Problemas Sociales

FUERZA Y FLAQUEZA

El poder capitalista, es decir, el derecho del más fuerte, domina nuestra época. Si tal poder es la consecuencia de la evolución económica, no es menos el resultado de la no resistencia de la masa al establecimiento y de su resignación al yugo establecido. Es indudable que esta masa se rebeló muy a menudo contra la dominación y la explotación pero eras rebeldías parciales o fragmentarias, sin finalidad definida, abortaron siempre, y la esclavitud de la masa se acentuó más una vez pasadas las pequeñas ráfagas cuyo soplo no fue suficientemente poderoso. Los nuevos amos, cualesquiera que fuesen sus etiquetas, detentaron siempre la autoridad en todas sus formas y lograron acaparar en su provecho toda la vida económica. Concentrando entre sus manos los fuerzas productivas; sumiendo a los asalariados en una condición material y moral inferior: creando, en una palabra, una nueva esclavitud bajo la forma del asalariado, ¿mostró el capitalismo una potencia real? ¿Ha engrandecido el dominio social y aumentado colosalmente sus riquezas, como hubiera podido hacerlo gracias al desarrollo del maquinismo? ¿Hizo avanzar el progreso en beneficio de la humanidad mejor que forma social alguna, como pretende creerlo y hacerlo creer? ¡No! Su prestigio tiene mucho de aparente. Ha creado un medio inapto para dar a todos el derecho a la existencia: inapto para desenvolver en todos sus virtualidades, pues este medio se ha constituido en un poder formidable de explotación del hombre por el hombre. Además, ha roto todas las relaciones fraternales, todas las solidaridades que decuplican las fuerzas individuales, protegiéndolas contra las tentativas agresivas de los más fuertes (quiero decir de los más astutos, de los más desprovistos de escrúpulos). Y la competencia desenfrenada, la agudización de los antagonismos de clases a clases, de grupos a grupos y de individuos a individuos produjeron tal perturbación en la sociedad capitalista, que hoy, cuando los trabajadores quieren unirse, concentrarse para la resistencia, no pueden despojarse de los sentimientos antagónicos, de las desconfianzas y de las asperezas que se manifiestan en la lucha económica, competidora, del capitalismo. El Dinero, este fiel contraste del valor individual, según la moral burguesa, ha deformado nuestra mentalidad a tal punto, que ya no nos consideramos más que como máquinas de ganar el peculio; máquinas de ganar antes bien que máquinas de producir, lo que, por lo demás, y en ambos ordenes de ideas, deteriora la naturaleza humana. En tales condiciones, el idealismo, que constituye la principal razón de ser de la existencia, ha sido aplastado... Se dice: “¡Cantinela pura, el idealismo; vieja cantinela!” Hasta los socialistas han experimentado esta influencia, y en la evolución social no han visto sino el juego de las fuerzas económicas: después del feudalismo, el capitalismo; después del capitalismo, el obrerismo; tesis verdaderamente demasiado simplista, pero que dimana fatalmente también del régimen capitalista actual. Mas, por lo mismo que todas las fuerzas gubernamentales y económicas estrujan al individuo, le someten y le empequeñecen, constituyen, más bien que fuerza, una irremediable flaqueza. Y no hay paradoja. El bandidaje financiero, la conquista por el hierro, la sangre y el saqueo de los pueblos llamados inferiores, por ejemplo, son necesidades económicas del capitalismo; un derecho de esclavizar, por medio de los fusiles y los cañones, de la civilización (¿ ?) capitalista y burguesa. ¿Es eso un signo de verdadero poder, una señal de progreso social? No, evidentemente. Porque la masa viva aplastada por la clase dominante ¿hay razón para creer que esa masa es inferior a la minoría que la aplasta? Y ¿qué significa eso de inferioridad? ¿Cuál es el verdadero criterio acerca de ella? Misterio... ¡Cómo! una minoría gobierna, dirige, explota arbitrariamente a la mayoría de los hombres y les impide desenvolverse, desplegar enteramente sus facultades, utilizar a más y mejor su actividad, ¡y ha de declararse que ese poder capitalista usa de una fuerza verdadera producida por su superioridad intelectual para dirigir por órgano de la autoridad gubernativa y los medios económicos de que se ha apoderado por la astucia, privando de ellos a la gran masa; ha de declararse, digo, que esa minoría de burgueses y de capitalistas juega un papel verdaderamente civilizador y constituye una fuerza social poco común y bienhechora de verdad! ¡Aquí si que hay paradoja! Por el contrario, esta minoría demuestra una debilidad real al mantener la impotencia de la mayor parte de las individualidades a fin de conservar para ella sola la fuerza, es decir, el derecho a explotar y a dominar. Al ahogar los sentimientos verdaderamente sociales de los individuos, origina la debilidad, o más bien es ella, esa minoría quien denota su flaqueza, puesto que es incapaz y se niega categóricamente a provocar la expansión individual, dedicándose a detener el vuelo de las facultades y de las actividades en gestación dentro de cada uno de nosotros. ¿No reprime la actividad productiva creando condiciones de trabajo particularmente penosas, pero establecidas completamente a beneficio suyo? ¿No neutraliza el genio inventivo y artístico con el exceso de trabajo, que crea la miseria, aunque parezca contrario al buen sentido? Monopolizando la fuerza para ella exclusivamente; la minoría privilegiada se acusa, pues, débil desde el punto de vista social. No trabaja en la obra civilizadora, por el contrario, la deteriora o la reduce al mínimo de esfuerzos. Luego esta fuerza capitalista es, sobre todo, una fuerza brutal, y no es la brutalidad, que nosotros sepamos, un factor del progreso; lejos de ello, puesto que el progreso consiste en eliminar todas las causas de brutalidad. En efecto, la brutalidad detiene el desarrollo intelectual y social, que tiende a asociar a los hombres libre y armónicamente.

