de la colonia vivida como mosaico cultural (segregación espacial), cuyo otro “lado de la moneda” es el mestizaje interétnico. Ambas vivencias coexisten en la población de la colonia. Este relato recuerda los planteamientos tempranos de Wirth (1938), quien observara una tendencia a la segregación de acuerdo a los requerimientos y modos de vida de uno u otro grupo. La ciudad, en este sentido, podía ser entendida como un mosaico de mundos sociales en que la transición de uno a otro era notoria.
Incluso en una misma vivienda se encuentran tanto mixtecos como otomíes y náhuatl ocupando distintos dormitorios, con una diversidad económica propia de sus diversos trabajos y constituciones familiares, así como por su condición de propietarios o arrendatarios. Pese a esta heterogeneidad socio-cultural y socio-económica, y de acuerdo a los testimonios de los diversos entrevistados, San Miguel Teotongo ha compartido (junto a todo Iztapalapa y Nezahualcóyotl) esta imagen de área conflictiva/delictiva, durante un largo tiempo.
A veces hay o han habido fundamentos empíricos: “era una zona roja en Iztapalapa aquí en San Miguel, por el vandalismo que había”, suelen decir los vecinos mixtecos. Al respecto, afirman Pradilla & Sodi: “De acuerdo con un diagnóstico de la Secretaría de Desarrollo Social del GDF […] con 10 colonias de alta conflictividad social, Iztapalapa es la delegación situada a la cabeza […] algunas de las colonias más conflictivas son Desarrollo Urbano Quetzacóatl y San Miguel Teotongo”[41]. Claudia (36 años) recuerda cómo la densificación de la colonia a fines de la década de 1970 vino acompañada de la creación de “las banditas de chavos”, fenómeno característico de la incertidumbre y el desasosiego de la población en las etapas iniciales de los suburbios megapolitanos:
“empezó a llegar mucha gente y se fue poblando muy rápidamente, distintas secciones, y cuando llega tanta población lo primero que está en contra es que empiezan a haber las banditas de chavos, mucho adolescente, empezamos a ver que ya no sólo los papás salían a trabajar sino que también las mamás, ahí se empieza a ver un poquito más de descuido hacia la familia, los chavitos ya no iban a la escuela y andaban ocasionando desperfectos, ahora un poquito bajó pero era una zona roja en Iztapalapa aquí San Miguel, por el vandalismo que había, luego se peleaba una banda con otra, era terrible, ahorita ya bajó”.
Y la reflexión de Ricardo (39 años) resulta complementaria, considerando este proceso en el contexto del crecimiento urbano de la colonia:
“Ha cambiado, desde el ‘94, los taxistas no subían antes, porque lo encontraban muy peligroso, había uno de nuestros compañeros que les decía ‘llévenme, yo les digo por donde’, entonces de esa manera llegaba, pero no les decía donde iba, porque si tú les decías que era San Miguel Teotongo, no subían, ahora no, ahora tenemos taxis y hay varios peseros [micros] o hay gente que se va al metro que es más fácil por lo práctico, y hay gente que se va en el autobús que va a la UNAM […] antes, aunque estaba integrada, se hablaba del patio trasero de la ciudad”.
Participación, apropiación del espacio e integración social de la población mixteca en Ciudad de México
Al ser una zona al margen de los proyectos de planificación urbana, en este territorio natural (un cerro/volcán) y periférico se encontraban terrenos relativamente accesibles, lo que atrajo a moradores jóvenes, en su mayoría inmigrantes del sur del país. Año a año se empezó a equipar con viviendas autoconstruidas, pavimentación de caminos, pequeñas tiendas y cocinas económicas de tipo familiar. Enfrentados con la urgencia de actuar, se formó desde los inicios la Unión de Colonos San Miguel Teotongo (UCSMT), la que aglutinó a la mayoría de los vecinos. Esta asociación civil se creó en 1975 como parte del movimiento urbano popular (MUP), distante del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y de toda instancia partidista. La UCSMT se dedicó inicialmente a investigar la situación jurisdiccional y de propiedad de los terrenos de la colonia y empezó a celebrar asambleas abiertas en las cuales discutir los problemas existentes. Guadalupe (58 años) recuerda esta organización social vinculándola con el tequio característico de los pueblos de Oaxaca:
“en aquel entonces la lucha fue dura contra los fraccionadores, fue cuando se suspendieron todos los pagos de los terrenos […] todos los vecinos participaban […] y así se fue haciendo esta colonia […] ahí en el rumbo, en el distrito de Oaxaca se le llama tequio, allá anuncian, por medio del sonido, a tal hora se va a llevar a cabo un trabajo, y todos tempranito ahí están, y es un trabajo voluntario, comunitario, es decir no pago, yo lo tomo así, el trabajo que estamos haciendo acá es como si fuera un tequio, a beneficio de la comunidad”.
