Wilson, Edward O., New York, Vintage Books, 1998:468.

Hoy, en plena era del conocimiento, apreciamos en la perspectiva de la historia del hombre, cómo su inteligencia le ha permitido ir haciendo realidad aquella antigua aspiración del filósofo griego Aristóteles, de conocer la realidad de la naturaleza a través del estudio reflexivo de los primeros principios y las primeras causas. En todos sus escritos es posible evidenciar un peculiar modo de enfocar el saber que capta la variedad dentro de la unidad, así como lo particular de cada caso dentro de lo general. Nunca abandonó este pensamiento en busca del orden y la unidad para lo cual se apoyó en la lógica formal que él mismo fundó. Ha pasado mucho tiempo y se ha ido acumulando una gran cantidad de conocimiento en las diversas disciplinas, conocimiento que se hace difícil integrar en todas sus dimensiones. A esto se agrega que el hombre, dentro de la escala de seres vivos, es el único capaz de transformar la naturaleza en beneficio propio, lo cual constituye la técnica. Al aplicar ésta, genera más conocimiento. Pero lo más grave no es la cantidad de él que se debe manejar, por cuanto la tecnología hoy disponible permite un fácil acceso a la información, sino que la dificultad reside más bien en poder unificarlo basado en principios generales o directrices comunes, que puedan surgir de todo este cúmulo de conocimiento mediante un análisis y reflexión desde la perspectiva de la transversalidad e interdisciplinariedad de las diferentes áreas del conocimiento. Pero una cosa es relacionar e integrar conocimientos y otra, muy distinta, es aseverar objetivamente que existan principios básicos comunes entre ellos para unificarlos. La obra Consilience de Edward O. Wilson, padre de la Sociobiología, que ahora reseñamos, aborda esta aspiración de unidad del conocimiento desde diferentes puntos de vista que cruzan las ciencias, las humanidades y las artes buscando las leyes o atributos básicos que las unen y cuyas interacciones e identidades en común constituyen la denominada consiliencia, término no incorporado aún oficialmente al idioma castellano. El autor, conocido biólogo norteamericano que escribió también Sobre la naturaleza humana y las hormigas, y ganador en dos ocasiones del Premio Pulitzer, presenta en Consilience un estudio y análisis apasionante de amplio espectro, ambicioso en su síntesis y pletórico de ideas unificadoras del conocimiento. Por su relevancia y la prosa clara y elegante con que trata este tema holístico, el libro se ha considerado un best-seller.

Al reflexionar sobre el tema en cuestión, se hace evidente que la posibilidad de unificar el conocimiento interdisciplinario es más factible entre las “ciencias duras” (matemáticas, física, química, biología), no así entre éstas y las artes y las llamadas humanidades (historia, filosofía, literatura comparada, jurisprudencia, estudio de las religiones y algunos aspectos de las ciencias sociales) y, al mismo tiempo, apreciamos que toda contribución en pro de la unidad del saber favorece el proceso de comprensión del mismo.

En el campo de las ciencias, el proceso de comprensión dentro de cada disciplina es tanto más profundo y productivo cuanto más podamos reducir de manera integrativa la infinidad de fenómenos a un destilado finito de ideas que, a la postre, representan o sustituyen a todas las otras, pues representan su esencialidad[1]. Así, la física redujo todos los problemas de la mecánica y movimientos de los cuerpos a uno solo: la caída libre de un cuerpo sobre otro. A su vez la mecánica cuántica unificó la física con las matemáticas y la química, en tanto que la biología molecular integró la química y la física con la biología. Hoy se hacen esfuerzos por unificar la psicología, la antropología y las ciencias sociales a través de la neurobiología. Donde se ensaye esta operación simplificadora hay ciencia en el sentido más riguroso de la palabra y de su concepción helénica.

En los doce capítulos de este libro se pueden encontrar temas tan interesantes como “Las grandes ramas del aprendizaje”; “La mente”; “De los Genes a la Cultura”; “Las Ciencias Sociales”; “Las Artes y su interpretación”; “Ética y Religión”, todos relacionados entre sí a través del hilo conductor de la consiliencia. El énfasis de esta reseña está puesto sólo en algunos de estos temas.

El planteamiento de Wilson es que todo el conocimiento está unificado y su base sería el concepto ya enunciado en el siglo XIX por el filósofo William Whewell en su obra The Philosophy of the Inductive Sciences (1840) y que él denominó Consiliencia, término que en lo fundamental significa la búsqueda de principios con el máximo alcance explicativo posible. Wilson lo emplea a menudo con más de un significado: relación entre diferentes tipos de fenómenos, red continua causa-efecto. Es una visión de reduccionismo físico que el autor no logra desarrollar con suficiente detalle.

