Sin título ["No podemos dudar de la influencia y eficacia de los..."]. Sobre la relación entre los principios morales y las formas de gobierno

 

 

No podemos dudar de la influencia y eficacia de los principios morales, ni de la relación íntima que existe entre las diferentes formas de gobierno y la[s] operaciones y sucesos de la guerra. La historia nos presenta grandes imperios conquistados con suma facilidad, y estados reducidos, despreciables en apariencia, haciendo una resistencia increíble y muchas veces feliz. Hemos visto repúblicas nacientes, y pueblos aún en la infancia, resistir y vencer a naciones antiguas de una potencia y de unos recursos incomparablemente mayores. Hay una diferencia muy notable entre un soldado mercenario, que obra como una máquina, impelido únicamente por el rigor, y entre un hombre que ha tomado las armas por la defensa de una gran causa, y que ha concebido un gran entusiasmo, un gran interés por una opinión, cuya alma ha tomado una dilatación que no puede medirse, y una efervescencia que crece con los obstáculos y se complace en medio de los peligros. La ave de Júpiter, que se goza entre los relámpagos, los rayos y los truenos, es la viva imagen del alma entusiasmada.

Este estado sublime del alma, fecundo en acciones gloriosas, es el estado habitual de los héroes.

Para que este rapto, esta efervescencia del espíritu se comunique como un fuego eléctrico a una gran masa de hombres, a una nación entera, es necesario que se inflame por un interés común, por la esperanza de un gran bien, o por el temor de un gran mal.

Exaltado el hombre en una república bien constituida por el amor a un gobierno liberal, justo y equitativo, que le conserva el sagrado derecho de hacer todo cuanto no está prohibido por las sabias leyes, y en el cual goza de la libertad política, que produce en el ánimo esa tranquilidad preciosa que proviene de que cada uno se halla seguro en su persona, bienes y honor; y por el aprecio hacia una constitución, que él mismo ha elegido, y que está cimentada sobre principios liberales, dictados por la razón y la equidad natural, no hay peligro que no arrostre, no hay obstáculo que no supere, no hay acción magnánima de que no sea capaz, cuando la patria peligra, o están amenazados sus derechos. La idea de la libertad es muy hermosa cuando es bien conocida; presentándose al ánimo acompañada de sus bienes y encantos, excita en él un entusiasmo abrazador e invencible. La historia de las repúblicas abunda en hechos que prueban esta verdad, rasgos sublimes de patriotismo que honran a la naturaleza humana, y que parece ensoberbecen nuestra condición.

Trescientos espartanos detienen a las innumerables tropas de Jerjes, tropas de viles esclavos; y se lee sobre una piedra el sentimiento unánime de aquellos héroes: "Pasajero avisa a Esparta que hemos muerto aquí por obedecer a sus santas leyes".

Roma, en su infancia rodeada de naciones enemigas y poderosas, se vio en la posición crítica que sólo le dejaba la elección de perecer, o de conquistar; ella invade, triunfa sucesivamente; su genio se determina a la guerra, y las virtudes republicanas, el patriotismo divinizado bajo el nombre de Roma, la hicieron señora del mundo.

Las guerras de los persas contra los griegos fueron tan largas como infructuosas. El terror, que movía a aquellos esclavos, era un resorte muy débil contra el entusiasmo de la libertad.

En tiempos menos distantes, la Confederación Helvética, la República Bátava, los Estados Unidos, la República Francesa, parecen haber casi superado la intrepidez y la constancia de las repúblicas antiguas.

Los Cantones de Underwald, de Schwitz y de Ury, resistieron felizmente a toda la potencia de la casa de Austria por el espacio de tres siglos. Quinientos republicanos derrotaron en el pasaje de Morgathen a un ejército de veinte mil hombres enviado por el Emperador Leopoldo.

La Holanda, en el espacio de setenta años de una obstinada guerra resiste a todo el poder de la monarquía española, que había crecido inmensamente con los tesoros de las Indias. La República le hace sufrir pérdidas incalculables en el mar, y en las cuatro partes del mundo.

Las riquezas, el poder, los recursos de la Gran Bretaña son bien conocidos en la guerra contra sus colonias; sin embargo después de once años de combates y de esfuerzos dispendiosos, pero inútiles, tuvo que reconocer la independencia de los Estados Unidos.

¿Presenta acaso la historia de la guerra, del valor, y de las calamidades humanas sucesos más admirables, impetuosidad más irresistible, triunfos más memorables y numerosos que los que ofreció a la admiración de todos los siglos la República Francesa?

En las provincias americanas, sujetas antes al imperio español, se abre en la época actual una escena muy brillante. El valor, la resolución de los héroes, el entusiasmo de los republicanos antiguos y modernos, se han desplegado gloriosamente por la gran causa de la libertad nacional. La espada de la tiranía expirante ha inmolado en algunas partes muchas víctimas; pero de su sangre se  han levantado nuevos héroes. El genio de la libertad presenta en aquellas regiones una frente amenazadora y terrible; el ardimiento y la confianza llenan el corazón de los patriotas; el terror y los remordimientos ocupan el de sus tiranos. Las crueldades con que la dominación antigua se despide del Nuevo Mundo, su desesperación y rabia sanguinaria aún en sus últimos alientos, la han hecho más odiosa, han descubierto todo su carácter, y han puesto a los hombres en la necesidad de vencer o de morir. Por lo demás, la revolución americana se asemeja a todas las revoluciones en el movimiento que imprime a los espíritus; el entusiasmo público, el nuevo orden de cosas, van descubriendo talentos desconocidos y hombres singulares. El fuego patrio prende con más facilidad, y hace notar más su presencia en la inflamable juventud. La juventud es la edad de la energía, del vigor y la magnanimidad. Si es capaz de grandes pasiones, lo es también de grandes virtudes y grandes intentos. En las revoluciones se agrandan las almas, se muestran los héroes, y ocupan el lugar que les correspondía. En las revoluciones se ven esos hechos inmortales, esos ejemplos de generosidad [y] admiración de las edades futuras.