PAGINA DE ARTE

LA PINTURA EN LA CHINA Y EL JAPON

Durante muchos siglos al gusto europeo se negó a comprender las obras de la pintura oriental. El padre Hut, buen lazarista que vivía hacia el año 1840 y que nos ha dejado sobre la China y los chinos uno de los libros más documentados y mejor escritos, decía: “como es sabido, el dibujo es muy imperfectamente cultivado en China. Los pintores no sobresalen sino por ciertos procedimientos mecánicos relativos a la preparación de los colores; en sus composiciones no ,hacen ningún caso de la perspectiva, y sus paisajes son siempre de una monotonía desesperante”. Esta era la opinión corriente hasta hace muy pocos años. Un inglés Barrow, la expresa hasta en términos más vivos: “Los chinos, asegura, no son sino unos miserables enchastradores”. Esta severidad se explica, si se tiene en cuenta que los europeos de entonces, estaban imbuidos en los prejuicios académicos de la época, que exageraban la modalidad esencial de nuestro arte occidental. Nuestro arte se ha inspirado siempre en el hombre. Su Belleza Absoluta era el desnudo humano; el Espíritu del mundo, pares él, brilla solamente en los ojos del hombre. El Hombre en el espacio y en el tiempo, en el único elemento principal de sus obras. De aquí que fueran consideradas obras inferiores las de puro paisaje, flores o animales por incapacidad de comprensión simplemente. Recién en estos últimos tiempos, y gracias a la influencia del arte chino y japonés, el arte moderno considera todo lo creado digno del Arte. Ahora bien, machos críticos, entra ellos Binyon y Petrucci, han insistido en que e1 carácter de la pintura china no es antropomórfico. No subordinan jamás el paisaje a las figuras y a tener que expresar una, idea de abundancia, no lo harían nunca con una figura alegórica de mujer, derramando bienes; ellos, los chinos, buscarían más bien un paisaje de líneas amplias que expresara su idea.

Y esa paisaje valdría por si mismo, no se vería fozado a servir de fondo a pexscri a jes simbólicos o verdaderos el amor de la naturaleza se demostrará plena y directamente. No se sigue esto que la forma humana esté plena y directamente excluída, pero no ocupa nunca un lugar predominante. En una deliciosa pintura, del siglo XIV, hay un pastor sentado, una vaca y su ternero. Sin embargo, el interés no reside en ellos, no reside tampoco en el árbol de fino follaje primaveral que cae sobre el pastor. “Follaje delicado del sauce llorón, se os tomaría por, oro fino...” dice un viejo poeta.; y la impresión del poeta chino y la pintura están acordes. Lo que hace el encanto profundo del arte oriental es su penetrante panteismo, que todo lo animal con un potente soplo de amor. Veremos más adelante como este amor ha hermanado a la poesía y a la pintura china. Hay una cualidad que todos los críticos y detractor es del arte oriental están contestes en reconocerle: hablo del innegable virtuosismo que poseen. Se ha intentado explicarlo con una multitud de razones ingeniosas y algunas de ellas justificadas. Citaré dos solamente. . En las maravillosas páginas de escritura china, los caracteres, infinitamente variados y de una refinada elegancia, se superponen en columnas y cada una de éstas tiene su estilo, .su arquitectura. Tener un buen `pincel, allá, no es solamente saber escribir en forma legible, sino, y sobre todo, en .la elección de los caracteres que se suceden, demostrar verdadero talento de composición decorativa. Cada carácter chino representa una idea o un grupo de ideas. Pero el ojo ejercitado del chino le atribuye un valor especial, si se sabe colocar entre otros cuya vecindad acuse analogías a oposiciones. Además, cada, uno de ellos debe ser hecho con una intención particular: se requiere aplastar con morbidez en los llenos, o afinar con presteza en los perfiles, expresando 1a fuerza o la fantasía con el movimiento rápido del pincel. Ante una bella página escrita, donde nosotros buscaríamos solamente el sentido de las palabras, el chino Coma un aire de conocedor; él aprecia esa obra de arte, se emociona, exita sus facultades críticas, o se deja llevar por el ensueño. Se concibe fácilmente que en un país así la caligrafía haya sido elevada al rango de ante noble, a la misma altura que la pintura y la composición. Pintores y poetas eran frecuentemente calígrafos. Tchao Mong-fou, célebre maestro del siglo XIII, debía su. fama más que a sus cuadros, a su caligrafía. A los pintores que no sobresalieron en ella, la. costumbre de escribir les había soltado la muñeca, de a11í esa franqueza, vivacidad y armonía de las líneas que atestiguan sus obras pintadas. Uno de ellos decía: Yo pintaría el viento si pudiese solamente verlo pasar. Rapidez. sutil de la pincelada; tal es la ventaja que el artista chino debía a la caligrafía. Además pintura siempre can colores al aguas esta constatación es fértil en consecuencias. Nuestros pintores europeos buscan, ensayan y tantean a menudo sobre la tela. misma. Saben que los colores al óleo que emplean, pueden combinarse y sobreponerse. De ahí incoherencias de composición, empastelamientos excesivos, hesitaciones y yo no sé qué de incompleto, de tímido o de laborioso que huele a discípulo y no a maestro. Ved en cambio al pintor de oriente. Para él no hay retoque. Su rasgo hecho, su color puesto, ya no son susceptibles de ninguna modificación. debe, del primer golpe, alcanzar la perfección soñada. ¿Una falta? La obra está perdida. es necesario tirar pedazo de seda. Por esta segunda razón se explica la seguridad que admiramos tanto en los maestros del Extremo Oriente.

