Sindiclismo Existente

Decíamos en el número anterior que le mentalidad obrera corría parejas en su desorientación con la incipiencia de la industria nacional: En el presente artículo trataremos de corroborar esta afirmación en lo referente al confusionismo existente en materia. de organización. Desde luego, es un hecho comprobado que a nuestras organizaciones de resistencia, sedicentes sindicalistas, les hace falta la cohesión, base primordial de eficiencia a toda organización para la lucha y la defensa. En la Federación Obrera de Chile, por ejemplo, los Consejos o Sindicatos de Oficio están formados por obreros que creen en la eficacia de la política electoral, mientras otros miembros del mismo sindicato son contrarios a ella, y, por ende, partidarios de la acción directa. Estas contradicciones substanciales sobre medios de lucha en una misma organización, impiden toda acción homogénea, y, dado caso de un conflicto, restan eficiencia a los movimientos huelguísticos o de cualquiera otra índole, Esto es obvio. Lo que ocurre en la F. C. de Chile ocurre también en los sindicatos autónomos. Con este antecedente, fácil es comprender que nos falta mucho todavía para poder decir que en Chile hemos comprendido y nos hemos orientado hacia el verdadero sindicalismo, Esta falta de comprensión de la lucha de clases en el terreno puramente económico, anula los esfuerzos por la dispersión de energías.

Si un padre desea educar a su hijo en los principios del racionalismo científico, no le sugerirá, por cierto, que lleva dentro de sí un alma, y que el objeto y fin de la vida es salvar esta alma. No le sugerirá, seguramente que para conseguir esta salvación habrá de encomendarse a unos santos que tienen su morada un poco más allá de la bóveda estrellada, y que son los más eficaces intercesores ante la Divina Majestad. Nó. Nunca enseñará a su hijo tales patrañas, ni permitirá que otro se las enseñe.

Ese padre tratará de capacitar a su hijo para que, al fin, se explique por sí solo los fenómenos del mundo, siempre en sentido científico, eliminando todo lo sobrenatural y milagroso. Del mismo modo, tratará de ponerlo en aptitud para obrar siempre en consonancia con las leyes naturales y de acuerdo con las propias inspiraciones que le dicte su conciencia, emancipada de prejuicios absurdos e inmorales. En una palabra, le enseñará a obrar por su Cuenta. Del mismo modo deben proceder los dirigentes obreros con el hombre-niño de nuestro proletariado, si es que la sinceridad les anima respecto de su total manumisión. Deben empezar por darle la conciencia de su propia capacidad, libre de toda sugestión extraña contraria a sus intereses de clase; enseñarle a manejarse por sí mismo, con prescindencia de intermediarios interesados en detener o desviar su acción; sugerirle ideas de mejoramiento moral por una auto-educación que le ponga a cubierto de las asechanzas de vicios tan comunes y tan contrarios a la extensión de las buenas ideas, como son el alcohol y el juego. Es necesario hacer de él un verdadero sindicalista; y como el Sindicalismo es, ha sido y será una constante negación de la política electoral, y, por el contrario, una constante afirmación y reafirmación de la lucha económica, de clases, el trabajador de conciencia libre debe orientarse hacia cambiar las formas de producción y distribución de las cosas necesarias a la vida por medio del Sindicato de Oficio.

Pero es tanta la actual desorientación, que nuestros dirigentes sindicalistas creen y no creen, a un mismo tiempo, en la política electoral. No creen en ella, cuando teorizan, cuando se dicen sindicalistas. Creen en ella cuando recurren a la intercesión del diputado, del senador, del Ministro, para solucionar los conflictos entre el Capital y el Trabajo. Se dicen sindicalistas, esto es, partidarios de la acción directa, y, sin embargo, al primer tropiezo trajinan en la búsqueda del santo diputado, del santo senador, del santo ministro, o del Padre Eterno, el Presidente de la República... para su mediación. Ahora se habla de un frente único. Pero un frente único supone una aspiración única, y unos métodos de lucha también únicos en sus medios y en sus fines. Con las orientaciones divergentes de que hemos hecho mérito más arriba. no creemos que sea posible hablar de un frente único, porque, partiendo de lo existente, de lo que tenemos, esa pretendida aspiración debería forzosamente asentarse sobre bases heterogéneas, o, más propiamente dicho, no tendría base alguna, dado que estas bases serían incoherentes por su dualidad contrapuesta en sus modos de acción. Como ideal, está bien. Hacia allá deben encaminarse nuestras más grandes aspiraciones para un mejoramiento efectivo de las detestables condiciones actuales. Pero como hecho práctico inmediato, no resultará, porque él precisa, ante todo, de unidad de acción. Mientras haya obreros que crean en la política electoral y en que la intercesión de los santos laicos es verdaderamente eficaz para los fines que persigue el proletariado, el frente único será una quimera irrealizable. Pero deberíamos ir a un frente único, porque no es posible dejar a un gremio en huelga en completo abandono; mas, para llegar a un tal resultado, deberíamos, ante todo, uniformar la acción.

O somos o no somos. Si somos, seamos lo que somos. Sí no somos, empecemos por ser alguna cosa. Pero esto de ser dos o tres cosas a la vez, equivale a no ser nada. Obreros intelectuales: empecemos de nuevo. Hagamos comprender, ante todo, a la masa lo que es el Sindicalismo revolucionario (no os asustéis de la palabra: revolucionario, que trata de cambiar lo existente). Luego, organicemos los sindicatos sobre sus verdaderas bases: heterodojos en política, es decir, herejes que abominan de la política electoral.

M. J. MONTENEGRO.