Actualidades Universitarias

El fracaso de un decenio.

Escribimos frente a acontecimientos que, tras de haberse precipitado, parecen estancarse en estos últimos días, en una especie de laxitud; calma engañosa, en la que se están gestando nuevas series de hechos más importantes y vertiginosos. De todos modos, creemos que no estará de más un breve análisis de lo sucedido y de la actuación que cupo a la juventud universitaria sobre todo, en los problemas que directamente le atañen; para tratar de discernir en el futuro cuales serán sus actitudes, ya que, desgraciadamente, podemos adelantar que, a menos de un milagro, no serán las que en justicia le correspondería tener. En el movimiento que dio por consecuencia el derrumbe de un mandatario y la aparente caída de un régimen, se ha convenido en reconocer un papel descollante a la masa estudiantil. Tanto es así que– caso nunca visto en la vida universitaria chilena– los estudiantes, que sólo palos y expulsiones habían recibido en todos los regímenes, entregaron oficialmente la Universidad a un Ministro y a un Rector que apareció como nombrado por ellos. Nunca, durante las largas y duras luchas escalonadas a lo largo del decenio 1920-30, en pro de la reforma educacional, pudieron esperar los estudiantes instante más decisivo ni victoria más definitiva en apariencia. Pero el instante en que lógicamente habrían debido culminar los movimientos de los años 22, 24 y 26, sirvió sólo para demostrar que el triunfo coincidía con la máxima desorientación del estudiantado en todos los sectores del espíritu. Por eso el discurso del Presidente de la Constituyente, discurso pobre de espíritu y de ideas, fue la manifestación adecuada de la actual ideología estudiantil. No se definió en él la actitud que correspondería en adelante al estudiantado, frente a los grandes problemas sociales y nacionales, ni el derecho a participación en la elaboración de la reforma educacional tan fatigosamente ganado. Los universitarios, por boca de su representante, pidieron escuetamente no el derecho a la calificación del profesorado, sino la concesión de poder expulsar a los actuales profesores que no les gustaran, dejando en manos de las autoridades la faena de reemplazarlos en definitiva; y el derecho a faltar a clase por medio de la supresión de listas. Nada mas. De este modo, sin ni siquiera pensar que la primera petición incidental se relacionaba con dos puntos importantes de la reforma: derecho a calificación y docencia libre, se malograron tranquilamente todos los esfuerzos del decenio 1920-30, por cuanto los hechos han demostrado que en la cuestión esencial– reforma de la enseñanza– los estudiantes han quedado definitivamente de lado, ya que será difícil que en el futuro vuelva a presentarse otra vez una tan propicia ocasión.

La situación del estudiantado.

Los estudiantes han quedado de lado, hemos dicho. Ojalá. Los estudiantes sufrieron las consecuencias de las peticiones mal hechas y cargaron, como recompensa de sus servicios, con la parte más odiosa: la lista de cargos contra profesores que, salvo dos o tres de los peores, habrían debido ser eliminados con la creación de varios cursos paralelos a los suyos. Contentados en parte en el aspecto negativo, no fueron por lo general escuchados cuando insinuaron el nombre de los posibles reemplazantes. ¿Por qué? No con mala intención. Existe sin duda el ánimo de dejarlos contentos por ahora. Pero se quiso sentar el precedente que lo sucedido en estos días extraordinarios no volverá a repetirse y que la concesión de hoy no implica en ningún modo un derecho para mañana. Como tratamos de hacer un análisis desapasionado y no una lista de agravios, llamamos en apoyo de nuestra afirmación la propia declaración de don Pedro León Loyola, en la sesión general presidida por él. Según ella, pesa sobre el Rector la responsabilidad de la eficiencia del cuerpo docente; por tanto, le compite su nombramiento. Y nadie le hizo notar que esa actitud era igual a la de todos los Rectores y a la de todas las autoridades habidas hasta hoy, que siempre cargaron con responsabilidades y nombramientos. De lo que se trataba era de la introducción de un elemento nuevo, el alumnado, en la forma del nombramiento; elemento que traía como consecuencia la transformación de la función magistral que adquiría una nueva conciencia más precisa y cuotidiana de su invocada responsabilidad.

La Constituyente de la Federación.

