El estado contemporáneo de Alemania

UNA REPÚBLICA SIN REPUBLICANOS

En 1918, inesperadamente para el mundo entero, Alemania se declaró república. El rey Guillermo partió en un automóvil para Holanda, después el Kronprinz, y Alemania cesó de ser llamada imperio. En la bandera, un pedazo de género fue reemplazado por otro pedazo de género. El blasón del imperio –el águila–, bajó su cola y sus alas, y el proceso de la revolución terminó. Si no se toma en cuenta la insurrección de Kapp –reaccionaria monárquica–, y la insurrección de los comunistas (las dos insurrecciones, no de masas, sino de partidos), las masas de los obreros de Alemania no se manifestaron activas absolutamente. Arriba, sobre la superficie de la vida social, los leaders, los jefes de partido, discutieron, pronunciaron discursos, decidieron, afirmaron, mientras las masas, abajo, continuaron sus trabajos cotidianos, recibieron sus salarios de mendigos, y no se interesaron en nada. Aún han olvidado, o casi, quien es el jefe del Estado, si Guillermo o Ebert. Solamente, de tiempo en tiempo, han votado por el uno o el otro candidato. La única novedad en la vida de los trabajadores, es que antes el partido social-demócrata era uno e indivisible, que antes Scheideman y Liebknecht, Noske y Ditman se sentaban juntos sobre el mismo banco en el Reichstag, y ahora se sientan sobre otros bancos diferentes, y durante las elecciones el obrero no puede comprender por quien debe votar –si por los social-demócratas, los social-demócratas independientes o los comunistas– pues, los tres hablan y obran de la misma manera. Del modo más claro, esta pasividad de los obreros se ha demostrado durante las últimas manifestaciones después del asesinato del ministro de asuntos exteriores, Rathenau. Es característico que el principio del poder y la inviolabilidad de sus representantes haya perdido todo respeto no solamente en la izquierda sino también en la derecha. Todas las concepciones de santidad por Dios de los elegidos soberanos, dadas al pueblo, han cedido a la concepción de que el poder es cosa de fuerza y nada más. Y los social-demócratas comunistas que están en el poder en Rusia y los monárquicos que aspiran al poder en Alemania (y en Rusia) están obligados a quitarse la máscara y mostrar en sus gestos únicamente la avidez del poder. Están obligados a arrojar de lado todas las bellas frases y hacer una cosa más real: procurar arrancarse de las manos unos a otros las ventajas del poder. Y, realmente, habiendo mostrado que “no hay veneno más cobarde que el poder sobre los hombres”, han confirmado que el juego del poder es un juego peligroso, y arruina no solamente a los sometidos, sino que pervierte y corrompe a los soberanos también. Pero de esta bacanal –la lucha por el poder–, el obrero saca algún provecho. Ve como pisotean el principio del poder todos los que lo propagan. Ve que todos los partidos creen tener el derecho de descartar a los soberanos mismos, en nombre de un nuevo poder. Y acabará por comprender que si los ex-soberanos se creen en derecho de descartar a los soberanos en ejercicio, en nombre de intereses de personas o de grupos, más derecho tienen los trabajadores de descartarlos a todos, en nombre de la cesación de este infame juego del poder, en nombre de la creación de una vida libre y satisfactoria, en que no habrá más lugar para el emponzoñamiento por el veneno del poder.

Después del asesinato del ministro Rathenau, Alemania se reanimó. Es posible que solamente en la superficie. Pero en las calles se mostraron las masas, aparecieron los carteles y se vieron los trabajadores. Fue aún anunciado un “día de la república”, y centenares de miles, solamente en Berlín, salieron a la calle con banderas rojas desplegadas. He ahí que se había mostrado el fenómeno más asombroso de la vida contemporánea de Alemania. En la demostración por la república, tomaron parte todos los partidos social-demócratas –de los comunistas a los social-demócratas de la derecha– y las uniones profesionales social-demócratas, aún los funcionarios de las prisiones. Pero no era una organización republicana. La demostración por la república era sin republicanos. No hay republicanos en Alemania. Su lugar ha sido tomado por los social-demócratas. Esto puede parecer paradojal, una simple chanza. Pero es un hecho que ha sido anotado aún por la prensa alemana y rusa de Berlín. Aún más. Las leyes para la defensa de la república han encontrado una oposición tan activa en el parlamento, en que la política es guiada por los social-demócratas, que casi se ha llegado a disolver al parlamento. Y una de las componentes de Alemania, Baviera, se ha negado a reconocer estas leyes. Y lo más interesante es que recién ahora se ha comenzado a hablar de la evacuación de los monárquicos y de las reliquias y los retratos imperiales de las instituciones republicanas y gubernamentales. Aún en el interior del Reichstag, han estado obligados a revestir con un crespón negro una de las estatuas imperiales, como signo de protesta. Pero sacarla y transportarla a un museo, para eso ha faltado el coraje, aún a los socialistas. Paseando por Berlín, se encuentran a cada paso coronas imperiales, estatuas, inscripciones, diferentes géneros de signos reales, retratos de la familia del emperador en venta en los negocios, de tal manera que uno se pregunta: ¿es posible que en Alemania no haya emperador? Parece que la monarquía y el emperador no han muerto en Alemania, que duermen solamente. Y que en cualquier momento el emperador va a echarse sobre los hombros su pelliza de zibelina y salir de nuevo a pasear por calles de Berlín; y que el schuzman (el policía)... Pero, no, no. El policía (schuzman), símbolo y guardián del célebre “orden” alemán, se pasea tan fanfarrón como antes. En suma, Alemania es una república sin republicanos. Y los obreros en masa son indiferentes a lo que ha pasado, no se interesan en nada, y continúan como antes recibiendo la palabra de orden de sus jefes burocratizados. Son de tal manera indiferentes, que cuando la demostración por la defensa de la república se preguntó a los obreros dónde iban ellos, miraron perplejos a quien les hacía esta pregunta, y respondieron muy seriamente que los jefes de la demostración lo sabían. Hasta qué punto las masas obreras son indiferentes a las cuestiones de su propia vida, se ve por el hecho siguiente. Después del asesinato del ministro Rathenau, por orden de las organizaciones centrales, los obreros formaron en líneas infinitas sobre las calles de Berlín, pero cuando el día del octavo aniversario de la masacre mundial, fueron llamados a un mitin bajo la palabra de orden “Abajo la guerra”, esta masa estaba ausente. Solamente algunas decenas de miles acudieron a la plaza del palacio. Faltaron, porque faltó una prescripción oficial de las organizaciones políticas y profesionales. Alemania es una república sin republicanos. Pero será más verosímil decir que Alemania es un imperio sin emperador. Porque una pequeña multitud de jefes de partidos políticos dirigen y gobiernan la vida de todo el país. Pero de estos partidos políticos, de sus formas de organización, sus programas y su papel en la vida del pueblo alemán, y especialmente del pueblo trabajador, hablaremos próximamente.

Anatol GORELIX.

Berlín, 4 Agosto 1922.