Carta abierta a Valentín Brandau

He tardado en dirigirme a usted tanto como he demorado en obtener un poco de serenidad. Tal fue mi asombro, cargado de amargura, al leer la declaración de principios de la “Liga contra el Comunismo”. Antes de esto, cuando mis amigos me dijeron que usted había condenado la revolución rusa, les respondí que no podían juzgarlo sin conocer todo su pensamiento, que seguramente rechazaba el procedimiento pero no así la finalidad socialista del gran ensayo ruso. Yo también tengo prevenciones contra la dictadura del proletariado; abomino de las cosas realizadas por la fuerza, aunque éstas hayan sido el sueño de toda mi vida. Creo que las tiranías, aún las de noble finalidad, no pueden pasar impunemente sobre la conciencia de los pueblos; las generaciones que la siguen deben quedar enfermas de abyección. Convencido de esto, sueño con encontrar, unido a los hombres de cultura superior, la fórmula que permita a nuestro pueblo entrar en el ritmo socialista del mundo sin odiosas tiranías ni choques sangrientos. ¿Vano empeño de anarquista romántico el mío? Hay hombres que suman a la fatalidad histórica haciendo que las luchas sociales se conviertan en encuentros de lobos. De esa turba obscura son sin duda, los firmantes del manifiesto que usted encabeza ¡Valentín Brandau! Uno de mis maestros anarquistas, uno de los que nos ayudó a formular científicamente nuestras acusaciones contra la actual organización social. Y yo que puedo, sin amargura, volver a los nobles recuerdos lejanos, veo de nuevo la primera Universidad Popular. Hará cerca de veinte años que vino hacia nosotros, los obreros revolucionarios, una falange de intelectuales, entre los cuales se destacaba ya usted, como un sabio. ¡Qué admirable comunión de anhelos! La alegría de ustedes estaba, seguramente, en enseñarnos; la nuestra en aprender. Difícilmente debe ocurrir esto en nuestras universidades burguesas. Entrevimos algunos postulados de la ciencia y también sus limitaciones frente a la enormidad de los problemas, aún insondables; logramos ver en el hombre, al lado de su grandeza, su pequeñez; en sus actos antisociales, menos responsabilidad. A medida que aumentaba nuestra comprensión de las causas que nos hacen obrar, se dilataba también nuestra capacidad de perdonar. Hija del saber y la bondad es la tolerancia. El arte vertió en nuestras almas sedientas de justicia y de belleza sus mieles más puras. Para qué decir que vivimos anticipadamente, por encima de nuestras miserias, algo de la soñada fraternidad humana. Las victorias intelectuales de ustedes eran nuestras victorias; y hasta algunas de sus arrogancias eran motivo de satisfacción para nosotros. Una de éstas aleteó en nuestros pechos cuando usted leyó en la Universidad de Chile, después de haberlo hecho en la nuestra, un trabajo sobre el determinismo psicológico. En nombre de la ciencia dejaba en ruinas todo el edificio de la ley, que usted aventaba con el sarcasmo de una de sus frases: “no conozco libro más mamarracho y anticientífico que el Código”. Y ahora, en nombre de esa misma ciencia, tan dócil a los apetitos de los poderosos, usted afirma que el comunismo persigue la destrucción de las leyes naturales que presiden la existencia de las sociedades. Cuando el comunismo quiere poner la tierra y los instrumentos de producción en manos de los trabajadores, ¿contra qué ley natural atenta? cuando afirma que los productores tienen derecho a vivir y a gozar del fruto de su trabajo, como la última bestezuela de la escala zoológica, ¿a qué principio natural ofende? cuando proclama que la miseria, los vicios, los crímenes y las guerras son frutos monstruosos de nuestras sociedades, basadas en el interés de cada uno contra los demás, ¿contra qué ley ineludible se rebela? ¿Cómo pretende usted elevar a la categoría de leyes naturales hechos sociales o históricos siempre susceptibles de modificación, como todas las instituciones humanas? Si hay algo ineludible es este impulso soberano de vivir que agita al mundo, y que solo espanta a los pobres de corazón. Nunca creí que un hombre culto, conocedor de las doctrinas sociales, que sabe que el comunismo es un modo