El tequio es el trabajo colectivo que cada miembro de una comunidad mixteca debe aportar desde que cumple los 18 años. Representa la labor concreta, de interés común, y es una manifestación del principio de la guesa o guetza, esto es, de la ayuda mutua. Este capital cultural favoreció la organización del trabajo de la UCSMT en 16 comisiones temáticas y a través de un comité por cada sección. Logrados los servicios de luz, agua y transporte, la UCSMT planeó la creación de escuelas y centros de salud. Esta lucha por el espacio se extendió, con el paso de los años, a las áreas verdes. Aún hoy estas áreas, así como los sitios donde han construido centros culturales y deportivos (como también mercados), son defendidos de los “paracaidistas”, grupos que llegan con intenciones de hacer sus propias viviendas y quedarse a residir en la colonia. Se trata de la “neutralización del espacio no edificado”, destinado por la planeación de los vecinos a conservarse (o a construirse) como espacios naturales, pues “no cabe ciudad ni espacio urbano sin imitación de la naturaleza […] sin evocación del bosque […] la utopía de la naturaleza”[42].
Durante sus primeros tres años se implementó en la UCSMT una dinámica de trabajo horizontal y participativo. Entre 1978 y 1982 se verticalizó la estructura de la organización, quedando conformada por el presidente y la mesa directiva en la cima y los representantes de sección y la asamblea constitutiva (todos los participantes de la UCSMT) en la base, en una forma tipo pirámide, generándose un liderazgo autoritario, de rasgos caciquiles.
Esta estructura piramidal (que predominó hasta 1982) fue un “dato cultural” en la política mexicana hasta, al menos, fines del s. XX[43]. En 1982-1983 la UCSMT se democratiza y descentraliza, cambiando su estructura de vertical a horizontal: se eligió un consejo integrado por 48 miembros (con tres integrantes por cada una de las 16 comisiones) y un representante por comisión en cada sección. Vemos que hay una permanente dialéctica en el desarrollo de la UCSMT entre procesos comunitarios y otros más bien asociativos, o, como señalara Dumont, entre el Homo aequalis o igualitario y el Homo hierarchicus o jerárquico[44].
A mediados de la década de 1980 la UCSMT estuvo en su apogeo, representando una forma de gobierno local, un auto-gobierno. Los colonos han dado pues su propia lucha por lo que Lefebvre ha denominado como el “derecho a la ciudad”, concepto que va más allá de la configuración del espacio público como meramente espacio vial, rasgo característico del contexto urbano de las colonias populares[45]. Explica Lefebvre que “el derecho a la ciudad se manifiesta como forma superior de los derechos: el derecho a la libertad, a la individualización en la socialización, al hábitat y al habitar. El derecho a la obra (a la actividad participante) y el derecho a la apropiación (muy diferente del derecho a la propiedad) están imbricados en el derecho a la ciudad”[46].
Por su parte, las mujeres, junto con hacerse cargo de la salud (se construyeron cuatro centros de salud) y nutrición (se crearon cinco cocinas populares) de sus hijos, así como de luchar por guarderías, demandaron a través de la comisión “mujeres en lucha”, un cambio en las relaciones entre hombres y mujeres, tanto en el espacio privado como en el espacio público. Se deslegitima la violencia intra-familiar como una cuestión de uso y costumbre, y se reivindican las separaciones una vez que los vínculos de pareja dejaban de ser mutuamente deseados. Asimismo, se defiende su acceso al estatus de dirigentes/as sociales. De este modo las mujeres sumaban a la “lucha de clases” la dimensión de género de las relaciones sociales. Como ilustra el testimonio de Antonia (53 años):
“Nosotras como mujeres agarramos un radicalismo hacia el hombre, entonces hicimos ‘mujeres en lucha’, en ese tiempo muchas parejas se dejaban porque la mujer ya no se dejaba, hacían su vida con otras personas de la misma mentalidad de no golpes a la mujer, a sus hijos, que no llegaran los maridos borrachos, así que también agarrábamos las riendas nosotras, ‘si te pegan, le pegamos’, ya nos quedamos con personas que nos gustaba andar en lo mismo, en la lucha”.