“Una pintura es un poema sin voz, un poema es una pintura hablada”. He aquí resumida en las diez palabras de un refrán, la opinión china, entre la pintura y la poesía. Agrego que la mayoría de los pintores han sido poetas y recíprocamente; y que un gran número de pinturas están adornadas con estrofas poéticas debidas al mismo pincel . Un viejo tratado de pintura china dice: “Tener relaciones con los literatos da mucha materia a la fuerza del pincel”. Los chinos tuvieron siempre Mina idea muy fina y amplia de la inteligencia, de la cultura y del arte, No aprecian nada tanto como un espíritu delicado; pero para pretender ese título se debe ser versado en cosas de historia, de pintura y de poesía. La armonía del mundo es una, y es mutilar la belleza no aferrar sino uno de sus aspectos. Una de las fuerzas del genio chino es querer realizar en todo esta sustancia única, esta razón esencial del universo. Si se examina de cerca el desarrollo de la pintura y de la poesía, se descubren parecidos, no muy sorprendentes, porque proceden de una inspiración común y a veces de un mismo cerebro. Las dos están llenas de ilusiones, interpretaciones y reminiscencias; viven sobre el mismo fondo; están sometidas a las mismas reglas. Y no es lo menos extraño cómo dos artes, entravadas por mil leyes, han podido, justamente, imponerse no sus cualidades de simplicidad, de síntesis y de vigor. , No vamos a enumerar, ni someramente, los seis Principios de la pintura, las seis Necesidades, los seis Defectos, las doce Cosas que no deben hacerse, las tres Cualidades y toda ,una[ infinita trabazón de reglas que la. pintura china impone a sus artistas. En la poesía las reglas son parecidas. Y lo curioso es que los chinos han pintado y escrito obras maestras! Ese formalismo no tiene otro interés que el le avezar las manos y los ojos de los aprendices a todas las dificultades. “Los Tchai-che proclamaba hace siglos: “Es necesario, por de pronto, una regla severa; después penetrar con inteligencia todas las transformaciones”. Y en otra parte: “Si se quiere llegar a no tener método, es necesario empezar por tenerlo; si se quiere tener facilidad, hay que adquirirla primero en las dificultades”. Estamos lejos del academismo, ¿verdad? Tanto es así, que el mismo autor agrega en su libro: “Si nos perdemos en la minucia y en lo lamido, se llega a ser tal, que no se nos criticará más, y ni siquiera se reirán de nosotros; se adula así al mundo con la apariencia amable de la pintura, se realiza la hipocresía del arte de pintar. Esta bajeza no quiero ni considerarla!” Como un eco escuchemos al poeta Li Yang – vou: “Para hacer buenos versos es preciso que el pensamiento vaya lejos y profundamente; que el trabajo no se sienta, pero que todas las partes de una composición estén ligadas, sin esfuerzo, naturalmente”. Y a pesar de todas esas normas severas, el arte chino, y el japonés, que se ha amamantado en él, crearon verdadera maravillas de frescura, de espontánea y alegre belleza.

Hasta en la época en que se juzgaba a los artistas del Extremo Oriente por copias secundarias y modernas fabricadas al por mayor en Cantón, se les reconocía como a excelentísimos pintores de flores y de pájaros. En el género, en verdad, son inimitables; su amor paciente y prolijo los ha hecho intérpretes maravillosos de los infinitos matices, de las delicadas y graciosas líneas que la naturaleza ha derrochado en la flora y en la fauna. Se ha repetido hasta la saciedad que sus paisajes carecen de perspectiva, que son confusos, ingenuos y caprichosos. En un profundo error. El Oriente no ignora la perspectiva; tiene una propia. La superposición de planos, que admiramos en nuestros primitivos, la encontramos bárbara en los chinos y en los japoneses, proviene, simplemente, de que ellos colocan sus puntos de vista más alto. Fácil nos sería demostrar que los paisajes chinos no son ni caprichosos ni confusos, reproduciendo algunos, pero desgraciadamente no tenemos buenas reproducciones. Recurriremos entonces a los poetas, que, como hemos dicho, se han inspirado siempre en fuentes comunes a los pintores y viceversa. Sus versos nos darán la visión y el sentimiento que de la naturaleza tienen los artistas orientales. Son de Tachang-Kien:

EL DIA BRILLA SOBRE EL CONVENTO

La luz pura de una bella mañana penetra ya en el convento; - La cima iluminada de los grandes árboles anuncia el retorno del sol. – Por misteriosos senderos se llega a este lugar solitario – Donde se ampara la celda del bonzo, entre las verduras y las flores. – Desde que la montaña se ilumina, los pájaros se despiertan alegres; - La mirada contempla aguas límpidas y profundas, como los pensamientos del hombre cuyo corazón se ha purificado. – Los diez mil ruidos del mundo no turban jamás este tranquilo retiro; - Las voces armoniosas de las piedras sonoras son las olas que se elevan aquí”, ¿Verdad que es una visión tranquila y risueña? Sigamos a otro – a pesar de la traducción literal – a través de las montañas solitarias. La noche avanza – y es un nocturno que canta esta vez el poeta:

LA NOCHE EN EL CONVENTO

Los pinos y los cipreses ocultan La garganta de la montaña. – Pero en el occidente he descubierto un estrecho sendero... – El cielo se abre, un picacho aparece, - Y como nacido en el vacío, un convento surge a mis ojos. – El edificio parece reposar sobre una terraza de nubes – Y lanza sus torres al cielo, entre rocas escarpadas. – La noche viene; los monos y los pájaros callan, - el son de las campanas y el canto de los bonzos penetran más allá de las nubes frías. – Yo contemplo las cimas azules y la luna que se mira en las aguas del lago; - Escucho el murmullo de las fuentes y al viento que arremolinan las hojas secas sobre el borde del torrente. – Mi alma se ha lanzado fuera de las cosas visibles y cautiva, y a la vez, en un maravilloso arrobamiento. – El alba me sorprende así; pronto todo cambiará de aspecto; - Ya hacia el oriente la obscuridad se disipa en los flancos de las rocas gigantescas; - Ya la superficie de las aguas se ilumina con un reflejo vivísimo, precursor de la aurora – Y los rayos pálidos de la luna pierden poco a poco su brillo”. Tan pálida idea dará esta traducción literal de estos versos chinos, del francés, que podemos decir con certeza que no tenemos de ellos sino una remotísima idea. Sin embargo, una observación es posible; los versos transcriptos evidencian que los chinos tienen un sentido profundo de la naturaleza y que sienten el paisaje con una intensidad que solamente nuestros pintores románticos puedan quizás disputarles. Los habíamos considerado siempre como analistas pacientes, una especie de alemanes del arte, en cambio, su arte es esencialmente sintético. Y para terminar vamos a dar el reflejo de una delicada estrofa de Lital – pe, que los chinos consideran el poeta más grande que hayan tenido.

LOS GRITOS DE LOS CUERVOS AL ACERCARSE LA NOCHE

Cerca de la aldea, envuelta en un polvo de oro. – Los cuervos se congregan para pasar la noche. – Vuelan, graznando, por encima de los árboles. – Se detienen en las ramas, se llaman entre ellos. – La mujer del guerrero, sentada en su telar, - Tejía una pieza de seda bordada... – Pero a través de las cortinas que empurpura el sol poniente, - Le llegan los gritos de los cuervos. – Detiene su lanza dura y piensa descorazonada – en el que ella espera siempre... Se retira en silencio a su alcoba solitaria. – y sus lágrimas caen como una lluvia de verano. (Siglo XIII.) Pintores de flores, de pájaros y de cuanto bicho viviente habita en sus países, desde el insecto multicolor al imponente tigre, su historia es un tanto engorrosa de seguir sin abundantes ilustraciones que permitan diferenciar a los maestros. Con sus nombres exóticos nos sucede como con los individuos de su raza: todos nos parecen iguales. La China con sus cuatro mil años de civilización ha amamantado a todo el Oriente; los japoneses, a pesar de las diferencias típicas, han bebido en las fuentes del arte chino y vuelven a él, cada vez que el afán de refinamiento y de estilo los aleja demasiado. Ir a ella es ir hacia la naturaleza. Y en el Japón el arte es, al decir de un conocedor: el análisis agudo de una parte, verismo si se quiere; caligrafismo por otra. Ese verismo sui de los orientales, de observación aguda y de idealismo poético, de grafismo elegante y abstruso en ciertos períodos, cálido y espontáneo en otros, tiene su expresión moderna más representativa en los japoneses, y entre ellos Utamaro ( 1754 – 1806), Hirosighé (1786 – 1858 ) y el gran Hokusai, el viejo loco de dibujo, como se llamó a sí mismo, son los que más fácilmente llegan a nuestra admiración.

(“La Protesta”)