Especies finas. Oración inaugural de Thomas Jefferson, Presidente de los Estados Unidos, al Pueblo. Traducción de Camilo Henríquez del discurso pronunciado por Jefferson el 4 de Marzo de 1801, al asumir el cargo

 

 

 

Llamado a tomar sobre mí las obligaciones del primer oficio ejecutivo de nuestra patria, me aprovecho de la presencia de la porción de mis conciudadanos que está aquí reunida, para expresarles mi profundo agradecimiento por el favor que se han dignado hacerme poniendo en mí los ojos, y para declararles que conozco íntimamente que este cargo es muy superior a mis talentos, y que me acerco a él con aquel presentimiento tímido y cuidadoso que deben inspirarme la grandeza del empleo, y la debilidad de mis fuerzas.


Elevar una nación esparcida sobre tierras extensas y fértiles; atravesar todos los mares con las ricas producciones de su industria, que tiene relaciones comerciales con naciones que imaginan derechos según las fuerzas, [y] que se avanza rápidamente a sus destinos, colocados más allá de lo que alcanzan los ojos mortales. Cuando contemplo objetos de tanta trascendencia, y veo el honor, la prosperidad, y esperanzas de estas amadas regiones dependiendo del éxito y auspicios de estos días, no puedo dejar de humillarme a vista de la magnitud del encargo que me confiáis. En verdad yo me abatiría si la presencia de muchos de los asistentes no me recordase que en las otras autoridades establecidas por la Constitución, he de encontrar recursos de sabiduría, virtud y celo a qué ocurrir confiadamente en todas las dificultades. Vos y yo, hombres del Estado, hemos de dirigir con seguridad el bagel en que nos hemos embarcado todos, entre el conflicto de los elementos y actual tempestad del mundo.


Durante la contienda de opiniones, al animarse y acalorarse las discusiones, hemos ofrecido un aspecto no muy edificante a los extranjeros engañados, no acostumbrados a pensar libremente, ni a escribir con libertad lo que piensan. Pero habiéndose decidido todo por la voz de la unión, anunciada según las leyes constitucionales, todas las voluntades se colocan por si mismas bajo la voluntad de la ley, y reunirán sus esfuerzos para el bien común. Así, todos debemos llevar gravado en el ánimo este sagrado principio: que aunque la voluntad de la mayoridad del pueblo debe prevalecer en todos los casos, esta voluntad para ser recta debe ser razonable; que la minoridad, que posee iguales derechos, debe ser protegida por leyes iguales, que no pueden violarse sin opresión. Unamos pues nuestros ánimos y nuestros corazones. Restabléscase el comercio social, la armonía y el afecto, sin lo cual la libertad, y aún la vida misma, son aborrecibles. Y reflexionemos que habiendo desterrado de nuestra patria aquella intolerancia que envolvió en sangre y en lágrimas al género humano, habremos adelantado poco, si protegemos la intolerancia política [11], tan despótica como injusta, y capaz de producir unas persecuciones no menos sangrientas.


Mientras duran las convulsiones del antiguo mundo, y los mortales espasmos del hombre furioso, que busca entre la sangre y los estragos la libertad que ha perdido; no será extraño el que la agitación de las olas se extienda hasta estas remotas y pacíficas orillas; que se dividan las opiniones y las medidas de seguridad; pero la diferencia de opiniones no trae siempre una diferencia de principios. Todos somos republicanos, todos somos federalistas. Si hay alguno entre nosotros que opine que fuera mejor variar la forma republicana, quede tranquilo, como un monumento de la seguridad, con que toleramos los errores de opinión; sean libres los errores, para que sean combatidos con libertad. Yo se que algunos hombres honestos juzgan que el gobierno republicano no puede ser bastantemente vigoroso, que no es bastantemente fuerte para lo exterior. ¿Pero querrá un patriota honrado, después de todo cuanto nos dice la experiencia, abandonar un gobierno que nos ha conservado libres y firmes, por el teorético y visionario temor de que esta forma de gobierno, que es la esperanza del mundo, pueda tal vez no tener toda la energía necesaria para conservarnos? Yo no soy de este parecer: al contrario, yo creo que esta forma de gobierno es la más fuerte de la tierra. Yo creo que cada hombre al llamamiento de la ley corriera al estandarte de la ley, y miraría la invasión del orden público como un daño propio y personal. Se ha dicho que los pueblos no se gobiernan bien a sí mismos. Pero ¿pueden ser bien gobernados por otros? ¿acaso descendieron alguna vez de los cielos ángeles en forma de reyes para gobernarlos? Yo dejo a la historia que resuelva esta cuestión.


