INVITACION AL OPTIMISMO

He aquí que todo se pierde y retorna en la incontenible marejada de estas horas que tejen, para destejerla, la trama absurda de los destinos y de los hechos. Nada debe sorprenderos, apasionados escrutadores de la noche, nada debe romper el sentido de nuestra actitud serena, noblemente erguida sobre el azar y los peligros. Es cierto que la esperanza puede ser estéril, y que los hombres arañaran, en vano, la difícil ladera de la montaña que alcanza las estrellas; es cierto, también, que la muerte levanta los sones de su trompeta nocturna para que venga la mañana, y la tierra estalle en brotes prodigiosos, y los corazones dancen, remozados, en las primaveras sucesivas. Todo eso es necesario y hay que aceptarlo con voluntad alegre y bien dispuesta; hay que ser leales a la vida y a las fuerzas ocultas que trabajan en lo desconocido como en el surco las raíces. Ya veis, sombríos amigos, el ir y venir de las causas y de los efectos, de las reacciones y las revoluciones que avanzan hasta límites fatales para volver y estrellarse en la misma monotonía trágica. Péndulo taciturno, una ley inexorable marca el ritmo de la miseria nuestra, oscilando entre el sí y el no, entre la libertad y el despotismo, entre la justicia y el privilegio, entre la voluntad humana ansiosa de crear y la fatalidad de los designios. ¿Cuánto esfuerzo dilapidado en la brega animosa que nada dejó nunca en nuestras manos? ¿Cuántos sueños arrasados por el silencioso vendaval del tiempo? Y sin embargo, compañeros nuestros, siempre en el mismo sitio, con el arma al brazo, velando las fronteras que no sabemos traspasar, ávidos de la comarca maravillante donde ninguna planta conquistadora se ha marcado. Tentativa de todos los instantes, infructuoso y desesperado aletear en el vacío de siempre: eso es la confianza en los más puros ideales, y eso, también, el triunfo del hombre sobre la vida y de la vida sobre la muerte. Miramos en torno nuestro. Los muertos renacen, ahora, en esta confluencia terrible del pasado con el porvenir. Poderes de sombra levantan de sus cenizas medioevales gastadas banderas de señoríos y de fuerza. Voces innumerables, venidas desde los más lejanos y polvorientos rincones de la historia quieren ahogar el canto indeciso y auroral de la época. Salidos de quizás donde, menguados tiranos levantan sobre los pueblos la vieja espada cesárea, e impúdicos magnates estrujan las entrañas de las muchedumbres haraposas. Y sobre todos ellos, la muerte, insaciable y artera, congrega a las legiones tributarias del hambre, de la peste, de la desolación y de la guerra. Prolongada en lúgubres resonancias la conflagración europea continúa la destrucción de un mundo y de una cultura. Nadie sabe a donde ir. Los individuos y los pueblos se revuelven en la inquietud de los anhelos sin nombre, o agonizan crucificados en el desaliento y en la duda. Una desesperante indecisión de crepúsculo se extiende por las ciudades y los campos amortajando la voluntad de vivir y la esperanza de la dicha. Ya viene la noche, la noche dominadora donde sólo se oirá, de vez en cuando, el clamor de la trompeta que anuncia la desgracia y el espanto y el crujir de dientes. Luego, volverá el alba. Con la sangre de multitudes violentas se teñirán los horizontes de un color de libertad; y en el fondo de sus ergástulas los pueblos oirán el llamado de nuevos conductores ilusionados y heroicos que abrirán un poco más, acaso a golpes de audacia y de fe, la selva impenetrable donde se esconde la felicidad unánime. Caminos aparentemente nuevos seguirá la industriosa ceguera de los hombres y la sonrisa brillará, al fin, en los rostros endurecidos por el odio como el sol tras la última neblina de invierno. Pero todo será, en el fondo, frágil y vano y pasajero: escondidos al otro lado del presente y en el nudo inextricable de las leyes sombrías que nadie puede cambiar, esperarán los eternos enemigos del hombre el momento oportuno para hacer triunfar, de nuevo, la noche y la muerte. No obstante, eso no importa, eso no importó jamás. Es necesario y es viril combatir siempre, de cara a los más altos adversarios, aunque solo sea por el júbilo bárbaro de destruir, de crear y de volver a destruir hasta que venga para nosotros la noche irremediable. Hasta entonces– amigos nuestros, exploradores sin esperanza– seguid sembrando los gritos audaces y los ideales imposibles...

JUAN CRISTOBAL.