Vemos así en las diversas manifestaciones de la lucha de la UCSMT la noción de societas, es decir, un grupo de individuos –como ha señalado Da Matta[47]– que voluntariamente se juntan para formar un grupo por medio de normas iguales para todos, en que priman los valores de libertad e igualdad, en el cual la posibilidad de elección se considera uno de sus derechos fundamentales, y donde son estos “socios” quienes crean las reglas del mundo en que viven. Otra de las comisiones se denominó “de honor y justicia”, la cual recusaba todo tipo de abusos y delitos, en los hogares o en las calles; sus miembros resolvían litigios interpersonales y decidían las penas a cumplir.
Esta alianza espontánea entre la UCSM y la acción colectiva de los colonos se prolongó hasta 1992-1993, años en que se produjo un parcial repliegue de los vecinos hacia sus propias secciones y hogares, los que muchas veces habían quedado en un segundo plano ante la lucha compartida. Recién en esos años se resolvieron los temas de las escrituras, el drenaje y la pavimentación. Esta concentración en las necesidades domésticas fue paralela al cambio ocurrido en el contexto político-nacional de fines de los años ochenta –así como a las políticas económicas neoliberales, al implementarse el “ajuste estructural”– ante lo cual la UCSMT decidió estratégicamente aliarse (integrarse) al naciente Partido de la Revolución Democrática (PRD), el partido que surge como oposición al gobierno, “el partido de los pobres”. Esta interfase asociación civil/partido se encuentra muy vital hoy en día (aunque complejizada dadas las divisiones al interior del PRD), asumiéndose tanto reivindicaciones antiguas como otras nuevas, y locales como nacionales y globales (“ahorita estamos luchando por el petróleo”, lucha encabezada por López Obrador, Jefe de Gobierno en el Distrito Federal entre 2000 y 2005).
Paralelamente a esta organización transversal de vecinos, los mixtecos se han concentrado en determinadas secciones de la colonia, de acuerdo a su poblado de origen en Oaxaca, y se han organizado en asociaciones étnicas. Prima aquí el principio de la reciprocidad, que en lengua mixteca se verbaliza como la guetza, esto es, la norma por medio de la cual se apoyan unos a otros, permitiendo el paso desde las redes sociales hacia el capital social. Este principio es tanto un derecho como un deber, o, más bien, es un compromiso cuanto que un valor, deviniendo una norma que se continúa practicando al interior de la urbe por medio de la práctica (entre otras) del tequio.
A modo de cierre
Los habitantes rurales han sido, en uno u otro momento, colectiva e individualmente, empujados a abandonar su tradicional hábitat, pues éste ya no les genera (dadas las políticas económicas globales/neoliberales de las últimas tres décadas) los recursos mínimos necesarios como para continuar su existencia en las localidades donde nacieron. Los migrantes mixtecos se enfrentan entonces al desafío de entrar en la ciudad, de insertarse en la sociedad urbana, buscando acceder así a una mejor vida. En este proceso de cambio de nicho ecológico, traen ad portas al menos dos desventajas y una ventaja. Primero, su nivel educativo formal suele ser muy bajo, no superando la educación primaria (básica). Segundo, los interlocutores suelen señalar que en la Ciudad de México su identidad indígena, como también de oaxaqueño, son infravaloradas (no se les llama mixtecos sino indios, no se les denomina oaxaqueños, sino oaxacos: ambas categorías provistas de prejuicios negativos).
Junto a estas desventajas, reconocemos en sus discursos y prácticas un activo, un recurso adquirido, que ha sido logrado a través de la “unión” entre todos los vecinos, más allá de sus particularidades: es la Unión de Colonos San Miguel Teotongo. En esta institución civil los colonos han encontrado un gobierno local de facto al cual acudir y demandar (junto con participar y solidarizar en sus propósitos), un lugar en el cual se les brinda apoyo y gestión, otorgándoles un piso/base mínimo de seguridad. Esta polis local pierde autonomía ante la entrada del PRD, pues muchas de las decisiones a partir de ese momento se realizan en otro lugar/ámbito. Esto es, ya no se toman en el espacio de la sociedad civil, sino que desde diversas instituciones estatales que “se acercan” (a través de los intermediarios: diputados PRD surgidos en la UCSMT) a la periférica colonia.
