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Andrés Bello, humanista, polígrafo, enciclopedista, autodidacta, sabio de formación clásica, máxima figura intelectual de la América Hispana, nació en Caracas, Venezuela, el 29 de noviembre de 1781 y falleció en Santiago de Chile el 15 de octubre de 1865. Los primeros 30 años de su vida los pasó en Caracas, entre 1781 y 1810; luego vivió en Londres por casi veinte años, entre 1810 y 1829; y finalmente residió en Santiago, desde 1829 hasta 1865, durante 36 años.

La amplísima obra de Andrés Bello se extiende por decenas de volúmenes. Historia, filología, filosofía, derecho, literatura, educación, son sus temas más frecuentes. Como una forma de conocer algunos aspectos de su obra escrita, es posible seleccionar el más conocido de sus escritos, el “Discurso de instalación de la Universidad de Chile”, donde se manifiesta su rol directivo, como líder intelectual y como organizador primero de la Universidad de Chile, para luego referirse a otra faceta de su producción, la creación poética plasmada en diversos temas y formas. El presente trabajo intenta conjugar en una visión ambos tipos de discursos, el ideológico educativo y el creativo literario, como una manera de reconstituir la compleja personalidad escritural de Andrés Bello[1].

 

 

Andrés Bello y el discurso de instalación

El documento fundacional de la Universidad de Chile es el “Discurso de instalación de la Universidad de Chile”, del 17 de septiembre de 1843[2]. Ya llevaba más de 13 años en Chile Andrés Bello cuando pronunció este Discurso frente al Presidente de la República, con la asistencia de los señores Ministros, autoridades legislativas, judiciales y militares, más los estudiantes del Instituto Nacional y el cuerpo de profesores de la Universidad[3]. En la ocasión, las autoridades universitarias recibieron las insignias correspondientes a sus cargos[4].

El Discurso ha sido comentado por varios estudiosos y aquí interesa poner de relevancia algunos de los principales temas tocados y la situación general discursiva que se genera en la ocasión, mediante una selección apropiada de algunas citas nucleares[5]. Baste decir, inicialmente, que la sociedad chilena de la época, evidentemente, requería de una universidad nacional, y en consecuencia, el Supremo Gobierno tomó la iniciativa de crear esta institución. A ello está respondiendo Andrés Bello en su Discurso (y a la intervención previa del Ministro de Educación), “a nombre del Cuerpo” de profesores, y por encargo del “Consejo de la Universidad”, que son también, entonces, los emisores autorizados e implicados en la enunciación del Discurso[6].

El Discurso está cargado de intertextualidades, citas o referencias a autores franceses o ingleses, como corresponde a un discurso de la modernidad, con la metafísica de la presencia de la razón como articuladora del discurso, el cual dialoga ampliamente con su contexto. Este logocentrismo se manifiesta tanto en la justificación ideológica del propio discurso como en la valoración de las letras como un elemento componente fundamental de la civilización y la cultura.

En efecto, el progreso –entendido linealmente, como en los discursos modernos– cohesiona, pero además permite la definición de la influencia moral y política de las ciencias y las letras como fuerza motriz. La búsqueda de la verdad última, en un discurso racionalista, altamente derivado de la ilustración francesa, implica que el logos (ciencias y letras) esté al servicio del poder, y éste, en pos de la creación de la República[7].

"Todas las verdades se tocan"[8]

Todo lo planteado por Bello tiene el propósito declarado de contribuir a “la difusión de las luces y los sanos principios”, “bajo la influencia de la libertad, espíritu vital de las instituciones chilenas”, y “en beneficio de la religión, de la moral, de la libertad misma, y de los intereses materiales”[9]. Se establece así, primero, el principio didáctico ilustrado; segundo, la centralidad de la libertad como el valor supremo que guía al Estado, al país, y, por consiguiente, a la Universidad; y tercero, la presencia rectora de la religión y la moral como parte estructural del proyecto educativo que se iniciaba.

El propio Bello establece las secciones que cubrirá su Discurso: “algunas ideas generales sobre la influencia moral y política de las ciencias y las letras, sobre el ministerio de los cuerpos literarios, y sobre los trabajos especiales a que me parecen destinadas nuestras Facultades universitarias”[10]. Fundamental, al diseñar la misión y sentido de la Universidad, es su argumentación acerca de cómo las letras y las ciencias han fortalecido todas las sociedades a lo largo de la historia humana, lo cual se sostiene en una tesis principal, destacada y reiterada en el texto: “Lo sabéis, señores: todas las verdades se tocan”[11].

Esta tesis, de índole epistemológica, establece claramente que la realidad funciona de manera articulada, que las distintas áreas de la experiencia humana confluyen, y que las verdades no están en situación de antagonismo[12]. Para Bello, era clave establecer esta afirmación, porque le permite vincular diferentes dominios del saber y también las diferentes partes de su Discurso, donde se reconoce que “los más importantes a la dicha del género humano, (son) los adelantamientos en el orden moral y político”[13]. A este objetivo primordial va, pues, a contribuir la Universidad.

La moral y la religión (que son la misma cosa para Bello) son las virtudes del hombre recto, que en conjunción con la libertad civil originada por las letras y con los modelos de la república romana más el modelo francés de Universidad y del Instituto de Francia, permitirán la difusión del conocimiento y la obtención de un estado moral superior.

