Mariano Picón Salas –1901-1965–, llegó a Valparaíso en 1923 y residió en Santiago desde 1925 hasta 1936. Ricardo Latcham prologó en 1958 una edición de Ensayos Escogidos, publicada por Editorial Zig-Zag, 1958. El crítico chileno emitía entonces el siguiente juicio:

“Nadie ha olvidado en Chile a Mariano Picón Salas, que después de Bello ha sido el venezolano más incorporado a nuestra realidad. Aparte sus valiosos libros, maduros ensayos y breves pero fructuosas exégesis históricas, habría que situar su labor personal de indiscutido líder intelectual. Picón Salas obraba por presencia, con socrática vocación, sin ningún residuo pedagógico, con señorío y elegancia de ademanes y actitudes. Esto último era algo natural en su persona, tan definida intelectualmente y tan ajena a cualquier diletantismo (Latcham, 1958: XI)”.

En Valparaíso leyó mucho en las horas de insomnio transcurridas como empleado de una tienda de minuta. Comenzó a escribir para La Estrella de Valparaíso. Publicó un comentario sobre la novela Vida de un pobre diablo, de Eduardo Barrios. El novelista lo invitó a visitarlo en su casa de Santiago. Ese fue el comienzo literario del joven recién llegado. Tenía 23 años. Trabajó como empleado en la Biblioteca Nacional. “Nunca he leído más que en aquellos años en que fui empleado de la Biblioteca Nacional de Chile y pasaban por mis manos –para clasificarlas– obras de la más variada categoría. (...) Y con esa capacidad proteica de los veintitantos años, el gusto de devorar libros no se contradecía con el ímpetu con que asistíamos a los mitines políticos y forjábamos ya nuestro cerrado dogma –en apariencia muy coherente– para resolver los problemas humanos” (véase Feliú Cruz, 1970: 60).

Así recuerda en una Pequeña confesión a la sordina con la cual prologó una edición de sus Obras Selectas (1953). Chile fue la pasión de leer, el amor y el aprendizaje de la lucha donde creció el gran humanista. Intervino en luchas estudiantiles. Colaboró en periódicos universitarios como Claridad. Compartió tertulias literarias de la Librería Francesa y las encendidas discusiones políticas de los jóvenes socialistas de los años 30. Fundó y lideró la revista Índice. Latcham reconstruye así aquella participación a:

Casi todos los escritores chilenos cultivaron la incomparable amistad de Picón Salas. (...) El grupo “Õndice” contó con colaboradores de múltiple categoría y de generaciones diversas, mancomunadas en un esfuerzo creador que contribuyó a enriquecer y ensanchar los horizontes de la cultura nacional y a despertar una nueva vocación americanista frente al aislamiento en que vivieron las promociones europeizantes más antiguas. Al lado de Mariano Latorre, de Domingo Melfi, de Manuel Rojas, de González Vera, de Eugenio González, de Juan Gómez Millas, se asentaron valores más jóvenes y se estrenaron poetas y ensayistas que después influirán en el pensamiento chileno (Latcham, 1958: XI).

En su madurez, Picón Salas dejó testimonio directo de sus años chilenos en un hermoso texto que tituló con un verso de La Araucana de Ercilla “En la fértil provincia señalada” (Picón Salas, 1987:2000). Es un capítulo de su autobiografía Regreso de tres mundos. Otro capítulo revela con picardía su vida amorosa en Santiago: “Amor, en fin, que todo diga y cante” (Picón Salas, 1987:212). Durante los trece años de permanencia en Chile, Picón Salas escribió y publicó ocho libros.

La información histórica sobre el mundo colonial chileno e hispanoamericano fue el hilo conductor hacia un americanismo crítico, donde la búsqueda de un humanismo nuevo le permitiera comprender la cultura continental con visión ecuménica, similar a la de Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, con quienes tuvo analogías en la reflexión desapasionada sobre los problemas de América Latina y Europa. Proclamaba una “anfictionía de la inteligencia americana”. El sentimiento de unidad continental aflora casi como un desgarramiento geológico de su enorme amor por la tierra y el pueblo chilenos, que tanto le dolían. No en vano escribió al final de su ensayo Intuición de Chile (1933):

“Pensamos que, como en las logias y los ejércitos de hace cien años, nuestra inquieta juventud de América volverá a encontrarse para realizar un plan grandioso. Veremos entonces que lo que nos une es mucho mayor que lo que nos separa; que el aislamiento es lo que nos entrega a la voracidad extranjera, y lo que debilita en esta América que habla español, el sentimiento nacional. Chile, como toda nación indoamericana, busca esa idea nacional que no puede edificarse sino sobre la común cultura, la organizada economía y la vasta voluntad de permanencia histórica” (Picón Salas, 1935:27).