En el mismo recinto donde se generó la composición de lo colectivo a partir de la diversidad de inmigrantes se decidió ser representados por una única instancia política: el PRD. Sin embargo, esta pérdida gradual de potestad de la asociación civil se vio recompensada por los beneficios logrados a través de las nuevas redes jerárquicas que conectan a los colonos con los organismos gubernamentales (en sus distintos niveles): el Estado (estatal y federal) y sus dones llegaron a la colonia.
Al mismo tiempo, a través de prácticas como el tequio los mixtecos actualizan aquellos intercambios que Thompson[48]denominara como “economía moral”, la que proviene de una ética de la subsistencia que intermedia entre los individuos y un grupo social determinado, en un ambiente de alto riesgo. Estas prácticas cotidianas son producto de una “razón práctica” que anula la oposición clásica entre interés y altruismo, facilitando la inserción/integración social en la gran ciudad.
Notas
[1] Lindón, Alicia, 2006, 2007.
[2] Geertz, Clifford, 1973.
[3] Bourdieu, Pierre, 2002.
[4] Tuan, Yi Fu, 2007; Di Méo, Guy, 1999; Lindón, Alicia, 2006.
[5] Entendemos la etnicidad como una forma de adscripción social que promueve pautas flexibles de identificación e interacción social (Horowitz, 1985), en base al hecho de que un grupo de individuos forma parte de un colectivo que reúne ciertos orígenes, una experiencia histórica distintiva y rasgos culturales concretos y dinámicos, esto es, un repertorio intergeneracional de recursos identitarios (Smith, 1991).
[6] La noción de colonia se asemeja a la de barrio o población en Chile, pues en términos generales corresponde a los límites geográficos y a la experiencia colectiva de habitar un territorio popular.
[7] Los datos del trabajo de campo son producto de la investigación doctoral realizada por Nicolás Gissi en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), entre los años 2006 y 2009.
[8] Roitman, Sonia, 2003.
[9] Sabatini, Francisco, 1999, pág. 26.
[10] Park, Robert, 1928.
[11] Wacquant, Loïc, 2001.
[12] Duhau, Emilio y Giglia, Angela, 2002.
[13] Bourdieu, Pierre, 2002, pág. 120.
[14] Sabatini, Francisco y Cáceres, Gonzalo, 2001.
[15] Wacquant, Loïc, 2001.
[16] Saraví, Gonzalo, 2008.
[17] Adler-Lomnitz, Larissa, 1975; Martínez, Regina, 2007.
[18] Horowitz, Donald, 1985.
[19] Ariza, Marina y Solís, Patricio, 2009.
[20] Duhau, Emilio, 2003.
[21] Oehmichen, Cristina, 2001.
[22] Sassen, Saskia, 2004; Castells, Manuel, 1996.
[23] Pérez, Margarita, 2004.
[24] Giglia, Angela, 2007.
[25] Subirats, 2008.
[26] Dentro del Valle de México se ubica la ZMCM, la que está conformada por 16 delegaciones y 38 municipios conurbados, con una superficie de 3.540 km.2, representando el 37% del Valle de México.
[27] Cruz, María, 2001; Aguilar, Miguel, 2003; Davis, Mike, 2007.
[28] Duhau, Emilio & Giglia, Angela, 2008.
[29] Molina, Virginia y Hernández, Juan, 2006.
[30] Oehmichen, 2001, pág. 184.
[31] La delegación es la menor área administrativa en Ciudad de México, abarcando varias colonias.
[32] Instituto Nacional de Estadística y Geografía.
[33] Nolasco, Margarita, 1981.
[34] Instituto Nacional Indigenista.
[35] Consejo Nacional de Población.
[36] Molina, Virginia y Hernández, Juan, 2006.
[37] Bonfil Batalla, Guillermo, 1987, pág. 89.
[38]Ibid: 180.
[39] Lévi-Strauss, Claude, 1985, cit. por Hannerz, Ulf, 1996, pág. 260.
[40] Notas del diario de campo de Nicolás Gissi (2009).
[41] Pradilla, Emilio & Sodi, Demetrio, 2006, pág. 223.
[42] Lefebvre, Henry, 1970, pág. 32.
[43] Adler-Lomnitz, Larissa, Salazar, Rodrigo & Adler, Ilya, 2004.
[44] Dumont, Louis, 1977 y 1967, respectivamente.
[45] Duhau, Emilio y Giglia, Angela, 2008, pág. 128.
[46] Lefebvre, Henry, 1968, pág. 159.
[47] Da Matta, Roberto, 1997.
[48] Thompson, Edward, 1971.