Por eso reiterará, más adelante: “Todas las verdades se tocan; y yo extiendo esta aserción al dogma religioso, a la verdad teológica”[14]. El Discurso de Bello es extremadamente cuidadoso en la consideración de la religión, a la cual le da una gran importancia en la instalación de esta universidad pública y nacional. Y eso, porque él ve “una alianza estrecha, entre la revelación positiva y esa otra revelación universal que habla a todos los hombres en el libro de la naturaleza”[15]. La revelación positiva es la de la ciencia y la revelación universal que se manifiesta a través de la naturaleza es de índole religiosa. Bello, como neoclásico, encuentra la armonía y confluencia entre ambos órdenes[16].

Las ciencias y las letras

Bello tiene una idea orgánica y sistémica del sujeto humano, cuando dice que “todas las facultades humanas forman un sistema, en que no puede haber regularidad y armonía, sin el concurso de cada una”[17]. La regularidad y armonía son la huella clara de la actitud neoclásica, que anhela siempre la estabilidad, el orden y el equilibrio. Y el sensorium humano, el conjunto de las facultades, es visto como una estructura dinámica, donde cada parte tiene un rol que jugar en función del todo.

No hay que olvidar que la Universidad se establece en analogía con la mente humana (cuerpo y mente son como la sociedad y la Universidad), lo cual se pone en evidencia con respecto a la epistemología implicada en la división en Facultades, que caracteriza a la Universidad. Importa también la preponderancia aquí de la idea de sistema (noción estructural), donde, sinecdóquicamente, las partes son necesarias para la totalidad del sistema.

Continúa Bello: “Las ciencias y las letras... aumentan los placeres y goces del individuo”[18]; “pero las letras y las ciencias, al mismo tiempo que dan un ejercicio delicioso al entendimiento y a la imaginación, elevan el carácter moral. Ellas debilitan el poderío de las seducciones sensuales”[19]. El rol positivo de las letras y las ciencias, punto central del Discurso, va en función de la moral, mediante la razón y la imaginación. Lo moral es el fin último. Placeres, goces y deleites quedan así relegados y transformados gracias a la función de la moral.

La Universidad entra, en esta perspectiva, como “un instrumento a propósito para la propagación de las luces”[20], y lo que los individuos descubren pasa rápidamente a todos los demás, posteriormente. Por ello, la Universidad “será un Cuerpo eminentemente expansivo y propagador”[21]. Aquí se funda la tarea de extensión de la Universidad de Chile, como así mismo su misión de servicio al país: difusión del pensamiento.

Bello está pues diseñando una Universidad nacional con función social, con una postura humanista y un discurso racionalista, donde hay un predominio de la razón sobre el dogmatismo, con una lógica positiva, donde, sin embargo, el hombre ilustrado queda supeditado al progreso de lo religioso y lo moral, en una omnicomprensiva razón teológica. No hay antipatía entre la religión y las letras; el punto de hablada establece que lo verdadero son las ideas de la Ilustración, donde la razón está asimilada a las ciencias y la imaginación vinculada a las letras.

Con respecto a “la instrucción jeneral, la educación del pueblo, como uno de los objetos más importantes y privilejiados a que pueda dirigir su atención el Gobierno; como una necesidad primera y urgente; como la base de todo sólido progreso; como el cimiento indispensable de las instituciones republicanas”[22]. La educación es para él una tarea en la cual el Gobierno tiene responsabilidad y es el gran mecanismo para cimentar la república. Posteriormente, Bello declara que la instrucción elemental sólo es posible si ha habido previamente un florecimiento de las letras y las ciencias en esa sociedad, lo que le parece que sí ha acontecido en Chile.

La función social de la Universidad

A continuación, Bello diseña las funciones y objetivos de las diferentes Facultades de la Universidad. Parte diciendo que “el fomento de las Ciencias Eclesiásticas... es el primero de estos objetos y el de mayor trascendencia”[23]. Mientras que la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas tiene que ver con “la utilidad práctica, los resultados positivos, las mejoras sociales, lo que principalmente espera de la Universidad el Gobierno es lo que principalmente debe recomendar sus trabajos a la Patria”[24].

Aquí está la proyección social de la misión de la Universidad de Chile: la resonancia social de sus acciones, la proyección patriótica. Chile, es pues, lo central, como objetivo de la acción de la Universidad. Por eso, “el programa de la Universidad es enteramente chileno. Si toma prestadas a la Europa las deducciones de la ciencia es para aplicarlas a Chile. Todas las sendas en que se propone dirigir las investigaciones de sus miembros, el estudio de sus alumnos, convergen en un centro: la Patria”[25]. Al respecto, dice Luis Bocaz: “La reflexión pareciera concentrarse sólo en la cultura nacional”[26]. La relación con la metrópoli europea queda inmediatamente clarificada, como una apropiación cualificada en bien del país. Nótese la reiteración una y otra vez a la Patria, en el Discurso.

La parte final del Discurso se refiere a los estudios lingüísticos y literarios, y a la importancia de la relación con otras culturas y naciones, anteriores o presentes. Se debe ensanchar y enriquecer el lenguaje, pero sobre todo “la Universidad fomentará, no sólo el estudio de las lenguas, sino de las literaturas extranjeras”[27]. Esta es una tarea que aún está por cumplirse.

