EL CONSEJO Y LOS CONSEJEROS

El Consejo de Instrucción Pública insiste en su clásica actitud, llena de terquedad y de un espíritu autoritario, ciego y pequeño; procedimiento este, bueno para aquellos que no pueden mantener una situación sino con la denigrante varillita del castigo. No debemos hablar del Consejo...; los señores consejeros están dispuestos, al parecer, a demostrar que ellos mandan más que los estudiantes, pues son los más preparados y los más ancianos; y lo demuestran sencillamente, mandando, hiriendo, castigando, desairando a catedráticos propios. Iriarren y Servat –y forasteros– Vasconcelos– que por su hombría y altura moral e inteligencia no han conseguido ni puestos expectables, ni adulos de camarillas, pero sí, el aprecio, el cariño, el respeto de la muchachada; y no de aquellos jóvenes graves pachecos precoces, e indiferentes, sino que de la muchachada que es un puro corazón, de aquellos rebeldes, es decir, del fermento de progreso dentro de la sociedad.

¿Qué pretenden con esto los señores Consejeros, los maestros?... Acaso desean enseñarnos que la razón está de lado del más fuerte, o de aquel que impone, no la bondad, ni el saber, sino la fuerza en virtud de unos reglamentos o artículos de ley que les amparan? Si en eso consiste su función docente, les admiro: porque ello significa que mañana, cuando la fuerza del número o de un reglamento diverso se impongan de parte nuestra, han de ser ellos los vejados, ellos los heridos, ellos los calumniados, los desoídos; y entonces les admiraré más, por su heroísmo al ver los frutos maduros de su sabia enseñanza, por el heroísmo brutal, animal, salvaje, pero heroísmo al fin, que dieron a beber a la juventud: que el fuerte roa las entrañas del débil.

¡Oh! sabios maestros del error, de la mentira, de la hipocresía y de la fuerza! Con qué dolor veo amamantarse en vuestros pechos envenenados y raquíticos a los espíritus vírgenes de la juventud! Así como el movimiento de un grano de arena en el interior de la montaña, frente a la cual no es nada, produce el estremecimiento doloroso de la tierra al rodar del tiempo, así vuestra actitud indigna, vuestra enseñanza inhumana, que nada son como actitud ante el infinito de la vida, traerán, después que el sol haya iluminado muchas veces vuestros cráneos vacíos y vuestros pechos cavernosos, días tristes, amargos para la sociedad. Y por ello, porque comprendemos la trascendencia que lleva la proyección de vuestras errores y vuestros desaciertos, es que nosotros, la juventud, guardadora del clarear de hoy y de la clara luz de mañana, exigimos dignidad en vuestros actos, pedimos vuestro alejamiento, vuestra muerte como maestros.

Hasta hoy no ha habido un Consejero que haya respondido como hombre a la inquietud del estudiantado. Todos guardan silencio y todos consumen y sancionan actos incomprensibles, parapetados en un cuerpo abstracto: el Consejo de Instrucción que acuerda y resuelve...

Si esta situación perdura, ¿habrá estudiantes que en 1923 permanezcan inertes, indiferentes y egoístas? Siguiendo el proceso lógico de esta ruptura entre nosotros y el Consejo de Instrucción Pública, es muy razonable suponer que en 1923 aquellos muros fríos y esos cuerpos viejos han de caer trizados ante el temple álgido de nuestra honda inquietud. No ha de quedar piedra sobre piedra y “sobre tus ruinas construiremos un jardín”. Sobre todo eso viejo y malo pasaremos muy hondo el arado que remoza, que remueva y cubriremos de retoños nuestra casa vieja! Estudiantes, no olvidemos aumentar el calor de nuestra dignidad y no descuidemos la obligación de estudiar el problema de nuestra Universidad que va cayendo; levantémosla, y muy alto, que hiera las alturas oscuras que nos cubren y comprendamos nuestra misión de algo grande para el futuro. Las juventudes que miran hacia atrás son decrépitas; sólo las juventudes que afirman el presente y llevan en su corazón glorificando lo que ha de venir son las juventudes de oro.

Acaso veremos un milagro y que como todo milagro sea reflejo de la ignorancia y de debilidad humana! Cuando haya nuevo Rector, los señores Consejeros mudarán de proceder y de pensamiento? Es posible que entonces sus acuerdos traten de amainar la ola que cunde y crece, y envuelve ya a todos los estudiantes. ¿Pero ello no significará que los Consejeros no existen, y que son sólo desdoblamientos de un Rector?

Y por último; esperan talvez los Honorables Consejeros que nosotros conquistemos su clemencia y su buen tino, con nuestro silencio? No, no lo creo. Ello hablaría mal de la entereza que han de tener los Consejeros para reconocer su error; ello diría que nos movemos y agitamos por temor al látigo y no porque llevamos dentro una fe nueva y una visión de algo nuevo. El deber de los señores Consejeros está en colocar a los estudiantes en su verdadera digna y real situación. No nos debemos callar.

Oscar Schnake Vergara.

Noviembre 23 – 1922.