Al poco tiempo de instalada la Universidad de Chile, continuadora de la Real de San Felipe en 1843, se sintió la necesidad de proveerla de un edificio adecuado para el desarrollo de la nueva estructura institucional recién creada y que comprendía, principalmente, cinco Facultades: Filosofía y Humanidades, Ciencias Matemáticas y Físicas, Medicina, Leyes y Ciencias Políticas y Teología. El nuevo edificio debía ser, además, la sede de la Rectoría y del Consejo Universitario. Se lo llamó, pomposamente, el Palacio de la Universidad. El Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública don Manuel Montt, señalaba ante el Congreso Nacional: …“Para la construcción de la obra me he fijado en los sitios que posee el fisco, inmediatos a la iglesia de San Diego y que además de estar bien situados ofrecen bastante extensión. En la parte que da a la Cañada se construirán piezas espaciosas y decentes para las reuniones públicas de la Universidad y las particulares de cada Facultad”[1].

En una primera etapa las dependencias de la Universidad se ubicaron junto a las que correspondían a la sección secundaria del Instituto Nacional, pero muy pronto se hizo estrecho el edificio, que había sido encargado al arquitecto de origen francés Juan Herbage. Se decidió, entonces, la construcción de un edificio independiente, exclusivo para la Universidad, en el terreno colindante hacia el norte y que tendría su acceso principal por la Alameda de las Delicias. Esta importante obra de arquitectura se entregó a la diestra mano del entonces recién contratado Arquitecto de Gobierno Luciano Ambrosio Hénault, natural de Baziches, Francia.

El nuevo emplazamiento del edificio universitario significó un cambio radical de la imagen urbana de ese sector céntrico de la ciudad que, hasta entonces, mantenía un aspecto casi rural con las fachadas muy bajas y extendidas del antiguo Colegio de San Diego de Alcalá, propiedad de la orden franciscana, en ese frente de la Alameda -entre las calles Nueva y Vieja de San Diego, actuales Arturo Prat y San Diego, respectivamente- y que la casa de la Universidad debía reemplazar. Un hito arquitectónico relevante lo constituía en el lugar la pequeña iglesia de San Diego, en la esquina de la calle que tomó su nombre, de cal y ladrillo, de una nave y con cinco altares. Una torre de tres cuerpos remataba en una pequeña cúpula de media esfera, y constituía una armoniosa fachada en la esquina oriente de esa cuadra. Con sucesivas transformaciones, después de su adjudicación también a la Universidad, pasó a ser sede de la Biblioteca del Instituto Nacional en 1857.

El arquitecto Hénault llegó a Santiago en 1857, contactado por el encargado de negocios de Chile en Francia, Manuel Blanco Encalada, para cumplir las mismas funciones de su antecesor, también francés, Claude François Brunet Debaines, es decir, “levantar y hacer ejecutar todo plano o proyecto de arquitectura civil que le fuere encomendado por el Gobierno o por las Municipalidades de la República, ya sea en la capital o en cualquier otra localidad del territorio chileno”…como lo señalaban sus contratos. A Debaines le correspondió, además, fundar la Escuela de Arquitectura y a Hénault reorganizarla y desarrollar docencia en ella durante diez años.

Tanto Debaines como Hénault se habían formado en la Escuela de Bellas Artes de París y desarrollaban su arquitectura dentro de los conceptos del Neoclásico, con algunas diferencias respecto de la valorización que cada uno daba a los principios del arte griego y romano. Hénault, más joven, aparece más abierto a los cambios que le hacían ver con simpatía la introducción de otros estilos históricos en la entonces nueva arquitectura. Así, por ejemplo, proyectó en un estilo de rasgos neorrománicos la iglesia de los Sagrados Corazones en Valparaíso y, al parecer, más goticista, la de San Miguel en Santiago, llamada ahora de la Gratitud Nacional, en la calle Cumming con la Av. Libertador Bernardo O’Higgins. Sus estudios en el Beaux Arts de París recibieron la sana influencia de su maestro Luis Hipólito Lebas, representante destacado del llamado movimiento neoclásico romántico en Francia, autor de la iglesia de Nuestra Señora de Loreto en París, obra de reconocido valor en el desarrollo de la arquitectura del siglo xix en Europa, inspirada en la basílica paleocristiana de Santa María la Mayor de Roma. Hénault, que tenía grandes dotes de dibujante, y dado que había sido alumno de Ingres y de David en su talleres, debió recibir de ellos el dominio del lenguaje formal, disciplinadamente cerrado y lineal, la serenidad, la simetría y el equilibrio, como las propiedades más importantes de la composición. Son estos conceptos los que justamente han de aparecer claramente expresados en el proyecto de la Casa Central universitaria.

