CORREO LITERARIO

LA NOVELA NORTEAMERICANA

En los Estados Unidos se imprimen libros en tan inmensa cantidad, que ya los economistas empiezan a preocuparse del porvenir de los bosques norteamericanos, que se van despoblando para alimentar las cada vez más voraces fábricas de papel, destinado a su vez a la fabricación de libros. A juicio de, Florencia Nelson Llona, que ha publicado sobre este asumio un artículo en “L’Opinion”, de París, no está fuera de lugar hablar de fabricación, porque “por desgracia, en los Estados Unidos se acentúa cada vez más la opinión de que la literatura se puede manufacturar al metro, como la franela o las cintas. Esa opinión, por otra parte, no es sino una débil secundaría rama del grande y majestuoso error norteamericano, que consiste en creer que, con un poco de buena voluntad, cualquiera puede llegar a las cumbres de la gloria, trátese de un rey del dinero, de un tenor célebre, de un Einstein o de un bardo inmortal. De esa seguridad infantil se hallan ejemplos llamativos en los anuncios de la mayor parte de las revistas populares, en los cuales se ofrece enseñar a cualquiera el arte de escribir, la elección de los argumentos, el método menos falible de colocar originales y los medios de cultivar el gusto literario que, según parece, tenemos todos” Y después, el desfile de las cifras que indican los dólares que pueden ganarse dedicándose a la literatura.