Con respecto a la literatura y la poesía, “la más hechicera de las vocaciones literarias, al aroma de la literatura, al capitel corintio, por decirlo así, de la sociedad culta”[28], también hay que desarrollarlas. La Universidad no sólo es el seno de los estudios literarios sino que de la propia literatura. Y la misión y recomendación de Bello es “que los grandes intereses de la humanidad os inspiren. Palpite en vuestras obras el sentimiento moral”[29]. Humanidad más moralidad es su fórmula. En la visión utilitaria y pragmática de Bello, el fin valórico sigue siendo lo esencial. En el Prólogo de su Gramática, en 1847, especificará aún más a quien apela con su escritura: “Mis lecciones se dirigen a mis hermanos, los habitantes de Hispano-América”[30].

Concluye Bello estableciendo su credo en el orden estético, lo cual es la culminación del Discurso: “Pero creo que hai un arte fundado en las relaciones impalpables, etéreas, de la belleza ideal”[31]; “un arte que guía la imaginación en sus más fogosos transportes”[32]. Es la presencia clásica de lo platónico en la idea de una belleza clásica, ideal e inmutable, y que incluso tiene el poder para orientar y refrenar la imaginación[33]. Esta parte de su argumentación es claramente neoclásica, en cuanto señala controles y límites para la imaginación, que una década más tarde reivindicarán los románticos.

El Discurso de Bello tiene un abundante uso de verbos en futuro (por las tareas fijadas) y también en pasado (por la relación con la historia). Hay en él momentos líricos, momentos expositivos y momentos altamente argumentativos, y también momentos históricos. Si uno se detiene a observar las diferentes instancias y partes componentes del Discurso, fácilmente puede reconocer las siguientes: exordio, saludos, apóstrofe, testimonio, alocución, enunciación, preguntas, monólogo, elogio, agradecimiento y promesa.

El gran deseo que administra la economía de este Discurso es la construcción de la República, basada en el entendimiento. Al respecto, escribe Luis Bocaz: “El total de la obra que Bello lleva a la práctica postula implícitamente una suerte de modelo de desarrollo cultural de un país periférico”[34]. En el ritual de circunstancia que es la inauguración de la Universidad el adversario que parece perfilarse es la oscuridad, el recelo, la ignorancia, la crítica infundada, mientras que el objeto buscado es el progreso de la sociedad y su evolución moral. Los que hacen posible todo esto, como destinadores o emisores son el gobierno, la Universidad, y los intelectuales, mientras que el gran destinatario es la sociedad chilena en su conjunto. Los agentes colaboradores son, finalmente, el gobierno mismo, los académicos y la propia Universidad[35].

Finaliza Bello su Discurso diciendo: “Esta es mi fe literaria. Libertad en todo...”[36]. “La libertad... será sin duda el tema de la Universidad en todas sus diferentes secciones”[37]. Esta es pues la misión de la Universidad de Chile. La libertad mesurada, propia de la sensibilidad racionalista e ilustrada. Lo reiterará en 1848: “Elección de materiales nuevos y libertad de formas, que no reconocen sujeción sino a las leyes imprescriptibles de la inteligencia y a los nobles instintos del corazón humano, es lo que constituye la poesía legítima de todos los siglos y países, y por consiguiente, el romanticismo, que es la poesía de los tiempos modernos, emancipada de las reglas y clasificaciones convencionales, y adaptada a las exigencias de nuestro siglo”[38].

La prosa de Bello, en su manifestación conceptual y pública de un ritual fundador institucional, posee una impresionante coherencia y arquitectura interna, lo cual se evidencia en este análisis del Discurso. Pero el mismo Bello también cultiva un tipo diferente de discurso, el creativo y literario, que en su manifestación poética mostrará aspectos lúdicos, imaginativos, didácticos e históricos de gran profundidad.

Juventud y búsqueda poética

El volumen 1 de las Obras completas de Bello, en la edición venezolana, contiene, en 757 páginas, sus composiciones poéticas. Es más: el volumen II incluye Sus borradores de poesía y traducciones, con un total de 639 páginas. En su juventud caraqueña, Bello escribió un soneto titulado “Mis deseos”, donde le habla a una amada: “¿Sabes, rubia, qué gracia solicito/ cuando de ofrendas cubro los altares?”[39]. Allí está la pregunta, en los dos primeros versos. La respuesta de lo que quiere aparece en los dos versos finales: “al exhalar mi aliento fugitivo,/ sello en tus labios el adiós postrero”[40]. El poema data posiblemente de los últimos años del siglo xviii o los primeros años del siglo xix, y fue publicado en España, entre 1820 y 1823, con el pseudónimo de Th. J. Farmer.

También del mismo período (hacia 1804), cuando tenía Bello unos 23 años, es su poema “A la vacuna”, donde iluministamente da gracias a España por la difusión de esta tecnología curativa. Algunos le han criticado su actitud favorable hacia los Reyes de España, viendo aquí el origen de una actitud que mantendría a lo largo de su vida. Hay diferentes versiones de este poema, debido a las distintas copias que de él se hicieron en diversos momentos. Del período formativo juvenil hay también poemas dedicadas a los árboles y a una nave, pero destaca un poema dedicado “A la victoria de Bailén”, que inaugura los textos de conmemoración histórica por parte de Bello. El poema data de 1808, y dice así en su primera estrofa: “Rompe el león soberbio la cadena/ con que atarle pensó la felonía,/ y sacude con noble bizarría/ sobre el robusto cuello la melena”[41].