En su afición por las artes plásticas, llegó a poseer una valiosa colección de obras de arte de maestros de la pintura y el grabado europeo, entre los que se contaban algunas de Rembrandt, Murillo, Giotto, Caravaggio y otros no menos relevantes y más de una escultura de Benvenuto Cellini. De buena presencia, culto y simpático, Luciano Ambrosio, según señala Eugenio Pereira, logró captar la atención de la sociedad santiaguina, para algunos de cuyos miembros diseñó y edificó sus residencias particulares. Tal vez la más conocida de ellas y aún en pie, sea la casona de Luis Pereira, el llamado Palacio Pereira, hoy en lamentable estado de deterioro, pero aun así mostrando sus reales méritos arquitectónicos en la traza de sus fachadas neoclásicas muy emparentadas con la Casa Central de la Universidad de Chile.

El edificio de la Universidad de Chile es el primer encargo de una obra nueva que recibe Hénault; las otras tareas, no menos importantes, que debe resolver, corresponde a edificios iniciados por su antecesor en el cargo de Arquitecto de Gobierno, Debaines, y son de gran responsabilidad: el Teatro Municipal, el Congreso Nacional, el Palacio Arzobispal y otros de casi similar jerarquía. En la Casa universitaria colabora con él eficientemente el discípulo más destacado del primer curso de arquitectura de Debaines, Fermín Vivaceta. El rol de Vivaceta en el edificio de la Universidad es de tal categoría que llega, a veces, a confundirse con la del arquitecto responsable. Así aparecía en la noticia del periódico El Ferrocarril del 1 de abril de 1863: “Edificio de la Universidad. El lunes de esta semana se dio principio a la construcción de ese edificio en el espacio de terreno ubicado en la acera de la Alameda de las Delicias, entre las calles Nueva y Vieja de San Diego. Se nos dice que la obra será monumental; que las murallas del primer orden del edificio serán de sólida albañilería… Se ha nombrado Director i Administrador de la obra al hábil i experimentado arquitecto-constructor, don Fermín Vivaceta. La cantidad presupuestada para el costo de la obra se dice ser $160.000 que se irán entregando a su director por dividendos a medida que el progreso del trabajo lo exija”[2].

Vivaceta, que sentía gran admiración por sus ahora colegas franceses, había sido el brazo derecho de su maestro Brunet Debaines, lo que sin duda le significó una sólida formación profesional, tanto práctica como teórica, dada la jerarquía del arquitecto Debaines entre sus propios pares en Francia[3]. El joven Vivaceta había ganado prestigio con varias intervenciones suyas en diferentes obras de la capital, de las cuales tal vez la más compleja debió ser la torre de la iglesia de San Francisco que, con mucha audacia, elevó sobre el cielo de la hasta entonces chata imagen pueblerina del Santiago decimonónico. Cinco años antes, aproximadamente, había levantado las dos torres de la iglesia de San Agustín, que aunque más menudas eran también, para la época, un desafío constructivo y formal en este movedizo territorio. San Francisco, sin embargo, sobrepasó las alturas existentes y llegó a erguirse hasta cuarenta y seis metros en la base de la cruz. Con cuatro materiales diferentes: piedra en la base existente, albañilería de ladrillo en el dado inmediatamente superior, adobe y madera enseguida y sólo madera en la torre superior. Así, aplicando esta sabia norma romana para bajar el centro de gravedad, logró hacer de la torre una obra duradera que ha enfrentado el paso de los años y el embate de la naturaleza telúrica sin ceder en su estabilidad. En esos momentos el joven arquitecto chileno tenía veinticuatro años. Cuando asumió la responsabilidad de las obras de la casa universitaria como contratista y constructor, una década después, se encuentra además habilitado para ejercer como arquitecto por un decreto de gobierno que autoriza a quienes hubieren cumplido con los estudios respectivos, situación en la que él se encontraba. Así, debió asumir la total dirección de las obras de la Casa Central cuando el arquitecto Luciano Hénault se vio obligado a dejar el cargo de Arquitecto de Gobierno en 1867, por motivos económicos derivados de la guerra con España, y en esa situación tuvo, además, que introducir pequeñas modificaciones al proyecto del arquitecto galo.

La construcción del edificio la abordó Vivaceta con mucha inteligencia y sacrificios personales: desarrollando la obra por etapas, levantando primero el sector del patio oriente, al cual deben trasladarse las secciones universitarias a principios de 1866; sin embargo, para cumplir con los planes trazados, en los cuales participaba activamente Ignacio Domeyko, designado por el Consejo de la Universidad para este efecto, Vivaceta invertía dineros propios que el gobierno demoraba en reponer. En 1871 se lamentaba el arquitecto-contratista: “que ha invertido en la obra de la terminación del patio inconcluso del edificio de la Universidad, mayor suma de la necesaria según el contrato”[4].

