“Claridad” entrevista a santiago Labarca en su refugio El viaje hasta el escondite.- En el automóvil.- A través de los campos.- El chalet.- Con nuestro entrevistado.- Sus correrías.- Sus opiniones

Después de numerosas gestiones conseguimos que un amigo de Santiago Labarca nos condujera al sitio en que se oculta. Condición previa fué que no tratáramos de conocer el camino. El Lunes a las tres de la tarde subíamos a un auto cerrado que manejaba el joven que debía conducirnos. Las cortinillas corridas nos impedían ver el exterior. Pronto pudimos darnos cuenta de que abandonábamos la ciudad. El aire fresco del campo, perfumado por las olores silvestres, nos azotaba el rostro. Duró el viaje tres cuartos de hora más o menos, se detuvo el auto y descendimos. Estábamos en un hermoso jardín en medio del cual alzaba su esbelta silueta un chalet suizo. Sonaron llaves, y después de dar nuestro acompañante el santo y seña, que aquel día era “tres por tres nuevo”, se nos franqueó la entrada. En un amplio escritorio alumbrado por una gran ventana que caía al jardín, encontramos a Santiago Labarca. Tupido bigote y barba negros lo cambiaban en absoluto. Parecía de más años e intensamente pálido. Nos dimos efusivo abrazo. Le espusimos, nuestro deseo de entrevistarlo en nombre de “Claridad”. -Pregunten Uds., fué su respuesta. -¿De qué delito lo acusan? - Lo ignoro. Talvez de pertenecer a la I. W. W. - ¿Pertenece Ud. efectivamente a ella? interrogamos. - No. Cuando se fundó entre nosotros la I. W. W. formaba ya parte de la Federación Obrera de Chile, y en ni concepto toda nueva institución obrera sólo serviría para debilitar la labor del proletariado. - ¿Los principios de la institución: eran tan peligrosos como se ha tratado de hacerlo creer? - Respecto de la I. W. W. se ha forjado una verdadera novela, no sé si por maldad o por ignorancia de los reporteros de los diarios. En primer lugar nunca ha sido una institución secreta. En la crónica obrera de nuestros rotativos pueden Uds. encontrar las citaciones y los acuerdos de dicha sociedad. Su declaración de principios es, en el fondo, absolutamente igual a la de todas las organizaciones obreras, desde la Confederación General del Trabajo de Francia hasta la federación Obrera de Chile. Su base es la lucha contra la actual organización capitalista. Para exitar más al público, continuó Labarca, se ha hablado de la influencia del oro peruano. Yo que conozco de cerca a la gran mayoría de sus dirigentes, sé la vida de privaciones que llevaban, y los esfuerzos sobrehumanos que hacían para mantener la institución. -¿Y la imprenta “Numen” en que estado está? -No lo sé. Se encuentra en poder de la Justicia. Gran parte de sus máquinas fueron destruidas en el saqueo hecho por algunos distinguidos jóvenes de innegables cualidades para malhechores. En este asunto de la Imprenta no he podido por menos que preguntarme si el repórter de “El Mercurio” es un cínico o un ignorante craso. En una información dió cuenta de que se habían encontrado en la Imprenta algunos folletos de propaganda firmados por Merlino. Nombre que según él por Merlino. Nombre según él era un seudónimo tras el cual se ocultaba un conocido anarquista chileno. Pues bien, Merlino es un anarquista italiano, varios de cuyos libros están editados en la biblioteca Semper. -No sigamos en el terreno de estos recuerdos penosos, dijimos. Cuéntenos algo de sus correrías. ¿A qué cree Ud. que debe el que no lo hayan aprehendido? -Sobre su pregunta sólo puedo hacer hipótesis. Me parece probable que la Justicia no tuviera gran interés en tomarme. Como es del dominio público todo este proceso ha sido una simple persecución política. Para el objeto que se pretendía alcanzar daba, más o menos lo mismo el tenerme en una celda, o impedirme obrar libremente por medio de la orden de prisión. También es posible que mis muchos cambios de domicilio hayan despistado a los agentes. -¿Han sido muchos cambios? -Realmente casi no llevo cuenta, nos contestó Labarca riendo. -Cuéntanos algún incidente curioso. -Bien, Una noche cuando regresé, después de asistir a una reunión, a mi domicilio de aquel entonces, el guardián estaba justamente en la puerta. El caballero con que iba quiso impedirme que bajara del automóvil. Sin hacerle caso descendí y sacando la llave traté de abrir la puerta. Por desgracia, porque no conocía la chapa, o la excitación nerviosa me lo impidió, lo cierto es que no pude conseguir abrirla. El guardián se ofreció galantemente para ayudarme y después de algún trabajo logró que jugara la cerradura y me franqueó la entrada. En señal de agradecimiento le ofrecí un cigarro. Después no pude por menos que pensar que junto a la celebridad, como junto a la felicidad se suele pasar sin verla. Es más que probable que a ese guardián no se le presente otra ocasión de ver publicado su retrato en las revistas. Otra noche, y de esto no hace mucho, tuve el gusto de comer en compañía de uno de los más simpáticos redactores de “El diablo Ilustrado”. No le cuenten esto a don Rafael Luis Gumucio porque puede sufrir algún ataque de bilis, al saber que hasta en su propia casa hay encubridores míos. - En qué cree Ud. que puede terminar el proceso? Interrogamos. - En nada. Se hizo una gran parodia y necesariamente llegará el día en que el público se convencerá de que no hay nada, absolutamente nada. A uno de los muchachos que ha estado detenido cerca de tres meses, jamás lo interrogó el Ministro Astorquiza sobre las acusaciones que se hacían. Su única pregunta, repetida miles de veces, es si sabía de dónde había sacado la Alianza los fondos empleados en la lucha presidencial. Se le trataba de sorprender diciéndole que existían pruebas de las que se desprendía que era el Perú el que había facilitado el dinero. ¡El señor Artorquiza es un magistrado integérrimo, como Uds. pueden ver! -¿Cree Ud. que tendrá consecuencias este proceso? -Enormes. Hoy por hoy en Chile nadie cree en la integridad de la Justicia y ese es el mal mayor que pueda hacérsele a un país. Comenzó el desprestigio con el proceso seguido a los jefes militares y se ha aumentando con este ya famoso proceso de los subversivos. La tarde caía lentamente. Comenzaban los sapos a entonar su triste y monótona canción. Era ya hora de regresar. Abrazamos de nuevo al compañero, ofreciéndole volver a charlar en otra ocasión. Con las mismas precauciones que a la ida se hizo el regreso. Cuando llegamos a Santiago comenzaban a encenderse los focos con su característico parpadeo. En un próximo número referimos nuestra nueva visita.