El cultísimo Bello llegó a ser preceptor de Simón Bolívar, de su misma edad. También Bello conoció a Alejandro von Humboldt, el sabio alemán que llegó a Caracas, en su viaje de exploración del nuevo continente, hace 200 años y entre otras actividades, ascendió a la Silla del monte Ávila, el 2 de enero de 1800. Allí el joven Bello lo acompañó pero no llegó hasta la cumbre, por su delicada condición de salud.

Andrés Bello se formó en la mejor tradición clásica de Horacio y Virgilio. Además del latín, conoció tempranamente el griego. Frecuentó, así mismo, la obra de Jean Jacques Rousseau y John Locke. Desde joven estuvo interesado en el progreso de las naciones americanas; para él, la mejor herencia de España para las nuevas repúblicas fue la lengua española, entendida como un vínculo de unión entre las nuevas naciones. Su poesía inicial fue algo europeizante y muy marcada por el rococó de la época, demasiado formal y retórica, para ciertos gustos. Sin embargo, sus églogas, romances y frecuentaciones mitológicas sobreviven[42].

Adultez: La palabra poética propia

La mejor producción poética de nuestro primer Rector aconteció primero en su exilio europeo, influido por la añoranza de sus tierras nativas. El americanismo emerge con toda su fuerza en la “Alocución a la poesía”, publicado en una revista fundada en Londres por el propio Bello: la Biblioteca Americana. Este poema data de 1823, aunque gran parte de su composición fue entre 1814 y 1817. El hablante invita a la “Divina poesía” a dejar el Viejo Mundo: “tiempo es que dejes ya la culta Europa,/ que tu nativa rustiquez desama,/ y dirijas el vuelo adonde te abre/ el mundo de Colón su grande escena”[43].

En la “Alocución a la poesía”, que es parte de un poema mayor titulado “América” (que nunca llegó a completarse y publicarse) el mundo americano es un espacio idílico, pastoril, natural, inocente y puro. Los borradores del poema “América” pueden verse en el volumen II de las Obras completas[44]. Se presenta aquí un locus amoenus, como decían los latinos, un lugar ameno. El poema le permite a Bello describir el espacio americano, labor que sin duda alguna descubrió en la actitud de Humboldt.

El proyecto histórico y social de Bello era la unidad del continente, y por ello, en sus creaciones literarias, los próceres americanos son vistos como héroes epopéyicos en el proceso de emancipación. Desde su primera poesía venezolana, Bello proclama la bondad de la naturaleza americana, de manera muy distinta a como la verá, por ejemplo, Domingo Faustino Sarmiento (como parte de la barbarie americana). La naturaleza de este continente, ya sea tropical o andina, la llanura o los desiertos, es vista de manera idealizada, como un espacio utópico, libre de contradicciones. Allí en su naturaleza está pues la identidad del continente, y como tal naturaleza, está libre de corrupciones[45].

Tres años más tarde, esta vez en una nueva revista, el Repertorio Americano, Bello publica en Londres un segundo fragmento del gran poema “América”: Se trata de “Silva de la agricultura de la zona tórrida”, compuesto entre 1823 y 1826. Comienza así, alabándola: “¡Salve, fecunda zona,/ que al sol enamorado circunscribes/ el vago curso, y cuanto ser se anima/ en cada vario clima,/ acariciada de su luz, concibes!”[46]. Texto poético altamente enunciativo, descriptivo, embelesado con el esplendor pleno del fructífero Ecuador. Antecedente del Canto general y de las Odas elementales, de Pablo Neruda, se rescatan aquí los frutos tropicales y su intenso aroma y exquisita carnatura.

Bello tiene siempre en su producción un afán edificante, formativo, didáctico. Sus temas naturalistas están expresados en moldes clásicos latinizantes, con trasposiciones sintácticas. Es, ahora, una poesía regida por la razón, característica de los neoclásicos, con un tratamiento serio de la realidad, con un punto de vista crítico de la sociedad. Su espíritu ilustrado busca el equilibrio, la claridad, la armonía, lo mismo que ve en la naturaleza y en las luchas por la Independencia[47].

Para él, la poesía es un vehículo promotor del progreso y fuente de perfección y felicidad. Esto se percibe en su “Carta escrita de Londres a París por un americano a otro”, dirigida a Olmedo, de 1827. Existen varias versiones de distinta extensión de este poema. Se inicia así, celebrando la amistad y unión: “Es fuerza que te diga, caro Olmedo,/ que del dulce solaz destituido/ de tu tierna amistad, vivir no puedo”[48]. Tiene una estructura dialogal, como también la tenía la “Alocución a la poesía”.