Fue necesario un informe de los “señores Domeyko y Barros Arana para que examinaran si la obra había sido ejecutada conforme a la contrata”… para que se le cancelara lo adeudado.

El joven Vivaceta se había iniciado precozmente en el aprendizaje de la ebanistería a instancias de su madre, viuda de un militar argentino que él no alcanzó a conocer. Ella fue también quien lo impulsó a estudiar, en clases nocturnas con profesor particular, los conocimientos necesarios para llegar a la Universidad. Que fue un alumno destacado lo demuestra un premio recibido cuando cursaba el segundo año de arquitectura, consistente en dos tomos de una obra de J. Millington, en la que se lee sobre la firma del Rector Andrés Bello y del Secretario de la Facultad, Ignacio Domeyko: “Universidad de Chile, año 1852. Segundo Premio de la Clase de Arquitectura. Dado al alumno Fermín Vibaceta (sic)”[5].

La solidez de su formación teórica se podía apreciar en las referencias que hacía generalmente de las raíces que la buena arquitectura -enseñada por sus maestros franceses- tenían en la Grecia y la Roma clásicas, Y quedó corroborada más recientemente con el examen de su biblioteca personal en la que se encuentran los principales tratados de arquitectura, desde el de Vitruvio, hasta el de León Battista Alberti, del siglo XV; Los Cuatro Libros de Andrea Palladio y el de Serlio del XVI, en ediciones del siglo XVIII.

Vivaceta, que dominaba el lenguaje clásico de la arquitectura, mantuvo con maestría las líneas neoclásicas del proyecto de Hénault. Debió, sin embargo, corregir la solución de la fachada principal dada por este último, a causa de la fuerte pendiente del terreno -que desciende de oriente a poniente-, obligando a suprimir los recuadros idénticos que Hénault dibujó debajo de cada ventana del primer piso, como se ve en la copia del plano original hecha por Enrique Lafourcade en 1912.

El esquema planimétrico del edificio se ordena en torno del cuadrado que envuelve el espacio del Salón de Honor, y a este volumen lleno, cerrado, de ese recinto, se contraponen los dos patios, a ambos costados –oriente y poniente– también cuadrados a simple vista, con cinco intercolumnios por cada lado, claustros que los cierran. La composición del plano es de uso frecuente en la arquitectura neoclásica de fines del xviii y en la del Renacimiento; Hénault debió, tal vez, cotejar su proyecto con los edificios más importantes que existían entonces en Santiago y por supuesto con la tipología más próxima al problema de su bagaje histórico europeo, que en esa época sabían manejar muy bien los discípulos del Beaux Arts de París. De los buenos edificios que la ciudad de Santiago poseía con orgullo, el que más pudo haber inspirado el plano de la Casa Central era el de la antigua Real Aduana, pero sólo en la concepción de los dos patios laterales, que coinciden en el estilo de las columnas de orden toscano en el primer piso, y jónico de madera en el segundo y, además, de cinco intercolumnios por cada uno de sus costados, pero ésta podría ser también una simple coincidencia. Los patios laterales del Palacio de la Moneda, aunque menos simétricos, ofrecían también un ejemplo por considerar. Pero la mayor originalidad planimétrica de Hénault fue sin duda la acertada ubicación del Salón de Honor en el eje principal de la composición, resolviendo el hall de ingreso como el gran foyer del verdadero pequeño teatro que es el Salón, permitiendo a su vez la gran fluidez y racionalidad de las circulaciones hacia lo que eran entonces las aulas de las diferentes Facultades.

La mayor atención del público que asistía a las conferencias estaba en el Salón de Honor. Allí existió, hasta que fue destruida en las revueltas estudiantiles de los años 1927-1930, una gran pintura sobre tela que decoraba el fondo de la testera y representaba “la Alegoría de las Ciencias, las Artes y las Letras”. Su autor, el pintor francés Ernesto Courtois Bonnencontre de grandes dotes artísticas era profesor de Dibujo y Acuarela de la Escuela de Arquitectura. La pintura como gran mural respondía al estilo dominante en esos momentos en Europa y nos recuerda cierto parentesco con la obra del pintor suizo Ferdinand Hodler. De ella sólo nos quedan borrosas fotografías en blanco y negro. Por esos años una remodelación del Salón de Honor le rebaja la altura interior de la cúpula, dejando ocultos los restos de una decoración de rasgos barrocos, de azules y dorados, que en alguna ocasión hemos podido observar por sobre el cielo falso actual.