No observamos en el libro una discusión rigurosa y a fondo de la posición de los filósofos de la ciencia que a lo largo del siglo XX mostraron preocupación sobre la unidad de las ciencias. Al igual que en su libro anterior sobre Sociobiología (1975), aboga por los determinantes genéticos para explicar una amplia variedad de rasgos conductuales (fisiología sensorial, función cerebral, personalidad e inteligencia) en los seres humanos y otros animales, dedicando muchas páginas a discutir las interacciones entre genes y medio ambiente. Extiende la consiliencia en las ciencias duras a las ciencias sociales, las artes, la ética y la religión. Sostiene que el cálculo o evaluación racional se basa en efluvios o brotes de emociones que compiten entre sí y cuya interacción se resuelve a través de la interacción de factores hereditarios y ambientales. Asegura, además, que la innovación es un proceso biológico concreto, confundiendo las causas de un proceso con el análisis del proceso mismo, juicio respecto al cual coincidimos con J. Dupré[2].

El libro está muy bien escrito, los temas tratados dentro de su unidad temática son interesantes y estimulantes. Si bien cubre tópicos muy importantes, le falta consolidar una teoría más firme que sustente la tesis central. Es decir, falta complementar la variedad de sus afirmaciones con hechos concretos.

Aun cuando se ha logrado avanzar en la unificación entre las zonas de las llamadas ciencias duras, así como en una cierta integración de éstas con las ciencias sociales, el progreso sigue aún muy lento en cuanto a la unificación del conocimiento de las ciencias duras con las artes creativas y las humanidades para reducir la gran brecha que separa estos dos ámbitos de la cultura. En Consilience, Wilson se esfuerza, en el capítulo sobre “Las Artes y su interpretación”, por presentar una relación estrecha entre todas ellas, esfuerzo que no es claramente convincente porque, a nuestro parecer, son los principios básicos de significativo alcance explicativo los que deben mostrar identidad para las diferentes áreas, cosa que sólo se logra con claridad entre las diferentes “ciencias duras”. Estimamos que en las áreas de las artes, humanidades, etc., existirían relaciones entre ellas y con las ciencias duras, interacciones que, en algunos aspectos, son comunes, pero que no llegan a constituir claros principios racionales básicos, predictivos y universales comunes como los que existen entre las ciencias duras. Así, es posible observar evidentes relaciones para el caso del arte pictórico y la literatura.

Es posible, por ejemplo, apreciar relaciones entre ciencia y creación literaria, de variada naturaleza: por un lado la ciencia con sus conceptos, ideas y expresión y la creación literaria. Por cierto que la ciencia y los científicos comparten el lenguaje con otros escritores aunque en la ciencia el lenguaje no llega a ser un fin en sí mismo, puesto que el lenguaje de la ciencia es instrumental y carente de ambigüedades. Igualmente reconocemos que ambas, ciencia y literatura, buscan nuevas visiones de las cosas, siendo la poesía moderna y la ciencia, ambas, verdaderos experimentos en que la actitud del científico y del poeta es empírica. Los hechos de la ciencia (física, biología, o sicología) intervienen en los argumentos de la creación literaria, de la novela, de la poesía e incluso del teatro[3].

También es posible observar relaciones de convergencia y divergencia entre el arte pictórico y la ciencia. Por ejemplo, ambos tienen en común el ser actos de creación, requieren de imaginación, comparten la solidaridad por configurar una imagen del mundo sólo desde las capacidades humanas, etc. Las divergencias son que la ciencia le da valor máximo a la realidad, en cambio el arte tiene mucho de fantasía y de respuesta emocional. La ciencia busca la verdad en base a la realidad, al revés del arte que disuelve la realidad y luego la recrea; el arte aumenta la complejidad del mundo que recrea, en cambio la ciencia trata de reducirlo a lo más simple, a sus elementos básicos; el arte busca provocar algún tipo de sentimiento, no así la ciencia que es objetiva y racional[4].

Un caso especial es el de la música, considerada desde antiguo como arte y como ciencia. Pitágoras consideraba la práctica de la virtud como inseparable de la ciencia o filosofía, la que encuentra su perfección en la armonía que gobierna el universo y cuya expresión es el número, el cual es capaz de hacer inteligibles todas las cosas. Todo se reduce, en el pitagorismo, a números y proporciones, de igual manera que en la música los tres acordes, de cuarta, de quinta y de octava, se ven representados por relaciones numéricas simples. Esta estrecha relación de la ciencia numérica con la música hizo que esta última quedara formando parte, junto con la aritmética, la geometría y la astronomía, del conjunto de las cuatro ciencias matemáticas, tanto entre los romanos como en la universidad medieval, Quadrivium, en tanto que la gramática, la retórica y la dialéctica constituían el Trivium[5].