Pero también, en otras ocasiones, un espíritu lúdico se apodera de su palabra, como en “La burla del amor”, que vale la pena transcribir completa: “No dudes, hermosa Elvira,/ que eres mi bien, mi tesoro,/ que te idolatro y adoro;/ ... porque es la pura mentira.// ¡Ah! Lo que estoy padeciendo/ no puede ser ponderado,/ pues de puro enamorado,/ paso las noches …durmiendo.// Y si tu mirar me avisa/ que te ofende mi ternura,/ tanto mi dolor me apura/ que me echo a morir de... risa”[49]. Hay aquí una fuerte ironía y un desmantelamiento del discurso amoroso, también dialogal y apelativo, con una estructura conversacional que rompe los modelos. No hay fecha exacta de este poema.

La madurez poética

Bello es un liberal tradicional, un gran constructor, que ataca los excesos de todas las tendencias. En su juventud fue rococó, en su adultez, neoclásico, y en su madurez, romántico. En su vejez, adquirió rasgos naturalistas. Pero por sobre todo fue un realista y un pragmatista. Ya tenía 48 años cuando llegó a Chile en 1829, invitado por Mariano Egaña. Continuó aquí con su labor poética creativa, que se manifiesta de múltiples maneras.

Ya un año después de haber llegado a Chile, en 1830, Andrés Bello dedicaba un poema “Al diez y ocho de setiembre”, con un verdadero sentimiento patrio: “Cumplió la patria el generoso voto/ en Maipú, en Chacabuco; por su mano/ fue el férreo cetro roto;/ y del mar araucano/ huyó vencido el pabellón hispano”[50]. Las estrofas de este poema adornaban las ventanas de Santiago de Chile el 18 de septiembre de 1830. Años más tarde, en 1841, escribirá Bello un nuevo poema dedicado a las Fiestas Patrias chilenas. Estos poemas costumbristas, que celebran escenas culturalmente típicas, son parte de la línea documental y referencialista de su poesía, esto es, de representación histórico-realista, o textos de circunstancias, tales como los poemas dedicados a las exequias de José Tomás Ovalle, “Al Ejército restaurador del Perú”, o “Al Biobío”, entre otros.

Su poesía apelativa, en que dialoga con una representación personificada (como la poesía o la amada), tiene otros ejemplos, como cuando Bello se dirige a la bandera de Chile, en el poema “Viva perpetuamente en la memoria”: “Viva perpetuamente en la memoria/ el día que la Patria vuelve a verte,/ oh bandera de Chile, astro de Gloria,/ que sus valientes a las lides guía;/ meteoro de muerte,/ que al suelo derribó a la tiranía”[51]. Estos versos fueron dedicados al general Bulnes, en 1839, vencedor de la batalla de Yungay.

Hay un ánimo libertario, centrado en el símbolo identitario que es la bandera, que también emerge en esta otra poesía nacionalista, cuando dice, en la primera estrofa del soneto “Despierta, Chile, del letal reposo”: “Despierta, Chile, del letal reposo/ en que yació tres siglo sepultado;/ y a ser libre o morir determinado,/ al campo corre de la lid glorioso”[52]. Es claro el sentimiento anticolonial y el escenario de guerras que sólo concluirá, como dice en el último terceto, cuando: “El rayo vengador toma en su mano/ heroico Chile; y a la tierra entera/ asombra el escarmiento del tirano”[53]. Chile aparece como una figura mítica que lucha por la libertad y autodeterminación, contra la confederación peruano-boliviana, y por tanto, debe datar de 1839.

Dentro de esta poesía mimética, realista, destaca “El incendio de la Compañía, Canto elegíaco”, que describe el incendio del antiguo templo jesuita ubicado en la actual calle Compañía, el 31 de mayo de 1841. Vale la pena destacar las dos primeras estrofas, donde aparece la ambivalencia significativa del vocablo “llamas”: “Santa casa de oración,/ templo de la Compañía,/ que a plegaria y a sermón/ llamas de noche y de día/ la devota población;// ¿Qué esplendor, que luz es ésta/ que sobre ti se derrama?/ No es luz de nocturna fiesta;/ es devastadora llama/ es una pira funesta”[54]. Hay aquí, en estos claroscuros, el aspecto goticista del romanticismo. Este poema fue publicado en folleto en Santiago, inmediatamente después del incendio de la Compañía, en 1841.

Varios poemas de Bello fueron encontrados en álbumes que tenían algunas de sus amigas, donde el creador maduro depositaba, de vez en cuando, algunos versos. También hay poemas como “A Olimpio”, “Moisés salvado de las aguas” o “Los duendes”, donde Bello intenta un pastiche serio, esto es, una imitación de escritura a la manera de Víctor Hugo. Estos poemas datan, justamente, de los años en que Bello comenzaba su Rectorado en la Universidad de Chile, en 1842.

El más destacado de estos poemas, que ya no es una imitación, sino que más bien una traducción superior es “La oración por todos, Imitación de Víctor Hugo”, que se refiere al poema del mismo nombre de Víctor Hugo, cuya versión en español data de 1843. Nuevamente encontramos la estructura apelativa y dialogal que conversa con alguien como núcleo esencial del poema: “Ve a rezar, hija mía. Ya es la hora/ de la conciencia y del pensar profundo:/ cesó el trabajo afanador, y al mundo/ la sombra va a colgar su pabellón”[55]. Este espacio nocturno es netamente romántico. En América, y en la poesía de Bello, el neoclasicismo evolucionado y el primer romanticismo se articulan, sin contradicción. Es la típica apropiación cultural americana, como estos versos que se refieren al anochecer: “Brota del seno de la azul esfera/ uno tras otro fúlgido diamante”[56].