Bibliografía
ADAMS, Richard. Las etnias en una época de globalización. En: GARCÍA CANCLINI, Néstor; SIGNORELLI, Amalia & ROSALDO, Renato (Coords.). De lo local a lo global. Perspectivas desde la antropología. México, UAM-Iztapalapa. 1994. ISBN 970-620-587-X.
ADLER-Lomnitz, Larissa. Cómo sobreviven los marginados. México, Siglo XXI. 1975.
SALAZAR, Rodrigo & ADLER, Ilya. Simbolismo y ritual en la política mexicana. México, Siglo XXI. 2004.
AGUILAR, Miguel Ángel. La megaurbanización en la Región Centro de México. Hacia un modelo de configuración territorial. En: AGUILAR, Miguel Ángel (Coord.). Urbanización, cambio tecnológico y costo social. El caso de la región centro de México. México. 2003.
ARIZA, Marina & SOLÍS, Patricio. Dinámica de la desigualdad social y la segregación espacial en tres áreas metropolitanas de México 1990-2000. Estudios sociológicos. XXVII, (1): 171-209, enero-abril 2009.
BONFIL BATALLA, Guillermo. México profundo. Una civilización negada, México, Mondadori. 1987.
BOURDIEU, Pierre. Efectos de lugar. En: BOURDIEU, Pierre (Ed.). La miseria del mundo. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica. 2002. p. 119-124. ISBN 978-950-557-270-0.
------ Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Barcelona, Anagrama. 1994.
CASTELLS, Manuel. La era de la información. La sociedad red. México, Siglo XXI. 1996.
CRUZ, María Soledad. Propiedad, poblamiento y periferia rural en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México. México, UAM-Azcapotzalco. 2001.
DA MATTA, Roberto. Carnavales, malandros y héroes. Hacia una sociología del dilema brasileño. México, Fondo de Cultura Económica. 1997.
DAVIS, Mike. Planeta de ciudades miseria. Madrid, Foca. 2007.
DI MEO, Guy. Géographies tranquilles du quotidien. Une analyse de la contribution des sciences sociales et de la géographie à l’étude des pratiques spatiales. Cahiers de Géographie du Québec 43 (118) 75-93, 1999.
DUHAU, Emilio. División social del espacio metropolitano y movilidad residencial. Papeles de Población, 36(9): 161-210. 2003. ISSN 1405-7425.
DUHAU, Emilio & GIGLIA, Ángela. Las reglas del desorden: habitar la metrópoli. México, UAM-Azcapotzalco & Siglo XXI. 2008. ISBN 978-968-23-2760-5.
------ Espacio público y nuevas centralidades. Dimensión local y urbanidad en las colonias populares de la Ciudad de México. Papeles de población, 41 (10). Julio-Septiembre 2004. ISSN 1405-7425.
DUMONT, Louis. Homo aequalis. Génesis y apogeo de la ideología económica. Madrid, Taurus. 1977.
------ Homo hierarchicus. Ensayo sobre el sistema de castas. Madrid, Aguilar. 1967.
GEERTZ, Clifford. La interpretación de las culturas. Gedisa, Barcelona. 1973. ISBN 968-852-029-2.
GIGLIA, Ángela. La antropología y el estudio de las metrópolis. En: GIGLIA, Ángela & GARMA, Carlos & DE TERESA, Ana. (Comps.). ¿Adónde va la antropología? México, UAM-Iztapalapa. 2007. ISBN 978-970-0881-7.
GISSI, Nicolás. Sistemas de intercambio económico, redes sociales e integración urbana de la población mixteca y chocholteca en la colonia San Miguel Teotongo, Ciudad de México. Tesis para optar al grado académico de Doctor en Antropología. México, UNAM. 2009.
HANNERZ, Ulf. Conexiones transnacionales. Cultura, gente, lugares. Madrid, Frónesis, Universitat de Valencia, Cátedra. 1996. ISBN 84-375-0369-8.
HOROWITZ, Donald. Ethnic Groups in Conflict. Berkeley Los Ángeles & London, University of California Press. 1985.
LEFEBVRE, Henry. La revolución urbana. Madrid, Alianza. 1970.
------ El derecho a la ciudad. Barcelona, Península. 1968.
LINDON, Alicia. De la espacialidad, el lugar y los imaginarios urbanos: a modo de introducción. En: LINDON, Alicia & HIERNAUX, Daniel (Coord.). Lugares e Imaginarios en la Metrópoli. Anthropos, UAM-Iztapalapa. México. 2006. ISBN 84-7658-777-5.