Internamente, el edificio ha debido sufrir innumerables adaptaciones a la dinámica vida académica, modificando sus salas principales y también su aspecto exterior. Hasta los años sesenta del siglo pasado existió en el costado poniente del hall de acceso una gran sala de conferencias, con graderías en segundo nivel y a las que se accedía por el descanso de la escalera principal, de gratas proporciones, con columnillas de fierro fundido que soportaban las graderías del público de esta especie de balcón, solución frecuente en las salas de espectáculos de la época. En esa sala se efectuaban los sorteos de las pruebas del antiguo Bachillerato.

Las necesidades de espacios para las diferentes Facultades obligaban a buscar soluciones, a veces extremas, como la construcción de un tercer piso, con el fin de ubicar en él las dependencias de la Escuela de Derecho, en 1912. Desechado el proyecto, se acordó entregar a esa Facultad toda el ala oriente de la Casa Central, entre 1927 y 1939, año este último cuando se trasladó a su actual sede, ubicada en la esquina de las calles Pío Nono y Bellavista.

El volumen externo del edificio no siempre se presentó en la forma regular y ordenada como lo vemos hoy. Su condición de medianería con los edificios que pertenecieron a la iglesia de San Diego le impidieron a sus arquitectos concebir un costado oriente para completar la obra aislada, como lo requería su condición de “palacio”. Así, durante largos años, la Casa Central de la Universidad ofreció una de sus caras con una triste imagen de muro sin terminar. Un terreno semibaldío y una cancha de basquetbol eran sus vecinos por el oriente. En 1953, alumnos de la Escuela de Arquitectura se interesaron por realizar sus prácticas de fin de carrera proponiendo una fachada oriente para el edificio, bajo la guía del arquitecto profesor Simón Perelman[6].

Sería un proyecto desarrollado por éste, que se llevaría a cabo bajo la dirección de los arquitectos de la Oficina de Construcciones Universitarias en los años siguientes, dando así un remate más digno al monumento arquitectónico más representativo de la educación superior en Chile.

Los valores de su arquitectura, con sus espacios interiores cargados de historia y venerables tradiciones, llevaron al Consejo de Monumentos Nacionales a declararlo Monumento Histórico, refrendado por Decreto del Ministerio de Educación del 7 de enero de 1974.

 

 Plano de la Casa Central de la Universidad de Chile.

 

Iglesia de San Diego.

 

 Casa Central adosada a la Iglesia de San Diego remodelada.

 

 Fachada oriente de la Casa Central.

 

Salón de Honor con la obra pictórica La alegoría de las ciencias, las artes y las letras.

 

Patio Oriente de la Casa Central.

 

Sala de Conferencias de la Casa Central.

 

La Casa Central en el presente.

 

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1

Diario El Araucano. Santiago de Chile, julio de 1873. Cita en Alegría, P.; J. Aguirre y C.Lecaros, Seminario de Historia de la Arquitectura, Casa Central Universidad de Chile, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de Chile, Profesor Guía Fernando Riquelme, Santiago, diciembre 1980. volver

2

Barahona, O.; Vieyra, R., Estudio monográfico del edificio de la Casa Central de la Universidad de Chile, Seminario de Historia de la Arquitectura. Facultad de Arquitectura. Universidad de Chile. Profesor Guía, Aquiles Zentilli, 1955. volver

3

Había sido designado en una alta comisión encargada de diseñar las condiciones con que debían desarrollarse en su país los estudios de arquitectura. Los otros componentes de esa comisión eran: Constant Dufeux, Víctor Baltard, Abel Blouet y C. Gourdier, todos de mucho prestigio en Francia. Véase Riquelme, Fernando. “Neoclasicismos e Historicismo en la Arquitectura de Santiago”, en De Toesca a la Arquitectura Moderna 1780-1950, Santiago, Unión Europea-Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de Chile 1996: 31-42. volver

4

Anales de la Universidad de Chile. Boletín de Instrucción Pública, sesión del 29 de diciembre de 1871, Tomo XI, 1871: 426. volver

5

Riquelme, Fernando. “Fermín Vivaceta, el arquitecto y su obra”, Revista de Arquitectura (Santiago) Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de Chile, N° 1 diciembre,1990: 2-7. volver

6

Los alumnos Fernando Riquelme y Pedro Tagle rindieron su examen de práctica con varios estudios sobre remodelación del edificio, entre los cuales había un anteproyecto de la fachada oriente de la Casa Central ante el Decano, arquitecto Héctor Mardones y el profesor guía de ellos, Simón Perelman. volver