El poema-fábula

Dentro de la línea costumbrista hay poemas como “La cometa (Volantín)”, que tiene dos versiones, una de 1833 y otra de 1846. En efecto, Bello solía guardar por años sus creaciones poéticas, revisándolas, corrigiéndolas una y otra vez. Algunos de los poemas que se conservan de Bello fueron publicados por amigos suyos que los leyeron o se los escucharon a él mismo y luego los mantuvieron en su memoria.

El caso de “La cometa, 1846” es interesante, porque es una fábula, que remite, intertextualmente, al monólogo de Segismundo, en “La vida es sueño”, de Calderón de la Barca. El gran tema aquí es nuevamente la libertad. Por eso, dice la cometa: “¿Por qué la libertad y la soltura,/ dada a toda volátil criatura/ esta cuerda maldita/ tan sin razón me quita?”[57]. La cometa quiere ser independiente, cortando el hilo que la sujeta prisionera. El tópico es más bien romántico que neoclásico. Pero la cuerda se corta, y dice otra versión, la primera “La cometa (Volantín)”, de 1833: “La sin ventura da una voltereta;/ cabecea ya a un lado,/ ya al otro; al fin trabuca, y mal su grado,/ entre las risotadas y clamores/ de los espectadores,/ que celebran su mísero destino,/ fue de cabeza a dar en un espino”[58]. La primera versión, de 1833, es más neoclásica e incluye muchas referencias mitológicas clásicas, mientras que la segunda, de 1846 (también hay otras versiones intermedias), es más breve, más directa y con menos aparataje mitologemático.

La experiencia del exceso de libertad, según Bello, tiene un mal fin, y es algo destructivo. Eso va bien con la filosofía de Bello donde la mesura (neoclásica) es el punto de equilibrio. Sin embargo, la fábula no concluye allí, porque aún resta la última estrofa del poema, que proyecta la situación de la cometa o volantín a una dimensión humana, social y legal, incluso, evidenciándose la manera en que Bello busca, pedagógicamente, una segunda enseñanza, a partir de la primera, de manera metafórica.

El hablante del poema se dirige ahora a un nuevo interlocutor: “Eres vivo retrato/ de esta pandorga, tú, pueblo insensato,/ que llamas a la ley servil cadena;/ y en licenciosa libertad venturas/ y glorias te figuras./ Eso mismo te ensalza, que te enfrena”[59]. Según la analogía propuesta, la cometa es como el pueblo, que no quiere tener restricciones; el hilo de encumbrar es la ley que delimita y mantiene (y lo está diciendo un jurisconsulto) y la libertad total termina en la destrucción final, si se la asume. Otros poemas fábulas, con una moraleja de proyección social, didácticos, son “Las ovejas” (al parecer, de 1861), “El hombre, el caballo y el toro” (del mismo año), y “La ardilla, el dogo y el zorro” (de 1858). Estos poemas se vinculan a las fábulas clásicas de la cultura greco-latina. En la misma línea habría que leer las dos versiones de “La corte de amor”, publicados en 1861.

Otros poemas de Bello toman asuntos tan sociológicamente atrayentes como “La moda”, que data de 1846, y que tiene algunas variantes, el “Diálogo entre la amable Isidora y un poeta del siglo pasado”, que asume problemas estéticos y artísticos importantes, tal como también lo hace “El cóndor y el poeta. Diálogo”, de 1849, escrito en respuesta al poema de Bartolomé Mitre titulado “Al cóndor de Chile”.

La visión de Andrés Bello estuvo siempre abierta a la naturaleza chilena, como lo prueba su poema “A Peñalolén”, que era en esos años (1848) un fundo en las afueras de Santiago, que perteneció a Mariano Egaña, Plenipotenciario de Chile en Londres, y gestor del viaje de Bello a Chile. El poema agradece las acciones emprendidas por Egaña y el poeta se aparta del “bullicio corruptor del mundo: el sosiego profundo,/ la deliciosa calma,/ la dulce paz...”[60], las encuentra en la Hermita, allí yacente, donde emerge “tu venerada sombra, ilustre Egaña”[61]. De 1849 es el ya mencionado “Al Biobío”, donde nuevamente la naturaleza cobija y protege.

Cabe mencionar, finalmente, un simpático poema dedicado a un producto natural y americano, “El tabaco, Epigrama”, también de 1849, que se define a sí mismo de esta manera: “Y con todo lo que digo,/ soy un tirano hechicero,/ un encanto indefinible,/ un delicioso embeleso.// Me buscan ricos y pobres,/ eclesiásticos y legos,/ el que huelga, el que trabaja,/ el estudiante, el zopenco”[62]. Nótese que el tabaco quita la libertad y aparece como aparentemente democrático, al ser buscado por todos. La última estrofa del poema es un ejemplo de síntesis, donde, de los cuatro elementos clásicos, tres de ellos son parte del tabaco: “¡Me dio el ser la tierra,/ me da vida el fuego,/ y entre vagos giros,/ en el aire muero”[63]. Este es el epitafio que tendrá el tabaco en su tumba.

