A un joven que salía de la casa de Pablo Neruda en Isla Negra, se me ocurrió preguntarle qué idea tenía del poeta después de la visita. Rascóse la cabeza y dijo:

-Bueno, yo sabía que Neruda escribía versos. Lo que no sabía es que era tan lacho y se dedicaba a juntar botellas vacías.

Podemos lamentarnos de las deficiencias de la educación, del vacío espiritual de la juventud y ramos similares. Pero, en verdad, la idea que este joven se forjó corresponde al tipo de información que proporcionan los guías a los visitantes de Isla Negra.

Se diría que estamos ante una operación para descafeinar y desnaturalizar a Neruda. Y esto, no sólo en cuanto a ignorar su actividad política, que fue intensa, sino también para convertirlo en una especie de Casanova, hedonista y frívolo, un personaje light a la moda. Su anecdotario amoroso predomina en los medios y finalmente de lo que menos se habla es de su poesía.

En esto caen incluso personas calificadas de alta cultura. Pienso, por ejemplo, en un historiador como don Gonzalo Vial Correa. En una serie sobre los diez chilenos más importantes del siglo XX, este caballero dedica más de la mitad de su crónica a contar y comentar la vida amorosa y el comportamiento conyugal del poeta, en tono de censura moralista. Parece que hoy nadie se libra de la obsesión sexual. Además, el señor Vial execra las posiciones políticas de Neruda, con el lenguaje de la guerra fría, y llega al extremo de afirmar que al establecer una relación amorosa con él, Delia del Carril cumplía una misión de partido. "Delia del Carril era comunista de fila y tan activa que de allí nació su sobrenombre: la Hormiga. El área que le habían señalado sus jefes era precisamente el manejo de los intelectuales. Arrastró a Pablo hacia el glorioso partido".

Su preocupación por estos temas conduce al respetado historiador a omitir en su texto casi toda referencia a la poesía de Neruda, de tal manera que el lector poco avisado puede preguntarse, en definitiva, por qué don Gonzalo coloca al poeta entre los 10 chilenos más importantes del siglo XX.

Me parece pertinente leer en este punto un poema que me hizo llegar el poeta Armando Uribe. Dice así:


Los homenajes a Neruda

lo ponen en renuncios y lo ponen en duda
como poeta, hombre de ideas y de claros castigos
a miserables y traidores y conejos de lengua
de culebra. No mengua
el poeta por eso. Pero se les anuda
la garganta al que canta y al amigo.


Quiero que se me entienda bien. Si alguien emprende una biografía exhaustiva del poeta, no podrá ignorar su vida íntima, ni tampoco su pensamiento ni su vida pública. Pero esto ha de hacerse sin prejuicios. Lo imperdonable es escamotear lo más importante: su obra poética de valor universal.

En varios escritos he intentado, modestamente, contribuir al conocimiento de Pablo Neruda como ser humano, con su sorprendente sentido del humor, sus costumbres y su extraordinario culto de la amistad. Este último es un rasgo suyo muy chileno, que aparece hoy un tanto deteriorado por efecto de la modernidad y la carrera desenfrenada por el éxito. No sólo chileno, se diría, sino además regional. La hospitalidad nacional tuvo, seguramente, un carácter más marcado y un significado más profundo en las tierras australes. Nos referimos a Cautín, Temuco, la Frontera, donde pasó su infancia y su adolescencia. Se cuenta que su padre, el maquinista don José del Carmen Reyes, no resistía la idea de almorzar o comer sin convidados. Cuando eso sucedía, se asomaba a la puerta e invitaba al primer transeúnte a compartir su mesa.

Neruda, que tuvo serios conflictos con su padre, por su obstinación en ser poeta de tiempo completo y dejar los estudios, se le parecía bastante en eso y seguramente en otras cosas. Su juventud fue paupérrima, pero nunca carente de solidaridad. La prodigó a sus amigos y la recibió de éstos. Cuando dispuso de mayores medios económicos, su casa y su mesa siempre estuvieron generosamente abiertas.

Era un gran celebrador de los relatos y los chistes, y mal contador de ellos. Se reía a morir, por ejemplo, con las fabulosas ocurrencias del compositor Acario Cotapos, inventor y narrador muy serio de historias morrocotudas.

Según él, una noche que se hallaba en su dormitorio en París, un cuarto arrendado en un sótano, despertó al sentir golpes sordos tras los muros. Abrió los ojos y observó que en la pared del lado derecho, había aparecido un pequeño agujero, del que caía un hilillo de tierra. Pronto, este agujero creció, comenzaron a caer trozos de ladrillos y mampostería. Los golpes arreciaron. En la pared del otro lado, estaba ocurriendo otro tanto. Así, acostado en su cama, volviendo la cabeza a derecha e izquierda, fue testigo de cómo se ensanchaban estas aberturas hasta que finalmente apareció por una de ellas la cabeza de un hombre bigotudo, con un casco metálico. En la del otro costado, ocurrió algo similar. Los golpes de picota se aceleraron, hasta que por último salieron de los huecos abiertos en las dos paredes uno, dos, tres, seis o más hombres, que se abrazaron efusivamente en el centro del cuarto, se besaron en las mejillas al estilo francés y luego, juntos cantaron la Marsellesa, mientras Acario los contemplaba, desde su cama.

