LA COMEDIA DEL PANAMERICANISMO OFICIAL

La celebración de la Quinta Conferencia Panamericana pone de nuevo en evidencia múltiples y complejos problemas que atañen a los pueblos del continente. Y ninguna oportunidad tan propicia como esto para reflexionar en nuestro porvenir con la serena lucidez que exigen los acontecimientos decisivos del presente. Atravesamos una época turbulenta en la que nuevas modalidades y conceptos de política superior pugnan por imponerse en las relaciones de nuestras juveniles democracias. Debemos, pues, dar una visión de conjunto a los sucesos en los que intervenimos como espectadores responsable, y una visión retrospectiva a los hechos cuyas proyecciones determinan el sesgo de la actual política americana. Examinar algunos aspectos generales y fundamentales de esta política, analizar someramente y con desapasionada justeza la trayectoria seguida en su desenvolvimientos ascendente por un gran estado, fijar en nuestro espíritu de absoluta solidaridad en lo que se refiere a los pueblos de la América Latina, son los propósitos que nos inducen a levantar, en medio de la suntuosidad protocolar en los actor y los discursos oficiales, nuestra voz, desprovista de prestigios solemnes, pero rica de sinceridad cordial.

El panamericanismo

No todos los pueblos de América concurren a la Conferencia de Santiago. Y no sólo dejan de hacerse representar en ellas los que par antiguas razones de desaveniencia histórica no cultivan con Chile relaciones solidarias, sino que, además, un gran país, México, cuya importancia espiritual y material es enorme en el continente, se abstiene de participar en sus deliberaciones . El motivo básico se esta actitud—expuesto por e1 canciller mexicano en pública declaración, sin las usuales ambigüedades diplomáticas—nos obliga a meditar en el significado verdadero de la Conferencia: “México no puede aceptar la doctrina Panamericanista que considera como una fórmula demostrativa de la hegemonía de Estados Unidos en el Continente americano”. Con noble lealtad y una superior visión del desino de la América hispana, México rechaza el panamericanismo. Y bien, ¿cuál es el origen de esta tendencia?, ¿cuáles han silo sus resultados efectivos?, ¿cuál es, al presente, su significación? Examinemos, para orientarnos, algunos hechos del pasado. Desde los comienzos de la independencia americana los Estados Unidos han desempeñado una misión protectora Organizados sólidamente, seguros en el vigor de sus instituciones, constituían la única nación capaz de hacer frente, con éxito, a la santa alianza de las potencias europeas coaligadas contra las repúblicas nacientes. Comenzando el espíritu inspirador de esta política fué que el Presidente Monroe enunció sus famosos postulados internacionales. Fuera de duda, ellos han silo durante un largo a incierto período de nuestra historia una vigorosa defensa de la emancipación y una garantía saludable de la paz. Fueron también la primera manifestación definida y concreta de la política panamericanista . Sin embargo, diverso hechos acaecidos en plena vigencia y fervor ale la Doctrina nos obligan a presentir bajo su plausible exterioridad móviles y finalidades opuestos a 1os que se han proclamado en los congresos. Si ella fué ayer una garantía contra la expansión europea, desde hace mucho tiempo sólo sirve los intereses imperialistas del capitalismo estado-unidense. Porque, aunque otra cosa afirmen los críticos laudatorios de la Unión, la política exterior de los Estados Unidos tiene y ha tenido por norma la expansión constante. Así, desde los comienzos de su vida republicana, movidos entonces por encomiables razones de seguridad, fueron incrementando su territorio con adquisiciones hechas a Francia y a España. Más tarde un creciente afán de conquistas parece desatarse: México es despojado de provincias enormes y prósperas; después de la guerra con España se anexionan Puerto Rico y dejan a Cuba entregada a una independencia ficticia bajo el tutelaje sancionado en la Enmienda Platt; Panamá se desgaja de Colombia en un movimiento sedicioso manejado desde Washington; Haití y Santo Domingo son vejados por ejércitos de ocupación; el dólar hace fracasar sistemáticamente todos los intentos de federación centro-americana. ¿Y los pueblos del Sur? Venezuela, Colombia, Ecuador experimentan en sus finanzas la ingerencia invasora y peligrosa del capital norteamericano: el Perú está entregado moral y económicamente a su dirección y a su control; en Uruguay son los modelos indispensables; en Argentina, Brasil y Chile se les empieza a imitar pueril y desmedidamente en política, en pedagogía, en sociabilidad. Entre tanto los Estados Unidos, hábiles y desdeñosos, continúan agitando ante las miradas ingenuas de los pueblos latino-americanos el artificio del panamericanismo. Conferencias dirigidas desde Washington en su organización y en sus precarios resultados distraen nuestra atención y nos mantienen desunidos bajo una hegemonía que siendo hoy financiera y moral puede fácilmente—si no encontramos la fórmula de la resistencia oportuna—transformarse con el tiempo en dominación política. Un capitalismo desarrollado hasta lo portentoso exige vías de comunicación, nuevos veneros de riqueza natural, mercados propicios. Sindicatos voraces gobiernan desde el Capitolio, señalan derroteros a la diplomacia, adoctrinan a la prensa. Y la sombra de las garras del águila se extiende ya sobre la América Latina, sobre el Océano, Pacifico.

