Hace exactamente veinte años Chile circulaba por el escenario académico internacional como un producto seguro dentro del mundo de las ciencias sociales. Por ese entonces los “transitólogos” eran el paradigma. En uno de los muchos seminarios que hubo sobre Chile en la Universidad de Yale, los chilenos fuimos más para ver a nuestros amigos que para que nos predijeran algo de lo que iba a suceder. Entonces fui presentada a un chilean historian, que, para sorpresa mía, no estudiaba a Pinochet ni la transición, sino la filosofía en la Universidad de Chile en el siglo xix.

Eran un joven recién doctorado y se percibía en su modo, en su estilo y por cierto en sus escritos, que sus motivaciones intelectuales eran generacionales y biográficas, mientras que su forma de resolverlas era enteramente clásica.

Era como si la escuela primaria de Punta Arenas, el liceo industrial de Puente Alto, el Pedagógico de la Universidad de Chile, hubieran dejado en él una impronta del viejo Estado Docente remozado por sus muchos años en Berkeley.

Yo no imaginaba entonces que el chilean historian sería, quince años más tarde, quien escribiría la biografía más importante de Andrés Bello después de la de Miguel Luis Amunátegui y la más global y completa que se haya escrito hasta ahora*. Cuando me contó años después sobre esta ambiciosa empresa, no tuve duda de que Iván podría hacer una interpretación renovada de este santo laico ya endurecido por la hagiografía, pero dudé que pudiera encontrar nueva información. Con su tesón croata, no sólo la encontró, recorrió mil pistas que dejó chica a la más crítica escuela erudita y recorrió más caminos de los que el propio Bello supo haber recorrido.

Quizás una de las características más atractivas del trabajo historiográfico de Yaksic es la armonía entre su solidez crítica, su impresionante erudición y su imaginación interpretativa. Por eso este Bello, el primero del siglo XXI, aparece remozado y tan profundamente vivo. Agregaría a estas virtudes una no menor en estos tiempos: la sobriedad de su estilo y la economía de su lenguaje. Iván es “bellista” en muchos sentidos y lo es en el clasicismo de su idioma, en la claridad de su prosa, en la consistencia de sus pruebas.

Ignacio Domeyko -quién si no él- dudaba que la razón admitiera que en una sola vida -la de Bello- un solo hombre pudiera saber tanto, hacer tanto y amar tanto. Ese el itinerario que sigue esta obra y supera la infinita parcelación que se había creado en torno a la obra de Bello. Aquí está su saber, su hacer y no poco de su amar.

Acompañé a Iván largamente por los caminos de Bello. En una ocasión fuimos a la biblioteca de la ciudad de Londres a buscar el mapa que mostraba exactamente la ciudad en 1829 y el único donde aparecía la calle donde Bello vivía. La ceremonia del té era una grosería y José Toribio Medina, un teórico postmoderno, comparados con este ritual de los mapas que no podían tocarse mientras Iván sacaba una lupa de una caja de terciopelo. Luego nos fuimos a ver exactamente dónde estaba la calle, la casa, cuánto caminaba a cada uno de sus lugares, desde la parroquia católica donde bautizó a sus hijos, hasta la casa de Miranda y al British Museum, imaginando cuánto demoraba. Como si en cada uno de esos pasos, el Bello hagiográfico fuera cediendo a un Bello tan humano como el aquí retratado, con sus ambivalencias, sus dolores, su temor al poder a la vez que la necesidad de ejercerlo, su amor a la libertad y su horror al caos. Como si cada uno de esos pasos también nos llevaran hacia las fuentes del propio Bello.

Quizás la pregunta más fascinante que se desprende de esta biografía es por qué Andrés Bello ahora. Dicho de otra forma, cuáles son las preguntas que nuestro tiempo le hace a Bello. Iván Yaksic pertenece y representa una generación cuyas preguntas a la historia han nacido de rupturas, desconciertos y temores. No en vano el autor nos dice que quiere situar a Bello en la perspectiva de la historiografía actual y en los cambios del último cuarto de siglo en el continente. Lo que sucede con esta generación nacida en los mediados de los 50 es que cuando empezamos a reflexionar y a interesarnos en lo público, aquello que era lo público estaba roto. El elixir de los sesenta no había dejado sino dolor, escepticismo, confrontación. La pregunta más dramática para quienes nos formamos en ese período, la que, a mi juicio, no nos va a dejar nunca, es cómo construir el cambio dentro del orden. Iván no llegó a Bello por un placer de erudición, no por el desafío de decir algo nuevo donde se ha dicho tanto. Creo que llegó a él porque Bello es la figura que en forma más compleja y en cierto sentido más exitosa encarna la posibilidad de construir el cambio y hacer la transición moderna dentro del orden. La armonía entre diversidad, particularidad y unidad, entre tradición y novedad.

Cada generación tendrá que lidiar con sus propias rupturas. Cada generación tendrá que lidiar con su propio 11 de septiembre, como lo supieron ahora nuestros hijos también un martes de madrugada. Y ante estas rupturas, como lo dice Iván Jaksic en las últimas palabras, están en juego y en jaque los temas de lenguaje, de identidad nacional y de orden, que se entrecruzan con la disolución de las fronteras; las demandas por el reconocimiento de la particularidad y la necesidad de instituciones capaces de adaptarse al cambio.

Esta biografía es, por lo mismo, una contribución a la historiografía latinoamericana, a la disciplina como tal y por ello y desde ello, es un aporte al tiempo presente, a los dilemas contemporáneos. Es un Bello vivo.

Un Bello que no quiere morir. Quizás el capítulo más hermoso de este libro sea precisamente la muerte de Bello, “Adiós a Néstor”. Iván Jaksic ha hecho un gran aporte para que Bello no muera. Y por lo mismo, quisiera decir que, como parte de la comunidad académica chilena, siento un profundo orgullo de que sea uno de los nuestros el que haya contribuido para que la pasión por el orden se haga tradición.

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* Jaksic, Iván. Andrés Bello: La Pasión por el orden, Santiago, Editorial Universitaria, 2001.