Ese reclamo desenfrenado que convierte en malos autores a centenares, a millares de sujetos que podrían ser excelentes farmacéuticos o contadores, no es la única fuerza contraría que deben vencer en los Estados Unidos los escritores y en particular los novelistas de verdad: hay, además el puritanismo o ideal de lo que no reconoce como exento de riesgos y peligros para la moral establecida, de lo que la moral establecida, de lo que la gente se complace en encontrar ajeno, claro y alegre. Un escritor norteamericano—escribe nuestra autora—no se atrevería ni a insinuar en sus libros que no todo es para mejor en la mejor de las Américas, sin verse en el acto acusado de un absoluto y poco patriótico pesimismo. Un libro que no concluya con una nota de alegría indecible o de felicidad perfecta, pasa por casi inmortal. La página impresa no pude, decentemente reflejar sino lo convencional. Que a un réprobo se le ocurra insinuar que no todas las esposas son siempre fieles, que un miserable se permita confiar al lector que la heroína de su historia se halla en una situación interesante, eso bastará para la augusta Sociedad para la Supresión del Vicio entre en liza y obtenga de los Tribunales la supresión de tan pernicioso libraco. La vida tal como la ven nuestros ojos, bella, horrible, trágica y grotesca sucesivamente, es conveniente que sea ignorada debiendo exaltarse en su lugar una especie de vida asexual, sin pasión y, por lo tanto, sin piedad. Y en primer término entre los cultores de la difusión del libro necio figuran las revistas o magazines para mujeres.” Con todo, en la pastosa literatura macarrónica que produce esa situación, se advierte ya que empieza a operar el febril fermento de la intelectualidad joven porque, en la actualidad, hay en los Estados Unidos una muy activa juventud intelectual que ha puesto guerra a la tradición puritano-comercial. “En los últimos años—apunta la escritora de “L’Opinon—se han producido erupciones violentas, bajo la forma de novelas designadas a hacer tabla rasa de esa tradición, sacando a la luz los lados desagradables del “genius americanus”. Una de esas manifestaciones fué “Main Street” la célebre novela de Sinelair Lewis, en que se expone la mediocre vida de las pequeñas ciudades norteamericanas. Es menester retroceder muchos años en la historia literaria de los Estados Unidos, para encontrar una obra que haya provocado semejante explosión de entusiasmo, al par que semejante rugido de reprobación; todo ello simplemente porque Sinclair Lewis se ha atrevido a expresar algunas verdades tan sencillas como evidentes”. Otros rebeldes son Juan los Passos, autor de “Tres Soldados”, amargo relato realista de la guerra; Sherwood Anderson, que ha dicho en sus libros verdades necesarias, y el impío H.L. Meken que protesta contra el puritanismo como fuerza literaria, con una energía y una constancia mayores que las de sus colegas. Entre los novelistas norteamericanos del día, dignos de ser señalados a la atención del público inteligente, es menester citar a Ben Hecht, joven periodista de Chicago, cuya obra definitiva se espera todavía: Floy Deil, que también ha sido periodista, autor de “Ternero lunar” y otras novelas interesantes y curiosas; José Hergesheimer, cuyos críticos empiezan a encontrar que sus cualidades están siendo echadas a peder por un reclamo excesivo; Rooch Tarkington, que se complace en estudiar a los adolescentes norteamericanos de ambos sexos; F. Scott Liezgerald, imitador afortunado del anterior J. Branch Cabeil, dice Florencia Nelson Llona, es el satirista y el novelista que todo norteamericano designa con orgullo cuando se le pregunta. ¿Pero no tienen ustedes en los Estados Unidos, ningún escritor que por su vasta cultura, su erudición, su filosofía, su elevación, su elevación, se parezca a ciertos escritores de la vieja Europa? Cabell siempre a vuelto la espalda con serenidad a las gentes que se dedican al mejoramiento de la especie humana y desde el retiro de su vieja casa virgiliana se consagra enteramente a las bellas letras, a escribir con perfección sobre sucesos bellos, como él mismo lo ha dicho en “The Certain Flour”. Su mejor obra, la más famosa, se llama “Jurgen”, fantasía filosófica y satírica muy divertida, que una filosofía es éptica, mezclada a encantadores arranques poéticos, hace infinitamente atrayente. A juicio de algunos de sus admiradores, esa obra de Cabell puede ponerse al lado de las mejores de Anatole France. “Jurgen” merecía haber tenido un éxito verdaderamente literario; pero por desgracia, no tuvo sino un éxito de escándalo, gracias a su supresión por la censura, que encontró algunos pasajes que le parecieron licenciosos.” Mas los dos más grandes novelistas norteamericanos de nuestra época son, a juicio del autor del estudio de que se trata, Willa Sibert Cather y Teodoro Dreiser.”Ambos escriben especialmente sobre el medianoOeste y su desarrollo estupendo y milagroso. Miss Cather escoge más bien temas casi épicos y se dedica a describir la vida de los inmigrantes de nacionalidades diversas, perdidos en la sabana de Nebraska, pelada y barrida por los vientos, y que luchan sin tregua contra una tierra virgen, hostil, desconocida; al paso que Dreiser encuentra sus héroes en las grandes, allá por 1890, época de locura y de fiebre, de ambiciones desmesuradas, de piratería financiera y comercial, que no volverá más. Teodoro Dreiser es un auténtico escritor de genio, genio inculto, poderoso, vasto, indeciblemente emocionante. Nadie escribe peor que él, y sin embargo, una fuerza magnifica e inconsciente nos arrastra, a través de las incorrecciones y zurderías de su estilo, e ilumina sus libros con un resplandor que durará. H. L. Menicken ha comparado “Jennie Gerhard” a “Tess d'Ubervilles” y “Sister Carrie” a “Jude I’Obseur”, agregando que esas cuatro obras maestras tratan de una manera conmovedora la tragedia esencial de la mujer. De acuerdo; pero en obras de Dreiser, en “El Financista” y “El Titán”, hojas de un tríptico inconcluso, se encuentra la tragedia entera de la vida. En cuanto a Villa Cather, encarna el tipo del artista cumplido. Su estilo, viene la sencillez, la claridad y el ritmo del mejor francés. Se puede decir de su obra maestra, “Mon Antonia”, que fué para los Estados Unidos lo que “Maria Chapdelaine” acaba de ser para Francia.”

ALPHA.