La opinión pública

...¿y qué es la opinión pública?-Fernando G. Oldini.

Entre las palabras sonoramente vacías con la que los cerebros humanos emsobajeada, borrachan su estupidez, ninguna más aureolada de falsos prestigios que ésta: Opinión Pública... ¡Como si el público, esa amorfo rebaño gruñente, donde el banquero y el cuidador de cerdos, el Ministro de Estado y el paco, se hermanan en le cretinismo, pudiera tener opinión!... Jamás, jamás; jamás el público ha sabido pensar. El cerebro es en él un ador no inútil que por equivocación pavonea su mole sobre los hombros. Si hubiera sido colocado bajo el hombligo, y si en lugar de fósforo contuviera jugo gástrico, su actividad podría ser efectiva. Pero la infinitamente sabia Naturaleza no supo o no pudo hacerlo. Ahora bien, si esta imposibilidad de reflexionar es notaria, ¿cómo explicarse que en pleno siglo XX, cnando día a día tórnase más difícil mentir en materias de este jaez, se sostenga descaradamente tal aberración?. El público está formado, como antes decíamos, por un amalgamiento de imbelicidades explotadas y de imbecilidades explotadoras. Fuera del rebaño, un grupo de cínicos, conscientes de sus ventajas, empuña la fusta y lo arrea... Por una compleja serie de causales, una fracción de la manada, la de los que en su espíritu y en su carne sienten espanderse la nauseante y macabra podredumbre de las llagas y de la degeneración. pretende, en vez en vez, insurreccionarse... Los señores del látigo comprenden que no se puede dominar siempre a sablazos y a tiros; saben que más eficaces que estos procederes violentos son, a menudo, las lisonjas, con tal que su empleo sea regido por una ladinidad sutil y maquiavélica. Entonces pasan la mano sobre el lomo a la bestia encabritada, le hacen creer que es un ser racional y que tal se le conceptúa, apelan a sus sentimientos, le hablan de sus virtudes, le enumeran sus cualidades... y de todo ello deducen que es necesaria, lógica, ineludible la continuación práctica de su mansedumbre habitual. Esta mansedumbre no es ya, por su puesto, tal mansedumbre. Por una maravillosa metamorfosis ha adquirido, de pronto, apariencias y nombres sonantes y deslumbradores, ha sido alzada a la categoría de conclusión natural de una espontánea y libre facultad de razonar... La otra parte del rebaño cuya bajeza va decorada de oro y de satisfacciones físicas, como jamás ha sentido el estímulo saludable del hambre, y por consecuencia jamás ha experimentado el ímpetu dignificador de la rebelión, más asnal, más saturada de fe devota e irracional, cree, como en un dogma, que en su vacuidad y en la de sus congéneres brilla una lucecita milagrosa encargada como la estrella bíblica de alumbrarles el sentido de las rutas espirituales, y enseñarles a discernir... Además el instinto le advierte que su conservación está unido a la mayor o menor difusión, a la mayor o menor intensidad de acción de tales creencias... Con tal fin, ha considerado necesario darles un nombre sagrado, cimentarlas en un haz de preceptos, nimbarlas con la irradiación de nombres famosos, inofensivos por los lontanos y anacróticos, insuflarles el aliento de ciertas ideas. «Evolucionamos continuamente en un ambiente que, a su vez, evoluciona», ha dicho alguien. De lo cual se deduce que las ideas también están sujetas a tal contingencia. Hubo una época en que ellas tuvieron razón de ser. Unos locos, unos videntes las arrancaron a lo desconocido y las lanzaron a la vida. Pero entonces estas ideas eran peligrosas... y en nombre de otras ideas, ya caducadas, los señores del látigo levantaron contra ellas a la Opinión Pública. Sus autores fueron lapidados... Pasaron los días, y la idea, perdida su actualidad, perdida su juventud, atrofiado su vigor, anulada su facultad de actuar, tornada decrépita e inofensiva, pareció digna de integrar el osario que constituye la base cerebral de las masas y entró en él. Ahora los interesados la esgrimen contra nuevas ideas... ¡Y a esto se llama Opinión!... No, mil veces nó... Señalémosla por su nombre... Gritemos, hasta que los cimientos del mundo lo entiendan que es la confabulación de las momias contra el futuro, de lo abyecto contra lo noble, de la fealdad contra la belleza, de la regresión contra el progreso, de la muerte contra la vida. Gritemos que constituye un sarcasmo brutal la presentación de imponer al mundo como norma guiadora, una acumulación de estupideces y caducidades... y lancemos a todos los ámbitos, como una trompería heroica nuestra rebelde exhortación. Todos los que aman la vida y no temen vivirla plenamente; todos los que anhelan permanecer libres y ser ellos, únícamente, perennemente ellos, deberán pasar sobre la Opinión Pública, hollándola con su desprecio, inacabablemente joven, de dioses invulnerables.