Acotaciones al margen del movimiento universitario

La juventud, expresión exacta y eficaz de los más puros y elementales acontecimientos de la vida, no sigue, en la generalidad de sus actuaciones, la recta, en su más geométrica significación; no, al revés, su recorrido es siempre curvilíneo, serpentino. Y, esto, debido a que en su entraña arden y priman las potencias asimiladoras, los impulsos centrífugos y expresivos: factores que determinan y dibujan las curvas y accidentes de la trayectoria que rubrica los síntomas exteriores de las internas, avasalladoras, fermentaciones espirituales. Nunca trepa peldaño a peldaño, acompasando su marcha a cierto peculiar ritmo, porque no reconoce ni acepta disciplinas y mejor parece entregarse, con honda y alegre voluptuosidad, a lo imprevisto, a lo vario. El sentido proteico siempre se impone sobre lo fijo, lo mecánico, lo sistemático. A fin de cualquier cálculo, es dable anotar que, la juventud, se resuelve en juegos más o menos armoniosos de posibilidades, en procesos de azar. Esto lo hemos visto, a las mil maravillas, en los acontecimientos que, por casi dos meses, han conmovido con viveza simpática, a los gremios universitarios de los principales focos culturales del país. ¿Quién pudo pensar, a no mediar extraña videncia, que en un hecho casual, aislado, iba a tomar pié una tan interesante sucesión de accidentes como la que hemos presenciado? ¿Se trata, acaso, de una manifestación local de inquietud espiritual o es algo profundo y general que afecta a todas las congregaciones humanas de la tierra? Esto último nos parece, de todas veras, lo más probable. Es agitación del mundo, es agitación del hombre, que siente como bambolea con estrépito infernal toda la envergadura de un sistema económico que pugna por cerrar su ciclo histórico. Se trata de un estado de ánimo universal: es la crisis de las instituciones cardinales, de las biblias, de los códigos, de los monumentos, de las escuelas y de todos los absurdos y estrafalarios arquetipos intelectuales y morales!

¿Qué persiguen los universitarios con su movimiento actual? Reformar la enseñanza. Es esta una cuestión que, de antigua y sobada, va sonando ya a perogrullada. Sin que este aserto, que no hace más que preconizar la comprensión de este problema, venga en abono de los que, defendiendo mezquindades inmediatas, tratan de ocultarlo a la consideración de los hombres de buena voluntad. Está en el ambiente la realidad cruda del fracaso rotundo de nuestra educación, como el de cualquier sistema educativo que tenga parecidas raigambres; es cosa que ha llegado a constituir eterno run-run en los oídos de los interesados en resolver tan compleja cuestión. El cuadro que ofrece nuestra enseñanza es de lo más triste, aun cuando se trate de encubrir bajo brillantes cascarones y preciosos marbetes. Echemos una ojeada a vuelo tendido por sus diferentes aspectos, a manera de descripción. La educación primera, en manos de individuos sin condiciones de austeridad ni de sensibilidad eficaces, para comunicar nociones elementales a los niños, sin menoscabar en estos sus propias virtualidades, la libre expansión de sus alegres potencias infantiles. En otros términos: el infante entregado al criterio farisaico de energúmenos, las más de las veces prematuramente amargados o prematuramente seniles en su vida, en su criterio, en sus programas. Así las cosas, el alumnado tendrá que soportar, en sus mentes aurorales, el brusco y torpe martillazo, con que, cotidianamente, tratan de inculcarle ciertos embutidos textiles. Y, mientras esto acontece, la vida, ese imponderable factor, se va secando en el alma del niño: por falta de riego, por ausencia de calor amable, por falta de tertulia franca: sin remilgos, sin tareas absurdas, sin todas esas cosas de añejo cuño, que no hacen más que hacernos tremendamente antipático y odioso el actual estado de cosas. Los encargados de velar por las primeras letras, hasta ahora, que sepamos, solo se han entregado de lleno a los asuntos de cacerola, como los llama un ilustre mexicano, a la pelea sanchezca por lo inmediato. Y de cuando en cuando han hecho tremolar banderolas de opereta, tratando de mistificar, con mentidos apostolados, el sentido mezquino que los empuja y dirige! En suma: la instrucción primera, montada sobre torpes caballetes y dirigida por torpes conductores, no ha hecho otra cosa de provecho que oscurecer, aletargar, dilapidar, las tiernas y alegres facultades de muchas generaciones de niños.