En relación a la muerte, para concluir, cabe citar una traducción suya, basada en un texto de Julia de Fontenelle, y que Bello re-escribió con motivo de la muerte de su hija mayor, Ana, sucedida el 9 de mayo de 1851. En la segunda persona dialogal estas palabras son y serán aplicables a todos. Dice el texto total del poema “Señales de la muerte (Traducción)”: “No habrá pulso que siga su carrera;/ cesarán sus latidos; ni el aliento/ revelará que vives, ni del cutis/ el natural calor; mustia la rosa/ en los helados labios y carrillos/ tendrá el color de pálida ceniza;/ las movibles cortinas de los ojos/ caerán, como en la muerte, cuando cierra/ la usada puerta al esplendor del día;/ cada parte, privada del gobierno/ que la regía, rígida, inflexible,/ fría estará, como la muerte misma”[64]. Para este poema, Bello se basó en la obra de Fontenelle titulada “Investigaciones médico-legales sobre la incertidumbre de los signos de la muerte”, obra impresa en París en 1834, y que había sido republicada en Quarterly Review[65].

Los tópicos clásicos de la rosa y la ceniza están aquí presentes, la similitud entre muerte y noche, y la semejanza o identificación final entre la persona muerta y muerte misma. Destaca, sobre todo, la idea de que el cuerpo es un organismo como un gobierno, el cual finalmente viene también a desaparecer.

Coda

El costumbrismo, el naturalismo y el historicismo forman un núcleo sólido en la obra escritural de Bello. La interpelación al otro y la enfatización del propio yo se articulan en muchos de sus poemas. Estos asumen generalmente una estructura ódica, hímnica, de alabanza. Hay en su discurso numerosos arcaísmos, americanismos y galicismos. Las estructuras latinizantes (hay que recordar que a los 15 años ya había traducido el Libro V de La Eneida) siempre permanecen. Su palabra tiene siempre un sentido informativo, noticioso, producto de su interés en publicar periódicos (desde la Gaceta de Caracas, en 1808, hasta El Araucano, en Chile, que se publicó desde 1830 hasta 1853); también muchas de sus composiciones poseen un sentido político, producto de su vinculación iluminista con el servicio público (fue senador desde 1837 en adelante).

La escritura de Bello, su palabra permanente, mostró un alto comando de diferentes tipos de discurso. La Instalación de la Universidad fue una ceremonia oficial, académica, pública; sus textos poéticos develan otra cara del primer Rector de la Universidad de Chile: el apogeo de la imaginación, la lógica de la creatividad, el espíritu libertario y romántico.

Gran erudito, hombre sereno, filósofo del lenguaje, Bello fundó tradiciones intelectuales que aún perviven a lo largo de América. Justamente, concluye Bocaz su libro diciendo que “Bello logró en la organización de la cultura aquel sueño de unidad que en Miranda fue utopía, y en Bolívar belleza fugaz de un breve momento de la organización política”[66]. Fundador de la Universidad de Chile, organizador de esta casa de estudios, alentó también el periodismo, el ensayo, la filología, la cultura. Rector destacado, fue un gran constructor de la lengua, la historia, la literatura, la política y la jurisprudencia. Ejemplo para los chilenos, latinoamericanos y todo el mundo, de un hombre en que el pensar va unido al hacer, mediante la palabra.

Notas al Pie

1

Para nuestro trabajo, hemos tenido a la vista tres extraordinarios y recientes libros sobre Andrés Bello: Luis Bocaz, Andrés Bello: Una biografía cultural, Bogotá, Convenio Andrés Bello, 2000, 247 pp, Iván Jaksic, Andrés Bello: La pasión por el orden, Santiago, Editorial Universitaria, 2001, 323 pp. y Juan Durán Luzio, Siete ensayos sobre Andrés Bello, el escritor, Santiago, Editorial Andrés Bello, 1999. volver

2

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 16-38. Seguimos esta versión, aunque el Discurso también fue publicado en los Anales de la Universidad de Chile, No 1, 1843-1844, 140-152, y en las Obras completas, tomo XXI, 3-21. volver

3

Fernando Murillo, en su libro Andrés Bello, Madrid, Quórum, 1987, antologa sólo un texto de Bello: el Discurso, el cual define como “pieza ejemplar”… “por estimar la bondad y los beneficios de todos los saberes científicos”… y “de la función egregia de la universidad en la sociedad”, 123-4. volver

4

Bello tenía, a la sazón, 61 años de edad; entre los asistentes estaban José Victorino Lastarria y Domingo Faustino Sarmiento. volver

5

Iván Jaksic, en Andrés Bello: La pasión por el orden, Santiago, 2001, 156-165, establece que para entender este Discurso, se requiere conocer la filosofía educacional de Bello en cuanto al rol otorgado al Estado para el desarrollo de la educación (planteado ya en 1836 en “Sobre los fines de la educación y los medios para difundirla”) y la situación nacional del momento (el proyecto político del presidente Bulnes). volver

6

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 16. volver

7

No hay que olvidar que desde 1841 Bello había estado trabajando en el proyecto de la Universidad de Chile, junto con José Miguel de la Barra y José Gabriel Palma. volver