Esa búsqueda de resonancia, más allá de las fronteras, recorre toda su obra posterior. Tanto como a Reyes y Henríquez Ureña, le preocupa la expresión de nuestra cultura y su acceso al contexto de las naciones del mundo. Esas constantes de su pensamiento tuvieron un punto de partida en un tiempo y un espacio: el tiempo de la juventud en efervescencia intelectual y política y el espacio de Chile. El germen está en una primera conferencia dictada en la Universidad de Concepción en 1930. La tituló “Hispanoamérica, posición crítica”. Fue publicada en la revista Atenea de la misma Universidad en 1930. Leída a la distancia, hay un párrafo que a nuestro juicio resulta premonitorio de la incierta realidad de estos días. Por esa razón considero útil transcribirlo:

Como las circunstancias nacionales y el proceso cultural en el continente tienen más de un punto de contacto, me atreví a hablar no de un país exclusivo, sino de toda América. No lo hice por alarde ni tendencia a la generalización. Creo que se nos aclaran las circunstancias peculiares de cada país cuando lo comparamos con otros. La historia es hoy, ante todo, historia comparativa. Todos nuestros pueblos con más o menos grados de progreso o de conquista técnica, viven las mismas inquietudes espirituales, reaccionan ante los mismos estímulos. Por otra parte, nuestra comprensión aumenta, nuestro destino se hace más responsable, cuando sobre las fronteras de nuestros países, que no son fronteras espirituales, tendemos una mirada de totalidad. Hace falta, por circunstancias que todos sabemos, no perder esa ecuménica posibilidad hispanoamericana. El hispanoamericanismo, si no se queda en las vanas fanfarrias y los discursos de las fiestas de la raza, si no es un pretexto para hacer retórica, si se apuntala en un firme método crítico, puede darle a la presente y a las próximas generaciones del Continente, una conciencia de raza y de cultura que sería lo mejor que nuestra América criolla ofreciera al mundo. Desgarrado por las crisis más dramáticas que conozca la historia de Occidente, óyense en el mundo contemporáneo clamorosas voces que piden unidad. El espíritu rebalsa las fronteras. Los pueblos de la misma tradición y del mismo origen, quieren agruparse. Ven venir peligros comunes, y como ovejas perdidas en los despeñaderos al atardecer, retornan al valle a apretar el rebaño. Hasta la misma Europa dividida y nacionalista pide unidad (...) Por los otros confines del mundo se oyen el llamado hindú, el llamado islámico, el llamado hispanoamericano. Los pueblos sueñan en las anfictionías de razas y culturas que por sobre sus ambiciones nacionales y pequeños odios, los purifiquen y les abran con mayor de las puertas obstinadas del porvenir (Picón Salas, 1930, :778).

Picón Salas regresó a Venezuela en febrero de 1936. El dictador Juan Vicente Gómez había muerto, en su cama, el 17 de diciembre de 1935. En 1937 fue designado Embajador de Venezuela en Checoslovaquia. Era su primer viaje a Europa. La realidad cultural del Viejo Continente lo impactó y acicateó en él sus reflexiones de aquella conferencia de la Universidad de Concepción. Volvió a Chile por corto tiempo y aquí escribió otro ensayo bajo el título de Preguntas a Europa. Fue el núcleo de un nuevo libro donde culmina la visión universalista de la cultura americana. La Guerra Civil Española y los albores de la Segunda Guerra Mundial fueron factores que impulsaron aquella angustiada reflexión. El libro culminante lo editó en México, con el título Europa-América. Hay en sus páginas un aire de presagio sobre el destino de la cultura. Pero sobre todo hay una interrogante que mira a Hispanoamérica y a Estados Unidos como dos “Américas desavenidas”, éste último, nombre de otro ensayo escrito en 1951, cuyo mensaje, cincuenta años después, conserva una lúcida vigencia que asombra y casi estremece al lector de ahora, frente a las nuevas incertidumbres con las cuales despunta al tercer milenio:

Y lo que le da cierta fragilidad paradójica al inmenso poder norteamericano ante la presente angustia mundial, es que frecuentemente fallan fines y principios más altos que los de la expansión de los negocios y de los objetos de confort. No pueden plegarse a las pautas del usual conformismo inmanentista norteamericano, pueblos y culturas que han vivido experiencias más trágicas y desgarradas. El “paria” hindú, el indio de Sur América, el estudiante musulmán, protagonistas de pueblos en extrema o reprimida tensión, pueden ser más inquietos y descontentadizos que el próspero y satisfecho Mr. Babitt. Por ellos hablan culturas o frustraciones milenarias, y no basta –como creen algunos norteamericanos– sustituir los principios teóricos, la Filosofía de una democracia mundial que a veces aceptó las alianzas y los intereses más bastardos, con la ayuda técnica a “los países atrasados”. Tanto como de auxilio material y tecnológico, esos pueblos están requeridos de comprensión y justicia.

No serán tan sólo los tardíos herederos de un sistema industrial y capitalista los últimos invitados de un festín que por el reclamo de fuera ya no era posible excluirlos. Se necesita una inteligencia supranacional que apacigüe los resquemores y diferencias; que sea capaz de aproximarse con simpatía a lo distinto. No basta vencer porque es preciso convencer, decía Unamuno. Y el convencimiento –aquello que el Evangelio colocaba más allá de cada día– opera en zonas más desgarradas y misteriosas del alma, donde la necesidad se torna en fe (Picón Salas).

Frente a la pesadilla contemporánea que cambien la mentalidad del hombre la indiferencia por terror, a partir del 11 de septiembre del 2001, volver a textos como Europa-América, si bien no soluciona los conflictos, al menos ponen a pensar y a revisar comportamientos en el ámbito de la inteligencia que fundamenta la cultura y entona su instrumento comunicativo: la educación. El pensador venezolano concedía a las pequeñas naciones hispanoamericanas un sentido de arbitraje moral que los grandes centros hegemónicos del poder militar y económico no pueden asumir ante el descrédito que produjo el horror. En 1946, después de la explosión atómica de Hiroshima y Nagasaki, escribió: “Quizás el proceso ecuménico del hombre que llamamos Historia Universal no sea más que el conflicto entre la voluntad de poder y la voluntad de cultura, entre las fuerzas de derroche y de destrucción y las de creación y conservación” (Picón Salas, 1991: 170- 17 1).

Es posible que los pueblos hispanoamericanos estén inermes ante el poder de la decisión, pero no ante el poder de la reflexión que llame a una equidad prudente y no a una sumisión genocida incondicional. Ahí el reto de la Universidad latinoamericana y de los intelectuales, como árbitros de un desbordamiento irracional. Picón Salas fue un ejemplo de equilibrio hace medio siglo. La indiferencia culpable ya no cabe en el estrecho margen de la esperanza contemporánea.

Bibliografía

Feliz, Guillermo. Para un retrato psicológico de Mariano Picón Salas, Santiago, Editorial Nascimento, 1970.

Latcham, Ricardo A. “Prólogo”, en Mariano Picón Salas, Ensayos escogidos, Santiago; Editora Zig-Zag, 1958: IX –XXII.

Picón Salas, Mariano. “Realismo y cultura en Hispanoamérica”, Atenea, Año VII, tomo XIV, N° 70, diciembre 1930: 763-779.

Picón Salas, Mariano. Intuición de Chile, Santiago, Editorial Ercilla, 1935.

Picón Salas, Mariano.Preguntas a Europa, Santiago, Editorial Zig-Zag, 1938.

Picón Salas, Mariano. “Américas desavenidas”, Cuadernos Americanos, Año X, vol. LVIII, 4, julio-agosto, 1951: 15-16.

Picón Salas, Mariano. Ensayos escogidos, Santiago, Editora Zig-Zag, 1958.

Picón Salas, Mariano. “Regreso de tres mundos”, en Autobiografías, Caracas, Monte-Ávila Editores C.A., 1987: 212.

Picón Salas, Mariano. “Las pequeñas naciones”, en Europa-América, Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, C.A., 1991: 157-174.