Clark, Andy, Oxford, Blackwell: xiii + 210

Mindware es el cuarto libro escrito por Andy Clark, en la actualidad Director del Centro de Estudios Cognitivos de la Universidad de Indiana en Bloomington, Estados Unidos. Con el término mindware -difícilmente traducible al castellano, como sus primos cercanos hardware y software-, Clark intenta reflejar la diversidad de concepciones acerca de la mente humana y sus propiedades que hoy están en oferta en el mercado de la ciencia cognitiva. La intención de Clark es mostrar que el ámbito de la ciencia cognitiva, o, lo que algunos denominan en forma más optimista, la ciencia unificadora de la mente o, más ambiciosamente aún, la ciencia completa de la mente/cerebro, ha experimentado variaciones importantes en los últimos casi cuarenta años de teorización y experimentación. Esto se ha debido a ciertos desiderata que se han impuesto respecto de lo que debiera ser una ciencia completa de la mente cognitiva y/o a las deficiencias en cuanto al alcance de las teorías propuestas. El término mindware designa una suerte de bolsa de trucos no regimentada, que guarda una serie de conceptos y modelos sin un criterio de agrupación claro que den cuenta de lo que es la mente, de su naturaleza y funcionamiento, estableciendo, además, el lugar que ocupan dentro del mundo natural.

El libro consta de ocho capítulos, cada uno de los cuales comienza con una sección en la que se esboza una determinada aproximación a la cognición humana, y una segunda sección en la cual se discuten algunos puntos filosófica y/o conceptualmente conflictivos de la posición esbozada en la sección inicial. Al final de cada capítulo hay una útil bibliografía comentada, específica de las propuestas y discusiones. Las consecuencias de la discusión filosófica y de la que proviene de los propios científicos cognitivos, inciden, motivan y complejizan el diseño de programas de investigación, algunas veces complementarios, otras abiertamente alternativos para una ciencia cognitiva que permita explicar científicamente del modo más completo la racionalidad que subyace a la conducta inteligente humana.

El supuesto común que comparten las concepciones que se presentan y las consideraciones críticas de cada una de ellas es que los elementos del mindware son parte, o, al menos, están en una relación de continuidad con el mundo material. Así, el mindware o bien está constituido de propiedades materiales de algún tipo o bien es un tipo de organización que tiene un soporte material y, en última instancia, físico, lo que lo hace continuo con, o integrado a, el orden natural del mundo. Los programas de ciencia cognitiva que Clark introduce y discute filosóficamente en su libro consideran el mindware como una suerte de materia orquestada, en la cual:

i) O bien hay una pauta que impone una estructura a la materia física pensante, y donde lo que importa para establecer las propiedades de la mentalidad no son las características de la materia sino la estructura que a ésta impone la pauta, como es el caso de la arquitectura cognitiva serial clásica, examinada en los capítulos 1, 2 y 3.

ii) O bien las propiedades mentales son patrones emergentes de determinados tipos de orquestación variables, dependientes de las características del input, que surgen de las relaciones entre símiles formales de elementos neurales, que son computacional y, por lo tanto, físicamente implementables, como en el caso del conexionismo o procesamiento paralelo distribuido o redes neurales, discutidos en el capítulo 4.

iii) O bien, si se tiene presente que i) y ii) enfatizan modos abstractos de organización y de estructuración de lo mental distintos, el mindware puede concebirse también como la orquestación de elementos físicos que conforman un sistema complejo, que acopla variables neurofisiológicas internas y ambientales en relaciones causales recíprocas, y muchas veces circulares, posibilitando de este modo la emergencia de propiedades que podrían asociarse, a modo de descripción y explicación, al ámbito de la conducta cognitiva de los organismos, como es el caso de la vida artificial y los sistemas dinámicos, discutidos en los capítulos 6 y 7.

iv) Por último, teniendo en cuenta que los programas discutidos en iii) podrían dar cuenta de las conductas cognitivas de nivel inferior de los organismos, la cognición superior basada sobre razones sería el producto extendido de la acción de esos sistemas de nivel inferior, de los cuales emergerían relaciones de coordinación entre los organismos y la creación de instrumentos o tecnologías cognitivas, entre los cuales se encuentra el lenguaje, que harían posible el desarrollo de expresiones culturales más complejas, no sólo como la ciencia y el arte, sino también cualquier tipo de conducta colectiva coordinada, orientada a un propósito y que requiera el uso de tecnologías complejas, como es el planteamiento de las teorías de la cognición situada y distribuida, examinadas en el capítulo final.

