EL MONUMENTO A MAGALLANES

Glosando una Discusión

EL MOTIVO

A fines del año pasado, cerca del aniversario del nacimiento de Jesús, murió repentinamente de un síncope cardíaco, el suave poeta Manuel Magallanes Moure. Vivió este hombre en voluntario recogimiento, pero rodeado, sin embargo, de una nombradía a la sordina. No es difícil descubrir la dirección que desde temprano imprimió el poeta a su vida. Cogido en plena adolescencia por esa ramplona melancolía de los poetas principiantes, fue adoptando la pose que tanto esoterismo había de prestarle de alejarse de la compañía y del animado ajetreo de la ciudad. Poco a poco ese sentimiento de abandono fue ocupando toda su vida, llevándolo por una suave pendiente a la ataraxia desoladora, que pone humedad en los ojos y nudo en la garganta... Su poesía es reflejo de la actitud de su vida. Está impregnada de dos elementos que la llenan por completo: la monotonía y la diafanidad. Hay en sus versos siempre, la emoción in conmovida y sin trascendencia, que toca con ligero roce la sensibilidad. Sus versos tienen la virtud de poder ser firmado por cualquier poeta sin que nadie pueda decir que son de Magallanes, y al mismo tiempo, sin que el poeta que los firmase, se sintiera rebajado en sus méritos. Son imponderables, casi no pesan en la balanza de los valores críticos, pues carecen de literatura y están llenos de humanidad. Cantan siempre al amor desolado o a la desolación sin amor, con un fluir transparente y cadencioso. La lenta, desintegración de su espíritu macerado en el desencanto, fue alcanzando también al cuerpo, y un buen día, hurtado a su ambiente romántico de aldea rusiñolesca, cayó prosaicamente, cuando corría en pos de un carro... Su muerte, sin duda, fue hondamente lamentada, aún por los que no lo conocían; con ella desaparecería un hombre excéntrico, que siempre ocupa lugar hasta en los espíritus más burdos. Pero se produjo en el ambiente lo que lógicamente era de esperar: el bullicio compensador. Se batieron a vuelo las campanas del elogio, exagerando y falseando el valor de la poesía que había en la vida y en los versos de Magallanes. Un círculo literario y sus entenados, llevaron adelante la procesión de panderetas y de ellos nació la idea de erigir al poeta, que habría deseado una fosa con un macilento ciprés para descansar de sus importunos visitantes, un monumento de grandes proporciones, en un parque destinado a los escarceos amorosos clandestinos.

TOTILA ALBERT

Los Amigos de Magallanes, aprovechando la estada de Tótila Albert, escultor chileno formado en Alemania, lo sindicaron de inmediato como el autor obligado de la escultura del poeta. El señor Albert amasó la greda y los Amigos de Magallanes abrieron una suscrición en los diarios de esta capital. A medida que la “maquette” tomaba forma en las manos del escultor, la suma crecía en poder del tesorero de la secta recién formada. Pero, ¡zás!, un buen día corrieron rumores de que la escultura se exhibiría y que un grupo de artistas despechados, llenos de envidia, trataría de que la idea no llegara a las formas del mármol. Diarios y revistas publicaron la fotografía del monumento con doctas explicaciones marginales. El monumento era un cilindro, según se decía, de proporciones egipcias o caldeas. Pues bien, el escultor Albert sobre ese cilindro había grabado con un punzón negligente y en línea sencilla, una serie de figuras que interpretaban versos del poeta y de doña Gabriela Mistral (que, de paso, ya tiene su monumento, sin que nadie lo discuta, y gracias al entusiasmo del señor Vasconcelos). La figura del poeta no aparecía del todo desdibujada, bajo un palio griego, pero el resto de los motivos que se decía representaban el dolor, el amor y otros sentimientos, no podían aceptarse sino bajo la palabra de honor del artista, que, además, le había dado posiciones tan equívocas, que en los labios con malignidad, aparecía el comentario grotesco y la sonrisa irónica. Se avanzaron por algunos artistas “último grito” y críticos al uso, ciertos reparos de orden técnico; nosotros los profanos nos encogimos de hombros. Estas últimas manifestaciones fueron interpretadas como perversas por los Amigos de Magallanes, que cogieron la pluma y se lanzaron a hacer pequeñas monografías sobre el despecho y lo decorativo en el arte. Inmediatamente quedó fundada la logia de los Enemigos de Magallanes –entre los cuales no es raro que se cuente a este modesto estadístico– y por otra parte la categoría de los Gustadores. Esta última clase de seres son “hombres químicamente puros” sin nada de críticos, ni de literatos, ni de técnicos, según la declaración que a nombre de todos ellos ha elaborado Fernando García Oldini. Pero en el hecho y esto del hecho no tiene ninguna importancia, son todos críticos, literatos, y más de alguno posee ya su busto hecho por Tótila Albert, en la secreta intimidad de su gabinete. Y vino la polémica apasionada, llena de alfilerazos y alusiones francas en extensos artículos, e hipócritas y disimuladas en pequeñas poluciones o comentarios. El Goliath de la discusión se destacó muy luego: era el señor Ortiz de Zarate, recién llegado a estas playas en ese Carro de Elías de la novedad artística, que tan perplejos tiene a estos pobres aldeanos. El David ha sido García Oldini, conocido crítico y glosador nervioso de la obra poética nacional. El señor Ortiz dijo lo que en realidad todo el mundo sabía, alegando algunos argumentos que se caían de maduros. El señor Oldini expresó con palabras apocalípticas que él no sabia nada en cuestiones de arte, y que como Gustador creía que el monumento era óptimo. El señor Ortiz, en vez de aceptar la declaración del señor Oldini, se dedico en otro extenso artículo a probarle que sabía mucho de arte y que sólo se hacía el incomprensivo. Se llegó a los desbordes máximos, y el señor Oldini, que en estos últimos tiempos ha estado muy devoto de Monsieur Malapert, le arrojó a la cara al señor Ortiz, que no sabía psicología, y el señor Ortiz, acabando en punta, le replicó que mal podía hablar de escultura un hombre que a veces tocaba a flauta. Como se ve, este argumento no podía ser de una pesadez más plástica... Tótila Albert ha hecho mutis violento hacia la Argentina, desesperado de sus compatriotas, unos muy severos y otros muy interesados, y aquí deja el rescoldo, que de vez en cuando, lanza su eclosión de “viejas” quemantes y luminosas.

CONCLUSIONES

En esto del Monumento a Magallanes hay tres errores que ya es tiempo reconocer: l.º A Magallanes no debía habérsele perpetuado en una estatua, porque su vida y su obra no lo autorizaban para tanto. 2.º Tótila Albert debió tener más consideraciones por el ambiente, y no trabajar con tan poco esfuerzo un cilindro, que un pintor mal intencionado ha tenido el descaro de confundir con un “shop de bier”. 3.º Los Amigos de Magallanes y los Gustadores no debieron congregarse jamás porque sabían que en virtud de la ley de los vasos comunicantes, debían dar origen a los Enemigos de Magallanes.

ROBERTO M. FUENZALIDA.