------ Los imaginarios urbanos y el constructivismo geográfico: los hologramas espaciales. Eure. XXXIII (99): 31-46. Agosto 2007. ISSN 0250-7161.
MARTÍNEZ, Regina. Vivir invisibles. La resignificación cultural entre los otomíes urbanos de Guadalajara. México, CIESAS. 2007. ISBN 968-496-635-0.
MOLINA, Virginia & HERNÁNDEZ, Juan. Perfil sociodemográfico de la población indígena en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México. En: YANES, Pablo, MOLINA, Virginia & GONZÁLEZ, Oscar (Coords.). Los retos para la política pública. El triple desafío. Derechos, instituciones y políticas para la ciudad pluricultural. México, Gobierno del Distrito Federal-Secretaría de Desarrollo Social & UACM. 2006. ISBN 968-5720-41x.
NOLASCO, Margarita. Cuatro ciudades. El proceso de urbanización dependiente. México. INAH. 1981.
OEHMICHEN, Cristina. Espacio urbano y segregación étnica en la Ciudad de México. Papeles de población. 7 (28):181-197. Abril-Junio 2001. ISSN 1405-7425.
PARK, Robert. La ciudad y otros ensayos de economía urbana. Estudio preliminar y traducción de Emilio Martínez, Barcelona, Ediciones del Serbal. 1999 [1928].
PÉREZ, Margarita. México: ciudad global en la diversidad. En: BUENO, Carmen & PÉREZ, Margarita (coords.), Espacios globales. México, Universidad Iberoamericana & Plaza y Valdés. 2004.
PRADILLA, Emilio & SODI, Demetrio. La ciudad incluyente. Un proyecto democrático para el Distrito Federal. México, Océano. 2006. ISBN 9707772255.
ROITMAN, Sonia. Barrios Cerrados y Segregación social urbana. Scripta Nova. VII (146): 118. Agosto 2003. ISSN: 1138-9788.
SABATINI, Francisco. La segregación espacial y sus efectos sobre los pobres y la seguridad en Chile. En: Espacio Urbano, Vivienda y Seguridad Ciudadana. Colección Monografías y Ensayos. División Técnica de Estudio y Fomento Habitacional, Ministerio de Vivienda y Urbanismo. Santiago. 1999.
SABATINI, Francisco & CÁCERES, Gonzalo. Segregación residencial en las principales ciudades chilenas: Tendencias de las tres últimas décadas y posibles cursos de acción. Eure. 27(82): 21-42, Diciembre 2001. ISSN 0250-7161.
SARAVÍ, Gonzalo. Nuevas realidades y nuevos enfoques: exclusión social en América Latina. En: SARAVÍ, Gonzalo (Ed.). De la pobreza a la exclusión. Continuidades y rupturas de la cuestión social en América Latina. Buenos Aires, CIESAS & Prometeo. 2007. ISBN 987-574-105-1.
------ Mundos aislados: segregación urbana y desigualdad en la ciudad de México. Eure. 34(103): 93-110. Diciembre 2008. ISSN 0250-7161.
SASSEN, Saskia. Ciudades en la economía global: enfoques teóricos y metodológicos. En: NAVIA, Patricio & ZIMMERMAN, Marc, Las ciudades latinoamericanas en el nuevo [des]orden mundial. México, Siglo XXI. 2004. ISBN 968-23-2453-X.
SMITH, Anthony. La identidad nacional. Madrid, Trama. 1991.
SMITH, Estellie. La economía informal. En: PLATTNER, Stuart (Comp.). Antropología económica. México, CONACULTA y Alianza. 1991.
SUBIRATS, Joan. Desarrollo urbano y política social. El valor de la proximidad. En: CABRERO, Enrique & CARRERA, Ady (Coords.), Innovación Local en América Latina. México, Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). 2008.
THOMPSON, Edward. Costumbres en común. Barcelona, Crítica. 1971.
TUAN, Yi Fu. Topofilia. Madrid, Melusina. 2007. ISBN 978-84-96614-17-8.
WACQUANT, Loïc. Parias urbanos: marginalidad en la ciudad a comienzos del milenio. Buenos Aires, Manantial. 2001. ISBN 987-500-058-2.
WIRTH, Louis. El urbanismo como modo de vida. En: BASSOLS, Mario (Comp.). Antología de sociología urbana. 1938. México, UNAM, pp. 162-182. ISBN 968-837-986-7.
Recibido: 04.11.2009
Aceptado: 29.03.2010