El libro tiene además dos apéndices. Cada uno de ellos trata en mayor detalle grandes temas en discusión en la filosofía de la mente actual. En el primero ellos, Clark hace una cartografía de las posiciones sostenidas por filósofos y científicos cognitivos respecto al problema de la naturaleza de lo mental, también usualmente llamado el problema ontológico. Se presentan y discuten allí concepciones tales como el dualismo, el conductismo lógico, el materialismo de la identidad de los tipos, el funcionalismo y el materialismo eliminativo. El segundo apéndice tiene como tema una discusión actualizada del tema de la posibilidad de explicación de la conciencia.

La conclusión de Clark es que la mente es un sistema que tiene una inevitable tendencia a derramarse y a confundirse en otros sistemas que usualmente no son considerados mentales. La expresión de Clark es “... the human mind ... is a constitutively leaky system” (p. 160). Teniendo esta caracterización a la vista, Clark intenta poner de manifiesto las dificultades que debieran enfrentarse al hacer ciencia de la mente. Por una parte, no podría decirse que haya un nivel de análisis que sea determinante o que estructure otros niveles, como, por ejemplo, el nivel computacional, en las arquitecturas cognitivas clásicas o conexionistas, o el nivel de la física dinámica en los sistemas dinámicos. Concordantemente, tampoco puede decirse que haya una perspectiva disciplinaria o aproximación teórica que prevalezca sobre otra, pues ninguna de ellas por sí sola puede explicar esta suerte de derramamiento ontológico, que no es incluso reducible a un sistema complejo. Este sistema es “desparramado” o leaky, para usar la expresión inglesa de Clark difícilmente traducible, “en el sentido de que muchos rasgos cruciales y propiedades dependen precisamente de las interacciones entre procesos y eventos que ocurren en diferentes niveles de organización y en diferentes escalas de tiempo” (p. 160). Las posiciones presentadas en los últimos tres capítulos, y en especial lo que se desprende de su examen crítico conceptual, muestran, a juicio de Clark, que la mentalidad (mindfulness) al ser ciega y reticente a cualquier límite o especificación de dominio, solamente puede ser materia de un estudio científico que “exija un esfuerzo interdisciplinario y una cooperación multidisciplinaria en una escala totalmente nueva, indagando la respuesta adaptativa en múltiples niveles organizacionales, incluyendo aquellos que incorporan el aparataje corporal, cultural y ambiental” (p. 161).

La diversidad de tópicos y aproximaciones que Clark presenta con erudición y claridad, y los cuestionamientos filosóficos a los que este autor agudamente los expone, no llevan ni necesaria ni convincentemente a la conclusión de que el mindware tenga que ser esa bolsa de trucos no regimentada que nos permite sobrevivir en el mundo. Hay ciertas premisas metafísicas y ciertos desiderata científicos no claramente declarados en el libro, que si se prueba que al menos no son falsos, podrían llevar a pensar que algo como lo que Clark propone que debiera ser la mente y las características de la ciencia que se ocupa de ella, podrían ser plausibles. Es posible que las aproximaciones a la mente que él expone y analiza tengan múltiples deficiencias y que, además, tengan que suplir esas deficiencias estableciendo alguna suerte de puentes que permitan superar ciertas brechas teóricas significativas y dar lugar a nuevas perspectivas. Sin embargo, él no ha mostrado convincentemente ni siquiera que las hipótesis básicas de la ciencia cognitiva computacional representacional clásica sean falsas, solamente dice que no explican, entre otros, fenómenos tales como la conciencia fenomenal o la rapidez y eficiencia con que realizamos nuestras acciones cotidianas. Tampoco ha mostrado que las otras aproximaciones –conexionismo, robótica, vida artificial y cognición situada y distribuida– sean verdaderas; solamente muestra que constituyen aproximaciones, para él, más verosímiles que la clásica, aunque todavía parciales, a la mente como factor causal de la conducta inteligente y que puedan, de algún modo, unificarse para dar cuenta de la mente, según los desiderata implícitos en el texto. El problema, entonces, no es si el mindware es realmente el desorden que Clark cree ver en su caracterización de naturaleza de la mente y la búsqueda de nuevos modos adecuados para abordarla; el problema de fondo parece ser cómo ordenar y dar sentido a la diversidad de concepciones que se oponen a la teoría representacional y computacional clásica y que, pese a su diversidad, se muestran como teóricamente más atractivas, pues se adecuan mejor a los desiderata no declarados en el libro, que más adelante se exponen. La bolsa desordenada y no regimentada de trucos no parece ser tanto una característica esencial a la mente humana, sino a la imposibilidad de las concepciones opuestas al paradigma clásico de presentar una visión unificada, coherente y realmente explicativa de la mentalidad.