Nuestras sociedades han creado en su seno una solidaridad particular: solidaridad de explotación por el capitalismo; solidaridad patriótica por el militarismo; solidaridad moral (moral burguesa) por el mantenimiento de la ignorancia y el cultivo de los prejuicios; todo ello sabiamente consolidado por los códigos y al abrigo de los soldados. Los guardias civiles y los carceleros. Es la solidaridad de los parásitos. Es un bloque, y este bloque aplasta a todos los hombres libres, a todas las almas generosas, a todos los que se niegan a venderse, como también a la gran masa de los trabajadores. Nosotros pretendemos que la solidaridad debe establecerse libremente para que las fuerzas individuales, no reprimidas por el medio, puedan, en virtud del libre ejercicio, constituir una verdadera potencia social. La solidaridad y la ayuda mutua que se establezcan en cada grupo, en cada corporación, no serán reales sino una vez destruidas todas las fuerzas coercitivas que paralizan su desarrollo. La solidaridad centuplicará las fuerzas de cada uno en vez de concentrarlas en una pequeña minoría y en su único provecho. Centralización estatista, acción gubernamental, fusiles, cañones, bancos y apropiaciones individuales (o de clase) de los medios de producción, todo eso nos oprime y es imposible descubrir en ese agregado algo que asuma un papel civilizador. Las épocas de civilización elevada, ¿no fueron, al contrario, todas aquellas en que el hombre llegó a organizar rudimentos de sociedades libres? Véase la Grecia antigua y las ciudades libres de la Edad Media. Por consiguiente, pretender que la sociedad burguesa omnipotente ilumina el mundo con su luz, es, pues, un error necio.

Por lo demás, repugna tanto a los individuos ser regimentados y soportar la férula de los amos, que se evaden lo más posible de esa contextura social cuya fuerza sólo lo es de aplastamiento. Es tal la necesidad que tienen de desenvolver su individualidad que, a pesar de los prejuicios adquiridos y de los hábitos contraídos, buscan siempre la manera de solidarizarse libremente fuera de las autoridades constituidas. ¿Qué otra cosa es, en efecto, ese desarrollo creciente de asociaciones y de grupos para pensar, ayudarse, producir, consumir, luchar, divertirse, ocuparse de mil cosas más o menos interesantes, sino la rotura de las disciplinas impuestas y del vano formalismo? Esta solidaridad congrega fuerzas reales que rompen, sin darse cuenta de ello siempre, el viejo molde en que el autoritarismo quisiera seguir ajustando al mundo. Luego si los más hábiles, los más ladinos, los más desprovistos de escrúpulos– los privilegiados, en suma,– se han apoderado del poder y de la potencia económica por la fuerza o la astucia, y son hoy los únicos beneficiarios de la organización social que ellos mismos constituyeron, y especialmente porque ellos mismos la han constituido, no pueden considerarse como una fuerza social indispensable sin mentir descaradamente. Desde el punto de vista social, como nosotros debemos comprenderlo, su fuerza no es más que aparente, su dominación es la consecuencia de la flaqueza social, de la debilidad económica y de la flaqueza moral, puesto que organizaron la explotación del hombre sobre el hombre, sin hablar de todas las incoherencias del estado económico resultante de esta organización social. Sobre todo– y ese es un crimen–, han encogido, aniquilado toda la colosal potencia de energía que residía en nosotros, todas nuestras cualidades imaginativas, inventivas e idealistas que dan a la existencia un objeto y un atractivo. Por añadidura, el dinero ha corrompido todos nuestros sentimientos: no somos ya otra cosa más que máquinas de ganar dinero y por lo mismo, máquinas de explotación reciproca.

SIMPLICIO.