EL CARTEL DE HOY

El hombre, acosado por la miseria y disecado por el hambre, se cubre la cara con un sombrío antifaz y, escondido en la noche, espera a otro hombre mientras su corazón enloquecido late como una hoja sacudida por la tormenta... Los pasos del que viene resuenan como estampidos en sus tímpanos hiperestesiados... En un gesto de profunda repugnancia, salta sobre él, lo hiere, le roba y desaparece en las sombras, mientras el otro besa la tierra con los estertores de la agonía... Al día siguiente la prensa pregona la noticia horrenda y todos gritan: ¡Asesino! ¡Degenerado! ¡Que lo fusilen! ¡Que lo linchen! Y ahí esta la justicia burguesa presta a satisfacer la vindicta pública y perseguir al delincuente como a una fiera.

Los gobernantes de dos países (políticos, comerciantes, industriales, magistrados, militares y frailes) se riñen por unos cuantos cobres (diez centavos de impuesto al salitre, concesión de guaneras, privilegio de apacentar ovejas, contribución a los vacunos, monopolio del cultivo del rábano y el alcornoque). Y por defender su cartera ponen el grito en el cielo: ¡Se ha ofendido el honor nacional, se ha manchado la bandera patria, han sido violadas las fronteras! ¡¡A las armas ciudadanos!! Y de uno y otro lado salen los ejércitos de explotados, abandonando mujeres e hijos, paralizando el trabajo, para matarse como animales por defender los intereses de los patrones. Y ahí está la justicia burguesa presta a premiar a los asesinos de librea, elevándoles altares como a dioses.

Hace dos años se quiso hacer esto. El rebaño de carne humana iba ciego a la matanza, con la estupidez del buey que va al matadero; ¡peor que el buey, pues este patea y muge de rebelión al ver el fatídico recinto! Los gobernantes se paseaban en autos envueltos en trapos multicolores; los vagos aristócratas enarbolaban los bastones a guisa de espadas y azuzaban al montón, mientras ellos se quedaban en sus casas; las damas de la “sociedad” se hacían cruces rojas en la pechuga y en la frente para curar guerreros heridos, mientras en los conventillos se podrían los obreros roídos por la sífilis, la peste y la tuberculosis... Entonces nosotros gritamos nuestra protesta ¿”Por qué y para qué se moviliza el ejército?” Y en respuesta nos saquearon, nos flagelaron y nos encarcelaron. Gómez Rojas duerme desde entonces ... Hoy los chauvinistas, empiezan otra vez a inquietarse; el movimiento crece poco a poco... Nosotros preguntamos: “Si la intentona del año veinte se repite; ¿de parte de quién estarán los obreros y los intelectuales: al lado de sus patrones o codo a codo con nosotros para gritar y afirmar con la acción nuestra protesta?”

JUAN GUERRA.