Una página de Gorky sobre el Maximalismo

Los artículos de Gorky escritos al calor de la última gran revolución de su patria han sido recojidos en un libro intitulado 'La revolución y la cultura', del que recientemente se ha dado a la estampa una versión española en Madrid. Pero el autor de 'Varenka Olesova' ha escrito muchas otras páginas sobre los maximalistas que andan desperdigadas en diarios y revistas. Mucho caudal han hecho los reaccionarios de las opiniones de Gorky sobre los bolcheviki. Con el mayor regocijo han reproducido y comentado las más insignificantes líneas del autor de 'Los vagabundos'' contrarias a los maximalistas. El admirable artículo, que vá a continuación, en el que se estudia desde un punto de vista exclusivamente humano le revolución bolcheviki, se publicó en el cotidiano parisino 'L'Humanité” de 20 de Febrero último. Nosotros lo tomamos del libro, vacío, ramplon y de segunda mano -al que habremos de referirnos en una próxima ocasión- del muy católico y apostólico Rafael Calleja, intitulado «Rusia: espejo saludable”.

R. D.

He recibido numerosas cartas procedentes de diversas personas. Están todas escritas con desesperación y revelan un terror mortal. Bien se advierte que quienes las han escrito han pasado muchas horas tristes y muchos días amargos; su corazón aparece torturado por pensamientos inquietantes que les roban el sueño. '¿En qué ha venido a convertirse el buen pueblo ruso? ¿Por qué se ha transformado súbitamente en una fiera ávida de sangre?'', me escribe una dama en papel perfumado. 'Cristo está olvidado y profanada su doctrina'', me escribe el conde de F.. '¿Estais satisfecho? ¿Qué ha sido del gran principio del amor al prógimo? ¿Qué de la influencia de la iglesia y la escuela?' me pregunta Ch. Bruteim de Tambor. Los unos gruñen y amenazan, los otros se limitan a lloriquear. Todos están angustiados, deprimidos, llenos de pavor ante la idea de atravesar esta época trágica y noble. Como no puedo contestar particularmente a cada uno, desde aquí lo hago a todos a la vez: Señoras y señores: Para vuestra criminal indiferencia ante la vida del pueblo, han llegado ya los días de la expiación. Todo lo que sufrís, todo lo que os atormenta, lo habéis merecido. Sólo puedo deciros y desearos una cosa: que se realice más profunda e intensamente todavía el horror de la vida que os habeis creado. ¡Que vuestros corazones sufran mayor tortura, que el llanto turbe vuestro sueño, que el viento de demencia y crueldad que pasa sobre nuestro país os abrase como el fuego! Lo merecéis. Seréis aniquilados, pero acaso, también lo que reste aún de sano y honrado en vuestra alma sea purificado de la suciedad y bajeza que guardábais en ella; vuestra alma, llena de avidez, de mentiras, de espíritu dominador y, en una palabra, de los más viles instintos. Señora, ¿queréis saber lo que le ha pasado al pueblo? Ha perdido la paciencia. Durante largo tiempo ha callado; durante largo tiempo, débil y humilde, se ha sometido a la violencia; durante largo tiempo su espalda encorvada ha llevado todo el peso de la vida de los poderosos. Pero ya no puede más. Y sin embargo, está lejos aún de haber sacudido de sus hombros el peso con que se le había cargado. Os asustáis demasiado pronto, señora mía. Hablando francamente, ¿qué otra cosa podía hacer el pueblo sino convertirse en fiera? ¿Qué habéis hecho para que no ocurriese así? ¿Le habéis inculcado algo que fuera razonable? ¿Habéis sembrado la menor simiente de bondad en su alma? Durante toda vuestra vida le habeis arrebatado su trabajo, su último bocado de pan, sin comprender siquiera el daño que le procurábais Vivíais sin preguntaros como vivíais; cuál era la fuerza que os sostenía. Por el esplendor de vuestras toilettes excitábais le envidia dé los pobres y de los desgraciados; cuando íbais al campo y vivíais cerca de los mujiks, los mirábais desde vuestra altura como si fuesen de una raza inferior. Ellos, sin embargo, comprendían. Son seres sensibles y buenos por naturaleza, pero los habeis hecho malos. Celebrábais fiestas, en las que los desheredados nunca tuvieron parte, ¿y queríais que os guardasen gratitud? Vuestros cantos y vuestra música no podían edificar a hombres hambrientos. Vuestros aires de condescendencia desdeñosa para el mujik