Señor Editor de la Aurora. Comunicado de Antonio José Irisarri apoyando a Camilo Henríquez por las críticas suscitadas por su escrito relativo al ridículo, publicado en Tomo II, Nº 2 del 14 de Enero de 1813

 

 

 

La sátira del número 2 de su periódico [7], ha dejado descontentos a algunos buenos chilenos porque quisieran que no se digiera que había en su país defectos tan groseros, como los que se apuntan en aquellos pocos renglones. Este accidente me ha obligado a poner a V. esta cartita, para que con ella satisfaga a los quejosos, que son más delicados que justos. Uno de ellos dijo muy dolorido y angustiado: "¿Qué concepto formarán de Chile los que vean en Europa, y aún en los otros reinos de América, una pintura tan fea de los chilenos?" Yo diré el concepto que formarán, pero déjeme V. empezar por donde quiera.


La sátira y la crítica, aunque se diferencian bastante en el modo, no son más que una sola cosa en la substancia. Las dos tienen por objeto combatir los errores, los abusos y los vicios de los pueblos, aunque la primera lo hace mortificando el amor propio del satirizado, y la segunda solamente tira a despreocupar con las razones. En mi concepto para un pueblo es más útil la sátira que la crítica, por que en él no hay tanta disposición para abrazar la razón, como sensibilidad para sentir lo picante de las sales satíricas. Por esto, los griegos y los romanos regalaban a sus pueblos todos los días con sátiras agudas en que se les presentaban muy ridículos sus malos usos y sus vicios. Testigos de esto los Horacios, los Lucilios, los Juvenales, los Persios y los Marciales. Después de los griegos y romanos, tomaron su ejemplo aquellos países que heredaron su ilustración y su política. Testigos también de esta verdad los Regnier, los Dexpreaux, los Shakespeare, los Quevedos, Iglesias, los Islas, los Cervantes, los Iriartes, etc. Esta es la historia de la sátira, esta es su autoridad, este es su apoyo.


En el día son infinitas las sátiras que se escriben en Francia, en Inglaterra, en Italia, en España y todas las naciones cultas de la tierra, contra los abusos de los nobles, de los plebeyos, de los ricos, de los pobres, y de todas las clases del Estado. Si viésemos la más moderada de todas ellas, nos asombraríamos al ver abusos monstruosos. ¿Y acaso por esto habrá alguno que forme mal concepto de la ilustración de aquellos países? Por el contrario: esto acredita la misma ilustración. Ni en Angola, ni en Congo, se ha visto jamás una sátira contra los vicios del pueblo, porque allí no hay quien los conozca, ni quien se interese en extirparlos; su mismo silencio, su misma conformidad, es la prueba de su desesperada barbarie. Por esta razón yo siempre formaré buen concepto de aquellos pueblos en que abunden estos remedios del vicio, y compadeceré la suerte de aquellos en que un silencio vergonzoso pretende ocultar los errores generales.


En México se publica un periódico todos los días, donde podrá ver cualquiera curioso el estado en que se halla la ilustración de aquel país de las ciencias y las artes: allí abundan las rasgos satíricos contra toda clase de viciosos, y no por esto hay un solo hombre que no forme las ideas del poder, de la magnificencia y de la cultura al oír solamente el nombre de México.


De todo lo dicho me parece, señor Editor, que está demostrada la injusticia con que se quejan de su sátira algunos descontentadizos. V. guárdese de satirizar a ningún particular llamándolo por su nombre, y siga haciendo este honor a su patria sin temor de desconceptuarla, y mande a su afectísimo amigo.


Antonio José de Irisarri.


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[7] Véase tomo II, número 2, Jueves 14 de Enero de 1813 (N del E).
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