Por último, y para hacer justicia a los planteamientos filosóficos del autor del libro, es conveniente advertir que, aunque la conclusión del libro no se siga al menos convincentemente de lo expresado en los capítulos precedentes que la fundamentan, hay, como se dijo, ciertos desiderata que Clark ha intentado fundamentar y articular en sus tres libros anteriores[1], cuya aceptación podría llevar a pensar que una teoría de la mente humana como factor causal de la conducta inteligente, tal como la que propone Clark es, si no verdadera, al menos plausible. La pretensión general de Clark es que la ciencia cognitiva no se refiera a propiedades abstractas, sino que esté ligada a lo que él denomina cognición de mundo real y en tiempo real. Habría siete desiderata que él considera que esta eventual ciencia de la mente debiera satisfacer. En primer lugar, la cognición humana tiene lugar en organismos biológicos que han estado sujetos a la evolución. En segundo lugar, la evolución ha operado en dichos organismos al modo del hojalatero y no del ingeniero, de manera que las adaptaciones que han sido seleccionadas, han surgido en virtud de los dispositivos biológicos que históricamente esa especie de organismos ha adquirido, explotando las características de su entorno. En tercer lugar, la cognición es corporalizada, es decir, no son solamente dispositivos neurales los que son determinantes para hacer surgir la conducta inteligente, sino también dispositivos sensoriales y motores que están directamente conectados con el ambiente. En cuarto lugar, la cognición corporalizada no solamente es dependiente de los dispositivos fisiológicos internos del organismo, sino que se constituye en virtud de las características ambientales, formando así una suerte de nicho ecológico-cognitivo del cual el organismo es parte. En quinto lugar, para los organismos humanos la cognición es situada, es decir, hay aspectos contextuales y culturales que la determinan. En sexto lugar, en tanto situada, la cognición es también distribuida, es decir, la coordinación entre los agentes es necesaria para una acción eficaz que conduzca a solucionar los problemas de supervivencia. Por último, la coordinación entre los agentes requiere de instrumentos y tecnologías que extiendan sus capacidades cognitivas puramente biológicas, a los que Clark designa con el término wideware. El lenguaje sería el wideware por excelencia y el que haría posible las actividades y productos cognitivos superiores, tales como la ciencia y el arte. No sería extraño que muchos lectores, especialmente del ámbito de las ciencias sociales y humanas, consideraran seriamente la aceptación de estos siete desiderata para constituir una ciencia cognitiva completa. Sin embargo, como repetidamente nos advierte Jerry Fodor, hay que resistir la compulsión de comprar teorías generales atractivas sin medir las consecuencias catastróficas de la inversión. En este caso, si alguien decidiese comprar, tendría que aceptar, el mindware clarkiano y si debiera afirmar que la ciencia cognitiva es aquella que se busca no habría efectivamente una ciencia cognitiva. Siguiendo el sabio consejo de Hilary Putnam -al menos cuando él mismo todavía era sabio-, si hay una teoría defectuosa no sólo hay que mostrar que ésta es falsa sino que, además, hay que proponer una que sea verdadera, o al menos parcial o probablemente verdadera. Y si hay una teoría vigente, como la computacional y representacional que al menos no se ha mostrado que es falsa, ¿para qué incomodarse con el mindware? Incomodarse con el mindware tiene como paso previo aceptar, al menos, que los siete desiderata de Clark no son falsos respecto de la mentalidad, lo que por el momento, y por razones que sería largo de exponer aquí, parece muy difícil.

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1

Me refiero a los libros Microcognition: Philosophy, cognitive science and parallel distributed processing. Cambridge, ma: mit Press, 1989; Associative engines: Connectionism, concepts and representational change. Cambridge, ma: mit Press, 1993 y Being there: Putting brain, body and world togeteher again. Cambridge, ma: mit Press, 1997. volver