¿Qué había sucedido? En el cuarto del músico acababa de culminar una etapa de la construcción del Metro de París.

La lista de los amigos de Neruda es muy abundante. Comienza, tal vez, con Juvencio Valle, su compañero de colegio en Temuco. Otro compañero suyo de aquellos tiempos fue Alejandro Serani. Entre sus amigos de toda la vida debe nombrarse a Diego Muñoz, que lo fue a esperar a la estación Alameda, cuando llegó a Santiago por vez primera, en 1921, después de haber ganado a los 16 años de edad, con La Canción de la Fiesta, el concurso de poesía organizado por la Federación de Estudiantes; Tomás Lago, con quien escribió en colaboración, alternando textos de uno y otro, el libro Anillos; Rubén Azócar, que lo invitó a Chiloé, cuando el padre de Neruda le cortó la mesada en vista de su empecinamiento en dedicarse a la poesía. Y tantos otros, a lo largo de más de medio siglo. Entre sus amigos de España figuran Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, Miguel Hernández, Federico García Lorca. Entre los de Francia, Aragon, Paul Eluard, el meridional Jean Marcenac, uno de sus traductores, experto en vinos. En la Unión Soviética, Semión Kirsánov. En fin, alargar más esta lista de nombres, aunque sean ilustres, no tiene sentido. Yo sólo quisiera recordar que en julio de 1951, cuando Neruda se encontraba en el exilio, perseguido por González Videla, celebró su cumpleaños en París, con una comida en la que estuvieron presentes sus amigos franceses mencionados, Delia del Carril, Inés Figueroa, Nemesio Antúnez y algunos otros. En esa ocasión, el poeta Paul Eluard regaló al nuestro los originales de las dos últimas cartas que Isabelle Rimbaud, la hermana de Arthur Rimbaud, envió a su madre desde Marsella, donde el poeta agonizaba en un hospital. Son dos documentos muy elocuentes y conmovedores, en su expresión sencilla y directa. Neruda recibió con gran emoción este obsequio. A su regreso a Chile, lo regaló a su vez, junto con numerosos libros de gran valor adquiridos en Europa y su famosa colección de caracolas, a esta casa; a la Universidad de Chile. Los originales de las cartas de Isabelle Rimbaud, con el relato de los últimos días de vida del gran poeta, se conservan hoy en la Biblioteca Central de la Universidad.

Al cumplirse 25 años de la muerte del poeta, sería deseable, más allá de los homenajes, emprender algunos esfuerzos serios para la difusión de su obra, sobre todo entre las nuevas generaciones. Lo cierto es que, incluso entre personas cultas, el conocimiento de la poesía de Neruda va desde Crepusculario y los Veinte Poemas de Amor hasta el Canto General y las Odas elementales. Son mucho menos conocidas obras suyas como Memorial de Isla Negra; La Insepulta de Paita, dedicada la figura por largo tiempo ignorada y proscrita de Manuelita Sáez, la amante de Simón Bolívar; Estravagario; Plenos Poderes; Los versos del capitán y Cien sonetos de amor, que celebran su relación amorosa con Matilde Urrutia; Canción de gesta; las Piedras de Chile; Cantos ceremoniales; Fin de Mundo... Y todavía están los siete libros de poesía que escribió en el curso de 1973 y que quería lanzar en 1974, como una gran salva de fuegos artificiales para celebrar su 70 cumpleaños, al que no alcanzó a llegar.

De los miles de versos que Neruda produjo, se conoce mucho menos de la mitad. Se ignora un tesoro literario que contiene, sin duda, un inmenso volumen de belleza así como mensajes válidos para nuestra vida de hoy y de mañana. Por ejemplo, y con esto quiero terminar, el poema La Puerta, un resumen del siglo XX, que tal vez sea un canto para el año 2000 y para el siglo venidero. Este poema aparece como prólogo del libro Fin de Mundo. Cito de sus estrofas iniciales:


Qué siglo permanente!

Preguntamos:
Cuando caerá? Cuándo se irá de bruces
al compacto, al vacío?
A la revolución idolatrada?

O a la definitiva
mentira patriarcal?
Pero lo cierto
es que no lo vivimos
de tanto que queríamos vivirlo.

Siempre fue una agonía:
siempre estaba muriéndose:
amanecía con la luz y en la tarde era sangre:
llovía por la mañana, por la tarde lloraba.

Los novios encontraron
que la torta nupcial tenía heridas
como una operación de apendicitis.

Subían hombres cósmicos
por una escala de fuego
y cuando ya tocábamos
los pies de la verdad
ésta se había marchado a otro planeta.

Y nos mirábamos unos a otros con odio:
los capitalistas más severos no sabían qué hacer:
se habían fatigado del dinero
porque el dinero estaba fatigado
y partían los aviones vacíos.
Aún no llegan los nuevos pasajeros.

Todos estábamos esperando
como en las estaciones en las noches de invierno:
esperábamos la paz
y llegaba la guerra.

Nadie quería decir nada: todos
tenían miedo de comprometerse:
de un hombre a otro se agravó la distancia
y se hicieron tan diferentes los idiomas
que terminaron por callarse todos
o por hablarse todos a la vez.

Sólo los perros siguieron ladrando
en la noche silvestre de las naciones pobres.
Y una mitad del siglo fue silencio:
la otra mitad los perros que ladraban
en la noche silvestre.