Entremos ahora a describir, siempre en tono rápido, de simple esquisse, las características de la enseñanza segunda, aquella que tiene que habérselas con el adolescente. Es una época de transición, un episodio espiritual dentro del desarrollo del sistema cultural. ¿Ha cambiado la relación esencial entre los que enseñan y los que aprenden? ¿Hay algo que, tocando al tuétano mismo del problema, aleje esta etapa de la anterior? No. Todo marcha en condiciones similares de vicio y perturbación espirituales. Sin embargo, por encima de cualquiera consideración que comprenda el globo o el detalle del asunto, es una época menos peligrosa que la anterior, en todo lo que se refiere a la conservación de los rasgos peculiares y espontáneos de los educandos. El adolescente dispone de medios personales o sociales– permítasenos lo convencional del giro– de defensa: asiste a conferencias, trajina su vista por bibliotecas y librerías, toma parte en romerías cívicas, contempla acontecimientos políticos, y arranca de todas estas excursiones, el cimiento donde afirmará los pilares de su futuro criterio de hombre: nos aproximamos al mediodía, como dice un pensador. El paisaje adiestra la pupila del adolescente en juegos de color, de tinieblas, de sol; le enseña a discurrir entre los matices distintos. Las bestias, en sus múltiples procesos instintivos, los pájaros, las masas de agua, todo este complejo natural, le habla con voces esotéricas, le dicta lecciones amables y eternas. Todos estos acontecimientos cósmicos, no tenían, para el niño, otra significación que simples ornamentos dentro de la ancha y variada órbita del mundo. Ahora, el educando, relaciona, sigue la urdimbre de la vida orgánica general, asocia, duda, sufre: su inteligencia echa a andar sus mágicas ruedecillas; la expresión de los afectos cobra vuelo. La instrucción segunda actual, con ser menos peligrosa que la primera o infantil, en lo que dice relación con la conservación de los rasgos puros y espontáneos del sujeto, tiene múltiples y capitales defectos que ya innúmeros tratadistas han descrito. Desde luego, el absurdo tutelaje del Estado a través de sus cuerpos docentes y todas las impurezas que de este régimen arrancan: la ausencia de lábaros y paradigmas que inciten al análisis suelto y libre de los problemas del hombre frente a la existencia; la ausencia. de amplios y alegres seminarios donde se tallen las vocaciones preponderantes en cada individuo, y mil y un defecto más que sería inútil enumerar en un comentario diarístico, sujeto a la angustia del espacio. Se trata de una arquitectura defectuosa, donde una época de la vida, la adolescencia, tiene que buscar el molde propicio a sus especiales aptitudes: y en la mayoría de los casos, actualmente, no lo encuentra, porque es imposible que lo encuentre.

La enseñanza universitaria merece párrafo aparte. Todos los defectos, más algunos otros de orden particular, anotados en las otras dos fases de la educación, le son aplicables, siempre que sufran estos mismos defectos una peculiar acomodación. Su papel es negativo, perfectamente negativo. Si echáramos mano de una metáfora para simbolizar nuestra Universidad, tendríamos, a la segura, qué recurrir a la vaca, nuestra Universidad es una gran vaca que, año a año, para jovencitos titulados que irán a formar entre los numerandos del ejército burocrático! Falta el alma que debe imperar en las casas destinadas al estudio; no hay ambiente propicio a la alta investigación, a la profunda especulación: tendrá que trasmutarse de pies a cabeza. En un próximo torneo pedagógico que habrá de. verificarse, tendremos ocasión de discutir algunas tesis contemporáneas sobre estos tópicos, de los cuales dependerá gran parte del futuro humano.

¡Pueda ser que el tiempo nos permita ser los alegres compañeros del porvenir! Día llegará en que la infancia no será, como hoy, perturbada y entontecida por hombres torpes y torpes sistemas; día llegará en que la blanda arcilla cobre formas armoniosas a influjo de nuevos fermentos; día llegará en que el alumnado no sentirá la necesidad de hacer “l'ecole buisoniére”, buscando en el paisaje que le rodea, una manera eficaz de mitigar la fatiga orgánica que el actual régimen educativo le dispensa; día llegará en que las escuelas, a pleno aire, como las soñaron tantos preclaros e ilustres talentos, permitan a la inteligencia del niño: afinar sus cuerdas; a la imaginación: echar a bailar sus trompos; a la voluntad: crecer en las viriles actividades del dominio!

EUGENIO SILVA ESPEJO.