Nuestro imperativo histórico

Ante estas hechos que podrán ser diplomáticamente explicados pero nunca justificados, se plantea para nosotros los latinoamericanos un dilema de cuya solución—depende de nuestro porvenir: O continuaremos dispersos, entregados a una doctrina que no es en último término, sino el tutelaje de los Estados Unidos, o deponemos los orgullos y rencores de banderías y abandonando las mezquindades de una política lugareña, preparamos la realización, cabal de esa entidad americana que fué la obsesión vidente del Libertador .

Los mismos Estados Unidos de Norte América nos dan, para nuestro caso, el ejemplo altísimo. Nacieron la libertad con una acendrada conciencia de su unidad nacional y de su destino, y, apoyándose en ella y en el criterio de hierro de sus estadistas, atravesaron las turbulencias de la emancipación y consolidaron su organismo federativo. Todo lo contrario aconteció en hispano América. Las dificultades geográficas de comunicación, las ambiciones insumisas de los primeros gobernantes republicanos—reproducidas en otros de nuestros propios días,—hicieron imposible una organización común. Más el ideal de unificación use ha mantenido vivo, con la fuerza de un inmorta1 imperativo histórico, Robustecerlo no es labor propia de los gobiernos, entregados como están a las imposiciones de un capitalismo exorbitante. Ello corresponde a la libre juventud de Hispano América. Debemos trabajar con tenacidad optimista por la grandeza. americana, porque así como preocupándonos de nuestro propio perfeccionamiento individual contribuimos al perfeccionamiento colectivo, dedicando nuestro esfuerzo al porvenir de la América Latina hacemos obra de beneficio para da Humanidad . No somos, no queremos ser propagandistas de una hostilidad infecunda, ni de una suspicacia inquietante, pero hechos históricos cuya repetición es significativa nos obligan a adoptar una actitud de resistencia frente al imperialismo capitalista del Norte. Vivimos una hora de suprema responsabilidad. Sobre los campos y las ciudades arruinadas por una tempestad de tragedia los pueblos de la Europa exangüe contemplan el ocaso lamentable de una civilización, y la esperanza atribulada de los hombres se refugia en las naciones viriles e intactas que se mantuvieron al margen de la conflagración tremenda. En ellas reside, en infinitas virtualidades, el porvenir de la Humanidad. Los novísimos idealismos sociales y políticos que en vano tratan de levantarse sobre el movedizo terreno de sociedades en decadencia, no podrán asentarse y realizarse sino en la energía adolescente de la América. Por eso, porque confiamos con desmesurado optimismo en los destinos continentales, no queremos que continúe desarrollándose—merced a nuestra apatía colectiva—una locura mesiánica y dominadora, de esas que asaltan a los pueblos en la culminación de su grandeza material. ? Constituyamos, entonces, para detenerla y equilibrarla una conciencia latinoamericana de la que puede surgir más tarde una arquitectura política y social en que se verifiquen las máximas aspiraciones de libertad y de justicia.

Eugenio GONZALEZ ROJAS