8

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 19. volver

9

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 17. volver

10

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 19. volver

11

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 19. volver

12

Fernando Murillo, en Andrés Bello, Madrid, Quórum, 1987, destaca: “se advierte con claridad uno de los rasgos intelectuales más característicos de él: la disposición mental abierta a recibir aportaciones doctrinales diversas”, 110. volver

13

 Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 19. volver

14

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 20. volver

15

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 20. Sobre la metáfora referida al libro de la naturaleza, puede verse Jacques Derrida, De la gramatología, Buenos Aires, Siglo xxi, 1972, “Primera parte: La escritura preliteral”, 7-126. volver

16

Jaksic enfatiza que la cuidadosa relación con la iglesia católica se debe a que la Facultad de Teología estaba compuesta por profesores religiosos que provenían de la Universidad de San Felipe, que la Constitución de 1833 establecía que la religión de la república era el catolicismo y que se había propuesto que el primer Rector de la Universidad de Chile debería ser el clérigo Juan Francisco Meneses, ex Rector de la Universidad de San Felipe. Ver Andrés Bello, La pasión por el orden, Santiago, Editorial Universitaria, 2001, 158-160. volver

17

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 21. volver

18

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 21 volver

19

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 22. volver

20

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 24.

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21

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 25. volver

22

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 25. Ortografía de la época. volver

23

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 27. volver

24

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 28. volver

25

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 29. volver

26

Bocaz, Luis. Andrés Bello: Una biografía cultural, Bogotá, Convenio Andrés Bello, 2000, 169. volver

27

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 33. volver

28

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 35. volver

29

 

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 36. volver

30

Citado por Luis. Andrés Bello: Una biografía cultural, Bogotá, Convenio Andrés Bello, 2000, 169. volver

31

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 37.Ortografía de la época. volver

32

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 37. volver

33

Fernando Murillo, en su libro Andrés Bello, Madrid, Quórum, 1987, dice que “el rigor y elevación que como cánones estéticos había recibido Bello por su educación en los clásicos latinos no se encontraron incómodos con esas muestras del mejor romanticismo”, 111. volver

34

Bocaz, Luis. Andrés Bello: Una biografía cultural, Bogotá, Convenio Andrés Bello, 2000, 168. volver

35

Jaksic, con una concepción casi bajtiniana de la intertextualidad y del lenguaje como secuencia dialogal dice que Lastarría fue muy crítico al Discurso de Bello: “El discurso que pronunció (Lastarria) en la ocasión de su elección como director (de la Sociedad Literaria) el 3 de mayo de 1842 fue descrito, también por él mismo y mucho más tarde, como la contrapartida intelectual del discurso inaugural de Bello en la Universidad de Chile” (Jaksic, Andrés Bello: La pasión por el orden, Santiago, Editorial Universitaria, 2001, 164). Lastarria le reprocha a Bello su “contrarrevolución intelectual” y la “enseñanza confesional”. volver

36

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 38. volver

37

Bello, Andrés. “Instalación de la Universidad”, Santiago, Imprenta del Estado, 1843, 38. volver

38

Murillo, Fernando. Andrés Bello, Madrid, Quórum, 1987, 112. volver

39

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 7. volver

40

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 7. volver

41

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 35. volver

42

Jaksic dedica una sección a la poesía de Bello en Andrés Bello: La pasión por el orden, Santiago, Editorial Universitaria, 2001, 84-91, y reconoce que como historiador, prestará más atención a la poesía desde el punto de vista político, histórico e intelectual. Además, se concentra especialmente en el período londinense de Bello, donde éste escribe y traduce un total de 16 composiciones. volver

43

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 43. volver

44

Bello, Andrés. Obras completas, Borradores de poesía, vol. II, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 1-131. volver

45

Jaksic declara que la “Alocución” se refiere especialmente al tema de la guerra, de los héroes muertos y de otros dos personajes históricos: José de San Marín y Simón Bolívar. Agrega que los “30 versos de celebración sin restricciones a Miranda” (Andrés Bello: La pasión por el orden, Santiago, Editorial Universitaria, 2001, 87), le ocasionaron a Bello el distanciamiento de Bolívar. volver

46

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 65. volver

47

Jaksic interpreta la Silva como un texto que apunta al futuro y como propuesta de modelo para las incipientes naciones. Dice: “Bello primero se refiere a la manera errónea de comenzar la vida independiente: subordinar la naturaleza al fin poco edificante de mantener una vida ociosa en las ciudades” Andrés Bello: La pasión por el orden, Santiago, Editorial Universitaria, 2001, 88. Y luego agrega que “Bello promovía así abiertamente el modelo de la república romana” (Ibíd, 89). volver

48

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 93. volver

49

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 137. volver

50

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 170. volver

51

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 176. volver

52

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 175. volver

53

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 175. volver

54

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 190. volver

55

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 238. volver

56

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 238. volver

57

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 256. volver

58

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 254-5. volver

59

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 255. volver

60

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 290. volver

61

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 291. volver

62

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 296. volver

63

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 296. volver

64

Bello, Andrés. Obras completas, Poesías, vol. I, Caracas, La Casa de Bello, 1981, 333. volver

65

Vol. clxx, de septiembre de 1849, 346-399. volver

66

Bocaz, Luis. Andrés Bello: Una biografía cultural, Bogotá, Convenio Andrés Bello, 2000, 221. volver