Por otra parte, la visión de Wilson es muy simplista, poco realista, y no entra a considerar con rigor científico las investigaciones de la física subatómica y de la biología molecular y genética que han provocado discusiones y cuestionamientos desde lo racional, la lógica y lo causal de la ciencia tradicional. Para Wilson el hombre está en condiciones de poder conocer y “cartografiar” todo lo relacionado con el mundo que lo rodea, además de la mente, el psiquismo y las ideas. Nos hace quedar con la impresión de que el hombre funciona como una simple máquina de la que, una vez que se conozcan sus mecanismos, podremos explicarnos todo sobre él incluyendo sus emociones, su creatividad y hasta su espiritualidad. Un reduccionismo a ultranza que excede con mucho lo esperable del conocimiento disponible; una extrapolación atrevida, pero aún no bien fundamentada que nos trae el recuerdo de El hombre máquina del médico-filósofo del siglo xviii De la Mettrie[6].

Sin embargo, si bien el enfoque reduccionista, mecanicista y molecular es muy fructífero, para el caso del cuerpo humano es tiempo ya de ir más allá de una simple e incompleta visión dualista mente-cuerpo del ser humano, no bastando, tampoco, un simple determinismo genético, pues a la interacción mente-cuerpo debe agregarse el componente valórico (ético-moral) así como el cultural que caracterizan al hombre.

De la visión unificadora de Wilson, sin duda deseable, por el momento es rescatable la idea misma de consiliencia desde dos perspectivas:

1. Debido al explosivo y constante aumento del conocimiento científico en todos los campos, se hace necesaria su unificación a partir de sus principios fundamentales, a fin de potenciar recíprocamente a las diferentes ciencias y facilitar su aprendizaje, utilización y proyección.

2. Es necesario tender puentes que concilien progresivamente las ciencias con las humanidades y las artes, con la esperanza de que, con el tiempo, conduzcan a una especie de teoría común que envuelva el conocimiento total hasta donde sea posible en base a relaciones y principios. Al respecto Wilson señala: “La mayor empresa de la mente siempre ha sido y siempre será el intento de conectar las Ciencias con las Humanidades. Ni las Ciencias ni las Artes pueden estar completas si no combinan sus respectivos puntos fuertes. Si el mundo funciona realmente de manera de fomentar la consiliencia del conocimiento, creo que la empresa de la cultura terminará por caer dentro de la Ciencia y, en particular, las Artes creativas. La Ciencia necesita la intuición y el poder metafórico de las Artes y las Artes necesitan la sangre nueva de las Ciencias (p.230)”.

Personalmente consideramos que la consiliencia se irá haciendo cada vez más consistente en el campo de las “ciencias duras” y también, de manera creciente, en las ciencias sociales, a medida que se esclarezcan los principios básicos comunes entre ellas. Esto es muy válido, como ya lo hemos expresado en otra ocasión para el caso de la biología en que destacamos cómo los universales bioquímico-moleculares de base química y física hacen de la bioquímica una ciencia de la vida más lógica y predictiva por estar basada en propiedades, sistemas y principios básicos comunes aplicables a todas las formas de vida, lo cual facilita su estudio y comprensión. De dicho proceso simplificador, basado en principios químicos, físicos, etc., surgió la genómica y de ésta la comprensión del funcionamiento de las proteínas y de los biocomplejos de interacción entre ellas (proteómica), pasando de las moléculas a los mecanismos y de éstos a los organismos enteros, es decir, hacia una sociología molecular o “bioquímica de sistemas”, puesto de otro modo: de un enfoque de componentes individuales a la complejidad de los sistemas biológicos[7].

Concluimos en que el libro de E. O. Wilson, a pesar de su abordaje algo simplista y carente, en ciertos aspectos, del rigor y antecedentes objetivos suficientes para sustentar con total claridad y firmeza la tesis central sobre la unificación del conocimiento en todas sus áreas, representa un esfuerzo entusiasta y estimulante en esa dirección. Es notable el interés que suscita en el lector, lo atractivo de los temas elegidos, así como la elegancia de la prosa del autor y la plétora de ideas que va dejando a su paso, lo cual hace muy recomendable su lectura y estudio.

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1

Ortega y Gasset, J., El Espectador, Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, 1961,3ª ed.:271-272. volver

2

Dupré,J., Unification Not Proved, Science (Washington D.C.), 280,1998,:1395. volver

3

Martín Municio, A., “Los Argumentos de la Ciencia en la creación Literaria”. En Ciencia y Sociedad. Oviedo, Fundación Central Hispano. Ediciones Nobel, S.A., 1998:9-35. volver

4

Sapag-Hagar, M., La Enfermedad y las Ciencias Biofarmacéuticas en el Arte, Anales, Real Acad. Farmacia (Madrid) 68(1),2002.: 51-79. volver

5

Aubral, F., Los filósofos, Madrid, Acento Editorial, 6ª edición, 1999:73. volver

6

De la Mettrie, J.O., El hombre Máquina, Madrid, Editorial Alambra, S.A., 1987. volver

7

Sapag-Hagar, M., La Unidad Bioquímica del Hombre: De lo Molecular a lo Cultural, Santiago, Edit. Universitaria, 2003. volver