Del daño sufrido cabría hacer responsable a la llamada Constituyente de la Federación de Estudiantes, compuesta por delegados con instrucciones taxativas, que se extralimitó en sus funciones, a pesar o talvez a causa de la incompetencia de la mayoría de sus miembros. La Constituyente, en efecto, elegida antes de la agitación y sólo para echar las bases materiales de la Federación, cargó sobre sus hombros la responsabilidad de aceptar, a nombre del estudiantado, sin consultarle, al actual Rector. Si éste ha resultado después efectivamente popular, ha sido por una pura casualidad, que bien pudo no ser. Se atribuyó también, con el mismo ánimo ligero con que ha confeccionado un par de Estatutos, la representación del alumnado en los momentos cuya importancia decisiva acabamos de bosquejar, sin tener la menor noción de lo que hacía. A ella sola podría hacérsela directa responsable de la ocasión perdida tan tontamente, si otras reflexiones no nos hicieran presente la parte de injusticia que habría en ello. En efecto, el papel que le cupo fué el de ser tan desorganizada y desorientada como la masa estudiantil que representaba. En las posteriores reuniones por cursos y por escuelas no tenemos noticia de ningún acuerdo colectivo encaminado a establecer un solo principio– ni aún uno de aquellos cuatro tan famosos que esgrimen, uno por pata, todos los tocados de “reformismo” educacional.– La masa del alumnado se ha mantenido inerte y las solas disensiones que se han producido han sido las surgidas entre un caudillaje y otro. Y sin embargo, ahora más que nunca, sería necesaria la existencia de un núcleo homogéneo y orientador. La máscara política con la que se pretende cubrir los últimos sucesos nacionales, es demasiado grotesca e insuficiente para disfrazar su carácter profundamente económico. Ellos no son más que las primeras escaramuzas de las grandes luchas sociales que se aproximan y deberían haber sido obra de grupos preparados en las disciplinas económicas. No ha sido así y la experiencia de siete años parece haber resultado inútil. No creemos que la incipiente Federación pueda servir para el caso, por cuanto nunca una masa de desorientados, por el hecho de elegir Presidente y Directores, pudo adquirir una orientación que es sólo fruto del estudio y de la disciplina interna de cada cual. Lo que sí pasará es que esta incipiente e insipiente Federación será presa del grupo más hábil y más audaz, si bien no se lanzara a opinar sobre toda clase de asuntos, según el humor y el talento del orador de turno. Los centros de estudio, sobre todo de estudios económicos, cuando no puramente marxistas, que se multiplican, están llamados a mejor porvenir que el mastodonte en formación. Estos pequeños núcleos tendrán siquiera el mérito de llevar la lucha a su verdadero campo. Profundamente convencidos de la eficacia práctica y de la discutibilidad teórica del sistema marxista– talvez en otra ocasión tratemos de esto– subrayamos, sin embargo, esta actitud como una tendencia a la sinceridad que, aun cuando habrá de dividir la masa estudiantil, tendrá la incalculable ventaja de bonificar el pantano actual de tendencias inconexas y confusas. Al suprimir también las ambiciones personales, puede ser que terminen las manifestaciones cavernarias que amenizaron la última reunión de la horda en el Salón de Honor.

El peligro inminente.

El resultado es desconsolador: por el momento, la Universidad, lejos de haber sido invadida por el espíritu nuevo que preconizaba el Presidente de la Constituyente, sigue siendo la misma Universidad de antes, con un poco de más desorden. Y hasta es dudoso que se vean cumplidos los altos y únicos ideales de los estudiantes, de poder faltar a clase sin que le apunten inasistencia. Los amantes de una reforma demasiado radical deben, sin embargo, andarse con cuidado. Don Pedro León Loyola tiene una peligrosa propensión a renunciar, y lo hace con la misma facilidad con que explica un capítulo de Malapert. Y esto es grave, por cuanto el Rector es la única garantía de los muchachos contra los pobres y perseguidos profesores del año 26 y 27, que fueron pródigos en expulsiones e inauguraron la época de las cargas de caballería. Estos caballeros que cantan loas a los estudiantes que sometieron al régimen de espionaje y tiranía, y llenan de oprobios a los carabineros, de los que se sirvieron con tanto éxito y que desearon tener en sus clases como alumnos preferidos, olvidan haber declarado que los muchachos reunidos son vándalos y que los carabineros y los palos una bella invención. Los señores Merino Esquivel, Amunátegui, Alessandri y otros han mostrado ya la oreja y el rabo en sus declaraciones de amor a la Universidad. Pobre Universidad. Convertida en un centro de chismes e intrigas, con una red de soplones que habría envidiado Ventura Maturana y con Luis Merino Director del Pedagógico, se vio convertida, tras de haber sido durante cuatro meses del año 26 cuartel de carabineros, en el puntal más firme del Gobierno Ibáñez, que acometió una llamada reforma educacional que todo el país pedía a gritos. Impedir que el ambiente, medianamente clarificado de ahora, vuelva a enturbiarse con los “perseguidores de entonces y perseguidos de ahora”: ese es el peligro que hay que atajar.

I. de Br.