UNA PAGINA DE GUERRA JUNQUEIRO

LO QUE ES LA VIDA

La vida es el mal. La expresión última de la vida terrestre es la vida humana, y la vida de los hombres cífrase en una batalla inexorable de apetitos, en un tumulto desordenado de egoísmos, que se entrechocan, rasgan y laceran. El progreso márcalo la distancia que va del salto del tigre, que es de diez metros, a la trayectoria de la bala, que es de veinte kilómetros. La fiera nos perturba a diez pasos. El hombre, a cuatro le leguas, nos llena de terror. El hombre es una fiera aumentada. Nunca los abismos de las ondas produjeran monstruos equivalentes al navío de la guerra, con las escamas de acero, las entrañas de bronce, el mirar de relámpago, y las fauces abiertas, pavorosas, rugiendo metralla, masticando llamas, vomitando muerte. La pata prehistórica del atlantesaurio aplastaba el peñasco. Las dinamitas del químico quiebran montañas, como nueces. Si la presa del mastodonte despedazaba un cedro, el cañón Krupp aniquila baluarte y trincheras. Una víbora envenena a un hombre; más un hombre, solito, arrasa a una capital. Los grandes monstruos no llegan en verdad a la época secundaria: aparecen en la última, con el hombre. Junto a Napoleón, un megalosaurio es una hormiga. Los lobos de la vieja Europa devoran algunas docentes de viandantes, en tanto que millones y millones de miserables caen de hambre y de abandono, sacrificados a la soberbia de los príncipes, a la mentira de los curas y a la gula devoradora de la burguesía cristiana y democrática. El matadero es la fórmula cruda de la sociedad en que vivimos. Unos nacen para reses; otros, para verdugos. Unos comen y otros son comidos. Hay seres tenebrosos, vestidos de andrajos, minando montes, y seres espléndidos, cubiertos de oro y de terciopelo, radiantes al sol. En el cofre del banquero duermen pobrezas metalizadas. Hay hombres que cenan en una noche un barrio fúnebre de mendigos. Adornan gargantas de cortesanas rosarios de esmeraldas y diamantes, mucho más siniestros y luctuosos que rosarios de cráneos en el pecho de salvajes. Viven cuadrúpedos en caballerizas de mármol y agonizan parias en estercoleros infectos, roídos de gusanos. La letrina de Vanderbit costó aldeas de miserables. Y en vista de que los palacios devoran pocilgas, todo “boulevard” grandiosos reclama un cuartel, una cárcel y una horca. El dios millón no digiere sin la guillotina de centinela. Los hombres se reparten el globo como los buitres el carnero. A mayor buitre, mayor porción. Hombres que tienen imperios, y hombres que no tienen hogar. Los pies mimosos de las princesas se deslizan lucientes de oro sobre breñas. Beben “champagne” algunos caballos de deporte, usan anillos de brillantes algunos falderillos, y hay criaturas que, por falta de una corteza de pan, encienden hornillos para morir. Bendito el óxido de carbono que exhala paz y olvido! ¡Y la naturaleza, insensible al drama bárbaro del hombre! ¡Guerra, odios, crímenes, tiranías, hecatombes, desastres, iniquidades, déjanla indiferente e insconsciente, como la peña inmóvil a quien roza el ala de un avispa! El clamor atronador de todas las angustias no arranca un ay de la inmensidad inexorable. La aurora sonríe con el mismo esplendor a los campos de batalla y a la cuna infantil, y las yerbas golosas no distinguen la podredumbre de Locusta de la podredumbre de Juana de Arco. Regad vergeles con la sangre de Iscariote o con la sangre de Cristo, y los lirios inocentes (extraña inocencia) brotarán igualmente cándidos y nevados.

Guerra Junqueiro.