del socialismo, como lo es también el anarquismo, pudiera amontonar tanta falacia para caer enseguida en contradicciones evidentes. Si hay “razones profundas e ignoradas” por las cuales “el mundo es como es” ¿por qué confiesa que “hace largo tiempo hemos entrado a un período de anarquía imponderable en el orden de las rivalidades políticas, en el orden de la. gestión gubernamental y administrativa, en el orden de la economía pública y privada, en el orden de las ideas, de los sentimientos y de las aspiraciones individuales, y en el orden de las tendencias, de los hábitos y de las costumbres familiares y sociales?” Si nada hay en su sitio, quiere decir que el equilibrio del mundo está roto, y todas estas convulsiones sociales no son sino la búsqueda, en medio de la incertidumbre, de un nuevo equilibrio que haga al mundo como debe ser para el hombre. Por otro lado, ¿hay frase más empobrecedora del empuje humano que la de que “el mundo es como es”? Después de esto ¿qué podemos fundar en la débil esperanza de un posible avance de la civilización? Usted ensalza las democracias contemporáneas como el sistema político más fecundo que haya conocido la historia. Pero ¿se atrevería a sostener que es la última etapa de la evolución política? Además, ¿qué han dado sin la agitación revolucionaria de los pueblos? ellas mismas, ¿no son hijas de revoluciones sangrientas? ¿no fueron también “utopías delirantes” contra los que los miserables del espíritu, de todos los tiempos, arrojaron el veneno de sus egoísmos? Hay demasiadas lágrimas e infamias en las democracias para que no huelan a podridas. En el mejor de los casos su compás de trabajo en el reajuste de las partes sociales es demasiado lento ante esta rápida descomposición del sistema capitalista. Sin embargo, Ud. mucho mejor informado que nosotros los obreros sobre todos estos hechos, sigue hablando de la libertad de todos los chilenos. ¿Cuándo ha tenido libertad este pobre pueblo humillado, explotado, a quien todos engañan, vendido al extranjero, comprado por el político y masacrado por el ejército? La expresión del pensamiento exige un poco de pudor. Pero hay algo que no me ha causado sólo asombro, sino cólera: el tono de su escrito. Yo repudio el lenguaje enconado de mis hermanos comunistas, y me duele cuando gritan: “sólo come el que trabaja”. Mi anarquismo no niega un pan a nadie y si alguna vez puede enjugar una lágrima a los que nunca lloramos miserias, lo hará con la bondad del que siente que ninguna cosa humana le es extraña. Excuso, pues, las intemperancias de palabras en los humildes. Pero en usted, Brandau, que debió sentir la belleza de nuestro sueño de ventura universal, siquiera en el período generoso de su vida, ¿cómo pudo emplear el torvo lenguaje del perseguidor? “Dominar y aplastar rápidamente”, “deben ser restringidas por el poder público en cuanto sea necesario para impedir toda actividad comunista, individual o social” y “para aplastar la propaganda, la organización y la acción comunista”, usted incita a las autoridades a gastar el celo que todos conocemos, y temeroso de que sus alusiones a la virilidad represiva todavía no basten, les vaticina todos los horrores de una explosión de violencia ciega, encarnadas en el “número”, en la masa, es decir, en lo que debiera ser para usted la democracia. Nada de sentimentalismo malsano y contraproducente para esas “cabezas primarias”, llenas de “delirios extravagantes y quimeras monstruosas”. Hay, sin embargo, algunas palabras que se desprenden, por su nobleza, de ese tejido de enconos y egoísmos, (1) pero estas expresiones son como una flor inmaculada y olorosa, que flotara en una charca. De ese naufragio moral, ¿se ha salvado algo? Nunca he perdido la fe en la rehabilitación del hombre. Perdóneme, pues, Valentín Brandau, todo lo que haya de personal, de inútil o exasperado en mi carta; mañana tal vez más sereno pueda exclamar con mi gran maestro Zola; los hombres son más estúpidos que perversos.

Augusto Pinto.

Santiago, Diciembre de 1931.

(1) “Deseamos continuar propiciando con la mayor intensidad y la mejor amplitud posibles los propósitos de solidaridad real y de justicia reparadora”.