no podían despertar en su alma la más ligera estima. ¿Qué habéis hecho por él? ¿Os habéis ocupado de mejorar su corazón? No, en verdad; le habeis hecho cruel ¿Deseábais que fuera más intelijente? Tampoco; ni siquiera se os ocurrió pensar en ello. Era el mujik para vosotros una bestia de carga; a veces charlábais con él como con un salvaje, pero jamás visteis en él un ser humano. ¿Qué tiene, pues, de extraño que hoy sea para vosotros un animal feroz? ¡Sí, señora mía! La pregunta que me hacéis no demuestra solamente vuestro desconocimiento de la vida, sino tambien la hipocresía del pecador que, no conociendo su pecado, no quiere confesarlo abiertamente. Vosotros sabíais no podíais menos de saber cómo vivía el mujik. El hombre golpeado forzosamente ha de vengarse más tarde o más temprano. El hombre, de quien nadie se apiadó, de nadie sabe apiadarse. Esto es claro. Mejor todavía: esto es justo. Comprendedme, pues: lo más terrible no es combatir sino no poder hacer otra cosa que combatir; lo más triste no es inspirar compasión, sino no poder despertarla. ¿Cómo podéis buscar piedad en un corazón donde sólo habéis sembrado venganza? ¡Señora mía! En Kiev, el buen pueblo ruso arrojó por la ventana de su casa a Brodsky, un rico industrial muy conocido. También su ama de llaves murió de igual manera. Pero un canario que se encontraba en su jaula fué perdonado. Meditad sobre este caso. El canario despertó una especie de compasión, mientras que el hombre era arrojado por la ventana. Había, pues, un rincón compasivo en el corazón de los sublevados. Mas esta especie de compasión no fué para el hombre, que no la había merecido. Aquí es donde está todo el horror y toda la trajedia. ¿Estáis bien persuadida, señora mía, de que tenéis derecho a pedir que os traten humanamente; cuando vos misma, durante toda vuestra vida, no habéis tenido piedad para vuestro prójimo y no habéis reconocido en él un igual? Escribís cartas, sois instruída. Probablemente también habéis leído libros, en los cuales se describe la vida de los mujiks. ¿Qué podéis, pues, esperar de parte del campesino, cuando, sabiendo como vivía, nada habéis hecho para mejorar su existencia? Y, ahora, cambiando las tornas, sois vosotros los miserables. Y heos aquí, escribiendo, con mano que tiembla de pavor, cartas desesperadas a un hombre que -deberías saberlo- no puede desvanecer vuestros terrores, ni aliviar vuestro dolor. No, ciertamente que no. La expiación es ley inflexible. Vivimos en un país donde, hasta hoy, los hombres fueron azotados con nagaikas y apaleados hasta morir, en un país donde hubo miembros rotos y rostros mutilados por diversión; en un país donde los hombres han sufrido violencias sin límite; en un país donde la infinita variedad de torturas era como para enloquecer de asco y de vergüenza. Un pueblo educado es una escuela, que recuerda de manera trivial los tormentos del infierno; un pueblo educado a bofetadas, a palos, a vergajazos, no puede tener tierno el corazón. Un pueblo que los agentes de policía han pateado, será capaz a su vez de patear a quienes se pongan a su alcance. En un país donde la iniquidad reinó durante tanto tiempo, es difícil que el pueblo se erija súbitamente en campeón del derecho. A quien nadie ha tratado con justicia, no puede exigirle nadie que sea justo. Todo es comprensible en un mundo donde vos, señora, y, la sociedad, habéis permitido, sin protestar, que el hombre fuese violentado de todas maneras. Los hombres sienten más profundamente hoy que hace cincuenta años la bofetada que vuestro padre dió entonces a su lacayo. Los hombres han progresado, y, a medida que progresaban, el sentimiento de la dignidad personal crecía en ellos; continuaban sin embargo viéndose tratados como esclavos, como animales. No, señora mía. No exijáis de los hombres lo que no le habéis dado. No tenéis derecho a le piedad, puesto que la piedad os es desconocida. El pueblo ha sido atormentado, y continúa siéndolo por todos aquellos que tenían o tienen aún un dominio cualquiera sobre él. Ahora que el zarismo y el capitalismo han llevado el país a la revolución, todas las obscuras fuerzas del pueblo se han desencadenado; todo lo que fué reprimido durante siglos hace explosión, y la venganza estalla por todas partes.

MÁXIMO GORKY.