Sigamos pues amigos, nuestros principios federativos y republicanos, nuestra adhesión a la unión y al gobierno representativo. Separados felizmente por la naturaleza y por un inmenso océano de las ruinas y desastres de una parte del globo, donde la ambición ve con frialdad la degradación de los mortales, poseyendo unos países fecundos, con excelentes y dilatadas tierras y campos para nuestros descendientes hasta la milésima generación, conservando cada día más claro el conocimiento de nuestros derechos, y el ejercicio libre de nuestras facultades, el honor y la confianza de nuestros conciudadanos, fundada no en el nacimiento, sino en nuestras acciones y en su gratitud, viviendo bajo una religión benigna, profesada, es verdad, y practicada en varias formas, pero que todas ellas inculcan y predican la honestidad, la buena fe, la templanza, el agradecimiento, el amor del prójimo [12], reconociendo y adorando una Providencia universal, cuyos inefables beneficios y disposiciones prueban que se deleita en la felicidad presente del hombre, y mucho más en su felicidad futura. Con estas bendiciones, ¿qué nos falta para ser el pueblo más feliz y próspero de la tierra? Sí, amigos, nos falta otra cosa: necesitamos de un gobierno sabio y económico, que impida que nos dañemos los unos a los otros, que nos conserve libre el ejercicio y uso de nuestros bienes e industria, y que no nos quite el pan de la boca. Esta es la suma de un buen gobierno, y esto es necesario para completar el círculo de nuestras felicidades.


Antes de entrar en el ejercicio de mis nuevos deberes, juzgo conveniente exponer con brevedad los principios esenciales de nuestro gobierno, y que dirigen su administración. Estos son pues: justicia igual y exacta para con todo hombre, sea cual fuere su Estado y sus persuasiones, paz, comercio, buena amistad con todas las naciones, establecer alianzas con ninguna; conservar los gobiernos establecidos en todos su derechos como la administración más conveniente para los negocios domésticos, y como el firme baluarte contra las miras anti-republicanas; conservar el gobierno central en todo el vigor de la Constitución como la [el] ancla de la paz doméstica y seguridad exterior; un celo escrupuloso en conservar al pueblo el derecho de las elecciones; corregir los abusos tranquilamente, los cuales se cortan con la espada de la revolución cuando no tienen fuerza los remedios comunes y pacíficos; obediencia a las decisiones de la mayoridad principio vital de las repúblicas, del cual no hay apelación sino a la fuerza, origen del despotismo; una milicia bien disciplinada; nuestra confianza en la paz, y en los primeros movimientos de la guerra para dar tiempo a que se acerquen las tropas regulares; la supremacía de la autoridad civil sobre la militar; economía en los gastos públicos; pagar honradamente nuestras deudas; conservar como una cosa sacrosanta la fe pública; alentar la agricultura, la  industria y el comercio; proteger la educación, difundir las luces, extirpar las preocupaciones y perfeccionar la razón pública; libertad de la opinión; libertad de la imprenta; libertad y seguridad individual bajo protección del habeas corpus, y ser juzgados por jurados electos con imparcialidad. Estos principios forman la brillante constelación que hasta aquí ha ido delante de nosotros, y ha guiado nuestros pasos en la edad de la revolución y de la reforma. Al establecimiento y defensa de estos principios se consagraron la sabiduría de nuestros sabios, y la sangre de nuestros héroes. Ellos deben ser el catecismo y el credo de nuestra fe política, el texto de la instrucción civil, y la piedra de toque de nuestros servicios y confianza. Si nos apartamos de ellos en los momentos de error, y de alarma, volvamos a ellos nuestros pasos, y recobremos el camino de la paz, de la libertad, de la seguridad.


Me presento pues, amigos y conciudadanos, en el puesto que me destinais, con la experiencia adquirida en empleos subalternos, en que he palpado las dificultades de los unos, y la grandeza de todos; yo he conocido que es cosa muy rara el que un hombre, ser tan imperfecto, se retire de los cargos públicos con la misma reputación con que entró en ellos. Sin pretender alcanzar aquella alta confianza, que justamente pusisteis en el mayor y primer carácter revolucionario, cuyos preeminentes servicios le han designado el primer lugar en el amor de estos pueblos, y la página más bella y brillante en el volumen de la fiel historia, sólo os pido que confiéis que administraré vuestros negocios con justicia, firmeza, y actividad. Yo pido indulgencia para mis yerros, que jamás serán intencionales. La aprobación que envuelven vuestros sufragios, me consuela altamente en orden a mi pasada conducta; y para lo futuro será mi cuidado conservar la buena opinión con que me favorecéis, promoviendo por todos los medios posibles la prosperidad y libertad de todos.


Confiando pues en vuestro afecto, y en el patrocinio de vuestra buena voluntad, avanzo con obediencia a estas nuevas fatigas, pronto a retirarme del empleo siempre que conozcáis que podéis hacer una elección más acertada. Entre tanto el poder infinito que dirige los destinos del universo, guíe nuestros consejos a lo mejor, y les de un éxito favorable a vuestra paz y felicidad.


Thomas Jefferson.
Washington, 4 de Marzo, 1801.


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[11]

Tiranía contra la libertad de opinar en asuntos políticos.
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[12]

Por un beneficio inestimable del cielo, goza nuestro amado Chile de la moral pura, santísima y amable de Jesucristo, unida a la fe incorrupta e inalterable de los dogmas apostólicos. Ventaja que reunida a todos los dones más preciosos de la naturaleza, lo constituyen una de las regiones más recomendables del orbe.
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